jueves, 29 de febrero de 2024

Fiesta del Marisco. A Morata hemos de ir

 


Morata de Tajuña

No es una demostración sindical

Politólogos




 
Ignacio Ruiz Quintano
Abc


    Decíamos ayer que el general Jacques Massu tuvo el valor en Argelia de dejarse torturar por ver qué sentían sus torturados, pero que Jordi Pujol no ha tenido en Cataluña el detalle de dejarse cobrar una cena (¡ni un café!) por ver qué sienten sus esquilmados.

    
¡Cómo una familia ha podido amasar tantos millones! –bracea el portavoz de los peperos catalanes.


    Pues ahorrando, buen hombre. Ahorrando.


    Todo lo cual indica que aquí la corrupción no es ocasional, sino constitutiva, o sea, de sistema, resumido en sus memorias por Barras, el jefazo del Directorio: “La pobreza es una idiotez; la virtud, una torpeza; y todo principio, un simple expediente”.

    
El mundo, en el mismo borde de la catástrofe, era muy brillante –escribe Churchill de la víspera de la gran guerra del 14–. Todos formaban parte, de un forma segura, de un inmenso puente colgante. El viejo mundo en su ocaso era muy hermoso de ver.

    
La corrupción española tiene mucho parecido con aquella inflación alemana de después de la catástrofe: la dimensión de sus disparates, dice Canetti, preparó las tragaderas que harían posible la catástrofe definitiva.


    Al rescate vienen los politólogos de Podemos, esos socialdemócratas de Estado salidos de los recreos de la Complutense, que figura como Universidad, aunque no se encuentre en ningún ranking.

    
De los recreos del Ramiro de Maeztu salen roqueros y de los recreos de la Complutense salen politólogos como el joven Errejón, creador del “leninismo emocional” (¡ay, si le coge la momia!), y el viejo Monedero, creador del “leninismo amable”, versión progre (Monedero va de Valentín GonzálezEl Campesino, pero es un pipero de “El Avión” en Hermosilla) del cuento del lobo y los siete cabritos.


    Monedero propone, sin saberlo, la solución para la corrupción: una moneda nueva para el Sur. Ni euro, por merkelón, ni peseta, por franquista. Otra. ¿Qué tal la rupia toledana? Coger los euros de Pujol y convertirlos a rupias toledanas.
 

Agosto, 2014 

Jueves, 29 de Febrero

 



Hacer de cuerpo

Rocanrol. Alphabet Brighton (ex Rialto Theatre)



@MarilynDiary




Basin Road Blues




Get The Water
Henning Brand
Baterista




Henning & Félix



Classic Rock In Pics
@crockpics

miércoles, 28 de febrero de 2024

Normalidad




Ignacio Ruiz Quintano
Abc


Las revoluciones democráticas (eso que nuestros “liberales de Estado”, que detestan la democracia, llaman “populismo”) son un lujo sólo al alcance de pueblos con sistema y cultura de representación política: Inglaterra y Estados Unidos. Francia tiene el sistema (importado de América por De Gaulle), pero no la cultura, y el domingo ocurrió “lo normal”: ganó el hombre de Berlín, que garantiza a los Bancos el cobro de la deuda del Sur.

En España la “normalidad” fue una cosa muy de Franco y de Primo de Rivera. “¡Por lo menos es un general!”, fue la “normalidad” que vio Franco en la elección de Eisenhower. Y Primo se pasó su dictadura anunciando la vuelta “a la normalidad”.

Hoy, la “normalidad”, para Rajoy, es ir de testigo (que obliga a decir la verdad) a un juicio por corrupción, y la consigna en la Red es que “la normalidad” de un ex presidente de Madrid en la cárcel constituye síntoma de la excelente salud de nuestras instituciones. El argumento viene en elogio de las instituciones de Felipe II con Cervantes, de las de Felipe IV con Quevedo y, desde luego, de las del felipismo con González acompañando a la puerta de la cárcel a sus ministros.

En pura lógica pepera, las instituciones americanas creadas por Hamilton Madison serían hoy poco menos que las ruinas de Palmira, dada la escasa presencia entre su población penitenciaria de ex presidentes y ex gobernadores.


Lo tragicómico de la situación española es notar, como espectadores, que nadie (políticos, medios) quiere sacar al toro de la corrupción del caballo de batalla, que es la separación de poderes: está en “El Federalista”, y si la lectura parece antigua, mirar “La corrupción y los gobiernos. Causas, consecuencias y reforma”, 2001, de Susan Rose-Ackerman. El Consenso, que mata la libertad de pensamiento, desata, en cambio, la libertad de saqueo.


Quien no va a los toros no sabe que en la plaza, si el matador dice “Vale”, el picador entiende, normalmente, “Dale”.

Abril, 2017 

Miércoles, 28 de Febrero

 


Valle de Esteban

Parada con tresillo

martes, 27 de febrero de 2024

Ruido de cocos


Los caballeros de la mesa cuadrada tocando los cocos


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Una de las visiones de la Historia que más nos fascinaban en la escuela era la de la noche en que Hegel oyó desde su casa los cascos de los caballos de la escolta de Napoleón camino de la batalla de Jena.


Es realmente maravilloso ver concentrado en un punto, a lomos de un caballo, a un individuo que invade el mundo y lo domina –pensó el filósofo, y se sentó a escribir su “Fenomenología del Espíritu”.


Para los nuevos, digamos que Hegel es el alemán que inventó una lógica según la cual la batalla de las ideas (ésa que la derecha española, de naturaleza oportunista, nunca ha dado, pues, como dice Hernando, su ideólogo, “unos principios inquebrantables te convierten en una opción inútil”) opone dos “tesis” antagónicas: la tesis se opone a la antítesis y de la lucha surge la síntesis, que se queda con lo mejor de ambas, o sea, y entre nosotros, la socialdemocracia.


Uno, que no es alemán, desde casa también oye ruido de cascos, pero no de caballos, sino de liberalios que para echárselas de neocones a los que les roncan los cojones imitan el tocotoc equino frotando dos cocos, como los guerreros de los Monty Python en “Los caballeros de la mesa cuadrada”. Para vendernos el 78 traicionando a la Ruptura, Carrillo recurrió al Ruido de Sables, y para vendernos la IIIGM traicionando al Sentido Común los tintanqueros recurren al Ruido de Cocos (del “Cocos nucifera”, nada que ver con los “cé-cé-ó-ó de Urdaci en TV). Los delata la música, que parece la banda sonora de Iraq: entonces Hitler invadió “Kwai”, como decía Hermida, y, “lean mis labios”, tenía armas de destrucción masiva y quería conquistar Oriente Medio. Ahora Hitler invade Ucrania, tiene “sajarovas” orbitando la Tierra y quiere conquistar “las democracias liberales”, transformadas en patocracias.


El mayor de los Machado se “pintó” una vez de niño que apoya su sien en un libro-caja de música, escena que luego servirá a Ruano para la necrológica: “Con melancolía ladeo también ahora mi cabeza. ¿Será, Dios mío, una misma canción? ¿Todos tenemos el oído pendiente de una canción lejana que el ruido de los hombres, de nuestros propios pasos, no nos deja oír exactamente? Es probable que la idea final del hombre que muere sea la de que va a nacer. Y esa música sea la nana dulce del pobre niño que todo hombre lleva dentro martirizado por el hombre que lleva fuera”.


En este corral de cuernos que es España vamos a doblar todos con la cabeza ladeada sobre la caja de música y en la boca las palabras del gallo de Esculapio en el cuento de Clarín: cuando los discípulos del sabio se disponen a cumplir el encargo, el gallo les recuerda que en Sócrates todo es ironía, pero el retrasado de Critón pega una pedrada al gallo, que cae cantando:


¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino. Hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.


[Martes, 20 de Febrero] 

Habanada



Orlando Luis Pardo Lazo


¿Qué hacemos todos a estas alturas aquí?


Tantas veces me despedí de La Habana en La Habana que, a la hora de despedirnos de verdad, en la mañanita del martes 5 de marzo de 2013, ya no hacía falta decirnos nada. Tunturuntun, coge tú por tu lado que yo cogeré por el mío. Defiéndete tú y déjame a mí, que yo me defiendo como pueda. Nadie quiere a nadie, se acabó el querer.


Sólo por eso ya no estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, puesto que ni lo entiendo ni tampoco tengo ánimos con que realizarlo. Sólo por eso he sido capaz de impedir a tiempo mi regreso a La Habana, más allá de nostalgias y de la perdedera de tiempo atroz que significa insistir en un exilio que no existe.


Fui el último en salir y, para colmo, hasta se me olvidó la onerosa oportunidad de apagar El Morro. Porque lo cierto es que, de La Habana, lo que se dice La Habana como concepto más que ciudad, todos los habaneros en cuerpo y alma ya se habían largado cuando Orlando Luis Pardo Lazo se largó: mitad por inercia y mitad por idiotez.


Allí no me quedaba nadie. Ni nada. Ni un objeto arqueológico de valor de abuso para mostrarle a los cubanólogos del exterior: algo así como “miren, miren, en La Habana también se editan libritos” o “miren, miren, soy un cubano perfectamente bien articulado, un tipo atípico de vocales y consonantes tomar”.


Los años finales de la Revolución constituyeron un genocidio cultural. Y fíjense que no digo dictadura ni tiranía ni totalitarismo ni satrapía ni la cabeza de un guajiro. Revolución, ¿y qué? ¡Revolución y bien! Revolución, divino tesoro, no te vayas para que no tengas nunca a dónde volver. Ningún pueblo merece perder su libertad dos veces.


Desde los años iniciales, la Revolución Cubana fue ante todo una hecatombe migratoria, una hégira sin Profetapóstol cuya Meca milagrosa está en un mall de Miami, el holocastro de los consumidores cobardes en pleno happy-hour de un Titanic en trance de Mar Caribe. Archipiélago Cubag.


Ustedes nos abandonaron primero. Entonces, nosotros los abandonamos a ellos. La Habana como trampolín transgeneracional, como tablita traumatizada de salvación. Tin Mariel de dos pingüé: cucarachas con máscara, títere son. Fueron, fuimos. Nos fuimos, nos fueron.


Ésa es la génesis y la gnoseología del Hombre Nuevo. Ernesto Ché Guevara se quedó cortico, comparado con lo que los cubanos nos hicimos a los cubanos. Insolidaridad insular, insulsa al punto de lo insultante. Tanto lío con la libertad ni la libertad. Tanto lío con la democracia y, total, ¿para qué? Maldito sea tu nombre, democracia.


En los años cero, mi urbe natal se me hizo de pronto un escenario de escarnio. Una ubre reseca, sin nata, estéril incluso de esterilidad. Un manicomio para fantasmas. Con todos los recuerdos fermentándose adentro, como un cáncer cómplice de lesa castricidad.


La Habana como podridero, cubanos que me escuchan, como moridero. En cualquier caso, un páramo impotable, imposible de recuperar para las futuras generaciones de nadies. No me jodan: qué Habana de qué Habana de qué.


Un infierno doméstico, irreconocible en su mismidad. La tristeza terminal de no ser más que unos okupas cualquiera: cadáveres inciviles, claustrofóbicos de remate, resabiando entre las ruinas y las resurrecciones de nuestra ciudad capital, decapitada. Disimulando indecentemente la depresión y la neurosis, causadas por culpa de nuestra carencia crónica de capital, de capitalismo.


No fue fácil. Fuimos felices allí, con una felicidad en fuga hacia todas partes. Ser 0% cubanos, ceros humanos. No pudimos ser diferentes, no nos dejaron. La vida que perdimos en La Habana, igual la hubiéramos perdido en cualquier otra parte.


Tengo algo que confesarles sobre la última de mis Habanas: todo es mentira, todo es mediocre, todo es miedo, todo es maldad.


Y también tengo algo que implorarles en nombre del habanero anónimo, anatemizado por la prensa y la academia euronorteamericana, tal como la izquierda internacional nos ha estigmatizado a todos los desaparecidos cubanos, de una punta a otra de la utopía tupida planetaria:


No vuelvan a La Habana.


Nunca, nadie.


Ni jugando. Ni para coger impulso. Ni carajo.


La Habana de verdad no se merecería ese vil velorio vernáculo. Ni siquiera de parte de nosotros, sus pródigos bastardos. Y nojotro ―como diríamos si estuviéramos allá, en casa―, los huérfanos de verdad de La Habana, lo menos que nos merecemos después de tanta pérdida y tanta impiedad, es enterrarnos de por vida en un exilio deshabitado.


Deshabanizado.


No volvamos a La Habana.


Déjenla que se hunda sola: octosílabos del horror. No la humillemos con nuestras huellas sobre sus huellas, como en un bendito bolero de la barbarie.


Tantas veces me resistí a despedirme de La Habana en La Habana que, a la hora de despedirnos de verdad, en la mañanita del martes 5 de marzo de 2013, aún no nos habíamos dicho nada.

Martes, 27 de Febrero


Valle de Esteban

La gata sobre el tejado

 

lunes, 26 de febrero de 2024

Pesadumbres


La Flora en el Huerto del Rey



Atardecer en Barbate

                     

Francisco Javier Gómez Izquierdo

        

        "Detenido un joven en Burgos por matar de un puñetazo a otro de Valladolid que celebraba una despedida de soltero en una zona de copas. El presunto homicida vive en Gamonal con sus padres y se le sitúa entre los aficionados radicales del Burgos CF". Así me llegó ayer tarde una noticia que me dejó un rato sin palabras. Y el caso es que estaba viendo cómo mi Burgos ganaba al Spórting en El Plantío.


          No es desconsuelo ni amargura. Tampoco tiene que ver con la tristeza o pesar que te envuelve cuando se mueren los familiares. Tengo recientes los padres y dos hermanos. No. Es una pesadumbre extraña; una especie de melancolía que te dice que hay fatalidades que no tendrían que producirse. Un ¿por qué la gente no es normal y se afana en sus asuntos y deja al vecino ocupado en los suyos? ¿Por qué se desprecia y odia tanto? ¿Por qué en Barbate y por qué en Burgos, mis sitios? ¿Por qué hay elementos crueles y despiadados que ensucian El Plantío de mi Burgos C.F.? Me es difícil asimilar tanta maldad de balde. Tanta maldad que no busca beneficio. Tanta maldad para presumir de requetemalo.


         El Cabra de La Línea que asesinó en Barbate y el borrego gamonalino que asesinó en la Flora, allí donde quedamos los de la cuadrilla, allí donde de joven el gran Melquíades se bañó en su fuente y donde ya de reconocido esquilador mostraba su arte en los Sampedros, son dos de los muchos salvajes cultivados por unos educadores -padres y pedagogos- que a mi modesto parecer educan sin el principio fundamental y elemental de los respetos debidos.


 Para no señalar ni profundizar se habla del respeto debido en abstracto. No se individualiza en los respetos porque está instaurada la cultura del "me cae mal", nosotros somos los "güenos" y ellos los malos y se convive con alegría y satisfacción con un racismo peor que indecente. Hay feroces salvajes que creen que sólo se es racista siendo blanco y odiando a los negros, pero que a los fachas o a los rojos se les puede odiar, y ¡bueno!, se ha llegado a asumir que odiar a los españoles no sólo da prestigio sino también votos ¡¡¡en España!!!


      En Gamonal, que es barrio de Burgos; en Fátima, que lo es de Córdoba; o en Barbate, que es pueblo marinero, trato con personas normales. Con personas que saben qué cosas están bien y qué cosas están mal. Con personas que se descomponen cuando un paisano mancha sus geografías. En Barbate, en Córdoba y en Burgos tengo vistos elementos detectables a simple vista a los que es menester aplicarles un desasnamiento sin contemplaciones, pero da la sensación de que la clase política es muy partidaria de cultivar borregos fanatizados y proteger con aplicación a las cabras montaraces.


     Permitan que no esté de acuerdo con la clase política y respeten que desde mediados de los ochenta no participe en determinadas farsas disfrazadas de democracia. Déjenme con las personas normales. 

Hughes. Real Madrid, 1; Sevilla, 0. "La calidad no se pierde nunca"


@realmadrid


Hughes

Pura Golosina Deportiva

 

Volvía Ramos al Bernabéu. "Un mito", dijo Butragueño, "un pilar espiritual".


El Bernabéu, con el techo echado, parece un armadillo. Un armadillo acorazado contra el antimadridismo que unifica la Liga Española, que vive de y contra el Madrid.


Sin Courtois y con los defensas rotos, el Madrid es el menos goleado y quizás el éxito sea de los medicoampistas, pero era noticia y buena que volviera Rudiger.


Minuto de silencio por las víctimas del incendio en Valencia y saque de honor de Topuria, al que apetecía echar de pivote en el medio campo.



@realmadrid


El argumento del partido quedó claro al instante: un Sevilla replegado con una vela puesta a una contra o, a lo sumo, a dos.


El Madrid intentaba penetrar la trama. Las cosas salían regular. Mendy coincidió en una jugada con Brahim y fue un poco embarazosa su mutua incomprensión.


Pero en el 9 llegó un gol: Vinicius centra al segundo palo, donde aparece Lucas, que en carrera controla y coloca. Se protestó una falta previa de Nacho, y comenzó el simposio. El VAR, el VOR, Ramos comiendo la oreja arbitral... La cosa pasó por varias instancias y cuando llevaban un buen rato, Díaz de Mera, el árbitro, hizo el gesto de bebé de pedir pantalla. Lucas esperaba de cuclillas hablando solo. ¿Qué estaría diciendo? Parecía orar. Sólo le falta a Lucas saber hacerse el loco... De camino al monitor, amarilla a Ancelotti; el árbitro revisó la jugada y un gran zoom mostró que Nacho daba al pie del rival. Era una faltita necesitada de mucha tecnología. A veces el VAR entra a corregir lo evidente y en otras a rescatar lo desapercibido. La sensación es que cada gol, y sobre todo cada gol del Madrid, ha de llegar con un certificado de pureza de sangre. Debe ser gol y además purísimo en toda su genealogía y formación.


La decisión de Díaz de Mera era un pequeño homenaje a una liga que perdió el Madrid, no hace mucho, por un VAR retrospectivo contra el Sevilla.


El gol anulado llegó por un pase de Vinicius, que muy rodeado participó soltando la pelota. Soltándola muy pronto, cambiando el juego antes.


Rudiger jugaba con sonrisa, una sonrisa que lleva puesta como una hiena. Se ríe de los rivales, trolea a los árbitros, una sonrisa de sarcasmo y superioridad que quizás sea la del Madrid en la Liga.


En el 35 se pitó una falta de Kroos que enloqueció a Kroos y por la que Kroos vio amarilla. Lo gracioso es que el árbitro no vio la falta. En la repetición mira a otro lado.


No es importante, pero revelaba una sensación de ligero desquiciamiento en los menos sospechosos: Kroos, Bellingham, Ancelotti... Ya no es cosa de Vinicius.


La primera parte era espesita, aunque se animó con algunas internadas por la derecha de Brahim y Lucas, alguna llegada al área de Tchouameni y, sobre todo, por Vinicius, que atraía a tres al controlar la pelota o se tenía que ir de dos... Jugaba contra un sistema de ayudas, jugaba contra una organización defensiva colectiva... ¡Jugaba contra una OTAN!


El Sevilla había conseguido secar al Madrid, pero sin causar peligro. "Debe encontrar la entrelínea", decía el sabio comentarista argentino. La entrelínea. El Madrid tenía problemas arriba, en la conexión con Rodrygo, pero el ajuste tras el descanso fue que los medios subieran más.  En el 48, Valverde tiró al palo irrumpiendo en el área al primer toque.


La respuesta del Sevilla, y quizás su único peligro, fue el remate del joven Isaac Romero que salvó Lunin con el exterior de su rodilla.


En el 54 aparecía Rodrygo, por fin, con una jugada típica suya...


Era un proceso de incorporaciones sucesivas. El partido se calentaba. En el 56, la ocasión era de Vinicius, que luego asistió, repitió ocasión, pidió ardor a la comunidad internacional de la grada (en ella se percibe, a la vez, la comunidad del madridismo y una enorme desconexión entre todos: algo común sentido de un modo distante)...


El gran peligro del Madrid venía en la respuesta a la contra del Sevilla, robando justo ahí, en la recontra a la contra. Esto lo vio, cómo no, el comentarista argentino, porque no era la jugada, ni la contrajugada: era la recontrajugada.


En el 60, cuando se iba a romper el partido, se rompió el árbitro. A Díaz de Mera se le subió el gemelo. Vimos planos del gemelo arbitral, algo poco habitual, y el cuarto árbitro comenzó a calentar con unos movimientos brevísimos como para ir a hacer el salto del tigre. Al principal le fueron quitando el cableado y pudimos comprobar que el árbitro pita intervenido. ¡Qué Liga! El mundo en vilo a la espera del pinganillo...


Salió otro árbitro y lo primero que recibió fue el alimón diplomático de Ramos y Ocampos, que le presentaban sus credenciales del Otro Fútbol.


El partido se le había enfriado al Madrid. Se fue Nacho y entró Modric para hurgar en la entrelínea. Las semanas como central de Tchouameni han hecho que sea una opción para ir reestructurando el equipo en los cambios.


Modric relegaba a Güler, lo que daba bastante pereza, pero no se puede decir nada porque marcó un gol que puede valer una Liga. En el 81, al borde del área (por donde la entrelínea), controló un balón con lo que era, a la vez, control y recorte (síntesis de genio), y ajustó el chut al palo, en algo que recordaba, una década después, a su gol en Manchester.



@realmadrid

Le subieron en hombros y él subió los brazos como un campeón que se niega a dejar de serlo.


El gol, como es normal, lo quisieron 'varificar'. Ahí estaba el bufete de abogados Ramos&Ocampos acogotando al árbitro, que se mantuvo en su sitio. Rudiger estaba en fuera de juego en el nacimiento de la jugada, pero no intervenía e incluso se salía de ella. Lo dicho: solo falta pasarle al gol una inspección de Hacienda.


La firmeza del cuarto árbitro fue meritoria.


Hubo ocho minutos de descuento. Fue un elogio general de la calidad inextinguible. “El que tiene calidad…”, “la calidad no se pierde nunca…”, aunque el Madrid acabó con el canterano Álvaro, que luchó como un jabato. Rodeado de "mitos", de "figuras espirituales", de Ramos y Modric (hasta Ancelotti se animó con un toque), se vio que luchaba por la victoria pero también por un sitio. Al acabar el partido, felicitó a Modric, que exultaba con sonrisa de juvenil. Como si se la hubiera robado en el abrazo.



 @realmadrid

Los enérgicos y los honestos

 


Gol anulado al Real Madrid en la Final de París, 2022


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El Madrid fue recibido en Leipzig a empujones, que es como fue recibido siempre en Alemania, de donde siempre se traía un saco de goles endosado por un equipo de energúmenos, en su etimológico sentido de seres dotados de grandes chorros de energía. Después de todo, el Leipzig se debe económicamente a una bebida energética, y lo menos que se les podía pedir a sus futbolistas era energía.


Como el Leipzig del otro día era el Bayern de toda la vida, hasta que los señoritos muniqueses, en un “¡sujétame la cerveza!”, ficharon a Guardiola para implantar en aquel río de leones el metrónomo del tiquitaca, la sardana del fútbol. ¿Que qué es una sardana? Por Camba sabemos que a primeros del siglo veinte algunos naturales del Ampurdán acostumbraban reunirse los domingos en cierta calle de Barcelona para bailar… la sardana, y los barceloneses, dice, se morían de risa contemplando el espectáculo de su futuro baile nacional. La sardana, desde luego, es baile de conjunto, con movimientos y compases de ejercicio militar, pero sin ese casco con pincho del militarismo alemán, y el Bayern, privado de alma, desapareció del escenario.


¿De dónde proviene esta falta de energía de las generaciones que nos suceden? –pregunta Schmitt a su amigo Jünger en una carta.


Un alemán sin energía es como un español sin abono para San Isidro. El tiquitaca guardiolés (el de Luis Aragonés era otra historia) descansa en una idea de energía sutil, como el tai-chi, donde el chi es “una suerte de esencia fundamental del universo que se mueve de dentro afuera”, o sea, el fútbol limpiaparabrisas.


El caso es que a la energía física del alemán se opone la energía mental del Real Madrid. Que a eso se refería Churchill cuando en la Costa Azul le dijo a Alfonso Paso, que era atlético: “Hay dos cosas que los ingleses nunca podremos tener: una es el Mediterráneo, y la otra, el Real Madrid.” Churchill fue un gran “energista” (técnicamente, “energúmeno”), y su admirador Boris Johnson, ahora dedicado a propagandista de guerra para animar a los ingleses a alistarse, no sabría decir si la energía mental churchilliana (como la energía madridista) es algo psicológico o fisiológico.


¿Estaba dotado Churchill de un proceso superior de combustión interna?


Los interesados en esta materia pueden bucear en la filosofía cinética de un alemán de los de casco con pincho, de nombre Sloterdijk.


Energía y casco con pincho sacó el Leipzig en Champions, que con el pincho del casco le hizo, minuto cinco de un martes y 13, un gol al Madrid, anulado por un fuera de juego que desató un “boom” regeneracionista entre los comentaristas de la TV, que dedicaron el resto del partido a dar fe de su honestidad.


Tenemos que ser honestos –repetía Mateu, el árbitro que se arrodillaba en los campos por el BLM.


El Leipzig chorreaba energía y el Madrid se la sacudía como podía, pero el locutor, el mismo que llamara cien veces “valiente” al noruego Ovrebo en la eliminatoria del Chelsea-Barcelona en Londres, decía, “honestamente”, que el bosnio Peljto no había sido valiente. A la hora de retransmisión, uno veía ya en el bosnio Peljto al danés Sorensen que arbitró el España-Yugoslavia del Mundial de Naranjito en el 82. ¡Qué bárbaro! Los yugoslavos, que tan bien nos caían, por sus deportistas venidos a España, de los españoles recuerdan aquel partido del Mundial y los vuelos de Solana en el 99.


Para ser honestos, Toño… –insistía hacia el minuto 80 el Homero de la Edad de Oro Culé, que no sabemos si sabe que la honestidad se ocupa de las cosas de la cintura para abajo, porque de las cosas de la cintura para arriba se ocupa la honradez.


Honestidad es la de Julio César, cuando al verse apuñalado en el Senado, viendo que no podía evitar la muerte, se dejó caer en el suelo, y con la vestidura imperial se compuso de tal manera que después de muerto lo hallaron tendido… “con mucha honestidad, cubiertas las piernas y demás partes que podían ofender a la vista”. Luego está la honradez, que sería la del Perales de Pemán, que veía en la blancura su símbolo, y decía:


Porque en mi casa, otra cosa no habrá, pero se come con manteles limpios


Volvemos, pues, al poeta Bartrina (natural de Reus, no vayamos a decir), que sentenció: “Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol: / si alaba a Inglaterra, será inglés; / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y si habla mal de España, es español.” Razón por la cual en la TV, Iván Helguera (chaqueta abrochada, sentado) dio gol, y Titi Henry (un francés en Inglaterra) dio fuera de juego.


Y de la noche, martes y 13, de Leipzig, cuna de Leibniz y Damasco del honesto Mateu y su cuadrilla, al mediodía, mañana, de Vallecas, cuna de Policarpo Díaz y palenque de Isi Palazón, el paisano de Camacho.



"Tenemos que ser honestos..."


“GANAR ALGO”

En El Álamo culé vuelan las bandejas de canapés, y Deco, que hace de Oppenheimer, declara en “Nascer do Sol” (¡oh, justicia poética!) que hay que cambiar de estilo porque el ADN guardiolés está agotado. Su Proyecto Manhattan pasaría incluso por Mbappé. Cómo será el ambiente que el polaco Lewandowski, la estrella de la Xavineta, declara a su edad que este año, “al final, vamos a ganar algo”, como si supiera de la amnistía más de lo que los demás podemos figurarnos. Qué maravilla.


[Sábado, 17 de Febrero]

Lunes, 26 de Febrero

 



Aire a Neville

domingo, 25 de febrero de 2024

La dictadura sanitaria


El ideólogo de la Dictadura Sanitaria

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La mayor amenaza para la libertad ya no es el socialismo, sino la bioidelogía en dos ramas: el ecologismo y la salud. Surge del humanitarismo y Goethe la vio venir en su “Viaje a Italia”:


    –Temo que el mundo se convierta en un gran hospital y cada hombre en el “humano” enfermero del otro hombre.
    

Para Negro, en su estudio del hombre nuevo, la bioideología invierte el fin de la ciencia médica, que lucha por la salud en vez de contra la enfermedad, y cita a Houellebecq, que ve que el progreso médico se paga con un aumento del control social y una disminución de la alegría de vivir, justo ahora que National Geographic anuncia documental de españolazos que vivirán, como si nada, 180 años, ya se supone que en Madrid, la Ciudad Perfecta para el hombre nuevo:


    –La Ciudad Perfecta sería, para la bioideología de la salud, un inmenso hospital, y para el masoquismo ecologista, un mundo sin seres humanos.
    

Negro ve en las bioideologías formas contraculturales que tienen difusión porque alientan deseos y fantasías y consuelan de frustraciones.
    

Las ideologías despolitizaron lo Político, el Estado. Las bioideologías despolitizan la política.
    

Por eso no es una broma la Ley de Pandemias que le han puesto a pregonar a Casado, que es, en su función, la Ley Habilitante de Weimar, y en su inspiración, la Dictadura Sanitaria que Rodríguez y Rodríguez, “médico y general”, introdujo en la Constitución mexicana, sueño liberalio del consejero madrileño López y López, el Hamilton de Cacabelos. “¡Primero la sentencia, después el veredicto!”, gritó la Reina de Lewis Carroll.
    

El socialdarwinismo, recuerda Negro, no fue una exclusividad alemana: en su “Darwinism and Race Progress” el médico inglés John Berry, descubridor del poder anticoagulante de la sanguijuela, propone que en el caso de enfermedades contagiosas “los amigos de la raza amputen a sus miembros más débiles”, que deben combatirse médicamente, puesto que “dañan la sangre de la raza inglesa y su inteligencia”.


    Todo por la salud.


Octubre, 2021

El Gilles de Rais de Durtal




Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica


El pasado 8 de febrero escribía el gran Fernando Arrabal en este mismo periódico un controvertido artículo, “Barba Azul”, en el que hablaba sobre los datos que la historia y la literatura nos han aportado sobre la figura “maldita” de Gilles de Rais, a partir de la lectura del estudio novelado de Gilbert Prouteau. Según el polimático y polihístor Arrabal, la documentación sobre el proceso del aristocrático asesino, compañero incluso de armas y de tienda de la Santa Doncella de Orleáns, según ya nos narró Voltaire, es tan alucinante que puede que sólo sea pura literatura. ¿Puede algo tan infinitamente infame ser real y verdadero? Además, considera que el proceso judicial contra Gilles de Rais fue llevado de modo estalinista –lo llama el primer proceso estalinista. Sin embargo, yo sí creo, humildemente, en cierta cantidad de asesinatos protosádicos –no la que dice la leyenda, claro, y la tapeinosis hiperbólica del poder– que cometiese aquel aristócrata pervertido, y la misma documentación del proceso nos revela que aquel tribunal no fue en modo alguno un tribunal estalinista –por las actas ni linchador, si bien sirvió a la Corona. Como todos. Pero ochocientos nombres de niños, con indicación de los nombres de sus padres, es un dato insoslayable. En lo que sí tengo que estar de acuerdo con el genio arrabalesco es en cierta artificiosa multiplicación de los delitos. La obra de Joris Karl Huysmans, Là-bas, tomó en serio el informe al Rey que enviaron los herederos de Gilles de Rais sobre el proceso criminal llevado en Nantes, el cual se encuentra en París entre los extractos de la historia de Carlos VII, de Vallet de Viriville, así como las notas de Armant Guéraut y la biografía del abad Bossard. Todo ello le bastó a Huysmans, a través del sujeto metadiegético que supone el personaje de Durtal, trasunto del propio Huysmans, para elevar la formidable figura de aquel satánico que fue, en el siglo XV, el más artista y el más exquisito, el más cruel y el más malvado de los hombres. Ahora bien, ¿cómo explicar que este hombre que fue un valiente capitán y un buen cristiano, que jamás participó en las borracheras y en las orgías del Rey con mujerzuelas, pudoroso y acérrimo defensor de Juana de Arco, a la que adoraba, se convirtiera en un monstruo cruel? Sus tratos con la Santa de Francia fueron diarios, en cuanto que Carlos le confió la seguridad de la Doncella de Orleans. Está con ella en todas partes, la protege en las batallas, también junto a los muros de París, y en Reims está a su lado el día de la consagración, donde por su valor el Rey lo nombra mariscal de Francia a los veinticuatro años. Vivió al lado de una muchacha extraordinaria cuyas acciones bélicas sólo pudieron explicarse por una intervención divina. Adoró en vida a Juana de Arco como a una santa, y comulgaba con ella antes de las batallas. Nos encontramos entonces en presencia de un muchacho arrojado cuya alma es mitad soldado y mitad monje. Su gran cambio ocurrió precisamente con la cruel e injusta muerte de Juana, a la que llegó a intentar salvar y no pudo. Desesperado por la muerte de la santa en la hog uera, se convirtió primero en un derrochador y dilapidador de su fortuna, hasta tal punto que su propia familia pidió al rey que prohibiera a Gilles vender o enajenar ninguna fortaleza, ningún castillo, ni ninguna tierra. Y el propio Rey, que abandonó tan deliberadamente a Juana de Arco cuando ya no la consideró útil, encontró la ocasión para vengarse de Gilles por los servicios prestados. Cuando necesitaba dinero para sus frecuentes borracheras y equipar sus tropas, no pensaba entonces que el mariscal fuera demasiado pródigo y derrochador. Y ahora que le veía medio arruinado, le reprochaba sus generosidades, se mantenía apartado de él, y no escatimaba reproches ni amenazas. Si ya para Gilles la ingratitud del Rey con Juana le arrancó la confianza en la Corona, privarle el Rey de hacer con sus bienes lo que quisiera lo tomó como la traición a un amigo al que había dado todo. Un Rey indiferente a la suerte de Juana de Arco y que había profanado la lealtad cerrada de Gilles hacia él pudo provocar la locura moral de éste, un espíritu que era ya hiperestésico de por sí. La convivencia con Juana de Arco había estimulado seguramente sus creencias en Dios. Ahora bien, del misticismo exaltado al satanismo exasperado no hay más que un paso. En el más allá todo se toca. Transportó la furia de las oraciones al territorio de las cosas al revés. Era un bibliófilo que llegaba casi a la bibliomanía. Tenía, por ejemplo, preciosos manuscritos de Suetonio, Valerio Máximo y Ovidio encuadernados en cuero rojo con cerradura de plata y llave. ¿Puede convertirse un humanista en un despiadado asesino múltiple? La injusticia del mundo para con él y para con quien tanto quiso puede explicarlo, aunque no justificarlo. Carente de dinero en efectivo, su primera locura le hizo comprar voluminosos grimorios, atanores, crisoles, retortas, cucúrbitas y vasos pelícanos para alcanzar destilar la piedra filosofal, el mercurio, con el que conseguir oro y librarse así de la falta de dinero corriente. No el mercurio vulgar, claro, que para los alquimistas sólo es un esperma metálico abortado, sino el mercurio de los filósofos, llamado también león verde, serpiente, leche de la Virgen, y agua póntica. Todavía existe el castillo de Tiffauges, hoy esqueleto de una fortaleza muerta, en donde ya no brilla el escudo de oro y la heráldica cruz negra y en donde el demoníaco mariscal de Francia, junto a sus amigos Eustache Blanchet, el brujo Prelati y Gilles de Sillé, celebraban aquellos banquetes pantagruélicos regados con espirituosos hipocrás cargados de canela, almendras y almizcle, licores fortísimos salpicados con partículas de oro; bebidas enloquecedoras que fustigaban la lujuria y hacían piafar a los convidados al final de la comida. Comenzó a adorar al diablo para conseguir el oro por los procedimientos de la alquimia, y todavía hoy la leyenda del aristócrata endemoniado recorre La Vendée, y el recuerdo de los niños violados y degollados persiste. Y cada siglo participa en aumentar caprichosamente el número de esos niños violados y degollados, aunque siempre sin perder una base de ochocientos nombres de niños. Porque no había mujeres en el castillo; Gilles parece que rechazó el sexo opuesto en Tiffauges. Después de haber gozado de las ribaldas de los campamentos y haber poseído a las prostitutas de la corte de Carlos VII, el desprecio femenino le asaltó. Persiguió primero a los monaguillos de su capilla, que había escogido más allá de sus tierras, a los pequeños “bellos como ángeles”. Fueron los únicos a quienes amó, los únicos a los que perdonó en sus transportes de asesino. La primera víctima de Gilles fue un niño pequeño cuyo nombre se ignora. Le degolló, le cortó las manos, le arrancó el corazón, le sacó los ojos, y lo llevó a los aposentos del alquimista brujo Prelati. Ambos lo ofrecieron al diablo. Luego vino, entre 1432 y 1440, la desaparición de hasta ochocientos niños, y las páginas de la investigación posterior nos revelan todos los nombres de esas pequeñas víctimas. Al principio, el pueblo asustado, lo atribuía a las hadas malignas; a los genios maléficos que dispersan la prole, pero poco a poco le asaltaron horribles sospechas. En cuanto el mariscal se desplazaba, cuando iba de su fortaleza de Tiffauges al castillo de Champtocé, y de allí al castillo de la Suze o a Nantes, dejaba tras sus pasos desapariciones de niños. Regiones enteras fueron devastadas; la aldea de Tiffauges dejó de tener niños; la Suze carecía de gente menuda masculina; en Champtocé el foso de una torre estaba lleno de cadáveres. El caso es que Gilles confesó espantosos e innumerables holocaustos y sus amigos confirmaron los espeluznantes detalles.


-Me sentía más contento gozando con las torturas, las lágrimas, el espanto y la sangre, que con cualquier otro placer.


¿Y cómo no protegió el alma de su amigo Gilles de Rais desde el cielo Juana?


[El Imparcial]

Domingo, 25 de Febrero

 


La ciudad incendiada

Ludwig Meidner

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos»

DOMINGO, 25 DE FEBRERO


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

-No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».


Marcos 9, 2-10

sábado, 24 de febrero de 2024

Lo de Aznar




 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Lo de Aznar es Aznar a vueltas con su “Buffalo Bill’s Wild West” por la teleprogresía para colocar en una entrevista (“la necesidad puesta al servicio de la vanidad”, según Jardiel) su autoconsideración narcisista, que le lleva incluso a votar al partido de los Antifa y los BLM, por Hillary y por Sleepy Joe, el candidato, al parecer, de los muertos (¡por eso ese hombre habla como desde el Más Allá!), y que ya está tirando por ahí bombas a lo Bush, a cuya guerra de Iraq se apuntó de Charlot Aznar.


    El charlotismo existe, y Ramón lo clavó en su caja de mariposas así:
    

–Yo diría que el charlotismo ha sido una especie de patosidad de la época. El infantilismo desgarrado, como nueva crisis de niñez de sus vejeces, lo encarnó Charlot como otros muchos pollos y horteras, que correteaban por la vida.
    

España, que había entrado al siglo XX con el dontancredismo de Don Tancredo López, entró al siglo XXI con el charlotismo de Aznar, y hasta aquí hemos llegado, donde el “Movimiento Vasco de Liberación” menea el pil pil nacional.
    

Aznar entró a La Moncloa con un tomo de Azaña bajo el brazo, y una vez allí sólo concedía entrevistas al Cultural y para hablar de Cernuda. Hasta, ¡ay, centrismo loco!, la locura de Bagdad, la ciudad donde los mongoles construyeran cinco pirámides de cien mil cabezas.
    

“Grandes mentiras T2. 2003: la guerra de Irak” es un documental francés de 2018 que estremece por la grosería de los mentirosos: el gobierno y el periodismo americanos.
    

Estos mismos franceses podrían incluir en el serial la Gran Mentira que inaugura la Modernidad: la de su Asamblea Nacional decretando, para no tener que deponerlo, que el rey no ha huido, sino que ha sido raptado. A cambio, los diputados (luego, por cierto, todos regicidas) aprueban la Constitución del 91 y la Declaración de Derechos. Nace el arte de engañarse para mentir al pueblo.


    ¿Por qué siguen interesando al mundo estos hijos de la hipocresía gobernadora? Pues seguramente porque el mundo sólo sea una mentira, y gorda.


Marzo, 2021


“Grandes mentiras T2. 2003: la guerra de Irak” 

¿Qué es una Nación para Savater, Ovejero y Gustavo Bueno?


Hans Kohn


Javier Bilbao


Andaba hace unos años Feijoo por las televisiones afirmando campanudamente que Galicia era una nación sin Estado, habrá que preguntarle qué cree que es aquello que ahora aspira a presidir. Suponemos que dirá que también lo es, y lo más probable es que le dé igual una cosa que otra, siguiendo el ideario —o, deberíamos decir, ocurrenciario— de su predecesor Rajoy. Pero las cosas son siempre susceptibles de empeorar así que, en las elecciones autonómicas de dicha región que se celebran el día en que este artículo se publica, el Bloque Nacionalista Galego, de acuerdo a las encuestas, obtendría el mejor resultado de su historia con el apoyo de en torno al 30% del electorado. Sea cual sea finalmente el número de votos, hay algo que sí podemos prever con certeza: serán demasiados.


¿A qué se debe? No es que todos esos gallegos hayan enloquecido, en realidad muchos de ellos están respondiendo racionalmente a un sistema de incentivos perverso, uno por el cual el golpismo separatista es indultado y los discursos de agravio y desafección antiespañola son premiados con privilegios —tal como han visto en el caso vasco y catalán— de manera que ellos también querrán lo suyo siguiendo aquello de «el que no llora no mama». Pero esa explicación no es suficiente, pues para que todo esto sea posible se requiere previamente una conciencia nacional debilitada, una percepción del patriotismo bajo sospecha o burla, una idea de lo que es la Nación española tan difusa e inconsistente que tolere cualquier forma de deslealtad. Si no hacemos una revisión ideológica profunda de todo ello ahora mismo, pronto será demasiado tarde…


Permítanme que empiece con un leve apunte biográfico. Cuando allá en los años noventa en el País Vasco veía a compañeros de instituto introduciéndose en el mundillo de Herri Batasuna (concretamente en su organización juvenil Jarrai) no dejaba de extrañarme su transformación: era como ver a alguien iniciándose en una tribu urbana o una secta. Les cambiaba el peinado, la forma de vestir, pasaban a tener lugares de encuentro, actividades con las que ocupar su tiempo —ya fueran excursiones campestres, manifestaciones o cosas peores—, un nuevo entorno de amistades y, en definitiva, una causa, una identidad y una comunidad de pertenencia.


Mientras tanto, se sucedían regularmente los atentados de ETA y en las declaraciones y manifestaciones de rechazo encontraba cierto aire desangelado, faltaba algo. Se tenía claro qué se rechazaba (la mayoría de las pancartas consistían en «ETA no/ETA ez»), pero no qué se apoyaba. De tal manera que la sociedad vasca estaba conformada por un núcleo cohesionado formado por Herri Batasuna en su centro y el resto del nacionalismo vasco envolviéndolo, mientras que ya por fuera, como la clara del huevo, la población restante, que era definida en los medios habitualmente como la parte «no-nacionalista»: un agregado de individuos como partículas vagando por el espacio desconectadas unas de otras, cuya identidad se definía al parecer solo por aquello que no eran.  Les recomiendo vivamente que vean este cortometraje titulado 27 minutos, porque recoge bien el espíritu de la época. Recrea un atentado ocurrido realmente en el que la bocina del coche tiroteado estuvo sonando casi media hora en mitad de la calle sin que nadie se acercara. Paradójicamente cada uno de quienes la escuchaban se sentían aislados, y por tanto paralizados, creyendo que el resto del pueblo estaría en contra. Nadie les dijo que no estaban solos. 


Algo de todo esto comenzó a cambiar ya a finales de los noventa con la aparición de la asociación ¡Basta Ya!, a cargo de Savater y otros profesores universitarios. Los «no-nacionalistas» pasaron a ser llamados «constitucionalistas» y lo que se oponía a ETA no era una mera negación en el vacío, sino la Constitución y el Estatuto de Autonomía (en menor medida también la UE). En sus artículos y manifiestos hablaban de la «nación cívica» como ideal frente al «nacionalismo etnicista» encarnado en el separatismo. Mientras tanto, Aznar iba por ahí proclamando el «patriotismo constitucional» y la sola mención de la palabra patriotismo hacía que uno se frotara los ojos. Fue un cambio importante, porque cuando uno no tiene nada ve unas monedas como un tesoro. ¿Pero qué era eso del etnicismo y por qué no reivindicar directamente España y la unidad nacional, que era lo que estaba siendo amenazado? Para entenderlo tendremos que remontarnos unos años atrás.


Orígenes teóricos


Nacido en Centroeuropa y emigrado a Estados Unidos, el historiador Hans Kohn fue el primero en establecer en su obra The Idea of Nationalism, publicada en 1944, una distinción del nacionalismo en dos tipos: uno llamado cívico o político, y otro étnico o cultural. El primero sería racional, universalista, liberal, anglosajón, basado en los derechos humanos (este sería el bueno), mientras que el segundo como es el malo estaría asociado a la sangre, la pertenencia, la lengua, el folclore, los sentimientos tribales, el misticismo, lo primitivo y emocional. El nacionalismo étnico es descrito como característico de etapas tempranas, mientras que la culminación moral y política de una sociedad era el primero. ¿Cuál es el problema con este esquema? Que, recordemos por la fecha, no dejaba de estar sujeta a las circunstancias del momento, de ser en cierta manera propaganda de guerra, teniendo muy presente además la inminente confrontación con la Unión Soviética, pues todos esos atributos correspondían según él a los nacionalismos de Europa oriental. Los nacionalismos cívicos serían idealmente representados para Kohn por cinco países: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Holanda y Suiza. Es decir, salvo el último, metido para disimular, los demás resultaban ser los Aliados y el futuro bloque atlantista. ¿Y de nuestro país se acordó? Pues lo cierto es que lo menciona repetidamente en la obra, siempre en estos términos: «mientras España permaneció inmune a las revoluciones intelectuales, económicas y religiosas, Inglaterra se nutrió de ellas y se convirtió en el siglo XVII en el hogar desde el que irradiaron al Nuevo Mundo y al continente europeo (…) Así como Inglaterra imprimió sus tradiciones de libertad e ilustración en América del Norte, España imprimió su despotismo y atraso en América del Sur y Central». La contraparte que lo hace todo mal frente al glorioso mundo anglosajón, quién nos iba a decir que una teorización del nacionalismo terminara siendo chovinista…  


El caso es que las circunstancias históricas hicieron que tal distinción entre nación/nacionalismo étnico y cívico resultara muy útil (al margen de que fuera cierta o no), así que arraigó con intensidad en el ámbito académico estadounidense en las décadas posteriores, siendo citado como «Kohn’s dichotomy». Michael Ignatieff escribía en 1994, por ejemplo, que el nacionalismo cívico está constituido por «una comunidad de individuos iguales portadores de derechos que están unidos por un vínculo patriótico a compartir una serie de valores», en oposición a los nacionalismos orientales de masas ignorantes y sojuzgadas. Bajo esta perspectiva, los países no occidentales serían comunidades étnicas carentes de valores cívicos y, simultáneamente, construcciones estatales artificiales, «cárceles de pueblos». Ya es mala suerte.


Pero lo interesante es que también ha sido una dicotomía muy criticada, particularmente en las últimas décadas. Algunos autores señalan, por ejemplo, que el origen de los conflictos que se le achacan al llamado nacionalismo étnico no estarían en un ancestral llamamiento a la sangre, el folclore y la tierra propio de sociedades primitivas, sino en un modernísimo anhelo de lograr un Estado democrático culturalmente homogéneo a la manera occidental, y dado que entre toda esa superposición étnica no es fácil trazar nítidamente las fronteras ahí empiezan los problemas.


No obstante, la refutación más rotunda de la idea de Kohn podemos encontrarla en el interesantísimo artículo de la catedrática de Oxford Yael Tamir ¿Hay una diferencia entre el nacionalismo étnico y el cívico? Lo que plantea Tamir es que todos los nacionalismos, todas las naciones, son conjuntamente étnico-culturales y cívico-políticos, y oscilan en ese continuo entre dos polos según las necesidades del momento. En situaciones como la propia fundación del país, de guerra, crisis económica o división interna será necesario fortalecer esos vínculos comunes que forjan la identidad nacional, apelar al patriotismo y a la dialéctica «nosotros/ellos», mientras que en los momentos de bonanza se pueden aflojar las ataduras (¡nunca del todo!) en favor de un mayor individualismo y reconocimiento de minorías: «la verdadera opción que enfrentan los estados modernos no es entre el nacionalismo cívico y el étnico, sino entre un nacionalismo más o menos liberal. La versión cívica del nacionalismo ofrece un modelo demasiado abstracto y legalista. Si bien el constitucionalismo, los derechos universales y la igualdad de membresía son pautas valiosas para la acción política, cubren un ámbito limitado de la vida de una persona. Más importante aún, ofrecen una base demasiado débil para la cooperación social y política. Esta es la razón por la que el nacionalismo sigue regresando, dejando de lado los ideales cívicos y abriéndose camino hacia el centro del escenario».


Su importación a España


Como ocurre con toda la producción intelectual de los campus estadounidenses, al margen de lo buena o disparatada que sea, más pronto que tarde termina trasladándose a nuestro país y el caso de la falsa dicotomía de Kohn no ha sido la excepción. Se comenzó este siglo, como vimos anteriormente, apelando no a la Nación sino a la Constitución en un contexto tan crítico como el del terrorismo etarra y se repitió lo mismo en relación con el golpe catalán. De entre los intelectuales y académicos que se han manifestado públicamente en torno a la cuestión separatista la mayoría han reformulado de una u otra forma esa idea, bien porque bebieron directamente de esas fuentes norteamericanas o porque repitieron lo que sus colegas españoles decían. Por tanto, si he mencionado en el título sólo a Savater, Ovejero y a Gustavo Bueno es por ser, quizá, los más reconocidos y pertinaces.


Recordemos del primero, por ejemplo, su reciente discurso en Cibeles contra la amnistía. A muchos les vendrá a la mente la polémica con su «Non serviam» aludiendo a Lucifer, pero aquello ya fue suficientemente discutido, así que centrémonos en el resto de su intervención. La premisa central era: «España es importante para proteger nuestros derechos». Enfoque puramente liberal-individualista en el que la nación ni está ni se la espera. España es que haya jueces y un BOE. Pensemos qué capacidad de movilización puede tener eso ¿cuántos soldados han ido a la guerra para luchar por el código penal y el Ministerio de Hacienda en lugar de por su gente, su patria, su pueblo? ¿Si España dejara de ser un Estado de derecho democrático entonces ya sí se podría despiezar? ¿Un Estado catalán que garantizase los derechos fundamentales sería por tanto admisible? Al erradicar todo particularismo queda un universalismo que no interpela a nadie en concreto.


Respecto a Ovejero, «el nacionalismo étnico es propio del fascismo», sostiene, porque el mayor problema de España ahora mismo como bien sabemos es Mussolini y Hitler. Ahí, a lo que hay que estar. Pero nada define mejor su pensamiento (y su reiterado fracaso) que este magnífico párrafo de una entrevista que concedió hace unos meses: «se ha mojado sin dudarlo, con una crítica sistemática a esos nacionalismos, pero con una renuncia clara, también, a contrastarlo con un nacionalismo español que entiende que no existe como tal. Su defensa, para el conjunto, pasa por la idea de la ‘ciudadanía’, que, sin embargo, no ha acabado de calar. ¿Por qué? Ovejero cree que no se ha intentado lo suficiente». Así que hablar de ciudadanía no moviliza ¡Vaya por Dios! Pero la solución es seguir intentándolo otros 20 o 30 años fundando nuevos UPyDs y Cs. Si acaso España sigue existiendo para entonces, porque con estos defensores…


Por último, entiendo que pueda indignar a algunos incluir a Gustavo Bueno junto a los dos anteriores. Al fin y al cabo, era indudablemente patriota y tuvo la lucidez suficiente como para mostrar euroescepticismo a contracorriente en su España frente a Europa, pero el problema es que en este libro repite las mismas categorías de Kohn exactamente con su mismo significado, por poner uno entre tantos ejemplos: «una nueva entidad está naciendo, según esto, desde su principio: es la nueva nación (la nación política) en la que las antiguas naciones étnicas desaparecen de algún modo como tales naciones étnicas para recuperarse como partes del nuevo cuerpo político, que está constituyéndose». A todo ello le añade, eso sí, unas cuantas raíces etimológicas y definiciones de diccionarios antiguos… en lo que no deja de ser un refrito de una teoría que ya nació viciada hace 80 años.


En conclusión, las buenas intenciones no bastan, si algo no funciona hay que cambiarlo, y la admirable valentía de algunos en el pasado —particularmente de Savater— tampoco debería llevarnos a tener que darles la razón para siempre de manera condescendiente. Toda esta retórica liberal que apela al Estado, a la Constitución, a la ciudadanía y a los derechos individuales, pero nunca a la nación; que minusvalora o niega la naturaleza humana con su necesidad de identidad y pertenencia; que pretende aplicar en España un enfoque ilusoriamente post-nacional que en realidad tiene mucho de chovinismo anglosajón y que sirve solo para naciones en su mejor momento que no necesiten defender su propia continuidad (si es que las hay), es todo ello una confusión entre causas y consecuencias, como si al ver que alguien sano no necesita medicinas entonces recomendaran a un enfermo que dejara de tomarlas para curarse. Porque ese nacionalismo sin nación, sin vértigo patriótico, cívico, ilustrado, universalista, descafeinado, pasteurizado, sin sal y sin azúcar, homeopático, no es el que un país en momentos de crisis y fragmentación necesita: no moviliza a la gente, no ocupa el lugar que los nacionalismos periféricos están encantados de monopolizar por incomparecencia del rival. Lo que ahora requiere España es un nacionalismo centrípeto y soberanista de buena graduación alcohólica que pegue fuerte en la cabeza ¡La ocasión lo merece!


Leer en La Gaceta de la Iberosfera