lunes, 29 de mayo de 2023

La frivolidad de la Derecha Mediática


Yarvin  con Hughes

 

Curtis Yarvin

 

«Hay que escribir sin piedad lo que uno sabe que es verdad, o callarse».

Hay tres tipos de disidentes: (a) anons, los anónimos, (b) líderes de opinión, las figuras mediáticas a las que todavía les importa lo que piense la gente, y (c) outsiders, quienes van por libre y todo les importa un carajo. Todos estos grupos son estupendos; en cualquiera de ellos se puede alcanzar la verdadera grandeza; y tengo buenos amigos en cada uno de ellos. Pero cada uno tiene sus problemas.

El problema de (c) es que serlo es demasiado difícil. Se necesita mucha suerte para llegar a esa posición y mantenerse. Es prácticamente incompatible con hacer cualquier otra cosa en la vida, y esto en condiciones de represión muy leve, históricamente hablando. Y cuanto más éxito tienes, más peligrosa se vuelve tu posición. Yo sólo recomendaría ir por libre a un tipo de joven: le trustafarian. Y tiene que ser realmente tu vocación.

El problema de (a) es que es demasiado fácil: nada te ata a la realidad. Los anons disidentes crean el mejor arte, si bien con la ligera sensación de estar jugando al tenis sin red. Sin embargo, esta libertad artística completa, incluso excesiva, se equilibra con retos en opsec que sólo son comparables a los de la aviación general. Si no eres lo bastante meticuloso como para pilotar un Cessna, tampoco lo eres para dedicarte al shitposting.

El problema con (b) es que siempre te estás vigilando a ti mismo. No es sólo que tus lectores nunca sepan lo que crees realmente, sino que tampoco tú te conoces jamás a ti mismo. En la práctica, es mucho más fácil vigilar tus propios pensamientos que tus propias palabras. Al elegir entre dos ideas, la tentación de preferir la más segura es casi irresistible. Ésta es una fuente de distorsión cognitiva que los anons y los outsiders no experimentan. (Aunque los anons sí sufren algo de lo contrario, el instinto de provocar).

Como líder de opinión, sientes esta tensión en cada hueso de tu cuerpo, pero nunca puedes mostrársela a tus lectores. Esto crea una profunda deshonestidad en la relación parasocial entre escritor y lector, como un matrimonio que no logra escapar de una mentirijilla de la primera cita. La falsedad, como la parte azul del queso azul, fluye y aromatiza cada partícula de tu contenido. Ni tú ni tus lectores podéis estar seguros de si estás diciendo la verdad, mintiéndoles o mintiéndote a ti mismo, pero constantemente estás haciendo las tres cosas. Puede que sigas siendo muy entretenido; esclarecedor, incluso. Todo tu trabajo es efímero, y una vez que mueras sólo tus parientes te recordarán. Y ni siquiera es culpa tuya.

Aquí fuera en el grupo (c), puedo decirte que el homo sapiens no es una población neurológicamente uniforme (como los golden retrievers), y también que el Holocausto ocurrió (como aprendiste en la clase sobre el Holocausto). Aunque no puedo imaginar qué pruebas podrían hacerme cambiar de opinión sobre ninguno de estos puntos, si ocurre seré el primero en decírtelo. (No te molestes en enviarme tu ensayo revisionista favorito sobre el Holocausto, probablemente ya lo haya leído). Esta claridad no deriva de ninguna virtud personal especial, sólo de mi trabajo viviendo en el grupo (c).

Desde mi punto de vista...

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera