viernes, 9 de diciembre de 2022

Todo este teatro ¿para qué?


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    El Marlasca de Franco (hablando estrictamente del cargo), don Camilo (“Camulo” en los chistes) Alonso Vega, fue invitado al palco del Teatro Español en el estreno del “Edipo” de Pemán. Aguantó la representación sin pestañear, y a cinco minutos del final, el general, tembloroso, tomó la mano del autor y exclamó:


    –Pero Pemán, ¡este hombre está casado con su madre!


    –Sí, don Camilo. ¡Desde hace veinticuatro siglos!


    Una ministra patafísica del sanchismo, Belarra, que mira como Fernando de los Ríos, que bizqueaba y no era bizco (“estrabismo moral”, diagnosticó Madariaga), se ha sentado a inventar familias y le han salido 16, no sabemos si porque no sabe contar hasta veinte o simplemente porque se levantó tarareando el “Sixteen Tons” de los Platters. Es el progreso, palabra con la que hacen gárgaras los tertulianos, y a los nuevos curas, que no creen en Dios (si creyeran, serían tildados de viejos), la cifra les parece bien: todo es bueno para el convento, mientras las sectas evangélicas les meriendan la cena.


    La disolución familiar forma parte del mismo plan totalitario de disolución nacional. En el 94 un pensador vio en la lucha del mercado contra el Estado nacional la función de la posmodernidad en “el desprestigio cultural de la familia, del trabajo productivo, del pensamiento serio de la estética, de la moral de responsabilidad, de la democracia, del Estado y de la Nación”:


    –La familia es un laborioso hallazgo cultural de la civilización humana.


    Pero vaya usted a contarle esto a un ministro o a un cura, que saben del Neolítico (“la familia surge cuando el mono sabio descubre la tecnología que hace posible la agricultura de regadío”) por los artículos de fondo de Arsuaga.


    El Estado, sostiene Stirner con su maravillosa insolencia, es la extensión de la familia, que no es el desencanto de Chávarri en Astorga con los Panero.


    Fustel de Coulanges: la verdadera significación de familia es propiedad; designa, dice, el campo, la casa, la moneda; la religión es el principio constitutivo de la familia antigua: en cada casa, un altar, y en torno a ese altar, la familia congregada para dirigir las oraciones; fuera, una tumba: es la segunda mansión familiar, pues la muerte no los ha separado y siguen formando una familia indisoluble.


    En España, hoy, como particular, usted ya puede acogerse cuando menos a dieciséis modelos familiares o formas de andar por casa. Pero en la calle no hay más familia que el partido, que es familia, sindicato y municipio, con todos sus rasgos quintaesenciales: protección, clientelismo, culto al “honor”, venganza de ofensas y ley del silencio. La Iglesia se defiende con la cosa de que el matrimonio no fue cosa de Cristo, lo que nos lleva al cinismo de Sloterdijk:


    –Tras el “uso mutuo de los órganos sexuales”, como describe Kant el contrato matrimonial, surge la pregunta: “¿Y esto fue todo? Y si esto fue todo, ¿para qué todo este teatro?”

 

[Viernes, 2 de Diciembre]