Céline
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con los guardias civiles asesinados en Barbate de cuerpo presente (Realidad), el gobierno se fue de smoking a una kermese goyesca en Pucela (Ficción), blindada como Fort Knox para la ocasión.
–Eres un icono, presi, te queremos, ¡wooow! –le decía al tipo disfrazado de Toni Manero que funge de presidente una Applebaum del Ente que demostraba tener bien aprendidos los principios de etiqueta propios de la servidumbre en las patocracias.
El cine es el libro de los que no leen libros, y el Régimen, que hoy (ayer para el lector) conmemora el cincuenta aniversario del Espíritu del 12 de Febrero, escogió esa rama del Estado (“séptimo arte”, la bautizó el loco Canudo) como comedero cultural para sus propagandistas. Supone la culminación de la idea de modernidad puesta en marcha por Arias en su discurso del 74: “El consenso nacional en torno al Régimen en el futuro habrá de expresarse en forma de participación operativa”. En resumen: no tendrás nada y serás feliz. Y aquí estamos, al final de la noche, en lo que parece el manicomio parisino de Vigny-sur-Seine, del doctor Baryton.
–El sistema Baryton de los “cretinos en el cine” nos ocupaba suficientemente –escribe Céline, receptor de las confidencias del alienista: “Cuando abrí mi manicomio éramos un número limitado de facultativos, y mucho menos depravados que hoy… Ninguno intentaba entonces estar tan loco como el cliente… ¿Está usted en condiciones de tranquilizarme sobre la suerte de nuestra razón? ¿E incluso del simple sentido común? A este ritmo ¿qué nos va a quedar del sentido común? ¿Es que ante una inteligencia realmente moderna no acaba todo valiendo lo mismo? ¿Por qué, entonces, no volvernos locos nosotros mismos? ¡Y jactarnos de ello, además! ¡Hacernos publicidad con nuestra demencia!” Voilà, la patocracia.
La terapia de Baryton en Vigny-sur-Seine combinaba el cine con el tratamiento eléctrico. “¿Cuál es la última película que ha visto, presidente?”, preguntaba (periodismo de Estado) la Applebaum del Ente (“la televisión, después de todo, no es más que el cine por radio”, dejó dicho Cabrera Infante), y nuestro estadista salía por Sofía Mazagatos: “Bueno, no te puedo decir una (tuteo falangista)… ¡Muchas!” Vamos, las Obras Completas de Platón.
Con el presidente viendo películas, Marlasca, a quien alguien ha dicho que es Fouché y él se lo ha creído (“un patrón se siente siempre un poco tranquilizado por la ignominia de su personal”, fue el diagnóstico célinesco), era confrontado en un funeral por la dignidad de una viuda en carne viva, que impidió al ministro imponer una medalla al esposo muerto.
En el París del 94, y para desvanecer el infame espectáculo de la guillotina, el Terror dispuso el traslado del cadáver de Rousseau al Panteón el mismo día que decapitaba a las viudas de Hèbert y de Desmoulins, el Cicerón tartamudo de la Revolución, origen de todas las patocracias, que llamara al pueblo a la toma de la Bastilla.
[Martes, 13 de Febrero]