lunes, 22 de mayo de 2023

Camino Estambul


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    “De Madrid a Oviedo pasando por las Azores”, tituló Pemán su maravilloso retrato del republicanismo carpetovetónico del 31, que en boca de Alvarito Palmares, un as de la Aviación que quería traer la República arrojando desde el cielo unas octavillas (como Querejeta, que las arrojaba en el Metro de Goya), venía a ser como tomarse un negroni en “Richelieu”, que ha terminado por convertirse en “El Avión” de los liberalios.


    Para Alvarito Palmares, traer la República era, según Pemán, ser de izquierdas, y ser de izquierdas consistía en “acostarse y levantarse tarde; no aplaudir en los toros cuando entra el Rey; sostener, sin haberlo leído, que Unamuno escribe ‘bestialmente’; pensar que ‘lo de Rusia es una experiencia interesante’; decir ‘las urnas’ en vez de ‘las elecciones’ y ‘la calle’ en vez de ‘la opinión pública’…”


    “De Madrid a Estambul pasando por Manchester”, habría que titular la vuelta de semifinales de Champions City-Real Madrid, que empataron en el Bernabéu con goles homéricos de Vinicius y De Bruyne, para alegría de toda España, un tercio de cuya población, el tercio laocrático, es madridista, y los otros dos tercios, fruto de la cultura autonómica y masoncilla (expuesta por vez primera por un veterinario de Jaén en el despacho del coordinador de la Junta Democrática en la Castellana), son antimadridistas de esa España petonera que cantó el gol de De Bruyne en el Bernabéu con el diafragma de Carlos Martínez, que, tembloroso de emoción, no bajó al césped a abrazarse con Pep porque no encontró la bajante. Y es que, salvo catástrofe sobrevenida en Manchester, el Real Madrid estará en la Final de Estambul, la Constantinopla que le debe a Ancelotti la reparación de la derrota milanesa, que ganaba 3-0 en el descanso, ante el Liverpool de Benítez.


    –¿Quién tuvo la culpa? –se pregunta Alessandro Nesta en las memorias de Ancelotti–. Yo digo que fue de los jugadores, porque cuando llegamos al descanso habíamos jugado el mejor primer tiempo de nuestra vida. En el vestuario Carlo nos dijo: “Vamos, chicos, esto no ha acabado todavía. No, no, no, todavía no. Salid ahí y meted otro gol, dos goles más, porque entonces el partido se habrá terminado”. Pero dejamos que el Liverpool jugara diez minutos, sólo diez minutos de ciento veinte: y nos costó el partido. Carlo no me eligió para chutar un penalti en Estambul y ésa fue su única equivocación conmigo en los ocho años que trabajamos juntos.


    Camino Estambul, pues, pero esta vez con el sonsonete chulapo del “Camino Soria” de Jaime Urrutia (Gabinete Caligari).

 
    ––Hay que seguir afirmando que Santiago bajó a la batalla de Clavijo sobre un caballo blanco, y no hay que transigir ni con que fuera tordo el caballo –gritaba Maeztu a sus seguidores.


    Hay que seguir interiorizando la Final en Estambul, y no se puede pedorrear con un cambio de sede, como fantasean los de “The Daily Mail”, que no ignoran la fuerza inexorable del Destino: el karma de Carletto. No, no y no al cambio. Carletto y Vinicius merecen la corona de Constantinopla, lejos del fútbol quinqui que han tenido que aguantar, como si fueran cómicos de la legua, en la Españeta cuyos personajes sólo dan para un casting de Scorsese. ¡Qué forma, la suya, de dar la mano en el palco real la noche de la Copa del Rey!


    –Y Haaland, ¿qué? –preguntaría ahora el abuelo de Majalrrayo–. ¿Ya no os da miedo Haaland?


    En las cotizaciones del mercado, Haaland está hoy, en millones de euros, bastante por debajo de Vinicius, que ya se codea con Mbappé, para mortificación de todos los berzas ibéricos. A sus 22 años, Vinicius, aquel “Ficticius” que a Lopetegui le parecía un jamón con huso, ha sido decisivo en la conquista de una Champions League, una Liga, una Copa del Rey, una Supercopa de España, una Supercopa de Europa y un Mundial de Clubes. Haaland está bien, pero no tiene eso, y ademán Ancelotti le llama “Alán”, que tiene más gracia que la de los mastuerzos que insisten en llamar “Deivid” a Alaba, que es austriaco, lo cual nos recuerda al culto Obama pidiendo perdón en Viena “por no hablar el austriaco”. Boris Johnson se ganó en su día (luego lo echó a perder por corrupción) el afecto de los ingleses por su manera de decir “alás”. De Manchester, pues, el Madrid ha de regresar con el boleto para la Final de Estambul en junio y la firma de “Alán” como “9” en agosto: Vinicius lo necesita como guardespaldas, si va a seguir trajinando en el triste campeonato español.

 

Bob el Inglés con su biógrafo en Sin Perdón


EL PESO DE LA PÚRPURA


    En palabras de Varane: “La camiseta del Real Madrid es especial, pero es pesada de llevar. Se podía ver el miedo en los ojos de los oponentes”. He aquí “el peso de la púrpura” de la imagen de Foxá. Y Foden, recordando el año en que perdió: “Me encanta el Real Madrid y su estadio. Sólo la experiencia de jugar en el Bernabéu es increíble. Disfruté cada momento”. Foden venía a versionar la opinión de Bob el Inglés (Richard Harris), asesino a sueldo, en “Sin perdón”, cuando en el tren da la chapa a unos paletos, camino de Big Whiskey, en Wyoming, sobre lo difícil que se hace, por la majestad que irradia, disparar contra una reina (¡el Rey de Champions!), y lo simple, en cambio, que es disparar contra un presidente.