martes, 30 de junio de 2009

REVENTA NEOCON Y POBRES


José Ramón Márquez



Informa la prensa de que una empresa de Internet llamada tengoentradas.com asegura haber vendido por 6.480 euros dos localidades para la beneficencia del próximo domingo en Barcelona.
Informa el Reglamento General de Policía de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas, en su artículo 67, que “queda terminantemente prohibida la venta y la reventa callejera o ambulante de localidades”
Eso que va en segundo lugar quiere decir que la actividad comercial de El Globero o de El Pepito, la actividad que dio fama al difunto Gordo de Badajoz –que luego resultó ser oriundo de Gijón– está prohibida y que, dado que la patente falta de formación en asuntos informáticos de aquellos comerciantes les impide siquiera concebir la idea de crear la página globero.com, pepito.com o viudaehijosdelgordodebadajoz.com, para poder soslayar con facilidad los problemas que han tenido a lo largo de sus trayectorias profesionales con la Policía Nacional o Local, estamos de nuevo ante un caso de comercio tradicional en peligro de extinción. Mientras tanto, los neocon de tengoentradas.com, desde sus oficinas centrales con aire acondicionado, alardean de las cifras (6480:2 = 3240 € ¡Extraño precio!) que se han abonado por localidades que costaban 170€. Tratándose en este caso de una corrida benéfica, deberían hacer donación de parte de sus ganancias como una prueba más de su modernidad y ejemplo de buen gobierno corporativo. En lo que se emplee el dinero, no es cosa suya.

ESCRIBIR A DIETA

A Manuel Martínez Cascante













Juan VILLORO

Publicado en Reforma, el 19 de Junio de 2009

Hace años, en todos los periódicos trabajaba un gordo dedicado al arte de corregir la puntuación. Mientras otros sudaban en el lugar de los hechos, él leía con ojos de cazador. De tanto en tanto, chupaba un lápiz como quien prueba una golosina y tachaba un gerundio. No necesitaba consultar diccionarios porque había engordado a fuerza de adquirir palabras.

El corrector obeso era la versión extrema del periodismo sedentario. Su cuerpo expresaba autoridad. Aunque odiáramos sus enmiendas, lo veíamos como a un Buda cuyo paradójico don consistía en suprimir el adjetivo que tanto nos gustaba.

En un diario español conocí a uno de esos gordos, que además tenía el tino de apellidarse Grasa. Nadie se burlaba de él. Su nombre parecía heráldico, digno de su especialidad.

Los correctores perdieron importancia desde que la computadora prometió hacer esa tarea. El gran gordo desapareció mientras las redacciones se llenaban de gorditos.

Los reporteros se ejercitan menos; ya no persiguen las noticias a pie, sino que las buscan en las pantallas. Un oficio de flacos (recordemos al periodista famélico dibujado por Abel Quezada) se ha convertido en una tarea donde la barriga ya no es exclusividad del corrector en jefe.

Internet ha traído numerosos cambios culturales. No vamos a demonizar aquí algo bueno e inevitable, como la lluvia o el teléfono, pero es un hecho que los inventos ponen nerviosa a la gente. La fotografía anunció el fin de la pintura, el cine el fin de la fotografía, la televisión el fin del cine y la computadora el fin de la televisión. El resultado suele ser el opuesto. Cada nueva tecnología prestigia a la anterior: el plástico ennoblece al vidrio, el vidrio al bronce y el bronce a la piedra.

Las fotos polaroid, que parecieron el non plus ultra de lo moderno, acaban de desaparecer para siempre, convirtiendo a sus cultores -de Andy Warhol a David Hockney- en artistas de una edad pretérita.

Dentro de 50 años será imposible encontrar un sistema operativo para leer un CD con la información que hoy podemos grabar. En cambio, se leerán libros caligrafiados hace 2 mil años.

Internet refrendó la fuerza de la cultura de la letra. No podemos vivir sin escritura. La constelación que una vez se trazó con tinta de calamar, ahora brilla en nuestras pantallas.

Sin embargo, ante la galaxia Google, el periodismo impreso ha tenido un ataque de ansiedad. En vez de realzar sus recursos, imita los ajenos. Como la información en línea es muy solicitada, los periódicos tratan de parecer páginas web (menos letras, más imágenes, tips que simulan ser links...).

La reacción debería ser la contraria. Si en la pintura el abstraccionismo mostró lo que no puede hacer la fotografía, el periodismo impreso debería ofrecer lo que no funciona en la red: textos larguísimos para gente que conoce la calma. El periódico italiano La Reppublica es un buen ejemplo al respecto. Se lee al ritmo que impone el papel. Hace poco, uno de sus temas de portada fue la descripción de un beso. Es cierto que el autor era Orhan Pamuk, pero pocos diarios lo hubieran considerado digno de primera plana.

Lo curioso es que mientras se reduce el periodismo de investigación y se eliminan suplementos, las revistas ganan adeptos, demostrando que hay gente dispuesta a leer textos más extensos que los de las cajas de cereales.

La red se ha convertido en su propio tema: es el horizonte de los acontecimientos. En vez de acudir al lugar de los sucesos, el reportero vigila la realidad virtual. Como todos pueden llegar ahí, la competencia se basa en la homologación. El triunfo de conseguir algo único es menos decisivo que la derrota de perder lo que los demás consiguieron. La novedad tiene un criterio estándar.

Otro efecto secundario de internet es la disminución de corresponsales extranjeros. La red es una plaza sin patrias donde se intercambian datos de todas partes. Los enviados especiales se han vuelto caros y en cierta forma desconfiables: ven de manera peculiar un mundo que aspira a la norma.

Para colmo, en muchas ocasiones el reportero debe escribir un texto aplicable a varios formatos (el periódico impreso, la información en línea, el boletín de radio o televisión). Por lo tanto, ofrece una materia neutra donde los giros personales se evitan como grumos en el arroz con leche.

El periodismo sin señas de identidad permite que alguien comente: "ese texto es demasiado literario". La frase debería ser tan rara como la de un chef que dijera: "ese guiso es demasiado gastronómico". Casi siempre, la objeción se refiere a que el texto es complicado. La claridad es un requisito de la prensa (el desembarco en Normandía no se puede comunicar como un poema dadaísta), pero el miedo a la diferencia ha llevado a renunciar a los adverbios y los adjetivos.

Al alejarse de su esencia, la prensa escrita pierde lectores en todas partes. Mientras los periódicos adelgazan, los periodistas engordan.

No será por mucho tiempo. No hay vida sin historias. Nada más urgente que la crónica de un beso.


(En la imagen, el autor del blog en compañía de Kiko Veneno y Tomás Cuesta, cuando el periodismo era otra cosa)

FOXÁ


Cercado en Tenochtitlán, Cortés consulta a su astrólogo, un tal Botello, la fecha más indicada para huir. El astrólogo da la noche del 30 de junio, aunque poco le aprovecha su astrología: muere con su caballo. En su petaca encuentran unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que dice en ellas: “¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra?” Y en otras rayas: “No morirás.”

Aunque Cuba fuera su favorita –“Cuba es España en vacaciones”–, una tarde, en Méjico, después de los toros, Agustín de Foxá, el que no perdonaba a los comunistas haberse tenido que hacer falangista, fue al pueblo de Tacuba, al árbol de roja corteza, viejo de dos mil años y preso en una verja de hierro: bajo sus ramas pasó Cortés, el 30 de junio de 1520, su Noche Triste.

–La muerte es distancia.

Y Ruano, que naciera el mismo día que Foxá, escribió en su necrológica: “Le envidio su destino final: desnacer en los brazos donde se ha nacido. Dios da premios así.”

Foxá murió hace cincuenta años.

¿Cincuenta años?

Anota en sus memorias Stefan Zweig que entre 1900 y 1914 nunca vio citado el nombre de Paul Valery como escritor ni en “Le Figaro” ni en “Le Matin”; Marcel Proust pasaba por un pisaverde de salón y Romain Rolland por un musicólogo erudito; tenían casi cincuenta años cuando el primer tímido rayo de fama iluminó sus nombres y habían creado su gran obra en la sombra, en medio de la ciudad más curiosa e intelectual del mundo.

La gran obra literaria de Foxá, tercerista prodigioso de ABC, es Madrid, de corte a checa”, escrita en el café “Novelty” de Salamanca y editada en Pamplona y cuya primera parte hacía babear de gula a aquel fox terrier de pelo duro que fue Eduardo Haro.

A Foxá, que hubiera querido ser el marqués de Santillana, lo sorprende la República en Bulgaria.

–Me dio la noticia un judío. Vi la venganza contra los Reyes Católicos.

“Si no fuera Malaparte, me gustaría ser Foxá”, dice su gran amigo Curzio. Y le contesta Foxá: “Si no fuera Foxá, me gustaría ser Bonaparte.”

Secretario de embajada, critica Foxá la política de Pío XII con España. El Nuncio dulcifica: “El Papa no es infalible en esas cosas de pura política humana. Pero siempre tiene alguna asistencia del Espíritu Santo.” Y Foxá, con algo de falso Sha de Persia: “¡Pues si esas cosas se las inspira el Espíritu Santo, yo me hago del tiro de pichón!”

–Cuando murió –escribe Ruano–, nos pareció como si le hubieran dado “el paseo”.

Ignacio Ruiz Quintano

(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, 908, Semana del 27 de Junio al 3 de Julio de 2009)

BOS TAURUS



José Ramón Márquez

A Sergio Ariza

Vedlo en el campo, como casi nadie lo vio. Es un toro bravo. Fue lidiado y muerto en la Monumental de Madrid el día 27 de mayo de 2009. Su nombre es Camarito, su número el 550, su hierro el de Palha, su divisa, azul y blanca. El torero que tuvo el honor de estar frente a él no es uno de esos que se enseñorean de los carteles de postín, de esos que tienen por el campo a sus empleados revolviendo las ganaderías, eligiendo, quitando y poniendo para quedarse con lo peor. De esos toreros, ninguno quiso medirse con la seriedad y el respeto del toro Camarito. De nuevo, un toro bravo y encastado, un toro de los que ponen las cosas en su sitio, volvió a caer en manos de un torero que el año pasado hizo veintitantos paseíllos. Su nombre: Paúl Abadía ‘Serranito’. Y de nuevo ante nuestros ojos apareció el milagro del toro de poder y con él, la emoción en la suerte de varas; en esa primera entrada al caballo cuando los pitones de Camarito se encuentran frente al inmundo peto, cuando el toro frena una fracción de segundo y con un leve empujón de su pitón derecho, sin aparentar que hace fuerza, derriba al jinete y al caballo, en un empujón en el que le dan fuerza los Bemfeito, los Espejito, los Tonelero o los Veneno, toros de Mazzantini, de la época de los picadores sin peto, de su mismo hierro y su misma divisa. Y después, en su juego, en su presteza a banderillas, en su decisión en el último tercio, Camarito, como si de un cristo animal se tratase, redime a sus congéneres de tantas tardes de su origen Bos enalteciendo su condición de Taurus. Y por ello, como tal, debe morir en la plaza para proclamar su casta y honrar su divisa. Camarito, toro bravo.

UN CARTEL, POR CARIDAD



J. R. M.


Un toro que es una especie de cucaracha pinchada por un palillo pintado con infinita menos gracia de la que tenían los prehistóricos que dibujaban toros en los abrigos levantinos. Un torero que son unos zapatones de payaso, una taleguilla de payaso y una máscara de payaso que no anuncia un circo, sino una corrida a beneficio. ¿Cosas del humor? Quizás. Quizás la clave sea el humor y no el amor a la fiesta. Son cosas de estos artistas contemporáneos que, desde que Duchamp bautizó a un urinario como ‘Fountain’, andan aturullados con el lenguaje del arte. ¿Quién osaría censurar estas obras maestras de la cartelería contemporánea sin ser tachado de retrógrado y cavernícola?
Hubo otra época en la que los carteles, al menos, eran decorosos. Incluso los de las ‘corridas benéficas’.






lunes, 29 de junio de 2009

MEMORIA DE FOXÁ

AUTORRETRATO DE AGUSTÍN DE FOXÁ, CONDE DE FOXÁ
(1903-1959)

“Gordo; con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana. Mi virtud, la imaginación; mi defecto, la pereza.” Murió a 30 de Junio, hace ahora cincuenta años.



PALABRAS PARA AGUSTÍN DE FOXÁ



Por César González-Ruano



Abc, 1 de Julio de 1959


Agustín de Foxá, nacido en el mismo año en que yo nací y muerto en el mismo año en que, según la más optimista cuenta física, yo debía morir, después de haber resucitado tres veces, ha vuelto a casa de su madre, la marquesa de Armendáriz, luego de haber recibido los Sacramentos.

Desnacer. Como volver a nacer, esta vez de verdad, para entrar en esa ancha patria que llamamos muerte, donde se despierta de ese ridículo sueño que llamamos vida. Los Sacramentos son el solemne bautizo del hombre. Estamos ante la humana pescadilla que se muerde la cola. Ante un parecido tan sensacional como el amanecer y el crepúsculo. Nada se asemeja más a lo que empieza que lo que termina. Y no hay más noble ni más eficaz manera de empezar en lo que merece la pena que terminar con todo lo que no merece la pena. Ejercitémonos en abolir el llanto romántico y en alcanzar la fresca y clásica palabra válida para honrar, sin llorar, nuestros muertos.

Ayer, en el último día de vida de Junio, en brazos de su madre, acaba de nacer el conde de Foxá, el que, desde doncel, quería ser con la tierra.

“Quieres ser con la tierra, Foxá...”, escribía Manuel Machado en el pórtico de “El toro, la muerte y el agua”. Y el poeta de “Ars moriendi” insistía:

“Porque tú quieres ser con la tierra inmortal”.

Para mí, aquí, en este augusto y hermoso “pudridero” de Cuenca, la muerte de Agustín es como un místico y mítico nacimiento. Le envidio su destino final: desnacer en los brazos donde se ha nacido. Dios da premios así.

Para mí quedará en el recuerdo la anécdota de sus mil y una anécdotas, pero en la memoria queda así: naciendo en el regazo de su madre el día en que moría Junio.

Para mí, en el recuerdo, un joven conde de Foxá con algo de falso Sha de Persia en los sellos de cuando él y yo éramos niños. Un “dandy” que, no acertando a sacarse el corazón por la pechera de la camisa, hacía cinismo de salón e ingenio de su genio. Un “dandy” que llenaba de espíritu un delgadísimo y afilado espíritu que le cortaba el gordezuelo cuerpo. Un clásico que luchó a brazo partido con el monstruo romántico de las siete cabezas.

Búfalos y girasoles, romances fríos de Bulgaria. Mundos misteriosos de minerales y fósiles. Cacao y caoba de las Antillas. Lacas de Filipinas y barquillos de rica canela de la plaza de Oriente. Bostezantes ostendes. Mármoles de Italia y terracotas de Grecia. Caracoles. Minas. Sudores de carbón. Tristezas de las largas playas de dorada arena. Biombos. Luna de Cui-Pin-Sing. Cisne y ceniza. Hábeas isabelino. Salinas de Sigüenza. El séptimo hijo varón que por la noche es lobo. Todo eso pudo andar por los galopes de su memoria en esos últimos días de la Clínica de la Concepción. Y trenes rusos que corrían sobre el hielo. Y Curcio volviendo, medio muerto, a China. Acaso Mariano y yo, entre cipreses del cementerio de San Martín. Acaso José Antonio, Amadís de Gaula. Acaso Rafael, tizando losas de Florencia. Casa madrileña de la calle de Atocha. Marrakex y el Atlas. Mundos sin melodía. Sí, acaso todo eso. Pero no importa cuándo, cuánto, cómo, dónde, para, por, con, sin. No importa nada.
Aquí, sus amigos. Esperando el tren. Aquí su amigo, insensato César, escribiendo en su diario: “30 de Junio de 1959: nace Agustín de Foxá en la calle de Ibiza.”











LOS CABALLOS DE LA CONQUISTA




Por Agustín de Foxá



ABC, 2 de Febrero de 1952




En Paraguay, en lengua guaraní, araña se dice “ñanduty”, pero si es grande se añade “caballúa”. El sustantivo caballo se ha transformado en adjetivo calificativo; tal impresión de grandeza dejó, durante siglos, la alzada de nuestros caballos en el alma de los indios; fue un impacto definitivo, un asombro que aún dura.

América es el continente de las aves, pero no de los grandes cuadrúpedos. Su mayor animal de carga es la llama peruana, femenina, de ojos aterciopelados, a la cual los quichuas todavía enfloran y adornan con pendientes como a una novia, y a la que susurra en el oído no sé qué misterioso y suave conjuro para que se levante, en lugar de nuestro imperioso ¡arre!, que hace estremecer a las grupas como un trallazo.

En el Norte, sobre el hielo de Alaska, utilizaron al mudo perro aborigen para el tiro de sus trineos, único carro posible cuando se ignora a la rueda. Y en las grandes praderas, en esas “tierras de ningún provecho” de nuestros antiguos mapas que hoy son nada menos que los Estados Unidos, los indios cazadores de bisontes no modelaron por medio de la ganadería su barro rojizo para llegar a la fina escultura del toro y de la vaca.

Los emisarios del inca Huayna-Capac compararon a los primeros caballos de Pizarro con las llamas, con los “carneros del Perú”, como dicen nuestros cronistas. Los aztecas los describieron ante Moctezuma como grandes ciervos. Otros, menos exactos, dijeron que eran a modo de tapires, confundiendo su belfo con la incipiente trompa. Sahagún nos ha conservado, fresca, inocente, la impresión de los indios ante nuestros primeros caballos andaluces. Dice así nuestro cronista: “Y sus ciervos (caballos) los llevan sobre sus lomos, teniendo su figura la altura de los techos; llevan cascabeles, vienen con cascabeles, los cascabeles casi rechinan, los cascabeles rechinan; los caballos, los ciervos, relinchan, sudan mucho, el agua casi está corriendo debajo de ellos. Y la espuma de su boca gotea al suelo; como espuma de jabón gotea. Y al correr hacen un gran pataleo; hacen un ruido así como si alguien echa piedras”.

En Mérida, en el Yucatán, vi al primer caballo mejicano, por cuyas cansadas e hinchadas venas corría algo de la sangre de los caballos de la conquista. Estaba parado frente a la catedral, enganchado a una alta y verde calesa de alquiler, y le caía la crin a un lado. Dos días después contemplé a los caballos de la plaza de toros de Ciudad Méjico, con los picadores (triste remedo de los viejos lanceros), mientras los Pizarros y Corteses, de azul y oro, los matadores, con la espada en la mano buscaban en el toro a los antiguos imperios desparecidos, porque el imperio español había sido clausurado y, como la ardilla presa en su rueda con la tela metálica gira loca inventando al bosque, así ellos, por el cerrado ruedo, sin Andes ni selvas misteriosas, en la España decadente del XVIII, creaban a la tauromaquia como una pobre imitación de la conquista.

Completaba esta imagen el peto de los caballos, porque idéntico era el escaulpil de algodón que los cubría para adormecer el ímpetu de las flechas. Los caballos conquistadores lucharon con peto y salían de los combates erizados de saetas.

–Mire usted –le digo a mi rubia compañera de la localidad– a ese pobre jaco. Esa caricatura de caballo fue aquí, hace cuatro siglos, nada menos que un dios. Su decadencia se debe a haber sido, como usted, vegetariano.

–¡No es posible!

–Sí; los carnívoros han sido siempre más estimados que los herbívoros, como los guerreros fueron más apreciados que los mercaderes. Asombrados ante el ímpetu y la valentía de los caballos, con petrales de resonantes cascabeles, que deshacían a la indiada y pateaban, como uvas en un lagar, sus ensangrentadas cabezas, los aztecas creyeron que eran carnívoros y les ofrecieron como pienso trozos de gallina, abiertos pavos; sangre. No olvide que sólo los carnívoros, águilas (algunas bicéfalas, como la austríaca, con doble pico sangriento), los leones y leopardos han subido al cielo de la Heráldica, porque el blanco unicornio del escudo inglés, como animal fabuloso, no se alimenta de nada y no cuenta como argumento anticarnívoro. Únicamente los pueblos jóvenes, huérfanos o liberados, como usted prefiera, de la Edad Media, han levantado hasta sus escudos a los tranquilos herbívoros como la lanuda llama del escudo del Perú y el blanco corcel, de crines alborotadas, de las armas de Venezuela.

La dieta de nuestros primeros caballos andaluces, cartujanos, fue muy variada. Desilusionados los indios al comprobar que no comían carne (como menospreciaron a Cortés porque no devoraba corazones humanos), pensaron que comían del espumeante hierro de su bocado. El caballo, como las plantas, comían minerales. Y le ofrecieron oro y le sirvieron el agua en vasijas, en cuyo fondo se veían trémulas las más bellas joyas aztecas.

Por América, más que por Grecia, han galopado los centauros. Para la imaginación de los indios, caballo y jinete formaban un solo y poderoso animal, pero no tan mezclado y fundido como el centauro clásico, pues este terrible dios poseía seis piernas, dos cabezas y cuatro ojos enfurecidos.

Cuando fue derribado el primer jinete, un grito de horror debió de recorrer las escuadras quichuas o aztecas, y, sugestionados, debieron oír el formidable ruido (a hueso roto, que produce vómito o desmayo) al quebrarse el poderoso espinazo.

Del centauro partido nacen dos dioses: el hombre blanco que maneja el rayo, y el caballo invencible que dialoga con él, por medio de un áspero idioma de relinchos.

Ojeda, en Santo Domingo, hizo caracolear al suyo ante el cacique Caonabó.

Hernando Pizarro encabritó al suyo ante Atahualpa, en el campamento de Caxamarca.

Cortés paseó, sosegado, sobre el Romo, que era castaño oscuro, ante los ojos admirados de Moztezuma. Los indios hicieron exorcismos contra el caballo como los hechiceros magdalanienses de hace veinte mil años, y en las cuevas mejicanas de Chili aparecen nuestros jinetes y caballos del siglo XVI como contemporáneos de los bisontes de Altamira. Volviendo dos españoles por los campos colombianos de Santa Marta, encontraron en el esplendor del campo a un jinete y a un caballo de algodón y paja, atravesados de flechas para destruir, mágicamente, su poderío. Fue el primer espantapájaros ecuestre.

Veo brotar, herido, sin gloria, al viejo dios de los indios aborígenes por la arena de esta plaza de Méjico.

Su prestigio divino, ya disminuido al comprobar que no era carnívoro, acabó de hundirse cuando mataron al primer caballo.

Pusieron su larga cara, sus dientes amarillos de vieja ficha de dominó, seca, al sol, en una estaca, y la adornaron con flores. Entonces se dieron cuenta de que no era un dios, pues la inmortalidad es el atributo esencial de los dioses.

Porque la gran distinción entre los seres no es la que quieren los miopes naturalistas de hoy, de vertebrados e invertebrados, sino la de los antiguos: mortales e inmortales.

(En la imagen, Morante, el caballo de Diego Ventura que muerde a los toros, fotografiado por Díaz Japón en ABC de Sevilla)

domingo, 28 de junio de 2009

CONVERSACIÓN CON JORGE LAVERÓN







JORGE LAVERÓN... EN V. O.


Por Vicente Llorca

Ganadero





De Jorge Laverón se tiene la confianza de que sabe de qué torero, novillero o becerrista estamos hablando.
- Jorge, ¿quién era ese torero de Felanitx?
- Gabriel Nadal.
- Jorge, he visto a un torero de Muro que nadie conoce.
- Has visto a Salvadorillo, y todo el mundo lo conoce.
- Jorge, el otro día en un tentadero salió un tío gordo de Almendralejo.
- Era Manolo, y le llaman el Curro Romero de Almendralejo.
Así es imposible discutir, claro, y los contertulios se retiran, amohinados.
Luego, el enciclopedismo laveroniano tiene otras ventajas.
- Jorge, ¿cuándo debutó Tomás Pallín?
- Debutó en el verano de 1982, con una corrida de Tulio.
- Ya decía yo. ¿Y cuándo he debutado yo, vamos a ver?
- Tú no has debutado todavía, que te enteres.
- Ya me parecía, también.
Lo que nadie sabe es cuándo debutó Jorge en una corrida de toros. Él dice que con pañales, prácticamente, en una feria de Málaga – dónde, si no – adonde le llevó su tío a ver a Rafael Ortega. Las malas lenguas dicen que en realidad era El Espartero el que figuraba en el cartel.
Será. A partir de esa tarde mitológica, sea El Espartero o el de San Fernando el que toreaba en Málaga, Jorge lo ha visto todo.
- ¿A que no ha visto al torero de mi pueblo?
- ¿Cuál es su pueblo, buen hombre?
- Muñoz, en el Campo Charro.
- Pues especifique. Porque de Muñoz era Joselito Muñoz, buen torero, que toreó otra después de la alternativa en Peñaranda. Y Salvador Herrero, que llegó a debutar con picadores. ¿A cuál se refiere usted?
El de Muñoz dice algo y se retira. Sin pagar, además.
Nadie sabe cuántas corridas ha visto Jorge. Y eso, sin contar novilladas, becerradas, encierros, los rejones, los festivales o las capeas, que también abundaban.
- Jorge, torea un novillero mañana en El Boalo. Dicen que es un monstruo.
- Vamos a verlo. ¿Tienes coche?
Y Jorge se iba a El Boalo.
No sabemos si el novillero era un monstruo. Lo que sí sabemos es que Jorge lo había visto.
Y así debió de empezar, habiéndolos visto ya a todos, cuando comenzó su carrera de crítico taurino en el diario El País. Allá por el año 1976. Allí estuvo alguna temporada, con el desaparecido Joaquín Vidal. Después pasó al Diario 16. El Diario fue, en aquellos años, el periódico más taurino de la prensa española –, después de La Gaceta de Salamanca, por supuesto. Allí, dirigido por Barquerito, publicaban páginas y páginas de noticias y vademecum taurino. Jorge reseñaba alguna de las corridas. Pero sobre todo se hizo célebre por sus dos columnas preferidas: una era una breve reseña de lo ocurrido en la feria, en donde se resumía, arbitraria y tajantemente, el festejo. (Fue célebre la del día X, titulada “Quien no quiere a Curro no quiere a su madre”). Y otra, la columna social, en donde aparecían desde el Ministro de Gobernación hasta el tabernero de La Dolores. Todo en la misma página, por supuesto. La gente compraba el Diario y confesaba : “Lo primero que abro es la columna de Jorge”. Y se mezclaban el temor y la esperanza de haber salido en ella. Nunca confesadas, por supuesto.
En esos años, Jorge escribía en los periódicos del grupo Correo. En La Voz de Almería, su preferido. En El Diario de Córdoba, en La Gaceta, etc. También daba conferencias. Y en unos años en los que proliferaron las tertulias taurinas, después de la corrida, Jorge tuvo la suya. La más disparatada, arbitraria, y multitudinaria que nunca se haya celebrado en San Isidro.
Era en el “Lola,”, el célebre bar de Lavapiés, cuyas puertas tenían que abrir de par en par para dar cabida al público, fervoroso y creyente, que allí se agolpaba. A la tertulia bajaban los toreros amigos de Jorge, diestros que desdeñaban en general cualquier otra tertulia. Por allí pasó El Inclusero, Antonio Sánchez Puerto, Joselito, Curro Vázquez, algún Dominguín… Nunca supimos a qué hora terminaba la tertulia. Lo que sí supimos fue que el bar cerró luego a los tres meses. No creemos que hubiera ninguna relación.
El Diario cerró también, como todo el mundo sabe. Jorge ha figurado, a partir de ahí, en el grupo Correo, en La Razón, en la agencia Efe, en Toros por la Gran Vía, o en revistas especializadas. O en una memorable reaparición en el diario El País, en el 2006, en un año en el que, por fin, el periódico volvió a recoger la tradición de los años 80, en donde el suplemento taurino fue el más culto y divertido de la prensa española. Esta vez, dirigido por José Suárez Inclán, quien volvía a reunir, en sus páginas, a las firmas más destacadas de la literatura y opinión nacionales. Para desaparecer al año siguiente, suprimida la sección de forma drástica.
Mientras tanto, aunque las apariciones de Jorge en la prensa periódica se han ido espaciando, no así sus libros, editados en pequeñas tiradas en editoriales mínimas. O en grandes grupos de distribución y lectura más populares. En 1988 había publicado un opúsculo, La tauromaquia de Antoñete, en donde, en tono lírico y admirativo, vertía su fascinación por el toreo del maestro de Ventas. Fascinación que se repartía a partes iguales entre ese toreo clásico, de pocos aficionados, y su postura en la vida, también clásica – a su manera – y para unos pocos, igualmente. Lejos de un creciente descubrimiento de Chenel, en sus últimas temporadas, Jorge evocaba aquellos años en que toreó dos, una o ninguna corrida. Para “un puñadito de pocos incondicionales”.
Después llegaron los libros – manuales del toreo. La historia del toreo, El toro de lidia, La lidia o el Diccionario de términos taurinos. En ellos, a despecho de su intención divulgativa, no podía evitar Laverón el incluir alguna de sus opiniones, personales y tajantes. Y sólo para aficionados.
Así, nos enterábamos que su santa preferida era Santa Coloma – hoy día un poco venida a menos. Que El Inclusero había toreado como muy pocos. Que José Luís Ramos era el mejor torero de Salamanca, después de El Viti. Que Paco Ceballos había sido uno de los mejores, y más efímeros, diestros de Málaga. O que la cuna del toreo, como todo el mundo reconoció después, era Albacete, la que más diestros y mejores había dado a la historia. A despecho de su manchega ubicación. (Unas páginas adelante, Jorge nos contaba que la auténtica dinastía del toreo clásico era la de los Amador- Cortés. Y, al poco tiempo nos hizo seguir a Manolo Amador y a Manuel de Paz donde torearan. Que no era en muchos lugares, la verdad).
O ese libro colectivo e inclasificable que fue A los toros. En él, prologado por Joaquín Vidal, se hablaba de cosos romanos y rituales paganos; de ganaderías desaparecidas y de tradiciones del campo. Y Jorge habló de sus toreros: los que duraron un cuarto de hora y tuvieron una tarde de gloria en esto. Pero que él recordó siempre.
De Eugenio, el peluquero de la calle Echegaray, ni siquiera recordaba haberlo visto – entre otras cosas, porque nadie lo vio. Pero ello no fue obstáculo para afirmar que toreaba con más arte que Curro Romero y Rafael de Paula juntos. Y con algo menos de arrojo, la verdad sea dicha.
Jorge Laverón es del Atlético, conocedor de la buena literatura, especialista en historia americana, lector de Ignacio Aldecoa, excelente poeta y entusiasta del boxeo. Y amigo de Manuel Alcántara, el mejor escritor malagueño, como él, que han dado los últimos siglos.
En estos últimos años, a despecho de sus crónicas escritas, la mejor crónica era la de después de la corrida: arbitraria y exacta. Sólo la arbitrariedad nos da la exactitud. Y la erudición. A Jorge le rodeaban algunos aficionados, después de la lidia, para saber su opinión sobre la corrida.
- Jorge, qué bien ha estado Morenito, ¿verdad?
- Ha estado fatal. Todavía está dando mantazos.
Al día siguiente le preguntábamos:
- ¿Qué tal estuvo Morenito ayer?
- Muy bien. Toreó de verdad.
Saltaba uno.
- No decías eso ayer.
- Ni hoy. Vosotros no sabéis nada de toros y no podéis entenderlo.
Los aficionados se callan. Por la tarde, vuelven a preguntar.
- Jorge, ¿de quién fueron las últimas corridas de Sánchez Bejarano en Madrid?
- De Luciano Cobaleda y Charco Blanco. Como las primeras.
- ¿Fue un torero clásico, verdad?
- Clásico y bueno. En Las Ventas cortó diez orejas.
- Con ese ganado.
- Con ése. Lo de Charco Blanco es lo que era de Enriqueta de la Cova.
- Para disfrutar.
- Para triunfar, sí.
Así pasan las cosas. Así seguimos aprendiendo.
Jorge pasea por la plaza de Santa Ana.
- Jorge, hay una novillada mañana en Villa del Prado.
- ¿Quién torea?
- Uno que me han hablado muy bien. De Sotillo.
- Bueno, pues vamos.
Y nos vamos a Villa del Prado.
Alguien le ha propuesto que escriba sobre sus toreros. Los del cuarto de hora. En eso estamos. Algún día el libro saldrá. Mientras tanto, a Jorge le gustan los buenos toreros, por supuesto. El Juli es una figura, Fundi también. Joselito fue la figura, dos o tres temporadas. César Rincón otras tantas. Caminista antes, ahora confiesa que cada vez es más de El Viti.
En sus tiempos fue de la andanada del 8. Iban a silbarle al Cordobés. Y a reverenciar a Antonio Bienvenida. Ahora ese mundo ha desaparecido.
- ¿Quién os gustaba entonces, Jorge?
- El que toreaba más clásico era Rafael Ortega. Pero yo siempre fui de Antoñete.
- ¿Y a los demás?
- A los demás primero Bienvenida. Después nadie. Después, El Viti… Pero yo creo en el fondo el que siempre les gustó fue Curro Romero. Lo que pasa es que no se atrevían a decirlo.
- Ya.
- Y Curro Vázquez. Ese es el que mejor ha toreado.
- Vale.
Una tarde de San Isidro alguien propuso ir a un festival en El Barraco. El cartel de Madrid era el mismo de siempre. Nos fuimos a El Barraco, al lado del Puerto de Somosierra.
Esa tarde nevó en la sierra. En la plaza, entre el viento y la cellisca, toreaban los hermanos Mora y los primos Cancela. Un festival de Albaserrada, por cierto. Sólo estábamos nosotros en la tarde invernal. Nos brindaron todos los toros.
- Como os conocen los toreros, ¿no? – preguntó una amiga, que venía con nosotros.
- No es que nos conozcan, niña. Es que no hay nadie más – contestó, entre tiritonas, Jorge.
Así se pasan las temporadas. En El Barraco nevó y la plaza estaba vacía. En Madrid no hubo nada.
Mientras tanto Jorge pasea. De la Plaza de Santa Ana a la plaza de las Cortes. Para el poeta y ganadero Fernando Villalón el mundo se dividía en dos: Cádiz y Sevilla. Pues eso. El mundo se divide en dos: Echegaray arriba o Echegaray abajo. El resto es silencio. Cruzar la Carrera de San Jerónimo es una aventura. Cruzar la Gran Vía, impensable.
- ¿Cómo ves la temporada, Jorge?
- Bien. Hay un novillero francés, Tomasito, que va a acabar con esto.
- Si tú lo dices.
Seguimos paseando. El domingo hay una novillada en Las Ventas. Dos manchegos y un colombiano que promete.
- Qué harán los ingleses el domingo por la tarde… - se interroga Jorge, en medio de la plaza.
Qué harán, nos quedamos pensando.




(Publicado por Vicente Llorca en camposyruedos2.blogspot.com)

sábado, 27 de junio de 2009

¿TAQUILLEROS O CROUPIERS?

J. R. M.

El finado Rey del Pop, Michael Jackson, vende más de un millón de entradas para su gira, cientos de fans aguardan colas, se hacen ventas por internet, hay seguidores registrados en la web del artista para poder conseguirlas...

El Pasmo de Galapagar, José Tomás, vende las entradas para su corrida “benéfica” de Barcelona... ¡en cincuenta minutos! No precisa de colas ni de usuarios registrados en web alguna ni de venta por internet.

¿Puede creer alguien que alguna vez haya ido a una corrida de toros comprando la entrada que se puede despachar el billetaje íntegro en cincuenta minutos? De esto nos podrían hablar, sin duda, todos los que el domingo pasado (el domingo de Curro Díaz) se perdieron el primer toro en Las Ventas a causa de la taquilla, con aforo de un cuarto de entrada. Para que pudiera ser verosímil lo que dice el “agit-prop” tomatero, afirma el aficionado L., deberían informar de que los taquilleros habían sido sustituidos por croupiers.

EL ÁRBOL DE LA NOCHE TRISTE


LA ÁGUILA MEXICANA


BLANCO & AGUIRRE



El ex presidente de Madrid, el cántabro Joaquín Leguina, hermano mayor de la cofradía de Gallardón, reclama formalmente una explicación por la “especie de enamoramiento político” existente entre el ministro de Fomento, Pepe Blanco, y la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre. A Leguina hay que oírlo cantar por Jorge Sepúlveda: “Santander, eres novia del mar / Que se inclina a tus pies / Y sus besos te da.” ¡Blanco y Aguirre! Salmonetes, es cierto, ya no nos quedan, pero tenemos una seguidilla de José-Miguel Ullán que nos apunta una pista política: “Dama de yerro: / confundió cagalera / con verso suelto.” Mas, para la pista amorosa, ¿ha probado Leguina a escuchar Strangers in The Night en el karaoke de Barry Manilow? Blanco comparte sex-appeal con Manilow, el risueño donante de Obama, que hoy, 27 de Junio, cumple 66 años plenos de optimismo... antropológico. Dulce vida: aventuras rumbo al paraíso, se titula su autobiografía. Está en la mesilla de noche de Zapatero.

viernes, 26 de junio de 2009

LA NOCHE TRISTE




Cómo acordamos de nos ir huyendo de México,

y lo que sobre ello se hizo

30 de Junio de 1520






Bernal Díaz del Castillo


Como vimos que cada día iban menguando nuestras fuerzas, y las de los mexicanos crecían, y veíamos muchos de los nuestros muertos, y todos los más heridos; e que aunque peleábamos muy como varones, no los podíamos hacer retirar ni que se apartasen los muchos escuadrones que de día y de noche nos daban guerra, y la pólvora apocada, y la comida y agua por el consiguiente, y el gran Montezuma muerto, las paces que les enviamos a demandar no las quisieron aceptar; en fin, veíamos nuestras muertes a los ojos, y las puentes que estaban alzadas; y fue acordado por Cortés y por todos nuestros capitanes y soldados que de noche nos fuésemos, cuando viésemos que los escuadrones guerreros estuviesen más descuidados; y para más les descuidar, aquella tarde les enviamos a decir con un papa de los que estaban presos, que era muy principal entre ellos, y con otros prisioneros, que nos dejen ir en paz de ahí a ocho días, y que les daríamos todo el oro; y esto por descuidarlos y salirnos aquella noche. Y demás desto, estaba con nosotros un soldado que se decía Botello, al parecer muy hombre de bien y latino, y había estado en Roma, y decían que era nigromántico, otros decían que tenía “familiar”, algunos le llamaban astrólogo; y este Botello había dicho cuatro días había que hallaba por sus suertes y astrologías que si aquella noche que venía no salíamos de México, y si más aguardábamos, que ningún soldado podría salir con la vida; y aun había dicho otras veces que Cortés había de tener muchos trabajos y había de ser desposeído de su ser y honra, y que después había de volver a ser gran señor y de mucha renta; y decía muchas cosas deste arte. Dejemos al Botello, que después tornaré a hablar en él, y diré cómo se dio luego orden que se hiciese de maderos y tablas muy recias una puente que llevásemos para poner en las puentes que tenían quebradas; y para ponerla y llevarla, y guardar el paso hasta que pasase todo el fardaje y los de a caballo y todo nuestro ejército, señalaron y mandaron a cuatrocientos indios tlascaltecas y ciento y cincuenta soldados; y para que fuesen en la delantera peleando señalaron a Gonzalo de Sandoval y a Francisco de Saucedo, el pulido, y a Francisco de Lugo y a Diego de Ordás e Andrés de Tapia; y todos estos capitanes, y otros ocho o nueve de los de Narváez, que aquí no nombro, y con ellos, para que les ayudasen, cien soldados mancebos sueltos; y para que fuesen entre medias del fardaje y naborías y prisioneros, y acudiesen a la parte que más conviniese de pelear, señalaron al mismo Cortés y a Alonso de Ávila, y a Cristóbal de Olí e a Bernardino Vázquez de Tapia, y a otros capitanes de los nuestros, que no me acuerdo ya sus nombres, con otros cincuenta soldados; y para la retaguardia señalaron a Juan Velásquez de León y a Pedro de Albarado, con otros muchos de a caballo y más de cien soldados, y todos los más de los de Narváez; y para que llevasen a cargo los prisioneros y a doña Marina y a doña Luisa señalaron trescientos tlascaltecas y treinta soldados. Pues hecho este concierto, ya era noche, y para sacar el oro y llevarlo y repartirlo, mandó Cortés a su camarero, que se decía Cristóbal de Guzmán, y a otros sus criados, que todo el oro y plata y joyas lo sacasen de su aposento a la sala con muchos indios de Tlascala, y mandó a los oficiales del rey, que eran en aquel tiempo Alonso de Ávila y Gonzalo Mejía, que pusiesen en cobro todo el oro de su majestad, y para que lo llevasen les dio siete caballos heridos y cojos y una yegua, y muchos indios tlascaltecas, que, según dijeron, fueron más de ochenta, y cargaron dello lo que más pudieron llevar, que estaba hecho todo lo más dello en barras muy anchas y grandes, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y quedaba mucho más oro en la sala hecho montones. Entonces Cortés llamó a su secretario, que se decía Pedro Hernández, y a otros escribanos del rey, y dijo: “Dadme por testimonio que no puedo más hacer sobre guardar este oro. Aquí tenemos en esta casa y sala sobre setecientos mil pesos por todo, y veis que no lo podemos pasar ni poner cobro más de lo puesto; los soldados que quisieren sacar dello, desde aquí se lo doy, como se ha de quedar aquí perdido entre estos perros”; y desque aquello oyeron, muchos soldados de los de Narváez y aun algunos de los nuestros cargaron dello. Yo digo que nunca tuve codicia del oro, sino procurar salvar la vida (porque la teníamos en gran peligro); mas no dejé de apañar de una petaquilla que allí estaba cuatro chalchihuites, que son piedras muy preciadas entre los indios, que de presto me eché entre los pechos entre las armas; y aun entonces Cortés mandó tomar la petaquilla con los chalchihuites que quedaban, para que la guardase su mayordomo; y aun los cuatro chalchihuites que yo tomé, si no me los hubiera echado entre los pechos, me los demandara Cortés; los cuales me fueron muy buenos para curar mis heridas y comer del valor dellos. Volvamos a nuestro cuento: que desque supimos el concierto que Cortés había hecho de la manera que habíamos de salir y llevar la madera para las puentes, y como hacía algo escuro, que había neblina e llovizna, y era antes de medianoche, comenzaron a traer la madera e puente, y ponerla en el lugar que había de estar, y a caminar el fardaje y artillería y muchos de a caballo, y los indios tlascaltecas con el oro; y después que se puso en la puente, y pasaron todos así como venían, y pasó Sandoval e muchos de a caballo, también pasó Cortés con sus compañeros de a caballo tras de los primeros, y otros muchos soldados. Y estando en esto, suenan las cornetas y gritas y silbos de los mexicanos, y decían en su lengua: “Taltelulco, Taltelulco, salid presto con vuestras canoas, que se van los teules; atajadlos en las puentes”; y cuando no me cato, vimos tantos escuadrones de guerreros sobre nosotros, y toda la laguna cuajada de canoas, que no nos podíamos valer, y muchos de nuestros soldados ya habían pasado. Y estando desta manera, carga tanta multitud de mexicanos a quitar la puente y a herir y matar a los nuestros, que no se daban a manos unos a otros; y como la desdicha es mala, y en tales tiempos ocurre un mal sobre otro, como llovía, resbalaron dos caballos y se espantaron, y caen en la laguna, y la puente caída y quitada; y carga tanto guerrero mexicano para acabarla de quitar, que por bien que peleábamos y matábamos muchos dellos, no se pudo aprovechar della. Por manera que aquel paso y abertura de agua presto se hinchó de caballos muertos y de los caballeros cuyos eran (que no podían nadar, y mataban muchos dellos) y de los indios tlascaltecas e indias y naborías, y fardaje y petacas y artillería; y de los muchos que se ahogaban, ellos y los caballos, y de otros muchos soldados que allí en el agua mataban y metían en las canoas, que era muy gran lástima de lo ver y oír, pues la grita y lloros y lástimas que decían demandando socorro: “Ayúdame, que me ahogo”; otros, “Socorredme, que me matan”; otros demandando ayuda a nuestra señora Santa María y al señor Santiago; otros demandaban ayuda para subir a la puente, y estos eran ya que escapaban nadando, y asidos a muertos y a petacas para subir, adonde estaba la puente; y algunos que habían subido, y pensaban que estaban libres de aquel peligro, había en las calzadas grandes escuadrones guerreros que los apañaban e amorrinaban con unas macanas, y otros que les flechaban y alanceaban. Pues quizá había algún concierto en la salida, como lo habíamos concertado, ¡maldito aquel!, porque Cortés y los capitanes y soldados que pasaron primero a caballo, por salvar sus vidas y llegar a tierra firme, aguijaron por las puentes y calzadas adelante, y no aguardaron unos a otros; y no lo erraron, porque los de a caballo no podían pelear en las calzadas; porque yendo por la calzada, ya que arremetían a los escuadrones mexicanos, echábanseles al agua, y de la una parte la laguna y de la otra azoteas, y por tierra les tiraban tanta flecha y vara y piedra, y con lanzas muy largas que habían hecho de las espadas que nos tomaron, como partesanas, mataban los caballos con ellas; y si arremetía alguno de a caballo y mataba algún indio, luego le mataban el caballo; y así, no se atrevían a correr por la calzada. Pues vista cosa es que no podían pelear en el agua; y puestos sin escopetas ni ballestas y de noche, ¿qué podíamos hacer sino lo que hacíamos? Que era que arremetiésemos treinta y cuarenta soldados que nos juntábamos, y dar algunas cuchilladas a los que nos venían a echar mano, y andar y pasar adelante, hasta salir de las calzadas; porque si aguardáramos los unos a los otros, no saliéramos ninguno con la vida, y si fuera de día, peor fuera; y aun los que escapamos fue que nuestro señor Dios fue servido darnos esfuerzos para ello; y para quien no lo vio aquella noche la multitud de guerreros que sobre nosotros estaban, y las canoas que de los nuestros arrebataban y llevaban a sacrificar, era cosa de espanto. Pues yendo que íbamos cincuenta soldados de los de Cortés y algunos de Narváez por nuestra calzada adelante, de cuando en cuando salían escuadrones mexicanos a nos echar las manos.










Acuérdome que nos decían: “¡Oh, oh, oh, cuilones!”, que quiere decir: Oh putos, ¿aún aquí quedáis vivos, que no os han muerto los tiacahuanes? Y como les acudimos con cuchilladas y estocadas, pasamos adelante; e yendo por la calzada cerca de tierra firme, cabe el pueblo de Tacuba, donde ya había llegado Gonzalo de Sandoval y Cristóbal de Olí y Francisco de Saucedo “el pulido”, y Gonzalo Domínguez, y Lares, y otros muchos de a caballo, y soldados de los que pasaron adelante antes que desamparasen la puente, según y de la manera que dicho tengo; e ya que llegábamos cerca oíamos voces que daba Cristóbal de Olí y Gonzalo de Sandoval y Francisco de Morla, y decían a Cortés, que iba delante de todos: “Aguardad, señor capitán; que dicen estos soldados que vamos huyendo, y los dejamos morir en las puentes y calzadas a todos los que quedan atrás; tornémoslos a amparar y recoger; porque vienen algunos soldados muy heridos y dicen que los demás quedan todos muertos, y no salen ni vienen ningunos.” Y la respuesta que dio Cortés, que los que habíamos salido de las calzadas era milagro; que si a las puentes volviesen, pocos escaparían con las vidas, ellos y los caballos; y todavía volvió el mismo Cortés y Cristóbal de Olí, y Alonso de Ávila y Gonzalo de Sandoval, y Francisco de Morla y Gonzalo Domínguez, con otros seis o siete de a caballo, y algunos soldados que no estaban heridos; mas no fueron mucho trecho, porque luego encontraron con Pedro de Alvarado bien herido, con una lanza en la mano, a pie, que la yegua alazana ya se la había muerto, y traía consigo siete soldados, los tres de los nuestros y los cuatro de Narváez, también muy heridos, y ocho tlscaltecas, todos corriendo sangre de muchas heridas; y entre tanto volvió Cortés por la calzada con los capitanes y soldados que dicho tengo, reparamos en los patios junto a Tacuba, y ya habían venido a México, como está cerca, dando voces, y a dar mandado a Tacuba y a Escapuzalco y a Tenayuca para que nos saliesen al encuentro. Por manera que nos comenzaron a tirar vara y piedra y flecha, y con sus lanzas grandes, engastonadas en ellas de nuestras espadas que nos tomaron en este desbarate; y hacíamos algunas arremetidas, en que nos defendíamos dellos y les ofendíamos (...) Digamos ahora, ¿qué es de muchos tlscaltecas que iban cargados de barras de oro, y otros que nos ayudaban? Pues al astrólogo Botello no le aprovechó su astrología, que también allí murió con su caballo. Pasemos adelante y diré como se hallaron en una petaca deste Botello, después que estuvimos en salvo, unos papeles como libro, con cifras y rayas y apuntamientos y señales, que decía en ellas: ¿Si me he de morir aquí en esta triste guerra en poder de estos perros indios? Y decía en otras rayas y cifras más adelante: No morirás. Y tornaba a decir en otras cifras y rayas y apuntamientos: Sí morirás. Y respondía la otra raya: No morirás. Y decía en otra parte: Si me han de matar también mi caballo. Decía adelante: Sí matarán. Y de esta manera tenía otras como cifras y a manera de suertes que hablaban unas letras contra otras en aquellos papeles, que era como libro chico. Y también se halló en la petaca una natura como de hombre, de obra de un jeme hecha de baldres, ni más ni menos, al parecer, de natura de hombre, y tenía dentro como una borra de lana de tundidor.”



Del Capítulo CXXVIII

De la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,

el más hermoso español jamás escrito.

Bernal Díaz del Castillo



miércoles, 24 de junio de 2009

A HORACIO VÁZQUEZ-RIAL









(Peter Sloterdijk, que nunca obtendrá el Príncipe de Asturias para el que vanamente cada año un anónimo Tántalo lo nomina, arranca su famosa conferencia en el castillo bávaro de Elmau, Normas para el parque humano, con una cita del poeta Jean Paul, el del tremendo Discurso de Cristo muerto: los libros son voluminosas cartas para los amigos.

He aquí, para Sloterdijk, la esencia y función del humanismo: humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en el medio del lenguaje escrito.

Algo hay de eso.

Mi agradecimiento a Horacio Vázquez-Rial, el de la firme finura, que en
Libertad Digital publica un generoso artículo, La gente a la que leo, que me apresuro a enmendar en lo que me toca: mientras junio, ya marchito, sigue jugando en el aire, donde Horacio pone mi nombre, yo pongo el suyo con la intención de un gran abrazo.)









LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
La gente a la que leo
Por Horacio Vázquez-Rial



Uno no sobreviviría a la prensa sin los columnistas: la información pelada no es información, y sólo cobra una cierta forma cuando se recibe algún comentario sobre ella. Aunque la gran mayoría de los que escriben en los periódicos suelen hacerlo en consonancia con el medio que los aloja: no porque nadie les obligue, sino porque son así.

Hay un mito persistente en ese sentido acerca del periodista que escribe al dictado. Cuarenta años de experiencia me permiten afirmar que son muy pocos los que escriben lo que no piensan.

Ahora bien: dentro de esa resina ideológica que segregan los diarios a modo de complemento de las noticias, a modo de tutor para que nadie pretenda interpretar lo comunicado a su propio modo, hay de todo. No voy a dedicar una línea a los que hacen labor negativa, ni siquiera por dar un ejemplo, porque todo el mundo sabe que, si quiere leer a un antisemita, lo conoce con nombre y apellido; o a un nacionalista periférico; o a un antiamericano. Pero se sabe menos de los otros. De aquellos cuya lectura es casi siempre esclarecedora, inteligente y personal, factor que determina que se muevan con facilidad de un medio a otro. Quiero enumerarlos sin orden jerárquico alguno, aunque voy a empezar por quien más ha cambiado de periódico en los últimos tiempos: Gabriel Albiac.

Los artículos de Albiac siempre me conmueven, incluso cuando no estoy de acuerdo con él. Pero no me conmueven porque el hombre sea un sentimental, sino por la enorme inteligencia que invariablemente encuentro en él. ¡Es un bien tan escaso! Jon Juaristi, aunque a veces sobrecargado de trabajo –ahora le ha tocado la Dirección de Universidades de la Comunidad de Madrid–, y escribiendo a la vez libros que no puede uno eludir si quiere entender algo de este país y del mundo, todas sus columnas son de agradecer por su excentricidad, empleada la palabra sin intención peyorativa: al contrario, Juaristi no mira desde un centro constante, es sensible a los cambios de la realidad y nos propone desplazamientos para considerarla: yo creo que, aunque en el camino del ensayo y hasta de la novela (magnífico siempre), nunca ha dejado ni dejará de ser un extraordinario poeta.

A Ángela Vallvey la conocí como novelista muy joven, la he seguido en la literatura y ahora disfruto como un loco de sus columnas, sobre todo porque, amén de sabiduría, tiene un maravilloso sentido del humor. Me gustaría verla en más papeles, pero es excesivamente incorrecta, como todos los de esta breve lista, y nadie quiere gente así.

José María Marco es uno de los poquísimos maestros que nos quedan, alguien a quien acudir en busca de señales reveladoras. Nadie tiene su capacidad para relacionar las enseñanzas de la historia con el presente, de hacer eso que dicen que hay que hacer con la historia pero nadie hace: ponerla como experiencia al servicio de la explicación de las cosas de hoy. Rara una columna suya en la que no aprenda algo.

De Arturo Pérez Reverte poco puedo aportar: todos sabemos quién es y hasta hay un número crecido de gente que sabe cómo es –o cree saberlo–: dudo de que haya alguien que esté leyendo ahora estas líneas que no haya leído al menos una de sus novelas. Pero léanle los fines de semana: es un hombre que dice lo que piensa, y si a veces se equivoca en algo, sabe rectificar. Excederse se excede siempre, felizmente, porque es un tipo excesivo y eso lo hace grande.

Aunque se prodiga poco –terceras de ABC– y su estilo algunos lo perciben oscuro –es, decir, de verdad, con un estilo propio–, Benigno Pendás tiene un poco de mago develador de porvenires y de anversos del presente. Sus análisis políticos merecen atención: se equivoca muy poco.

Hay muchas maneras de aprender español. La menos recomendable es a través de la prensa, pero, desaparecido Campmany, queda un maestro: Ignacio Ruiz Quintano. Cultísimo, singular, para muchos irritante, para otros esclarecedor, hable de lo que hable, desde la política hasta los toros, lo hace en la mejor lengua posible. Pero no sólo por eso hay que leerlo, sino porque es como el tábano puesto sobre Madrid para picarla y mantenerla despierta.

Serafín Fanjul, que también se prodiga menos de lo que sería deseable, es un sabio tanto en el sentido académico del término como en el personal. A veces, los que saben mucho se alejan del sentido común. Fanjul es un revolucionario del sentido común. Y una excepción en el mundo del arabismo, en el que la alianza de civilizaciones y otros chiringuitos ideológicos de la corrección y el multiculturalismo dan de vivir muy bien a unos cuantos.

Seguro que se me quedan más nombres en el vientre del ordenador, porque tintero no uso, incluso algún amigo. Pero éstos son los que más me gustan, los que me hacen mejor la vida, las cabezas que funcionan para nosotros y a las que deberíamos atender.

Lo digo desde una edad en que lo que prima en la vida, para desgracia de algunos autores y felicidad de otros, es la relectura. Y desde una época en la que se escribe demasiado y demasiado mal.

¿INDULTO O CLEMENCIA?








J. R. M.


Desde burladero.com, el cronista Carlos Crespo nos informa de que
Enrique Ponce ha indultado un toro en la plaza de Alicante, y para que no todo sean vanas alegrías, apunta acertadamente que "Comendador - de Juan Pedro Domecq- volverá al campo a pesar de no haber cumplido con los requisitos mínimos para ser merecedor de este premio. La Fiesta no se dignifica con indultos a tutiplén, sino con la bravura, la casta, la fuerza y la emoción. Cualidades que por desgracia no tuvo el juanpedro. Clase en su embestida, sí, pero son cosas muy diferentes. Porque el indulto tiene que ser algo especial y mágico.
Cuando se desvirtúa, carece de importancia”.
¿Qué aficionado no suscribiría esto?
Volamos entonces a los periódicos.

Nos informa Luis Falcón en Salamanca 24 horas de que “Granada ha vivido la apoteosis de su Feria del Corpus en una gran tarde donde Daniel Luque ha indultado un bravo sexto toro de Núñez del Cuvillo”. Luego se deshace en elogios a José Tomás y no vuelve a ocuparse del indultado.

En Diario de Sevilla, Ángel Saa explica que el toro Idílico de Núñez del Cuvillo indultado por José Tomás en Barcelona fue "un gran toro de Núñez del Cuvillo, de nombre Idílico, premiado con los honores del indulto […] Un toro que demostró extraordinaria bravura en el caballo con dos varas en las que empujó con fuerza y fijeza […] En la muleta fue la locura, con el toro a más, tomando los engaños por abajo y abriéndose al final de cada muletazo".

Para poner un contrapunto sobre el afamado Idílico, Barquerito afirma en Diario de Navarra: “El quinto […] vino a ser versión en carne viva del toro de peluche. Con 550 kilos y sus dos pitones. Al relance lo picaron lo imprescindible. En banderillas ya se vino como el carretón. Parecía hecho de encargo […] pastueñas las embestidas […]. El toro se abría lo justo como para dejar estar a placer. En los medios, por cierto. Al soltarse, el toro meneaba el rabo como el perro feliz de tener dueño […] Y entonces se extendió la idea del indulto. '¡Indulto, indulto, indulto...!' De este juego salió el toro vivo […]”

Sobre el indulto a Lanero, de Garcigrande, por Javier Conde, ABC informa de que “la cima de la tarde llegó con el bravo cuarto, un animal que fue sin dudarlo al caballo y empujó bajo el peto y que en el muleta embistió con alegría, repitió a la distancia y permitió a Conde desplegar lo mejor de su tauromaquia”.

Un ejemplo más: Julián López indulta al toro Cafetero de Jandilla. Lo relata Juan Ángel en el diario Hoy: “El momento álgido (sic) de la corrida sucedió en el cuarto toro […] Toro bien presentado, enmorrillado y que remató en los burladeros. Tomó el capote con celo pero con las manos por delante […] Solamente señalaron al toro en el caballo, a la salida del cual escarbó antes del quite de Julián […]Volvió a escarbar antes del inicio de faena, que fue con seis pases por alto y sin enmendarse […] Repetía incansable el toro por ambos pitones pero mejor por el derecho. El Juli lo citaba largo, lo embebía en la muleta y lo llevaba muy lejos, en muletazos excelentes. Firme y asentado el torero, hizo toda la faena en dos metros cuadrados al noble toro que volvió a escarbar. Faena completa y muy dilatada, hasta que el personal comenzó a pedir el indulto […]” Basten los ejemplos.

¿Alguien puede explicar por qué es a Enrique Ponce al que le cumple arrastrar el mérito de indultar a un toro que no cumplió con los requisitos mínimos para ser merecedor de este premio? ¿Es que el anónimo toro de Granada o el simpático Idílico o el bondadoso Lanero o el dispuesto Cafetero cumplían los requisitos mínimos? ¿Tan distinto sería el animalucho al que Ponce indultó de los otros desgraciados que hemos traído a colación?

¿Qué negro sino persigue a Enrique Ponce para que sea siempre perseguido con tanta saña en todos los frentes? ¿Será señalado siempre como culpable, sólamente por ser tan gran torero a despecho de todo y de todos?






(En la imagen, el toro Bastonito, de imborrable memoria, frente a "su" cartel
en los corrales de El Batán)

RODRÍGUEZ Y LOS ESCLAVOS



Con motivo de las declaraciones de Rodríguez en Togo al aire de su vuelo y al hilo de la esclavitud, he aquí una somera descripción de los negros guineos contenida en NATURALEZA, POLICÍA SAGRADA I PROFANA, COSTUMBRES I RITOS, DISCIPLINA I CATECHISMO EVANGÉLICO DE TODOS ETÍOPES POR EL P. ALONSO DE SANDOVAL, NATURAL DE TOLEDO, DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, DIRECTOR DEL COLLEGIO DE CARTAGENA DE LAS INDIAS, editado en Sevilla Aº MDCXXVII








RODRÍGUEZ EN TOGO


Si esto lo hubiera sabido Rodríguez, no hubiera expuesto su vida de forma tan temeraria:

“El profesor Eliu Thomson, sabio norteamericano muy conocido, desde hace tiempo se dedica a fundir cuarzo en horno eléctrico, con el fin de obtener cuarzo perfectamente transparente y sin burbujas, para poder construir un objetivo de anteojo astronómico de grandes dimensiones.

”El pasado verano, el sabio experimentador comprobó un fenómeno muy curioso. Cuando el horno trabajaba a plena carga, zumbaba a frecuencia de sesenta períodos. Atraídos los mosquitos que abundaban en las cercanías del laboratorio por el zumbido que confundían con el reclamo de las hembras, todos los machos se precipitaban hacia el horno, y perecían carbonizados en él; los obreros que trabajaban en la sala del horno no eran molestados lo más mínimo, pues es sabido que los mosquitos hembras no pican.

”El profesor indica la posibilidad de destruir así los mosquitos. Atrayendo a los machos por medio de una llamada artificial, se les podría destruir en masa. Las hembras quedarían solas y la especie cesaría de multiplicarse tan rápidamente.”

(Publicado en Ondas, órgano oficial de Unión Radio, el 15 de Octubre de 1932)


El genial Fernando Villalón, de cuya vida y milagros sabemos por la maravillosa biografía de su primo Manuel Halcón, propuso “capar a los machos” para acabar con la plaga de langosta que asolaba el campo andaluz. Pero... ¿en qué ley venía eso?



A este propósito, escribe Wenceslao Fernández Flórez:

“Somos grandes elaboradores de leyes. Puede decirse que la ley es una secreción natural y abundante del alma española. Producimos leyes con extraordinaria facilidad; leyes acertadas, muchas veces repletas de asombrosa sabiduría. Repasando nuestra legislación, parece absolutamente imposible que la injusticia y la incomodidad puedan existir entre nosotros. Pero, en extraña compensación, no atinamos después a plicarlas debidamente.

”El paradigma más afortunado de esta peculiaridad española puede ofrecerse recordando lo que, durante nuestra dominación, ocurrió en la isla de Cuba con la fiebre amarilla.

”La fiebre amarilla costaba numerosas existencias. Condolidos, los Gobiernos de la metrópoli se preocuparon del grave problema para buscarle atenuación. Hombres especializados concurrieron con el presente de su ciencia médica; otros hombres ilustres adaptaron aquellas aportaciones al molde legislativo. Nació una ley magnífica. Se publicó en la “Gaceta”. Esperamos.

”La fiebre amarilla continuó matando gente.

”Se volvió a meditar; se escribieron interesantes disposiciones complementarias...

”La fiebre amarilla no cedió.

”Más disposiciones.

”Más fiebre.

”Nadie se explicaba aquello. Los sabios juraban que aquí y acullá, en países donde se habían adoptado anteriormente aquellas mismas precauciones –y aun algunas menos– la fiebre había acabado por desaparecer. Se enviaron Comisiones, que cobraban unas dietas fantásticas, para que informasen de si realmente la fiebre amarilla de Cuba era de otra especie que la fiebre amarilla del resto del mundo, y volvieron diciendo que se parecía tanto como una pulmonía a otra pulmonía, y que no había ninguna razón para que no cediese ante las medidas científicas adoptadas.

”Sí; las habían leído. Y habían elogiado al Gobierno español.

”La gente, mientras tanto, continuaba muriendo.

”No había más que una explicación: la de que aquellos malos patriotas, imbuidos ya de ideas separatistas, se dejaban atacar por la fiebre amarilla para desprestigiarnos. Contra esto nada se podía hacer. No obstante, disparamos contra el mosquito portador de gérmenes nuevos decretos tan excelentes, que causaron el asombro de dos o tres Congresos científicos, y fueron elogiados en numerosas revistas médicas.

”La fiebre tuvo un recrudecimiento.

”Se veía bien claramente que la resistencia del mosquito tenía todos los caracteres de la insurgencia, y llegó un tiempo en que algunos periodistas llegaron a insinuar debidamente la idea de que, sin duda, o los mosquitos no leían la “Gaceta”, o estaban en franca rebeldía contra el Gobierno de la metrópoli. Esta atrevida teoría no llegó a tener estado oficial, porque, naturalmente, publicada una ley, es imposible pensar que no tenga eficacia porque se oponga a ella un mosquito o un millón de millones de mosquitos. La ley es la ley, y desde que aparece en la “Gaceta” comienza a surtir sus favorables efectos. Así como basta arrojar un saco de “polvos de gas” en un río para que las truchas se atonten y se dejen coger, así basta publicar una ley con letra bien clara para que todo el mundo comience a sentir sus efectos.

”Y seguimos lanzando leyes –como quien tira bolitas de papel– a la cabeza de la fiebre amarilla. Y la fiebre amarilla, impasible.

”Hasta que llegaron los yanquis.

”Los yanquis no dictaron ninguna ley. Hicieron una cosa pequeñita, menuda, sin ciencia, sin capítulos, ni artículos, ni preámbulos.

”Sencillamente, mataron los mosquitos.

”Y así acabó la fiebre.

”Esto puede probar que el mundo carece de sensibilidad para las obras de la inteligencia. En verdad, parece mentira que la Naturaleza se resista a una colección de leyes magníficas votadas en un Congreso y se doblegue ante los efectos de un poco de petróleo esparcido en los charcos y en los terrenos pantanosos.

”Pero... así es, y no queda otro recurso que resignarse.”



(De La Constitución y su aplicación práctica, en ABC, 29 de Noviembre de 1931)

martes, 23 de junio de 2009

LUCES Y SOMBRAS



Torero desconocido practicando el salto de la garrocha y otro haciendo el quite.

Arlés, 4 de mayo de 1910

SÍNTESIS DE TODA LA CONDUCTA ECONÓMICA DE CATALUÑA

Wenceslao Fernández Flórez


El misterio –que nunca lo es– de la sesión secreta: el señor presidente puso un pequeño detalle en conocimiento de la Cámara. Durante el mes de agosto los señores diputados gastaron nueve mil pesetas del presupuesto del Congreso en hacer viajes en avión.

Entonces la Cámara expuso su opinión de que el gasto era un poco excesivo... Sí..., nueve mil pesetas...; francamente... Sin acrimonia –porque tampoco es ruinosa la cifra–, la Cámara imitó ese gesto de los padres que reprenden un dispendio del hijo.

El señor Lluhí pidió la palabra.

Bueno. Se habían gastado nueve mil pesetas. Y fueron los diputados catalanes los que originaron el dispendio. ¿A qué ocultarlo? Un catalán es un hombre trabajador, más trabajador que el resto de los españoles. Cuando termina su función en el Congreso, mil asuntos lo esperan ya en su tierra. Y se marcha volando, por el procedimiento más rápido, y vuelve volando también... Esto es plausible. El desembolso de nueve mil pesetas mensuales no es exagerado si se tiene en cuenta el provecho que se deduce de la intensa labor de estos señores.

Y el señor Lluhí añadió:

–Por otra parte, la suma es pequeñísima. Repartida entre los cuatrocientos y pico de diputados, toca tan sólo a veinte pesetas por cabeza.

La Cámara pensó:

–Pues es verdad.

Y ésta es, amigos, la síntesis de toda la conducta económica de Cataluña. La forma de la argumentación utilizada por el señor Lluhí es la forma típicamente catalana. Cuando hubo que favorecer su metalurgia, todos los españoles lo pagamos; cuando se vio obligada a conceder jornales más altos en sus fábricas textiles, impuso a las demás que los elevasen; cohibió el desarrollo de la industria que pudiera competir con la suya en cualquier otro lugar de la Península (¡0h, aquellos buenos y sabrosos tiempos en los que la Dictadura autorizó Comités que exterminaron –para provecho de Cataluña– las fábricas de tejidos de Galicia!); cuando le convino que el arancel se elevase, habló también del interés español. Y los españoles pagaban. Ahora, en un detalle pequeñito, se refleja ese antiguo y eficaz criterio: los diputados catalanes viajan en avión y reparten entre todos los demás el gasto.

Total, ¡bah!, veinte pesetas por cabeza.

¡Admirable espíritu catalán, el único, entre todos los demás, que tiene un sentido tan sutil, tan certero y agudo del comercio! ¡Qué pena si algún día se separase de esta España perezosa, torpe para las cuentas! ¿Dónde podría encontrar un cliente al que manejar con más fáciles recursos? Sería, en verdad, como una metrópoli que forcejease ella misma para desprenderse de sus colonias.

¡A veinte pesetas por cabeza!

Vosotros voláis, y los demás pagan a escote.

Ved ahí –sin ironía alguna– un auténtico “hecho diferencial”. Sois superiores.
(ABC, 23 de Noviembre de 1931)

lunes, 22 de junio de 2009

EL PEZ ESPADA DE SAIZ, EL ESPÍA








Tomado de la Historia Natural:

“La fuerza de los músculos del cuerpo humano es incalculable. Se cuenta de un turco que corría llevando encima seiscientas libras de peso. Milon de Crotona se llevó un buey que pesaba mil libras. Augusto II, Rey de Polonia, arrollaba con los dedos un plato de plata como si fuera un pedazo de papel, y con la misma facilidad partía una herradura de caballo. En las Transaciones Filosóficas Nº 310 se lee que un león dejó impresos sus dientes en un pedazo de hierro. En los peces con especialidad se ve la fuerza de los músculos animales. Una ballena camina con tanta velocidad en medio del agua, que si continuase siempre de una misma manera daría la vuelta al mundo en 15 días, y tenemos ejemplos de haber el pez espada penetrado más de una vez con su asta las gruesas tablas de encina de un navío. En el gabinete de historia natural de Madrid existe un tablón con el trozo del asta que un pez espada dejó clavado en él.”

(En El Semanario Instructivo. Cádiz, 8 de mayo de 1830)


domingo, 21 de junio de 2009

ELOGIO DE CURRO DÍAZ





José Ramón Márquez


La frase manida, atribuida al Pasmo de Triana, asegura que se torea como se es. Suponemos que eso significa que los buenos toreros torean como los buenos toreros, y los otros, no. Pero ahí faltan cosas: la naturalidad, la personalidad, la verdad. El domingo, 21, en Las Ventas, Curro Díaz explicó a medias, pero con nitidez, lo que es ser un torero, con su verdad, con su inspiración, con su miedo. Frente a la clara e imperfecta explicación de lesa torería que dictó en su segundo, nos vienen a la cabeza las imposturas con que nos tratan de adoctrinar. Crucemos de una vez las espadas entre la actitud forzada, la impostura jaleada como si fuese oro puro, la crispación y la tensión de Morante de la Puebla, y la levedad, la alegría, la profundidad de la antigua escuela sevillana, practicadas por un torero de Linares a quien le basta la filigrana de un adorno para recordarnos que este espectáculo es (y siempre debería ser) una fiesta.

viernes, 19 de junio de 2009

POBRE BALANCE DE UNA POBRE FERIA



José Ramón Márquez

Siento pecar de falta de originalidad, pero creo que lo obligado es hacer un repaso a la recién terminada feria y echar una mirada a las tendencias de la temporada. Intentaré hacer una especie de balance un poco distinto de lo que se suele hacer.

En primer lugar me gustaría hablar de los peones. Creo constatar en los últimos años una tendencia general a no hacer bien su trabajo. Bien porque en las actuales circunstancias de la vida se creen de igual categoría que su matador –cosa en la que a menudo no les falta razón- o bien porque el oficio lo tienen sólo hilvanado, el hecho es que los buenos peones de brega, los que con su trabajo ayudan a su matador y le son útiles, son la minoría, siendo muy baja la media de los normales. Entre los buenos me gusta citar a Boni –a quien este año he visto un poco sobreactuado, en aras a que le den todos los premios- y ese nuevo Domingo Navarro, eficaz y dispuesto al quite. En banderillas la cosa no va mucho mejor. A los penosos cuarteos de cada tarde se suma el hecho de que se haya perdido totalmente la antigua vergüenza a ‘tomar el olivo’, actitud censurable donde las haya en un torero, sea de plata o de oro. Actualmente se recurre a tan deplorable sistema de huida de forma constante y abusiva, y lo más chocante es que esos volatines de mal banderillero son a veces aplaudidos por el público que, al ser soberano, igual tiene razón. Por pura justicia de rehileteros de lujo deben ser citados Juan José Trujillo y Carlos Aranda.

En segundo lugar me gustaría hablar de la suerte de varas. Sé, porque lo he visto, que la suerte de varas puede ser un bello espectáculo, uno de los más plásticos que una corrida puede ofrecer. Conozco la forma en que se debe ejecutar tan gallarda suerte y las condiciones que debe tener el picador, de entre las cuales la principal es saber montar a caballo. Pues bien, en las veintisiete tardes de las ferias de San Isidro y del Aniversario (¿Aniversario de qué?) se puede decir que no se ha visto un solo puyazo en condiciones, ajustado a las reglas del arte, citando al toro, echando el palo por delante, sujetando a la fiera y dándole salida con majeza. Lo visto es, por el contrario, un espectáculo grotesco, absurdo, sucio, desagradable y degradado que está pidiendo a gritos su reforma para dar al toro alguna oportunidad. Si contabilizamos los picadores que han sido desmontados por el envite del toro, la manifiesta incapacidad para dominar a los caballos –malos jinetes-, los marronazos y lanzazos dados en cualquier parte del toro –hasta el rabo todo es toro- concluiremos que, como primera medida de profilaxis, al menos, se debería privar a los picadores del antiquísimo privilegio de vestir de oro, pues no lo merecen. No salvo a ninguno.

En tercer lugar tenemos a los matadores. Mi impresión es que no hay en la actualidad –con las salvedades que citaré- apenas matadores que me interesen. Me apena declarar esto, pero el toreo que veo tarde tras tarde se basa en ceder el terreno al toro, toreando hacia detrás o, como se decía antes, ‘destoreando’. Por un lado están los de las Escuelas, cortados por el mismo patrón, con esas faenas tan tediosamente iguales las unas de las otras y con esa falta de personalidad tan acusada. Por otro lado están los que imitan a los que triunfan. De estos hay dos grandes grupos: los imitadores de José Tomás y los de El Juli. Vamos con ellos. En cuanto al segundo, me parece tan deplorable su sentido de la lidia y su concepción del toreo que me resulta imposible aceptar que nadie que trate de imitarle pueda llegar a interesarme lo más mínimo, ya que no me interesa el original. En lo que toca a Tomás, es tan personal su forma de entender el negocio taurino que da la impresión de que todo lo que hace vale sólo para él, que su modelo es inexportable. Por eso, lo que nos ofrecen sus ‘imitadores’ son lo que podríamos llamar las cáscaras del tomasismo: las malditas manoletinas, las chicuelinas movidas, los innecesarios alardes de quietud, los inicios de faena por pedresinas, la moda de los pies juntos –los cadáveres llevan los pies juntos, no los toreros-, esos son los vientos que Tomás ha sembrado y que, en manos de sus epígonos, se convierten en tempestades.
Resaltaré a dos toreros que no han estado bien, pero que para mí representan el clavo ardiendo de una forma de torear que cada vez se ve menos, basada en la torería, la personalidad y el toreo hacia adelante: Manuel Jesús El Cid y Diego Urdiales son, en mi opinión, el tipo de torero que uno querría ver siempre en una plaza de toros. Quizás podría haber puesto a Frascuelo, pero no le incluiré porque creo que ya no debería estar por esas plazas. Además, y cada uno por un motivo diferente, me he quedado con las ganas de Manzanares, Ponce, Curro Díaz, Rafaelillo, Fundi y Padilla.
Dejo aparte a Morante porque a él no le afecta nada del montaje. Le han traspasado íntegra la leyenda de Curro Romero sin que el de La Puebla aporte éxitos y faenas que avalen esa condición de heredero. Es algo increíble, pero de eso vive. Me encantaron las cuatro verónicas que dio en chiqueros y me sorprendí, una vez más, al ver que sus ‘hooligans’ le jaleaban por igual lo bueno que lo peor.
Por último, se debe hacer notar que el nombre de ‘matador’ informa de que ese torero es el que mata. La moda de este año ha sido soltar la muleta en la cara del toro al entrar a matar y luego salir corriendo. Por pura justicia se debe remarcar la magnífica estocada de Uceda a su segundo de El Pilar, perfecta en su ejecución y muy apropiada para recordar a toreros y público en general la forma en que se debe matar a un toro. Al menos uno lo hizo.






(Publicado en la revista de los areneros El Rastrillo Taurino)

INTELIGENCIA ESPAÑOLA



“Animal útil al hombre por su carne, por su fuerza y por su leche”, se decía del buey en el antiguo Juanito.

Salmonete: pez de grata captura para el pescador deportivo por su desconfianza increíble, por su lucha encarnizada y por su valor en la mesa, a pesar de lo cual ha sido excluido del programa de pesca del jefe de la Inteligencia Española, que prefiere batirse el cobre con el correoso –en la cocina– pez espada, maestro Afrodisio del mar.

A propósito de la Inteligencia Española y su sentido proverbial del deber, he aquí, por gentileza de José Ramón Márquez, un "Informe reservado" aparecido in illo tempore en La Ilustración Española:

“A las noticias que V. E. pide sobre la conducta de aquel individuo, debo responderle lo que resulta de mis averiguaciones:

No tiene antecedentes penales; es un buen padre de familia; no se le conocen deudas, vicios ni desórdenes, y como tanta moralidad es sospechosa, se le vigila sin descanso.”

miércoles, 17 de junio de 2009

GRACIAS Y DESGRACIAS DEL SALMONETE



“El salmonete no es fresco si no muere a manos del comensal. En tanto muere, se observa deleitosamente al moribundo, en el cual la muerte, al luchar con la vida, va pintando extraordinarias mutaciones de color. Otras veces se les sazona en vivo y mueren sumergidos en el garo.

”Permitidme que con esta ocasión castigue la sensualidad y gula reinantes. Nada hay tan bello, exclaman los sensuales y golosos, como un salmonete expirante, fuera del agua. Por el esfuerzo en respirar, se pone primero de color purpúreo. Después, a tiempo que palidece, sus escamas adquieren rara policromía; y entre la vida y la muerte vagan sobre su cuerpo los más varios y tenues colores crepusculares.

”Soñolienta y como inerte antaño, la sensualidad ha despertado hoy día para darse cuenta tardíamente de que se le había defraudado tan singular placer. Hasta ahora sólo los pescadores podían gozar de ese pulcro e insuperable espectáculo; el salmonete moribundo. Y ahora se dice: ¿un pez cocido?, ¿un pez muerto? Nada de eso; el salmonete tiene que morir en la misma fuente o plato, delante de mis ojos.

”Antes contemplábamos, no sin cierta sorpresa, a ciertos individuos que no querían tocar un pescado, si no estaba pescado el mismo día y que en el paladar supiese, como ellos decían, a mar todavía. De las costas más cercanas a Roma era traído el pescado a la carrera por mandaderos desalentados, anunciándose a gritos, ante cuyo trote todos los transeúntes tenían que apartarse.

”¡Lo que va de ayer a hoy! Hay que ver los progresos actuales de la delicadeza. Para los hombres de ese tiempo un pescado muerto viene a ser ni más ni menos que un pescado pútrido. Pero –se les responde– se pescó hoy, de mañana. Y ellos replican: la cosa es demasiado grave para que te dé crédito a ti. No creo sino al pez mismo. Que nos lo traigan vivo y que expire siendo testigos nosotros. Ver y creer.

”Con semejante arrogancia ha osado llegar a manifestarse el vientre de los romanos exquisitos, que no aciertan a saborear un pescado, a no ser que en el propio festín lo hayan visto antes nadando; y a poco, palpitando agónico. A semejante preciosidad del placer han llegado los soberbios y ociosos, que día por día inventan y excogitan algo más nuevo y más selecto, como agitados por una especie de odioso furor hacia todo lo usadero y habitual.

”Antaño oíamos: nada más rico que el salmonete de roca. Hogaño oímos: nada es más hermoso que el salmonete moribundo; pásame la pecera, que lo veo girar gozoso y brillante, dentro del agua. Después de haberlo alabado a su satisfacción todos los comensales, se le extrae de su diáfano elemento vital. En este instante de la agonía del pez es cuando cada cual hace alarde de su mayor pericia estética; ve, dice uno, cómo el rojo flamígero se vuelve más vehemente que el más vehemente minio. Mira, dice otro, cuál se dibujan en sus flancos unas a manera de irisadas venas. No se dijera, interpone éste, sino que su vientre es pura sangre. Y prosigue aquél: ahora se le efunde un azul más lúcido que el azul celeste. Finalmente: ya se extiende rígido, ya se inmoviliza; ya le cubre una bella palidez de homogéneo marfil. Sin embargo, ninguno de estos individuos asistiría a la cabecera de un amigo en trance de muerte; ninguno acudiría al lado del padre que le reclama a su lado antes de exhalar el último suspiro. ¿Cuántos de ellos acompañarían a un amigo o pariente hasta la pira funeraria? En cambio, se congregan para contemplar fenecer un salmonete porque, afirman, nada hay tan hermoso. La indignación me arrastraría irrefrenablemente a servirme de palabras que exceden la acostumbrada corrección. No les basta a estos seres que en sus comilonas hallen satisfacción plena dientes, boca y vientre; son además golosos de los ojos.”

Séneca
Problemas o cuestiones naturales
Libro tercero