martes, 16 de mayo de 2023

La resignación española


Lyndon B. Johnson

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    En la grande polvareda sevillana del rabo de Domingo Hernández se nos ha perdido el alarde callejero de los ultras de Osasuna desfilando en formación junto a la catedral hispalense cantando “¡P… España!” ante la resignación señoritona de los viandantes.


    Durante el partido, la locución del Ente pasó por alto la pitada a los símbolos nacionales y se centró en lo importante, que es la reeducación guevarista de Vinicius, escaso, dicen, de moderación ante la violencia, la moderación que ha hecho virrey de Blas Infante a Bonilla, cuyo partido ovacionó en el Parlamento (el mismo Parlamento donde en el 85 no dejaron entrar a Reagan “por otanero”, es decir –entonces–, “por fascista”) al colombiano Petro, amigo de ciscarse en España como en los secuestrados por su guerrilla, con lo que el proverbial centrismo español transita moderadamente del “comunismo o libertad” al “socialismo o muerte” (¿dónde está la contradicción?, era el pitorreo cubano).


    La resignación convertida en pose parecíale a Custine (y miraba a la clase alta rusa) “el último escalón de la infamia en la que puede caer un pueblo esclavo”, y cuando la anexión gringa de Filipinas  nuestro Santayana encontró en su pueblo, Ávila, a todo el mundo “tan resignado y filosóficamente triste como yo”, mientras que su amigo William James estaba tan afligido por la traición de los principios americanos que tenía la impresión de “haber perdido a su país”.


    En el 77, con ocasión de una Copa del Rey que el Betis ganó al Athletic, se produjo una revuelta en Gamonal, Burgos, al regreso de los leones esquilados. Estalló cuando mi amigo Melquíades (luego un campeón mundial del esquileo), que salía de la panadería con una boba en la mano, fue saludado por un autobús de hinchas con un puñado de pesetas a la cara. Melquiades gritó “¡Modorros!” y se arrancó a pegar a lo Bud Spencer. Melquiades fue la versión gamonina y setentera de Alejandra Blázquez, jefa de protocolo de la Comunidad de Madrid, que cortó el paso al valido de Sánchez, Bolaños, en la performance electoral del Dos de Mayo.


    El verdadero desafío a Bolaños hubiera sido proteger jurídicamente Cuelgamuros, pero algunos insisten en comparar la performance de la Puerta del Sol con el plante de Santiago Bernabéu a Millán Astray en el palco de Chamartín. A mí me recuerda más a Emily Gloria Wilson, ama de llaves (“bajita, inteligente, negra y leal”) de Galbraith, que refiere la llamada personal de Lyndon B. Johnson en el 64, tras su victoria sobre Goldwater. “Aquí Lyndon Johnson. Páseme a Ken Galbraith. Quiero hablar con él”. Emily tenía órdenes de no pasar llamadas y contestó: “Está descansando, señor presidente”. “Bueno, que se levante. Quiero hablar con él”. “Lo siento, señor, no puedo. Yo trabajo para él, no para usted, señor presidente.” Cuando Galbraith se despertó, el dinosaurio seguía allí:


    –¿Quién es esa mujer que trabaja para ti? La quiero aquí, en la Casa Blanca.

 

[Martes, 9 de Mayo]

 


Gamonal 1977