Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Las revoluciones democráticas (eso que nuestros “liberales de Estado”, que detestan la democracia, llaman “populismo”) son un lujo sólo al alcance de pueblos con sistema y cultura de representación política: Inglaterra y Estados Unidos. Francia tiene el sistema (importado de América por De Gaulle), pero no la cultura, y el domingo ocurrió “lo normal”: ganó el hombre de Berlín, que garantiza a los Bancos el cobro de la deuda del Sur.
En España la “normalidad” fue una cosa muy de Franco y de Primo de Rivera. “¡Por lo menos es un general!”, fue la “normalidad” que vio Franco en la elección de Eisenhower. Y Primo se pasó su dictadura anunciando la vuelta “a la normalidad”.
Hoy, la “normalidad”, para Rajoy, es ir de testigo (que obliga a decir la verdad) a un juicio por corrupción, y la consigna en la Red es que “la normalidad” de un ex presidente de Madrid en la cárcel constituye síntoma de la excelente salud de nuestras instituciones. El argumento viene en elogio de las instituciones de Felipe II con Cervantes, de las de Felipe IV con Quevedo y, desde luego, de las del felipismo con González acompañando a la puerta de la cárcel a sus ministros.
En pura lógica pepera, las instituciones americanas creadas por Hamilton y Madison serían hoy poco menos que las ruinas de Palmira, dada la escasa presencia entre su población penitenciaria de ex presidentes y ex gobernadores.
Lo tragicómico de la situación española es notar, como espectadores, que nadie (políticos, medios) quiere sacar al toro de la corrupción del caballo de batalla, que es la separación de poderes: está en “El Federalista”, y si la lectura parece antigua, mirar “La corrupción y los gobiernos. Causas, consecuencias y reforma”, 2001, de Susan Rose-Ackerman. El Consenso, que mata la libertad de pensamiento, desata, en cambio, la libertad de saqueo.
Quien no va a los toros no sabe que en la plaza, si el matador dice “Vale”, el picador entiende, normalmente, “Dale”.
Abril, 2017