Diego Ventura
PEPE CAMPOS
PEINANDO LA COLA
En anteriores artículos hemos apuntado que el rejoneo actual debe su origen al toreo ecuestre que se desarrolló en las plazas mayores de la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna —la plaza mayor de Madrid, como punto principal de referencia, pues allí estaba aposentada la Corte, y por ser el espectáculo del toreo caballeresco un motivo de fiesta monárquica y aristocrática—. Ese toreo a caballo llegó a disponer de unos planteamientos tan modernos que directamente se relacionan con lo que hoy observamos en las corridas de rejones. Como principio y como fundamento, el toreo de frente al iniciar el viaje el caballo hacia el toro, para clavar el toreador los rejones o banderillas en la cerviz del astado, recibiéndole a la altura del estribo de la montura. El toreo en círculo ya estaba prefigurado como explica el tratadista y toreador, Pedro Jacinto Cárdenas, en sus Advertencias o preceptos del torear con rejón, lanza, espada y jáculos (1651): «Muchas veces sucede entrar un caballero al toro conforme el arte, obligándole a dar una vuelta, y aún dos al toro, estrechándole».
En esa rotación del caballo sobre el toro y en la obediencia de éste, se le iban colocando los rejones; cuantos más mejor, según la lidia exigiera o el caballero rejoneador decidiera, un aspecto que comentaba, por ejemplo, el preceptista y, también, toreador, Diego de Contreras, en sus Advertencias para torear (mediados del siglo XVII), «es cosa muy airosa ponerle los rejones uno sobre otro, de suerte que en el tercero se vuelva a hallar en el mismo sitio donde tomó la suerte primera». La complejidad y variedad del espectáculo que los toreadores del barroco español consiguieron fue prolongada y exquisita, tanto que se concibió un final como remate de todas las suertes cuando el astado era llevado por el caballero rejoneador enganchado a la cola del equino. Así lo hizo constar por escrito el torero a caballo Nicolás Rodrigo Novelli en la Cartilla en que se proponen reglas para torear a caballo (1726): «siendo muy bien parecido salga a trancos el caballo y que el toro le vaya peinando la cola». Todo un colofón conceptual puesto en práctica. Por ahora, sin más, decir que existieron muchas otras cuestiones normativas en aquel toreo a caballo, y que de allí el florecimiento del mismo, avanzado el tiempo histórico.
Si nos introducimos en la actuación de ayer del caballista Diego Ventura, hay que comentar que Ventura comenzó su labor, en sus dos toros, exhibiendo un dominio afianzado de ese final del proceso que consiguieron y aconsejaban los toreadores hispánicos en aquellos tiempos Modernos. Nos referimos a la escenificación durante un largo lapso de tiempo en las lidias, al comienzo de ellas y durante las mismas de ese sometimiento del astado al llevarle prendido en la cola de su caballo, a la grupa, peinándole el hocico, digamos, y tirando —en la misma tentativa— de él, mientras le daba una vuelta al ruedo. En este sentido Diego Ventura estuvo dominante y sobrio, a la vez. Demostró una excelente doma sobre sus caballos, Guadalquivir —en el primer toro— y Nómada y Bronce —en el segundo—, respectivamente, en esta labor de llevar al astado dominado por detrás. Ahora bien, en el momento de clavar rejones de castigo, banderillas y rejones de muerte, no se mostró tan exacto, pues existieron pasadas en falso ante el toro y ciertas dudas. Perfiló bien estas suertes de frente, pero no logró clavar con pericia esos rejones y banderillas a la altura del estribo cuando el toro estuvo en jurisdicción. En líneas generales su rejoneo fue operativo y competente, entretenido, templado, aunque con demasiadas entradas sobre los toros —o castigos—. Mató a sus dos toros, montando a Guadiana. Al primero, de pinchazo y rejón bajo, en los medios. Y de pinchazo y rejón contrario, a su segundo.
***
Ureña, el que toreó
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Y tras la cosa equina, ahí tenemos lo de la lidia a pie, que es la que verdaderamente nos gusta, y que nos perdonen los caballos.
Vamos a decir lo primeo que la entrada de hoy es netamente superior a la de ayer, y ayer estaba Luque, que tanto gusta en Francia y que venía de triunfar en Sevilla, o sea que Luque no interesa más que a los interesados revistosos del puchero, tal y como nos temíamos, ellos sabrán por qué.
Hoy se pensaron una extraña corrida de rejoneador y de dos toreros, Por la parte a pie, que es la que me toca, estuvieron Paco Ureña y Ginés Marín, a ver la que liaban con los toros de Montalvo, ganadería salmantina que dice tener en el fondo del armario, en una cueva como aquél que dice, una parte de Martínez. Esto no se lo cree ni mi niño, que lo mismo tienen una cabeza disecada de uno de Martínez o el que les sirve el pienso se llama Martínez, pero que esto lo dicen por darse pisto, porque lo que tiene don Juan Ignacio Pérez Tabernero Sánchez es puritito Juampedritis en Matilla de los Caños, y eso no hay quien lo dude, porque a ver quién ha visto algo de Martínez en los últimos 50 años que venga con el hierro de Montalvo, que es un círculo dentro de otro círculo. Quedamos a la espera que el señor Pérez Tabernero mande a Madrid una corrida de la línea Martínez, que ya digo ahora mismo que ésa no la verán estos ojos que han de comerse los gusanos más pronto que tarde.
Al final lo que nos tienen preparado en el recodo del camino de Montalvo es la juampedritis, que es lo que les pone. Basura juampedrera salmantina de cuando los señores ganaderos decidieron convertirse en siervos de los toreros, de sus veedores, apoderados y demás gentucilla que pasaba por allí dando interesados consejos que nadie con un ápice de señorío debería haber oído.
Alguien de los que saben de esto debería escribir la historia de la ganadería brava, de cómo los ganaderos decidieron dejarse mangonear por los toreros y sus grupos de presión y cómo amoldaron sus toros al dictado de estos, dejando en el camino el honor de la divisa y la honradez. Dicen en el programa que esto de Montalvo lleva aparte lo de Martínez y esa frase sólo sirve para darse pisto con lo de Martínez, porque saben que el prestigio lo sacan de allí, para los cuatro que sabemos lo que fue lo de Martínez de Colmenar.
Como se puede inferir de lo anterior, lo del supuesto Martínez ni está ni se le espera y lo que sale es la juampedritis nuestra de cada día. Carabinero, Sosegado, Tomatino y Rebujín, con el 21, 62, 31 y 79 son los torillos reseñados para que Paco Ureña y Ginés Marín den sus explicaciones sobre lo que es el arte de torear a los toros y matarlos a estoque.
De los toros, como tales toros, poco se puede decir. Si yo fuera don Juan Ignacio, mañana mismo mandaba todo lo que tenga, incluido el toro disecado de Martínez, al matadero y me compraba unos charolais de aptitud cárnica comprobada y me dejaba de hacer el ridículo, por mucho Pérez Tabernero que uno lleve a cuestas en el DNI. El mejor amigo del ganadero es el matadero, decían nuestros abuelos, y desde aquí animamos a don Juan Ignacio a que sea valiente y no le tiemble la mano en el uso de la puntilla de manera exhaustiva en su prescindible vacada.
En cuanto a la cosa de los toreros hoy nos encontramos con un choque de culturas entre las maneras clásicas de Paco Ureña y el neotoreo de Ginés Marín, tan alejado del canon clásico. Como es natural el triunfo popular quedó del lado del peor, porque las gentes, entre Cristo y Barrabás, siempre se echarán en brazos de Barrabás, tal y como nos cuenta Mateo en 27, 21.
Vamos a decir lo bueno lo primero y eso es que hoy se ha visto torear de capa por primera vez en lo que llevamos de Feria porque el encuentro capotero de Ureña y Marín ha dejado un hermoso momento de pugna capotera: gaoneras de alta expresión de Ureña y una cabal repuesta por chicuelinas de Marín representan el mejor toreo de capa de lo que llevamos de Feria, sin que la mitad de la Plaza se haya enterado. Luego es imprescindible decir que Ureña en su primero ha estado sensacional, en una faena de puro clasicismo, buscando el terreno bueno, sin ceder la posición y sujeto a las normas del toreo puro. Una gran faena de Ureña de la que nadie se ha enterado, acaso por la condición bovina y aburrida del toro de Montalvo, en la que el torero siempre ha buscado la verdad, desde el precioso inicio por bajo, rodilla flexionada, pase del desprecio, tan del gusto de Madrid, hasta el conjunto de sus series enjundiosas y puras, cayendo siempre hacia adelante y planteando el toreo de verdad, el de torear a los toros y no el de dar pases de festival: la verdad. Nadie le hizo caso, acaso como apunta el aficionado R., porque al toreo serio y clásico de Ureña no le conviene ir tras el alboroto del rejoneador, o acaso porque al Montalvo le faltó un punto de viveza. Lo mató de estocada baja que ocasiona derrame y el animal se va de manera queda hacia los medios a morir bellamente. En su segundo se encontró frente al muro del Montalvo coñazo y ahí no hubo manera de sacar leche de esa alcuza. Por decir algo, diremos que el tercio de banderillas fue deleznable y que si yo fuera Ureña no les pagaba sus salarios ni a Azuquita ni a Curro Vivas, por el mitin que han montado.
Ginés Marín trajo los aires del neotoreo, de esa inconsistente manera de andar con los toros que entusiasma a tantos espectadores acríticos y ansiosos de triunfo y que tan vacía deja el alma del aficionado que ama la pureza. En su primero la cosa no le salió porque el Montalvo se paró, y ya se sabe que el neootoreo precisa del torillo que ande y corretee. “A toro parado, triunfo chipeado”, dicen en Bolivia, y buena razón que llevan porque en la modernidad si el toro no anda de acá para allá no hay de dónde sacar triunfo. Lo mató en el rincón de Julián perdiendo la muleta en el lío.
En su segundo, Marín se encontró con el toro solícito que le convenía, y en una faena larguísima de un interés escasísimo, fue toreando al público mucho más que al torillo y ganándose poco a poco la aprobación del tendido hasta el extremo de que consiguió que, a la muerte del toro de estocada un poco tendida, le pidieran y le concedieran la orejilla ésa que de nada y para nada sirve. Lo más notable en este toro fue cuando Fernando Pérez, de verde esperanza y plata, que se cayó en la cara del toro a la salida de un par de banderillas y la providencial falta de casta del animal le libró de la cornada, gracias a Dios sean dadas.
En un burladero Pepín Jiménez, pura exquisitez de torero, contempló el desarrollo de la tarde y muchos, teniéndole tan cerca, rejuvenecimos en su presencia con la imborrable evocación de su arte frágil y delicado, con el recuerdo de su imposible toreo y de su personalidad exquisita, que tanto nos ha dejado marcados como aficionados.
Ginés, el que orejeó
ANDREW MOORE
¿Juan Pedro Martínez?
LO DE UREÑA
LO DE GINÉS
FIN