sábado, 31 de diciembre de 2022

En la muerte de Benedicto XVI


Erección de la estatua compostelana

 

QUIEN CREE NO ESTÁ SÓLO

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc

ENVIADO ESPECIAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA

Visto y no visto. No es más que un instante de claridad. Pero es la claridad de la majestad que impone el peso de la púrpura, esos dos mil años a cuestas de un hombre octogenario señalado para buscar y salvar lo perdido. Es el Papa Benedicto XVI en Santiago. Apenas medio segundo que nos lleva tres horas de espera.

Pero quien cree no está solo.

Por la avenida de Juan XXIII, el «papamóvil» pasa velozmente, precedido por un vehículo que podría ser el del ministro Rubalcaba haciendo de «safety car». El visto y no visto pinta una desilusión como la de «Bienvenido Mr. Marshall».

En el «papamóvil», frente al Papa, hemos visto a su secretario, Georg Gaenswein —cuya elegancia, al decir de las comadres, inspiró a Donatella Versace una colección de camisas—, y al arzobispo de Santiago.

¿De Santiago? ¡No, «home»! De Zamora. Fresno de la Polvorosa— corrige un señoruco que cree que se discute la cuna del señor arzobispo
. El pueblo donde tiran a la cabra del campanario...

Para llegar a la avenida de Juan XXIII ha habido que rodear la ciudad de Santiago, con todos los callejos del centro cerrados por la Policía: policías hechos y derechos mezclados con policías novatos en prácticas de Academia. ¿Quiénes de ellos perderían el otro día los papeles secretos de la seguridad papal que un ciudadano anónimo devolvió a la autoridad?

Con las de Juan Pablo II, es la tercera visita de un Papa a Santiago, y en la tertulia de valla se establecen las comparaciones:

El polaco era más simpático.

Pero el alemán habla más idiomas.

Es la traducción popular de las visiones que, a juicio de Peter Seewald, han establecido los medios:

De Wojtyla estimaban la emotividad, el dramatismo de sus gestos varoniles; de Ratzinger, la nobleza, esa postura aristocrática al hablar y actuar, que recuerda a los grandes de la Antigüedad clásica.

Después de unos días de primorosa —aunque falsa— primavera, hace un frío sin sol en Santiago. En la valla se culpa de la demora a Rubalcaba, que entretiene al Papa en una audiencia.

¿No es Jefe de Estado el Papa? ¿Qué hace entonces con Rubalcaba?

Ya tiene caso salir del sol de Roma para caer en la niebla de Santiago y que aparezca Rubalcaba, el hombre del día en la política local, sólo por haber presentado como un logro que la economía española crece al cero por ciento. La esperanza es que Benedicto XVI, gran amigo personal de Trappatoni, sepa improvisar un «catenaccio» para parar al hombre que en España presume de saberlo todo de todos.

En la valla de enfrente, muchachas rubias agitan una pancarta, «Tarnowskie Gory», que no sabemos leer.

¿Qué comerá el Papa?
pregunta una mujeruca.

Ni las monjas que atienden al señor arzobispo lo sabían ayer
responde un enterado.

Gran parte del público de valla o de cuneta está entre la adolescencia y la juventud. Grita y canta con una alegría que quita el frío. En Alemania se reza en las escuelas. Un periódico de Madrid envió a Berlín a un reportero para contrastar el laicismo alemán y se llevó esa sorpresa. «¿Y por qué se reza?», preguntó el reportero. Y le respondieron: «Porque una vez dejamos de hacerlo y nos fue muy mal».

La decisión de Ratzinger por el sacerdocio tuvo que ver con la atracción espiritual que le produjo el misterio de la antigua liturgia romana:

El aspecto estético era tan sobrecogedor que era un auténtico encuentro entre Dios y yo
confesará el Papa.

La TV gallega pondera el galleguismo del arquitecto gallego del escenario de la misa papal. Él da sus explicaciones, pero, metido en esa plaza universal, su aparejo viene a ser una metáfora del relativismo cultural que tanto ha combatido el Papa. Este localismo tan hispánico acaba por reducirlo todo a «performances» con sabor a pollo de albergue: gallega la TV, gallega la arquitectura, gallega la artesanía y gallega la música.

La música, precisamente, es lo que más ha cuidado esta vez el canónigo Búa, coordinador de las visitas papales, que salió insatisfecho de las dos experiencias anteriores.

Sin las verdades de la música, ¿cuál sería nuestro déficit de espíritu al caer el día? —pregunta el gran revisor de la cultura Steiner—. La música y el sentimiento religioso han sido inseparables. ¿Qué hay en el mundo semejante a la música? ¿A qué se parece la música?

Quizás a ese instante de claridad y estremecimiento al paso del viejo Papa de Roma por el Camino más antiguo de la Cristiandad. «Habemus Papam». Tenemos Papa.

[Publicado el 7 de Noviembre de 2010]

  Los muertos y las muertas. Juan Pablo II

 


JUAN PABLO II
1920-2005

Juan Pablo II, el Papa que rasgó el Telón de Acero, fue, en palabras de Peter Seewald, la piedra del siglo XX: “Su primera encíclica, Redemptor hominisRedentor del ser humano– señaló su programa: las personas, el mundo, los sistemas políticos se habían ‘alejado de las demandas de la moral y de la justicia’. La Iglesia, pues, tenía que suministrar el modelo contrario con una doctrina clara. Esta idea directriz estuvo presente en todas las circulares papales. Contra la ‘cultura de la muerte’, la Iglesia tenía que proclamar una ‘cultura de la vida’.” El cardenal Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, concluyó que las grandes encíclicas de Juan Pablo II –la citada Redemptor hominis y su tríptico trinitario en el que presentó la imagen de Dios, la gran encíclica de la moral, la de la vida, la circular sobre la razón y la fe– constituyen los hitos sobre los que construir de nuevo, como Aquino hubo de repensar el cristianismo en el encuentro con el judaísmo, el islam y la cultura griega.
 
IGNACIO RUIZ QUINTANO
 
(Del libro Serán ceniza, mas tendrá sentido
Ediciones Luca de Tena, 2006)

Feliz Año Nuevo

 


Se lo dijo a Borges y a Bioy el pintor Xul Solar ((Óscar Agustín Alejandro Schultz Solari): lo que hagas en Nochevieja es lo que harás durante el año.

Y lo que hacía Borges en Nochevieja era meterse en casa de Bioy a guardar silencio entre chupín y chupín… de sidra

Estado Compuesto. La feria


Abd el-Krim, caudillo rifeño


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Pocas cosas nos habrán hecho más daño que aquella ortegada del “proyecto sugestivo de vida en común”. Las sociedades sólo son proyectos para los totalitarismos. El Ortega invertebrado llegó a ser, con sus apuntes de Renan, santón del fascismo (ilustrado) en España.
Cataluña es un pueblo esencialmente sentimental –dice José Antonio en las Cortes del 34–, impregnado de un sedimento poético… hasta en la vida de esas familias barcelonesas que transmiten de padres a hijos las pequeñas tiendas en la plaza Real
Ahí está “la empatía” con Cataluña que pide Pedro Sánchez, el Josué elegido por Don Dinero para “Pactar Cataluña” con arreglo a la “hoja de ruta” editorializada por el periódico global en tiempos de María Soraya y Cebrián (junio del 16). Que Sánchez se crea Schumpeter o que Torra Pla se sienta Abd el-Krim (suya es la comparación de Cataluña y el Rif) forma parte del universo poético descrito por José Antonio:

No sólo viven con un sentido poético esas familias, sino que van perpetuando una tradición de poesía gremial, familiar, maravillosamente fina. Esto no se ha entendido a tiempo. A Cataluña no se la supo tratar.
Tratar es pactar, y eso requiere de lo que en su “Comentario al Discurso de Gettysburg” llama Santayana “psicología de la feria rural”. Sánchez se dirá: “¿En verdad me importa la secesión de Cataluña para que mi esposa forme líderes africanos en un instituto madrileño?” Y Torra Pla se dirá: “¿Era tan importante que el Real Madrid tuviese trece copas de Europa?” Y ambos se contestarán: “¡No! Lo que realmente necesitaba era este amigo!”
Al hilo de Santayana, lo malo, hoy, aquí, es esa clase irracional de plasticidad moral (¡cuarenta años de consenso!) que tolera que la voluntad y la acción cambien de fundamento, como si aparecieran de repente, inexplicablemente, mezcladas e inconexas, “como a un niño inocente podría parecerle que los cohetes estallan sin causa en un cielo vacío”.

Hemos llegado al “trance” del “día cuarto” de la feria.
 
[Publicado el 25 de Septiembre de 2018]

Otros Pelé

 


Francisco Javier Gómez Izquierdo
 
    "... Mi padre era un fanático de Pelé. Me puso su nombre y le escribió para contárselo. Pelé no le contestó porque ¡claro! ¡Cuánta gente escribirá a Pelé! A todos no va a responder. Mi padre era futbolista y tenía un hermano gemelo. A mi padre le suspendieron dos años por tirar el balón a la cara a un árbitro pero se cambiaba con mi tío y un partido lo jugaba él y otro mi tío.A veces se cambiaban en el descanso..."


  Gavril Pelé Balint. Campeón de Europa con el Steaua de Bucarest. 1986

Sábado, 31 de Diciembre

 

Nuestra Señora

viernes, 30 de diciembre de 2022

La soberanía popular

 

La división de poderes

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Pedro Sánchez no ha roto la separación de poderes, juguete político que España no ha conocido jamás, y eso que quien mejor lo definió fue un español, Miranda, cuyo nombre figura en el Arco del Triunfo de París. Con sus andares de Tony Manero por los andenes del Ave, lo que ha hecho Sánchez es marcarse un Luis XIV (“la souveraineté c’est moi”), y con ello, poner al descubierto, incluso para los liberalios más simplitos, la inexistencia de la separación de poderes.


    Sánchez no es soberano por la descortesía de entrar antes que el Rey al Ave de Murcia, del mismo modo que los cabestros de Florito no se convierten en toros por entrar antes que el toro al corral de Las Ventas. Sánchez es soberano por designio del Sistema, que se reduce a “una unidad de poder con división (reparto) de funciones”, como Franco definió al suyo. Pero los partidos, que viven de “okupas” del Estado, apelan a la “soberanía del pueblo”.


    ¿Qué es el pueblo? En los libros, un concepto de derecho público, y en la realidad continental, y dicho por el creador de la ciencia constitucional, “aquellos que tienen que pagar la cuenta, que tienen que pagar a los nuevos estafadores; ésa es la circulación de las elites y ésa es la identidad del pueblo”. Ser pueblo es instituir al soberano, y en España al mandamás (que eso es un soberano) no lo ha instituido el pueblo, sino los jefes de los partidos, con lo que, políticamente hablando, no tenemos pueblo, por mucho que los mamertos de la izquierda social, en juntándose cuatro por la calle (“corpus mysticum democraticum”), rompan a cantar aquello de “si esto no es el pueblo, el pueblo dónde está”.


    ¿Qué es la soberanía? En los libros, un objeto de la teología: “causante causa de incausado origen “, en adorno de Nicolás R. Rico, que nos hace ver cómo la soberanía se teologiza cuanto más se seculariza la teología. Bellísimo cuento, el de la soberanía, que comenzó con Bodino, que se devanó los sesos, el hombre, para hacer compatible “la poderosidad con la juridicidad del Estado”, y que acaba con Errejón, comunista abrazado al momio del Estado de Partidos y que la reduce a un “¡a mí que los jueces no me toquen el cocido!”


    Los que hablan de “democracia liberal” como quien se come de golpe un huevo cocido, ellos sabrán qué quieren decir, pero pasan por alto que los americanos inventaron la “democracia representativa” contra el liberalismo (parlamentarismo) inglés, al tener comprobado que tanto despotismo había en un rey que mandaba en el nombre de Dios que en un Parlamento que mandaba en el nombre del Pueblo. Si “soberano es el poder que obtiene obediencia en concurrencia con otros poderes”, la garantía contra el despotismo es separar esos poderes en origen, que se maten entre ellos, para que el ciudadano pueda dormir tranquilo. Sin concurrencia de poderes, no hay soberanía, sino dominación. Sánchez (igual que quienes lo precedieron), pues, no es un soberano. Sánchez es un “puto amo”.

 

[Viernes, 23 de Diciembre] 

En la muerte de Pelé

 

Pelé y Cruyff en el Carranza


Francisco Javier Gómez Izquierdo

 
     De Pelé nada que no se sepa puede servidor contar, pero aquí, bajo una encina centenaria de los montes de Toledo se me repite la mala digestión que nos quiere hacer pasar el alcalde de Cádiz, a cuenta de profanar uno de los lugares más sagrados al que acudían los dioses del fútbol con el respeto y la devoción que el Ramón de Carranza merece.

 
   Pelé y Cruyff coincidieron en el Carranza el uno de septiembre de 1974 y tal conjunción astral debe ser respetada hasta por el más irreverente de los carnavaleros.


   Dioses, dioses del fútbol, cinco: Di StefanoPelé, Cruyff, Maradona y este Messi que se las ve con defensas afeitadas. Y santuarios, pocos también: Maracaná, Wembley, el Bernabéu, San Siro... y el Ramón de Carranza. Los dioses sabemos que son inmortales pero a los templos no les faltarán nunca Erostratos, muchos de ellos disfrazados de impiedad gozosa.


   Pelé, como Cruyff, Di Stefano o Maradona, no ha muerto, porque los dioses no mueren. Sin avisar, visitan los lugares donde les tienen devoción.


   Sépalo usted, don Kichi. Haga por corregir mamarrachada tan afrentosa.

Viernes, 30 de Diciembre

 

El Uc

jueves, 29 de diciembre de 2022

El árbitro que expulsó a Pelé





Explosivo, visceral,
El Chato Velásquez tenía un sentido singular de la justicia: confiaba más en sus puños que en el silbato. Dice que si pitara de nuevo aquel partido de Colombia contra el Santos, volvería a expulsar a Pelé




Por Alberto Salcedo Ramos


Guillermo Velásquez, más conocido como El Chato, debe de ser el único árbitro de fútbol del mundo que registra en su hoja de vida por lo menos cinco jugadores noqueados.

Ni Alberto Castronovo, ni Eduardo Luján Manera, ni los otros futbolistas aporreados por él, se enteraron de que su verdugo, antes de ser árbitro profesional, había sido boxeador.

Velásquez sonríe mientras se mira los dos puños apretados. Luego los voltea para donde yo estoy, como para notificarme que en esos gruesos nudillos, pese a sus 69 años, todavía quedan restos de la potencia telúrica del pasado.

A continuación, aclara que él no se hizo respetar por la fuerza –pues no era invencible–, sino porque tenía un temperamento sanguíneo que se incendiaba ante el mínimo intento de atropello y un amor propio que le impedía soportar humillaciones. Si tuviera que arbitrar otra vez, volvería a sancionar al saboteador y a castigar al tramposo. Y, sobre todo, no ofrecería la otra mejilla para que el patán le repitiera el golpe, ni pondría el otro ojo para que el cochino le lanzara un segundo escupitajo, ni amonestaría con una simple tarjeta al grosero que le mentara a la madre, sino que se vengaría en el acto de cada agresión.

El Chato estima que la compostura que se les exige a los árbitros es hipócrita y tiene más vínculos con la política que con la ley. Según él, un ser humano que recibe una patada en la yugular y en vez de aparentar cortesía tiene la oportunidad de desquitarse, resulta menos peligroso porque se libera de odios futuros.

“Yo no andaba por las canchas repartiendo coñazos”, explica, “pero cuando había que pegar, pegaba, porque después me iba a matar la angustia de no haber reaccionado como hombre cuando me provocaron. Cuando se tiene un carácter como el mío, responder a las agresiones es una necesidad”.

Le digo a Velásquez que cambiar la justicia por la venganza nos devolvería a la época de las cavernas y añado que si al árbitro le dan un pito y unas tarjetas, es justamente para que no tenga necesidad de utilizar un garrote.

“Así es”, admite El Chato, con una rapidez que me indica que no le estoy diciendo nada que él no haya pensado antes. “Pero fíjese usted que a los futbolistas les dan una pelota para que le peguen patadas y quieren pegarnos es a nosotros”.

Vuelvo a la carga con el argumento de que el día que se apruebe la Ley del Talión en las canchas, tendremos más sangre que goles. Y El Chato repite la misma frase de hace un momento: “Así es”. En seguida, con un movimiento resuelto de las manos, afirma que para evitar ese riesgo hay que pedirles a los futbolistas que reclamen en buenos términos y no con violencia.

–¿Y por qué no les pedimos a los árbitros que no les peguen a los jugadores?

–Bueno, ahí le voy a contestar lo mismo que le contesté a un periodista brasileño, el día que expulsé a Pelé: no es bonito responder a un golpe con otro golpe, pero todavía no he visto la parte del reglamento que diga que los árbitros tenemos que dejarnos pegar.

***

Guillermo Velásquez mostró su vocación de juez desde la adolescencia. Cuando sus padres discutían, lo buscaban a él para que decidiera quién tenía la razón. Cuando sus hermanos peleaban, sólo él lograba reconciliarlos. Muy pronto, su capacidad de discernimiento y su sentido de la justicia fueron célebres en la familia. Primos, tíos y otros parientes menos cercanos apelaban a él, porque confiaban en la ecuanimidad de sus sentencias.

Más tarde, cuando jugaba fútbol en el Colegio Deogracias Cardona, de su natal Pereira, no asistía con sus compañeros de equipo a la charla técnica de los entretiempos, sino que se iba con el árbitro a analizar el reglamento.

Cuando finalmente reemplazó el balón por el silbato, se liberó del destino gris que le esperaba como futbolista y recuperó el respeto que había conocido como consejero familiar. En ese momento descubrió que la satisfacción del que aplica la ley depende más del poder que ostenta que del bienestar que supuestamente le procura al prójimo. Si la cancha es el universo completo y los jugadores son todas las criaturas posibles, entonces el árbitro, que todo lo ve y todo lo juzga, encarna una autoridad más divina que humana, una presencia omnímoda que gobierna las acciones aunque no nos demos cuenta. Él y sólo él es capaz de detener la carrera del veloz atacante, con un simple movimiento de su mano. Él decide cuándo parar el partido y cuándo reanudarlo, y en ambos casos determina el punto exacto de la tierra en el que hombre y pelota se reencuentran. Ni el que es genio como Maradona ni el que es bravucón como Chilavert tienen licencia para tutearlo: deben dirigirse a él con una cierta reverencia caricaturesca –manos atrás y cabeza agachada– y además están obligados a acatarlo por los siglos de los siglos, aun cuando valide como gol una pelota que pasó a quince metros del arco. Como a Dios, al árbitro habría que inventárselo si no existiera. Los jugadores lo necesitan para justificar sus pecados y para que él los ayude a ganar el cielo que ellos solos no alcanzarían jamás de los jamases.

Desde el principio, El Chato disfrutó esa sensación de importancia que, según él, les gusta a casi todos sus colegas, aunque no lo reconozcan en público. Por eso ahora, mientras sorbe su café, levanta la voz para decirme que no es ningún delito, como afirman algunas personas, que el árbitro sea protagonista. “¿Cómo no va a ser protagonista el juez que condena al matón o que evita una desgracia?”, se pregunta, alzando aún más el tono y adoptando un cierto aire de orador. “Usted debe saber, como periodista, que el problema no es la fama sino la mala fama”.

Estamos sentados en la cafetería del Parque el Salitre. Nuestros vecinos, muchos de ellos jóvenes que no lo conocen, lo miran con insistencia, y él se regodea en su silla comprobando por enésima vez que no nació para pasar desapercibido.

Estimulado por la atención del público, Velásquez enumera sus méritos en voz alta: fue –me dice sin ruborizarse– el árbitro que les abrió las puertas internacionales a sus compañeros colombianos. Participó en la Copa Libertadores entre 1968 y 1982, pitó en cuatro Juegos Olímpicos y fue juez de línea en uno de los partidos más bellos que se hayan disputado jamás, el de Italia contra Alemania en el Mundial del 70.

Después observa que nunca se tomó un trago el día antes de un compromiso, que siempre se entrenó como si cada jornada fuera una final y que cuando se retiró, en diciembre de 1982, era el árbitro que había pitado el mayor número de partidos en los cuales ganaban los equipos chicos. “Y de visitantes”, añade.

“Lo mejor de todo”, dice ahora, “es que puedo jurar ante el país que nunca me torcí. Cuando me equivoqué, me equivoqué de verdad y no me hice el equivocado. Y no solamente por honesto, sino porque siempre me quise mucho a mí mismo. Mi orgullo no me permitía quedar como un chambón”.

Le pregunto si pegarles a los jugadores, como él lo hizo, fue un defecto o una virtud.

El Chato sonríe, me mira con malicia por encima de su pocillo. Calla.

–Ay, hermano, dejemos eso quieto. No me haga enfermar.

–Por su sonrisa, parece que no se arrepiente.


–Mire: yo no me siento feliz de haber tenido un genio como el que tuve. El temperamento me traicionaba y ese fue mi único error.
 
 

Después de unos segundos de silencio, en los que parece apenado, encuentra un argumento que le devuelve la seguridad. “¿Sabe una cosa?”, me dice, con el rostro iluminado. “Ser peleador me sirvió para conservar la pureza. Cuando uno quiere imponer siempre su autoridad, ya sea a las buenas o a las malas, no puede darse el lujo de tener rabo de paja”.

Llegado a este punto, El Chato estima pertinente un par de aclaraciones: cuando le pegó a un jugador fue porque, indefectiblemente, éste le había pegado a él primero. Y en todo caso, aquellas fueron calenturas pasajeras que nunca traspasaron los linderos del estadio. Eso sí: insiste en que para no quedar rumiando odios, era absolutamente necesario que le atizara un porrazo al agresor.

Desde 1957, año de su debut en el torneo profesional, aparecieron los problemas. Alberto Castronovo, jugador del Atlético Nacional, aprovechó un embrollo para darle a Velásquez una patada alevosa en la canilla. Velásquez se retorció en el suelo, durante varios minutos. Cuando se repuso del golpe actuó como si no supiera quién le había pegado. De pronto, en un tiro de esquina, vio, nítida, la oportunidad de desquitarse. Calculó que, por el momento, los espectadores estarían pendientes del jugador que iba a cobrar y se colocó en el área, al lado de Castronovo. A continuación, lo conectó con un derechazo en la barbilla. Castronovo rodó por el pasto pero se levantó en seguida, furioso, y se lió a golpes con el árbitro, en medio de la sorpresa del público. Entonces, varios agentes de la policía entraron en acción, dispuestos a retirar al jugador por la fuerza. “No, señores”, les dijo El Chato, autoritario. “¡Háganme el favor y dejan al caballero en la cancha, que no está expulsado!”.

–¡Pero cómo que no está expulsado, si vimos cómo le pegó a usted!

–¿Y no vieron cómo le pegué yo a él? Si se va Castronovo, me voy yo también. Pero como donde manda árbitro no manda policía, he dispuesto que ni se va él, ni me voy yo.


El Chato guiña un ojo y advierte que la justicia depende más del sentido común de quien la aplica que de simples leyes escritas en un papel. Para ilustrar su teoría, recuerda la vez que Miguel Ángel Converti, atacante de Millonarios, recibió un pase de espaldas al arco, en un clásico contra el Santa Fe. Desde antes de que Converti tomara la pelota, Velásquez había sancionado fuera de lugar. Pero el jugador, que al parecer no escuchó el silbato, llevó el lance hasta sus últimas consecuencias: durmió el balón con el pecho, lo hizo rebotar sobre su muslo izquierdo y luego se suspendió en el aire –cabeza hacia abajo y pies hacia arriba– en una chilena espléndida. El proyectil se clavó en un ángulo imposible de la portería y Converti corrió como loco hacia el banderín de córner, mirando hacia el cielo y zafándose de los compañeros que querían abrazarlo, como si pensara que su virtuosismo lo alejaba de los atletas y lo acercaba a los dioses.

“Si yo hubiera sabido que Converti iba a concluir esa jugada como la concluyó”, dice Velásquez, “no habría pitado el fuera de lugar. Fue la única vez que quise hacerme el equivocado en una cancha y créame que lamento mi acierto como si fuera un error. Es lo que le vengo diciendo: según las normas, yo actué bien, pero no fue justo que yo le robara semejante joya al público. Donde yo validé ese gol, hasta los hinchas del Santa Fe se ponen contentos”.

Le pido a Velásquez que me haga el inventario de los futbolistas a los cuales golpeó y me responde, aparentemente apenado, que “eso no vale la pena”.

–¿Por qué?

–Hombre, porque no fueron tantos. Pero ya que insiste en este punto, diga que una vez le hinché el ojo a Orlando Herrera, del Tolima, porque se propasó conmigo en un reclamo. ¿Y sabe qué pasó en el partido siguiente que me tocó arbitrarle en Ibagué? Que el tipo fue a buscarme a mi camerino y me llevó abrazado hasta la mitad de la cancha. ¿No le parece bonito? Si no me reconocieran sentido de la justicia, no me perdonarían. Yo habré sido brutal, pero soy más humano que muchos de los que se creen mansas palomas, porque pegué puños pero no maté a nadie con el pito.

***

El Chato, que no cesa de ufanarse de su ecuanimidad, señala que si hoy fuera otra vez el miércoles 17 de julio de 1968, volvería a expulsar a Pelé.

Ese día, el Santos de Brasil, considerado el mejor equipo del mundo, enfrentaba en un partido amistoso a la selección de Colombia que participaría en los Juegos Olímpicos de México.

Muy temprano, Velásquez validó un gol de Colombia en aparente fuera de lugar. Los brasileños se pusieron histéricos y cercaron al árbitro. Uno de ellos, de apellido Lima, fue expulsado. Como se negaba a abandonar la cancha, fue sacado por la policía. Cuando iba por la pista atlética se les soltó a los agentes, se devolvió al terreno de juego y le asestó una patada a Velásquez. Éste le respondió con un leñazo en el estómago, que generó un amago de gresca.

El partido continuó con muchas tensiones hasta el minuto 35 del primer tiempo, cuando Pelé vio la tarjeta roja por reclamar, de mala manera, un supuesto penal en su contra. En principio lució desconcertado, pero no tardó en aceptar el fallo. Entonces emprendió el retiro de la cancha con un gesto irónico y desafiante, como un monarca que se mofara de la orden de destierro impuesta por su vasallo. “Ese tipo está loco”, repetía Pelé, una y otra vez, ante el cronista de El Espectador que lo esperó en la pista atlética. En ese momento, los jugadores del Santos rodearon al árbitro. “De 28 personas que tenía la delegación brasileña”, recuerda El Chato, “me agredieron 25. Los únicos que no me pegaron fueron el médico, el periodista y Pelé”.

Velásquez se sintió empequeñecido, arruinado, cuando los 60 mil espectadores del estadio El Campín comenzaron a maldecirlo a gritos y a pedir el regreso de Pelé. Después, cuando los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol decidieron que volviera el futbolista y se fuera el árbitro – un hecho único en los anales del deporte–, se acordó del refrán según el cual la justicia en nuestro país “es para los de ruana” y hasta agradeció que a Pelé no se le hubiera ocurrido asaltar un banco, “porque con seguridad aquí todavía lo estuviéramos aplaudiendo”.
 
 

Guillermo el Chato Velásquez

 
Adolorido más por la humillación pública que por los golpes recibidos, El Chato demandó penalmente a la delegación brasileña. Lo hizo por recomendación de Lisandro Martínez Zúñiga, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que esa misma noche lo visitó en el camerino para ofrecerle sus servicios como abogado.

Los jugadores de el Santos permanecieron en Colombia casi dos días más de lo previsto, retenidos en una comisaría, y al final tuvieron que pagarle a Velásquez dieciocho mil pesos y ofrecerle excusas por escrito, para poder viajar a su país.

Años después, ya retirado del fútbol, Velásquez buscó la manera de encontrarse con Pelé. Entendía, como siempre, que más allá de las leyes escritas necesitaba un acercamiento humano para quedar a paz y salvo con su conciencia. El rey lo atendió en Miami y hasta lo invitó a almorzar.

Ahora le pregunto a El Chato qué habría sucedido si Pelé le hubiera pegado cuando él lo expulsó, y me pide, muy serio, que por favor no le haga una pregunta tan perversa. “Mire que me voy es a enfermar”, añade.

–Es sólo una suposición, no más que una suposición.

–Bueno, en ese caso, permítame responderle con una pregunta. ¿Usted qué cree que hubiera pasado?


(Vía Ricardo Bada 
29 de Agosto de 2009)


Estado Compuesto. Escrituras


MacArthur


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Primero anunció su abandono de la política María Soraya, la Hillary de Pucela, y luego, entre gol y gol de Asensio, la ministra Montón cogió su máster transgenérico y saltó de la Roca Tarpeya “para no influir al gobierno” de Sánchez.
Un sacrificio así no lo veíamos desde Pepiño Blanco, que en 2008 ocultó su simpatía hacia Obama “para no influir en las elecciones americanas”, pero el sacrificio montonero no sería en vano si ahora una justicia creativa estirara el máster de Casado, con lo cual lo de María Soraya ya no habría sido un abandono, sino un MacArthur: “Me voy, pero volveré”, reinterpretado en España por Camilo Sesto con el “Te vas, pero te quedas” de su “Algo de mí”. La pista que nos lleva a MacArthur es que los flabelíferos de María Soraya no han arriado los flabelos.
¿Qué es una justicia creativa? En palabras del presidente de la Audiencia de Zamora:

Los jueces no estamos para poner sentencias, sino para resolver problemas: hay que estar en la realidad social.
En América, un juez sentenciador fue John Marshall, “padre de la constitucionalidad” porque en el Caso Marbury contra Madison dictaminó que la Nación legisla y el Gobierno ejecuta (parecerá sencillo, pero sólo se ha entendido en América). Y un juez creativo fue Roy Bean, la ley al este del Pecos.
¿Quién ha elegido un juez creativo en España? Nadie. Pero tampoco, aquí, nadie eligió nunca al presidente de su gobierno o al diputado de su distrito, y Borrell, ministro de Estado, a 11 de septiembre, presume en la BBC de “separación de poderes” (?) y de “nación catalana” (?), pudiendo poner, además, cara de gentleman, gracias a que en España la traición lleva dos generaciones culturales pasando por virtud social.

Mas se cumplieron las Escrituras… aunque estén tan mal escritas como las del editorial de junio del 16, “Pactar Cataluña”, del diario gubernamental de Cebrián y María Soraya. Suelten a la Vaquilla Pichichi y que los politólogos trisquen cantando el “Qué apostamos”.
 
[Publicado el 13 de Septiembre de 2018]

Arte. Los Niños del Paraíso

 

El programa de los lunes en «La 2» selecciona buenas y a veces muy buenas películas. Pero sus lunáticos presentadores las destrozan con sus erráticos comentarios. No critico su predilección por los aspectos técnicos del cine y la biografía de los cineastas, aunque la erudición no sea el camino de la sabiduría. Tampoco es criticable, sino más bien simpática, la inocente y loca pasión por el cine que les lleva al desvarío grandilocuente en sus juicios de valor. Lo que produce incomprensión, y me duele tener que decirlo, es su permanente ceguera para captar lo esencial en la trama, la importancia que dan a lo anecdótico y su carencia de sensibilidad para percibir la psicología de los personajes. Como pandilla donde nadie disiente de otro, ven en la película lo que los demás no vemos y dejan de ver lo que todos, menos ellos, ven.

La película de Marcel Carné, «Los niños del paraíso», es un poema de amor, tan impresionante como el «Orfeo negro» de Camus (1959), al que los inteligentes diálogos de Prévert convierten en una frívola sátira de las costumbres parisinas de todas las clases sociales durante la ocupación alemana, de la que no se hace la menor alusión simbólica en la película.

El personaje más vigoroso y lúcido, el escritor, ladrón y asesino Pierre François, sostiene la lógica sentimental del guion. Por orgullo y amor no correspondido mata al aristócrata amante de Garance, dejando el campo libre al amor correspondido de Baptiste, y se deja ejecutar en París para no caer en manos de un verdugo de provincias. La otra persona inteligente del reparto, la femenina Garance, que no es coqueta aunque se deje amar por los hombres, sacrifica el único amor de su vida, Baptiste, huyendo por dos veces de él para no hacer desgraciada a su novia y luego esposa con un hijo. El tercer hombre, un actor tarambana incapaz de amar y que tuvo una relación efímera sin la menor ilusión por parte de Garance, acaba siendo su alcahuete para que Baptiste vuelva a ella.

Ninguno de los invitados se dio cuenta de que la pasión de amor de Pierre François por Garance, superior al que sentía hacia sí mismo, pero inferior a su pasión de orgullo, es la pieza que anuda y desenlaza el drama. Y todos tomaron a Garance por una mujer insaciable de hombres, hasta el punto de ver en el último plano de su rostro dentro del carruaje, que pone fin a la película, la egoísta esperanza de quien está segura de encontrar un nuevo amante, en lugar de la extraordinaria belleza que comunica a su cara una hermosa alma de mujer libre que acaba de inmolar su felicidad junto al hombre de sus sueños en aras de la dicha familiar de su amado. El propio director del programa, ignorante del momento sublime de heroicidad que había pasado delante de sus ojos, confesaba no comprender por qué se le había dado a Arletty, en ese último plano, la enigmática belleza de Marlene o Greta Garbo
.
 

Antonio García-Trevijano

Jueves, 29 de Diciembre


 

Javanesa

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Estado Compuesto. El nudo




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Es 1830 y tiene la cabeza ida cuando llaman a su puerta:

Si es Robespierre, que no estoy –dice Talleyrand a su criado.
Si es Sánchez, empieza a no estar nadie en España.

Ante públicos cobardes, lo rentable es la chulería, y ves a Sánchez venir con sus clisos color “havana”, gafa de misterio y rebeldía, y no sabe uno si es el entrenador del Celta o el presidente del Gobierno hasta que abre la boca para anunciar “una votación de autogobierno” (?) en Cataluña.
No hay improvisación. Hay un plan que en junio del 16, con María Soraya y Cebrián a los mandos, el periódico global llamó editorialmente “pactar Cataluña”, cuyo huevo fue, en el 13, la Declaración de Granada de los socialistas batuecos, que dicen que la igualdad implica no sólo igual trato a los iguales (?) , sino trato diferente a los diferentes (?), “y Cataluña es diferente”, razón por la cual la cuestión catalana “reclama solución política, única capaz de cortar el nudo gordiano de su buscada, y creciente, complejidad jurídica”. Y para eso está en La Moncloa el muñeco de los clisos color “havana”, para cortar el nudo gordiano de la complejidad jurídica. ¿Con qué? Con la lógica de pato de ganso expresada en el famoso silogismo de Schopenhauer que Sánchez y su troupe de cómicos toman en serio:
El hombre tiene dos piernas, por consiguiente todo lo que tiene dos piernas es un hombre, luego el ganso es un hombre.
Este gobierno que nadie ha votado debería celebrar los consejos en la Academia, en el centro de cuya mesa hay un agujero que Eugenio d’Ors llamaba “el bidet del idioma” para los bajos de la complejidad jurídica: poder constituyente, poder constituido, poder constitucionario… Poner sobre esa mesa la unidad política de España (¡la única que tiene fuerza constituyente!) y ver las mañas de Sánchez y sus cuates de juvenil alegría (Marlasca, Guirao, el Astronauta) para atar la mosca por el rabo.

Después no habrá Constitución política. Quedará la material (indestructible), pero será otra historia.

[Publicado el 5 de Septiembre de 2018]

Miércoles, 28 de Diciembre

 


Los que entran por los que salen

martes, 27 de diciembre de 2022

El clítoris de la serpiente


Frutas cubanas: el caimito

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Parece un título de Pons, que cultiva la mejor tradición sicalíptica española, pero es el último gran hallazgo de la Ciencia, ocurrido en Australia, donde los sabios han localizado un clítoris en la cola de una serpiente, lo que da alas a la teoría de la seducción divulgada en el Génesis y resumida por Alfonso Reyes para los “batzokis” de Aitor Esteban:


    –Una mañana, andando por Sagardúa-Kale, Adán y Eva se encontraron con la Serpiente. La Serpiente se descolgó de un hermoso manzano: era el manzano prohibido, del uso personal de Jangoicoa-Dios. La Serpiente conferenció con Eva. Eva convenció a Adán. Los manzanos sonreían desde los collados. Y éste es el origen de la sidra.


    Ahora que la cultura “woke” nos arrebata la certeza del argumento que todos traíamos entre las piernas, vuelve la serpiente a tentarnos con su clítoris oferente, más todos los complejos freudianos que incluye la oferta, lo que nos llevaría fatalmente al populismo, que es, en tertulianés, la proposición de soluciones simples para problemas complejos.


    Para Freud (¡y para Proust!), la anatomía era el destino como para Cebrián el destino fue la Academia: le bastó con escribir “clítorix” con equis en “La rusa” y mover sus peones. Sobre la trama (“freudulenta”) que quiere que el ajedrez tenga una motivación edípica (advenedizo mata al rey), cuenta Cabrera Infante que Capablanca, el campeón cubano, que aprendió solo a jugar ajedrez sólo para vencer a su padre, no comprendía al que no sabe manipular el peón, “esa pieza que se parece extrañamente a un clítoris que se mueve inexorablemente hacia la reina opuesta”.


Su belleza me tentó tantas veces que al fin recibí el castigo de nuestra madre Eva: una serpiente me rozó y caí al pie del árbol –escribe al príncipe Federico de Prusia la condesa de Merlín (“Condesa con caimito”, titula otro genio cubano, González Esteva), resumiendo su experiencia con un caimito en cuya pulpa morada Nicolás Guillén vio el sexo de las negras.


    Pero un país de servicios como el nuestro debe saber que la Serpiente fue el primer camarero, según escribió un argentino que blogueaba como “el mejor camarero del mundo” (¡no todo va a ser tirar penaltis!). No camina: se desliza. Te mira a los ojos. Es invisible. “Podría haber sido el primer frutero, pero no. La elegancia de la Serpiente para seducir a la mujer es característica del camarero. En la mesa de cualquier restaurante el mozo profesional seduce a la mujer y la mujer convence a su esposo y terminan ordenando lo que el mozo sugirió. La Serpiente le dio al hombre plena autonomía. La Serpiente, y no Dios, creó al hombre”.


    En la España actual, ante la serpiente conviene más guardarse de la cabeza que del clítoris. La serpiente, avisa Bentham, puede hacer pasar todo su cuerpo por la apertura por donde pasará su cabeza:


    –Con respecto a la tiranía legal, es de esa cabeza de la que debemos guardarnos.

 

[Martes, 20 de Diciembre] 

Martes, 27 de Diciembre

 


Calle del Progreso

lunes, 26 de diciembre de 2022

La coronación de Messi



 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    El dilema cornudo de la Final era por cuál de los dos finalistas “torcer”. ¿Messi o Mbappé? Sólo Al Khelaifi, que tenía los huevos del PSG catarí puestos en las dos cestas, podía abstenerse.


    Aquí, el periodismo nacional “torcía” por Argentina. “Después de todo, es la Hispanidad”. Y los más bragados llamaban a manifestarse en la madrileña plaza de Margaret Thatcher, un retranqueo de Esperanza Aguirre en la plaza de Colón. Pero desde Argentina nos llegó el berreo de un periodista blanquito cien por cien llamando ladrones seculares (¡cinco siglos!) a los españoles porque Matéu Lahoz alargó diez minutos el partido Argentina-Croacia (el hijo de Darwin presumía de un padre capaz de saber diferenciar entre “un cuarto de hora” y “diez minutos”). Por otro lado, la Argentina oficial se declara hija de una América, no Hispana, sino Latina, nombre que, al decir de los sabios de allá, lleva implícito el propósito de menospreciar a España y de incorporar en la definición de ese espacio humano a Francia (fue Thiers, ministro del Interior de Luis Felipe de Orleáns, quien envió a Méjico a Michel Chevalier para que recuperara para la “latinidad”, encabezada por Francia, a los países americanos emancipados de España).


    Si Francia es la “madre” de la “América Latina”, ¿era pecado “torcer” por Mbappé antes que por Messi en Catar? Francia, en fin, es Catar (eso dice Platini que le dijo Sarkozy en el palacio presidencial cuando la movida), y el PSG del catarí Al Khelaifi se adorna con Messi y Mbappé.


    Uno no escogió porque por mí ya lo hicieron Infantino, el Don de la Fifa, y Al-Thawadi, el Don de Catar, que querían a Messi Campeón, Pichichi y Filósofo (“¿qué mirás, bobo?”). Infantino reparó una injusticia (según él, la de Messi sin Mundial), y Al Thawadi cumplió su sueño. A Messi le han puesto el “troncho” (así llama Luis Enrique a ese trofeo) como las carambolas a Fernando VII, el que en Bayona llamaba “primo” a Napoleón, a cuya coronación no asistió su señora madre, pero luego los retratistas de corte la pintaron. A la coronación de Messi no asistió su cantada genialidad, pero el periodismo áulico ya se encarga de cantarle la misa de coronación para órgano (ay, el órgano) de Mozart. Valdano: “La revolución la ha hecho un tipo que juega andando”. ¡Vaya elogio para el fútbol! Esto abre a los Hazard todas las expectativas.

 

[Lunes, 19 de Diciembre]

Lunes, 26 de Diciembre

 

Café del Mar II

domingo, 25 de diciembre de 2022

En la muerte de Rojo I

 

Planas de los 70 del cuadernillo del Athletic:

 Rojo I, rodeado de Arieta, Iríbar, Navarro y Viteri



De pie: Zamora (también debutó ese día), Orúe, Echeberría, Meltzer, Larrauri, Koldo Aguirre

 Debajo: Lavín, Argoitia, Arieta, Uriarte y ROJO I

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Hubo un tiempo en el fútbol donde el portero llevaba el uno y el once el extremo izquierdo. Tiempos en los que el once en la foto era el último de la fila de agachados contados de izquierda a derecha. Tiempos en los que la chavalería más devota entonaba breves cancioncillas como si fueran villancicos que empezaban con Iríbar y acababa en Rojo. Tiempos en los que nuestros héroes bajaban a Burgos bendecidos por los mitos. Fueron tiempos en los que todos los niños zurdos querían ser como Rojo. Aquellos futbolistas que fueron de los nuestros, nos van dejando huérfanos, solos, tristes... No deja de ser curioso que Rojo I debutara con el Athletic en El Arcángel y no en San Mamés como hubiera merecido su leyenda. Lo alineó Piru Gainza el 26 de septiembre día de San Cosme y San Damián de 1965 y el Athletic perdió 1/0.


    La fotografía, propiedad de El Correo bilbaíno, dejó para la memoria día tan señalado.

Remembranzas trevijanistas XXXV




MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica


Hesíodo estigmatizaba en fuertes términos a quienes corrompían la Justicia a fin de que no cumpliera con su deber con los poderosos: “El clamor de la Justicia se alza siempre a cualquier lugar de donde pretendan desplazarla los devoradores de prebendas, que sólo entienden por justo la interpretación que más les conviene. Llorando la Justicia persigue por ciudades y moradas a los hombres que tratan de rehuirla o torcidamente administrarla” ( Los trabajos y los días, vv. 220 y ss. ). Parece que el divino Hesíodo estuviera describiendo los últimos cuarenta años de la Justicia española, impotente ante los crímenes y desafueros de una partidocracia que la mueve como un muñeco de feria.

El 20 de febrero de 1997, a las ocho de la tarde, se celebró en el Palacio de Congresos de Madrid un acto multitudinario en favor de la dignidad e independencia de la Justicia, tan maltratada entonces, como ahora, por la clase política más ignara y bárbara que ha tenido España, y que acabó convirtiéndose el suceso, como por honor cívico no podía ser de otra manera, en un homenaje a los jueces y fiscales más valientes que entonces integraban la Audiencia Nacional. Dicho acto, al que acudieron alrededor de dos mil personas, consistió en cuatro magníficas disertaciones de carácter ético y jurídico de Enrique Gimbernat, Joaquín Navarro Estevan, Federico Carlos Sáinz de Robles y nuestro Antonio García-Trevijano, el verdadero artífice y alma mater de este acontecimiento cívico. El auditorio de estas conferencias era tanto social como políticamente variopinto, y de él salieron entusiastas comentarios y aplausos tanto de un Jaime Campmany como de Julio Anguita, uno de los políticos más honrados que ha tenido España y gran admirador de Antonio. Todavía no toda la Prensa estaba corrompida ni todos los partidos políticos del arco parlamentario. Villarejo aún no decía nada.

Decía Cicerón en su “De officiis” ( Libro I ) que la justicia se funda en la confianza; es decir, en lo que para los romanos era la “fides”, esa especie de sacrosanta virtud “negativa”, en cuanto que revela sencillamente falta de desconfianza, de sospecha, y dulce abandono confiado en lo que “se sabe” incorruptible. Pues bien, hoy en España la Justicia ha perdido su fundamento, y ya nadie la toma en serio. Nadie cree en ella, salvo la infame turba de quienes la corrompen contumeliosamente una y otra vez. Pues es su confianza en la corrupción la que le mantiene su confianza en los jueces. Ahora bien, sólo la “fides” en la justicia puede sostener un régimen político, cualquier régimen político. Es por ello que podemos observar en el inicio de toda rebelión política y de todo cambio drástico de régimen político la quiebra de esa “fides” y la instauración de una nueva con distintas bases: la aniquilación de la “fides” con relación al Areópago en la antigua Atenas trajo la Democracia de Efialtes y Pericles; la acción legal de Bruto y Colatino trajo la República Romana; los atropellos que Carlos I de Inglaterra realizó y la abolición de los Tribunales de Justicia, entre los que se incluía el de la Cámara Estrellada, supusieron la caída del gobierno real en Inglaterra y la aparición de la dictadura del puritano Cromwell; la constante situación de ilegalidad que exhibía con arrogancia el empecinado delincuente Luis XVI trajo la Revolución Francesa y la Iª República; un Ministerio de Justicia que desobedecía con desprecio las órdenes de Kerenski aceleró la Revolución Rusa. El cobarde incumplimiento de la sentencia dictada por el Tribunal de Beuthen en relación con los hechos criminales de Potempa aniquiló la autoridad moral de la República de Weimar, y abrió las puertas al nazismo.

En el régimen juarcarlista la “fides” en que se fundamenta la Justicia produce hilaridad; pero no porque los jueces sean masivamente unos malvados, sino porque vivimos dentro de un sistema político en el que al juez se le obliga al martirio si osa escrutar los crímenes del poder político, mucho peores y letíferos que cualquier otro crimen –incluidos aquellos crímenes abominables de ETA; pues son los crímenes que quedan impunes del poder político los que desautorizan moralmente al Régimen a aplicar la Justicia, traduciendo la impunidad de los crímenes de Estado en pura y dura tiranía política, que el honor y la dignidad civiles nos mandan abatir. No confiar en la Justicia de un Estado es reconocer la naturaleza criminal de dicho Estado. Por eso mismo los crímenes de los GAL fueron infinitamente peores que los que perpetrase la asesina ETA, cuyas monstruosidades las hacía fuera del Estado. Por ello no hay mayor criminal que un Estado criminal.

Cuando el Antiguo Testamento nos dice, con un sentido mucho más secular y mundano de lo que han creído los que no han leído a San Agustín, que “iustus ex fide vivit” (Hab. 2, 4), el absolutamente desconocido Habacuc nos está afirmando que el justo vive en la confiada idea de que su justicia (la conciencia ontonómica de Raimon Pánikkar) coincide con la justicia general y dominante (conciencia filonómica), y tiene plena confianza en que lo que para él es lo bueno y lo malo es tratado como bueno y como malo por su comunidad. “¡Ay de quien edifica una villa en sangre y funda una ciudad en injusticia!” ( Hab. 2, 12 ). Pues en ese Estado, nos sigue diciendo Habacuc, no podrá haber justos ( al no poder fundarse su justicia en ninguna “fides” ).

Pero aquél acto público del 20 de febrero de 1997, en el Palacio de Congresos, no fue sólo un barrido de la basura inveterada y las corrompidas costumbres que entorpecen y hacen irrespirable la vida en algunas Audiencias –actividad sin duda absolutamente imprescindible, sino que en él se aportaron soluciones para que la Justicia pudiera empezar a funcionar absolutamente limpia y mundificada. Así, Antonio García-Trevijano, con oratoria clásica –la del tipo rodio, y cogiendo la misma sagrada antorcha que en otro tiempo cogiesen Zaleuco, Fedón, Solón, Pitágoras, Saluco o Chorondas, describió la arquitectura institucional necesaria para garantizar la absoluta independencia de la conciencia de cada juez, y con ella la dignidad del Poder Judicial frente a los otros dos poderes, sin tener que recurrir a la mítica apelación de la conciencia numantina y sentencionadora del juez, instrumento frágil y abstruso, nada transcendente, y que pertenece al juez.

Quienes defendimos aquella noche sin conocer en persona sólo por sus obras y talante público– al puñado de íntegros jueces y fiscales que fueron homenajeados en aquel acto, los defendimos luego con más contundencia al conocerlos mejor. Eran personas tímidas y sencillas, pero absolutamente inquebrantables. Y como no les pudo corromper el sistema, todos ellos acabaron fuera del sistema.

Existía una miríada de razones, ya en 1996, para sospechar que los múltiples martillazos infligidos por el Poder Ejecutivo a la Audiencia Nacional se debían a que ésta, la última trinchera de los Derechos del Hombre en este país, es la única institución pública que ha pedido muchas veces que dicho Poder asuma responsabilidades penales por los asesinatos y robos cometidos contra la Comunidad Nacional en el pasado ya lejano y reciente. Mas como ya nos previniera el actualísimo murciano Diego de Saavedra Fajardo en su Empresa XLIII: “No hay injusticia ni indignidad que no parezca honesta a los políticos, como sea en orden a dominar, juzgando que vive de merced el príncipe a quien sólo lo justo es lícito”.

[El Imparcial]

Domingo, 25 de Diciembre

 

Café del Mar

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho

DOMINGO, 25 DE DICIEMBRE

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Éste es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


Juan 1,1-18

sábado, 24 de diciembre de 2022

Adiós a la familia



Lenin y los niños

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Hace falta mucha amargura, y amargura de español, para atacar la Navidad, que es la fiesta de la familia, pero el amargado cree que, si cayera la familia, caería todo, y él quiere que caiga todo, para lo cual siempre están disponibles los tontos útiles y los compañeros de viaje.
    

Yo fui tonto útil y compañero de viaje –dijo Umbral a sus discípulos, que profesaron en las dos cosas.
    

El tonto, según Umbral, era un tonto, pero útil para algo especial: o por tonto o porque se lo hacía. El tonto útil (a los comunistas) era la burla del sistema. El compañero de viaje era intelectualmente superior: intelectual o artista que prestaba su firma, su presencia o su obra a la causa.
    

Al amargado le molesta el trato humano, pero es de poco suicidarse: prefiere amargar al vecino y que se suicide él. Muerto el vecino, se acabó la molestia.
   

La del español no es amargura cínica (el cinismo como soberbia del fracaso), a lo Céline, ojeando a la familia burguesa, “incomparable y preciosa hasta el delirio”:


    –Está hecha para todo menos para ser contemplada, la familia. Ante todo, la fuerza del padre, su felicidad, consiste en besar a su familia sin mirarla nunca, su poesía.
    

La del español es amargura ideológica, tan estudiada en su día por los editorialistas de “Crisol” en la tristísima figura de Azaña. La familia del amargado ideológico es el Partido, y en el caso de los más malos, la Humanidad, es decir, la Humanidad Absoluta.


    –El poderío de la palabra, por la condición simbólica del ser humano, es inmenso –nos avisa el autor de “El animal ladino”–, y la fácil contraposición entre palabra y acción puede encerrar falacias de inmensa necedad.
    

Lenin se privaba de Beethoven porque lo reconciliaba con el mundo y le entraban ganas de acariciar la cabeza de un niño, que no es estampa para un loco que aspira a incendiar el orden burgués, visible en las figuritas del belén, razón por la cual Bergoglio ha montado en el Vaticano un pesebre con astronauta, como Sánchez en La Moncloa.

[Publicado el  25 de Diciembre de 2021]