Dos clamorosas vueltas al ruedo
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
El toreo. Ahí está en plenitud lo que nos hace ir a los toros. Una serie de naturales perfecta, pura, un sueño, ante un toro de los que meten miedo. He ahí el toreo sin afectación, sin mohínes, el toreo macho: la muleta en la izquierda, el estoque en la derecha y el corazón en medio y enfrente la mirada hueca del cárdeno, la imprevisibilidad de su comportamiento, los pitones temibles, la incertidumbre de qué puede pasar. Y lo que pasa es que nace el toreo al natural, que es el toreo tal y como se inventó, el viaje largo y rematado atrás, la cadencia del muletazo en el que se manda sobre la embestida del toro, la distancia, la posición ortodoxa, la cargazón de la suerte, la tauromaquia sin engaños ni mixtificaciones: el toreo. Nadie busque relojes parados, ni sonidos negros, nadie busque acinturamientos ni mentones clavados al esternón donde sólo hubo la más pura, sobria, denodada y elegante expresión del toreo. El que lo hizo se llama Fernando Robleño, natural de Madrid y torero como la copa de un pino, el toro al que se lo hizo se llamó Aviador, su número el 61.
Con el mismo vestido que el año pasado en otoño, Robleño volvió a dejar en Las Ventas la marca de su concepto clásico, toro de José Escolar en septiembre, toro de Adolfo Martín hoy: toreo frente a los toros, no frente a las monas amaestradas. Hoy empezó de verdad San Isidro, el San Isidro de la verdad, que en la tauromaquia no es otra que la de medirse con un toro. Sin probaturas, sin toquecillos de vaivén, sin otra cosa que el conocimiento y la disposición ahí se va Fernando Robleño a pegar seis templados naturales y uno por alto con la derecha para dejar perfectamente marcado el territorio en el que se mueve. El toro no es la mona, como se dijo antes, y tiene sus cosas que decir, la primera de ellas su aspecto poco amistoso, pero Robleño se va centrando en la serie a más y le saca los naturales a despecho de la inclinación del toro, que desde luego no es la de colaborar. Cada uno de los naturales es superior al anterior, sin buscar ventajas, sin cucamonas, todo verdad. La siguiente serie, también por naturales, tiene algo menos de tensión que la anterior, porque el toro engancha un par de veces la muleta, pero la irreductible decisión de Robleño se mantiene tan firme como en la precedente en cuanto a su decisión y su colocación; esta vez son cinco naturales y la remata toreramente con el pase del desprecio. A continuación viene una serie con la derecha en la que hay que esforzarse más y en la que el torero tira de oficio, rematada con un torerísimo cambio de mano y luego el de pecho en el que toro le arrebata la muleta de la mano. Idéntica actitud por parte de Robleño, pero se nota que el toro se defiende más por ese pitón y entonces la muleta vuelve a la izquierda. El toro se para y a partir de ahí hay que sacarle los muletazos de uno en uno, cosa que hace Robleño ayudándose a veces con el estoque. La obra está hecha, el toro acabado y cuando el torero se perfila para matar todo el mundo desea que la estocada sea fulminante, pero a cambio ahí tenemos un pinchazo, luego una estocada arriba y finalmente el descabello. Se produce una petición de oreja que no es atendida por Timi, que hoy volvía al palco, en mi modo de ver con buen criterio a causa del deficiente uso del acero, y Robleño da dos vueltas clamorosas al ruedo vitoreado de manera unánime por toda la Plaza y recoge otra fortísima, emocionante, ovación en el mismo platillo. Faena breve e intensa que contrasta con esos largometrajes con los que día a día nos suelen castigar. La espada se ha cruzado en las dos actuaciones de Robleño en este San Isidro 2023, lo mismo el día de José Escolar que hoy, privándole de dos triunfos tan cantados como indiscutibles. En este toro fue aclamado Fernando Sánchez por el par que puso, tomando muy en corto al toro con su particular estilo. El clamor que despertó el par sirvió, además, para acallar ciertas voces que andaban protestando al toro desde hacía un rato.
En su primero planteó Robleño una faena de porfía al manso y descastado Horquillón, número 61, caracterizada por la manera en que el torero va labrando al toro a base de oficio y de exposición. El toro es intratable en el inicio de la faena y la tenacidad de Robleño consigue irle ahormando hasta que le saca unos ayudados de gran intensidad, de uno en uno porque el toro se para a la salida de cada pase. Faena a más, de poco lucimiento en su primera mitad, que cobra vuelo en su parte final merced al trabajo realizado en lo del inicio. El fallo con la espada a base de estocada haciendo guardia, aviso, pinchazo sin soltar y estocada le priva de un merecido trofeo. La faena es larga porque había que laborar mucho con el toro para llegar a la espléndida parte final.
Los toros de Adolfo Martín adolecieron de casta y de interés. Ni con los caballos dieron juego, más bien deseosos de no acudir al cite de los picadores, ni en la muleta regalaron nada salvo su actitud parada y pasmada. El sexto, Chaparrito, número 10, saltó al callejón el día en que no había por allí ningún político y acabó siendo víctima del pañuelo verde. La corrida no es para que el ganadero esté echando las campanas al vuelo, ni mucho menos, porque los toros no sacaron fuerzas ni inteligencia. El único atisbo de casta fue cuando Sevillanito, número 82, echa mano a José Garrido y se queda encelado con el torero, tirado en el suelo y hecho una bola, hasta que las asistencias consiguen sacar al toro de allí. Poca cosa. El sobrero Ilustrado, número 18, por no molestar no desentonó en absoluto de los cinco de Adolfo, fue una borrica y acaso podemos decir que estaba más tasado de fuerzas que los titulares.
A resultas de la cogida, Garrido no pudo acabar su faena y pasó a la enfermería, que es lo que ocurre cuando los toros vienen en puntas sin esas bolitas redondeadas en los pitones que vemos tantas tardes. En su encuentro con Sevillanito le dio una verónica y a cambio el toro le arrebató el capote en la segunda, destrozándolo. También en el inicio de la faena de muleta le quitó el Adolfo la muleta de las manos y poco más se puede contar salvo que el toro escarbaba mucho y que José Chacón puso dos pares de banderillas superiores, especialmente el segundo en un terreno muy comprometido con el toro apretando hacia tablas. Este toro lo mató Robleño de estocada atravesada y dos descabellos.
El tercero en discordia de la tarde era Román. Su primero se llamaba Aviador, número 3. Hoy hubo tres duplicidades entre los actuantes, porque tuvimos dos Aviador, dos Horquillón y dos Chocolate subidos en la cosa equina. Con este primer Aviador, mientras la lluvia arreciaba, Román brindó al público y dejó constancia de su disposición y del buen momento que atraviesa para vérselas con toros de respeto. Resaltemos su buena colocación y lo serio que estuvo con el toro al que literalmente le tuvo que sacar los muletazos de uno en uno tragando lo suyo, especialmente en un espeluznante parón del Adolfo aguantado con impavidez por el diestro. La fuerte cornada del Baltasar Ibán le pasa factura a la hora de matar y cobra un pinchazo sin soltar echándose fuera, otro igual soltando la muleta, otro más sin soltar y un bajonazo cuando suena el aviso.
Corrió turno y salió el quinto, el segundo Horquillón, número 1, en cuarto lugar porque ya se veía que Garrido no iba a volver al ruedo. El toro se desentiende de la cosa de la vara y se hace largo el primer tercio. En banderillas, de nuevo Chacón haciendo un providencial quite a Gómez Pascual metiendo el capote entre el toro y el peón. El toro es simplemente un muermo y nada de lo que Román ensaya con él sirve, porque el animal tiene la misma actitud ante la vida que un koala, y valga la comparación porque esos bichejos son también cárdenos. Román le va sacando los pases de uno en uno al koala, porque todo lo pone Román, que es quien pone todo. Cuando decide despenarlo lo hace de pinchazo hondo echándose fuera que hace su daño y dos descabellos. Finalmente el manso de Pallarés es la siguiente píldora con la que se encuentra. Por decir algo pondremos aquí que va al caballo con más alegría que los de Adolfo, y ahí se acaba el asunto del elogio porque no hay por dónde seguir. Al iniciar su trasteo Román, una voz dirigida al Gerente del Centro de Asuntos Taurinos espeta «¡Abellán, recoge el despacho que te vas!», y parece que la cosa no va muy descaminada. Ver a Román con el Pallarés es algo tan excitante como asistir al recuento de papeletas en una mesa electoral de Pinto. El toro es parado de larga duración, paradísimo, y mete unos desagradables cabezazos que llevan a Román a poner punto final a su relación a base de pegarle un bajonazo echándose fuera con lo que se pone punto final a la tarde y a esta reseña.
ANDREW MOORE
LO DE ROBLEÑO
LO DE ROMÁN
LO DE GARRIDO
FIN