martes, 20 de diciembre de 2022

Golpes, golpes


Napoleón

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Golpes, golpes, ¿y dónde están tus golpes?, cantaba Gabinete Caligari cuando la Santa Transición.


    –A ver qué tenemos aquí –es la famosa muletilla de Rick en “La casa de los empeños”.


    Pues en América tenemos a Pedrito Castillo, que dio un golpe en el Perú corriendo tras su propio sombrero (según su abogado, le echaron “droja en el colacao”), y en Europa tenemos al príncipe Heinrich XIII, un orate que fantaseaba con coronarse, a lo Napoleón, ídolo de todos los locos, rey absoluto de Alemania, razón por la cual el canciller con cara de cascabel pisado movilizó a tres mil policías (los que no se movieron en la Nochevieja de las violaciones de 2015 en Colonia), que, con el apoyo de los medios de comunicación, han abortado la aventura del príncipe, que indica la decadencia de la seriedad del Estado de Hegel.


    –Es realmente maravilloso ver concentrado en un punto, a lomos de un caballo, a un individuo que invade el mundo y lo domina –escribe Hegel del Napoleón al que ve cabalgar camino de la batalla de Jena.


    La tradición europea es golpista y con razón Talleyrand admira a Hamilton (para él, más importante que Napoleón) y dice que “habría divinizado Europa”.


    Dicho esto, no parece Heinrich XIII un Napoleón, y tampoco la figura más acabada de la idea hegeliana de Estado o “Dios real” (wirklichen Gott). Pero los medios acogidos a ese Estado, atentos siempre a la reacción del público, han rugido como indignadas divas con plumas, en expresión de Sloterdijk, cuando en los 90, azuzados por Habermas, quisieron hacer de él otro príncipe Heinrich por su conferencia sobre humanismo y genética en el castillo bávaro de Elmau.


    –¿De qué le sirve a la opinión pública un ganso solista que grazna un aria demencial cuando es imposible ver a un solo moro en toda la costa? ¿O es el ganso que alerta de los moros el que decide qué es un moro? –protestó entonces Sloterdijk, que no podía dejar de pasar por alto la decadencia de la alarma.


    Alemania (“el cuervo blanco en todas las listas negras”) es la tragicomedia de la socialdemocracia, predicha en el 93 por Botho Strauss, que lo llamó “el canto creciente del macho cabrío” (“Anschwellender Bockgesang”), y España, desde el 73, sólo es una franquicia alemana gestionada por los mandaderos del partido socialista.


    Sorprende, eso sí, el eco tremendo que nuestros medios se han hecho de la presunta sedición del príncipe Heinrich XIII, siendo los mismos medios que apoyan la supresión de la sedición (“delito decimonónico”) para homologarnos… ¡con Alemania!, y evitar escenas de “sedición social” como la referida con motivo del golpe socialista de agosto del 17: “Parece que los agentes penetraron en la habitación inmediata al comedor de la casa de Gualterio y sorprendieron a Largo Caballero escondido entre dos colchones de una cama; debajo de ésta, a Saborit; detrás de un armario ropero, a Besteiro; y tras una cortina, a Anguiano”. Laus Deo.

 

[Martes, 13 de Diciembre]