martes, 6 de diciembre de 2022

Azules y rojos


Robespierre

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Estaba uno ojiplático con el tuit de un profesor universitario que clasificaba la democracia representativa en “liberal, orgánica y popular” (!), y me saltó el video de Otegui:


    –No habría gobierno sin el apoyo de quienes queremos marcharnos de España.


    A la violencia ontológica de tener a Otegui de jefe real del gobierno de España, la ruidajera mediática opone, como paliativo, la acusación de “violencia política” a una diputada de la oposición que en la tribuna dijo “Jehová”, como el anacoreta de “La vida de Brian”, al llamar “nepote” a un miembro del gobierno que se defendió en su banco azul prometiendo “acabar” con los bancos rojos (“banda de fascistas”) de la diputada a lapidar.


    –Los insultos de la extrema derecha preocupan cada vez más a los partidos, que piden cambios para evitar la degradación del Parlamento –tituló el diario gubernamental.


    España es un país tan anómalo que a su Parlamento no lo degrada confinar ilegalmente a la población “porque no sabíamos qué hacer”. Ni siquiera lo degrada la existencia del Banco Azul, expresión en cuero o skay de que el gobierno es el legislador, el juzgador y el ejecutor (¿cómo hablar libremente delante de quien te puede encarcelar por hacerlo?). De hecho, los ministros presumen de legislar y dan su nombre a las leyes. Es el caso de Montero, que antes de ser ministra fantaseaba con la guillotina en Twitter, síntoma propio de lo que Lenin estudió como enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.


    El amo de la guillotina, como sabemos, fue Robespierre, que no era tan mala gente: en la Constituyente del 91 propuso, sin éxito, la abolición de la pena de muerte, pero la Asamblea no la aceptó, así que luego él la aplicó, y con tanto éxito que ya sabemos dónde acabó. Dice la Historia que Robespierre estaba totalmente perdido cuando, el 8 Termidor, se le dijo en la Convención: “Nommez ceux que vous accusez” (nombre a aquellos que acusa), y no nombró a nadie.


    En las discusiones constituyentes, Robespierre había defendido la separación de poderes (concepto desconocido en España, donde toda teoría política son tuits de Errejón para los jóvenes y jaculatorias del diario gubernamental para los “boomers”), doctrina que conducía a negar a los ministros el derecho “de entrada y de voz” en el cuerpo legislativo.


    –Todo lo que tiende a confundir los poderes aniquila el espíritu público y las bases de la libertad –dijo el Incorruptible.


    Entonces los “pâtissiers” de la situación, aunque sabían que si el rey o sus ministros entraban en la Asamblea el cuerpo legislativo dejaba de ser cuerpo deliberante, pastelearon la solución del banzo azul, cargándose (para siempre en Europa) la Constitución, cuya única función es separar los poderes, salvo la del 78, que lo único que constituye es un puente vacacional en diciembre, como corresponde a una democracia profesoral de banco azul y banco rojo, “representativa, liberal, orgánica y popular”.
 

[Martes, 29 de Noviembre]