En el Bernabéu
Hughes
Una postura ante el asunto Vinicius considera que sobre el jugador recae una inquina futbolística, que no racista; que el improperio «mono» es una reacción fea, pero futbolera y que en ello no hay racismo. Esto al fin y al cabo es disculpar un poco de racismo, darle un cariz instrumental al servicio de otra pasión mayor: el antimadridismo. El antimadridismo hablaría con palabra racistas.
Los extranjeros que vean los problemas de Vinicius quizás no lo entiendan, pero quienes le critican tienen algo de razón. Ellos no son racistas sin más. Su racismo no es puro, está al servicio de otra cosa, de un odio mayor. Ellos no le odian por negro, le odian por ser negro madridista y para hacérselo saber recurren al racismo. Hacen comentarios racistas a Vinicius porque juega en el Madrid, es el mejor y no se calla (traslación deportiva del no se modera).
De modo que hay dos cosas, dos vectores que se entrecruzan: el racismo/antirracismo y el madridismo/antimadridismo. Uno es muy global, el otro muy de aquí.
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No es asunto menor el antimadridismo. El mundo mira a España por el racismo, pero lo colosal aquí es esa pasión bajuna del españolazo, y la forma en que crece, se transforma y renace, décadas después, aun más hiriente y mezquina. Vinculada a ello: el autonomismo, caldo de cultivo de identidades. No woke, pero identidades.
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¿Hay alguna duda de que esta situación de Vinicius se aprovechará en términos nosotros-ellos? Vinicius sería entendido como agresión centralista en todos sitios salvo en aquellos donde prime, por ideología o circunstancia, el antirracismo. El Black Lives Matter, por entendernos. Aunque esta sensibilidad racial no sea la woke sino la anterior que llevó a Gus Hiddink en el Valencia a retirar emblemas nazis. Tampoco es todo racial: Vinicius quiere respeto arbitral (del «yuez», que dice Ancelotti).
Vinicius solicita el auxilio internacional y el Madrid tiene ganada, por primera vez, la batalla del relato. La leyenda negra futbolera del franquismo, etc, aquí ya no sirve. Por eso, Vinicius tiene una importancia muy grande en el fútbol español, mayor incluso que la de Mourinho. Puede llevárselo por delante siendo su mejor jugador, su mayor atributo. Es inaudito: una competición contra su mejor producto. ¿No hay algo naturalmente torcido en ello, algo que nos suena, una especie de adulteración?
Vinicius venció primero las resistencias de los madridistas que no le entendían, las suyas propias de jugador negado al gol; luego los reproches por preciosista y driblador, por bailarín, por protestón o por retador… Empezó regateando laterales y ahora está encarando a Tebas y las jerarquías del fútbol español y de su infecta prensa.
De lo primero, ¿qué decir? Ancelotti estuvo en la Juventus (club condenado cuando Moggi), en el Nápoles, en Francia, Inglaterra y Alemania y «esto no lo vi» y «aquí nunca pasa nada». ¡Cómo será esto que impresiona a un italiano!
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A Vinicius lo han cosido a patadas y a tarjetas, lo han colgado simbólicamente de puentes y empezaron a llamarle mono en el Nou Camp, sin que, como dice Ancelotti, nada pasara. Ha sido un linchamiento semanal y lo hubiera sido sin llegar al racismo. El trato dado a este excepcional jugador define a un país. El fútbol español le ha dado a Vinicius la patada que Goicoechea dio a Maradona. Es energía cerril transformada. Y siendo el mejor jugador de la Liga, ha demostrado que también es incompatible con nuestro nivel de zafiedad, corrupción, odio, resentimiento y bilis. La Liga del fútbol-bonito y del pasillo floral a Messi se convirtió, en cuestión de semanas, en la Liga del todo vale contra Vinicius. Los rapsodas dejaron la lírica.
Ahora Vinicius es un sorprendente Mohamed Alí contra la sinrazón ibérica, la cabina de López Vázquez (que sería la esquina del córner): la primera ceporrez madridista, la estupidez de los entrenadores, la contemporización florentinesca, las ayudas pandilleras a los laterales, la tolerancia arbitral, el VAR bizco, los comentaristas aflautados, los jerarcas turbios de la Liga, los partidos nacionalistas, los circuitos negreiros, las ordalías de terruño, los demagogos municipales, los dementes antimadridistas (ay, sin remedio) y, por supuesto, también, los racistas de grada, que no serán racistas pero utilizan el racismo como forma de agresión.
Quienes ven a Vinicius como un adalid woke se equivocan. La batalla es otra: es plantar cara a una narrativa precocinada en la que lo bueno es malo, lo alegre triste, lo bello es feo y el inocente culpable; en la que humilla el regate y no el golpe. Si para reducirlo usan el racismo, él hace muy bien de usar el antirracismo. Al fin y al cabo, el escrúpulo antirracista global puede aplastar al antimadridismo periférico español, lo que podría definir un escenario hacia la Superliga y el principio del fin de una imposible convivencia deportiva. O al menos de unas costumbres inaceptables. Es un Vinicius contra la Liga (tinglado dentro del consenso de tinglados), y ojalá gane él.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera