domingo, 28 de mayo de 2023

San Isidro'23. Pilaricos para Urdiales, Aguado y De Manuel. Un quite por verónicas de Urdiales en todo el naufragio ganadero. Márquez & Moore

 

Urdiales


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

En la jornada de reflexión, que tan apropiadamente programaron los Garridos de Plaza1 la corrida de El Pilar, el hierro de la letra del 3,1416, para reflexionar, que falta hace, sobre la cabaña brava, sobre la casta y tras el fiasco deleznable de esta tarde debemos llegar ya al pleno convencimiento de que es imprescindible que se produzca la definitiva desamortización que quite de las manos de los Fraile cualquier atisbo de ganado de lidia, que esta gente no está preparada para ser ganaderos de bravo. Es que ni la Ventana del Puerto, ni el Puerto de San Lorenzo, ni Valdefresno, ni la madre que los parió, y hoy El Pilar, en la que sin duda es la más deleznable corrida de toros de las que llevamos en la Feria.


¿Y por qué la peor? Porque se podría decir que el megamix frailuno de anteayer podría disputarle el puesto, pero es que hoy han echado al averno de Florito, donde impera la acerada y certera puntilla de don Juan Antonio Domínguez, a dos de la ganadería titular, de los del tres catorce, y en eso ya vencen a cualquier otro desecho ganadero que quiera medirse con ellos. Lo que ha venido a Madrid desde Tamames, a ver si se entera don Moisés, es una escalera de tamaños impropia de un ganadero que se tenga en el más mínimo aprecio, una colección de descaste y de mansedumbre que debería apuntar hacia el matadero de las madres, de los padres y de toda le generación. Si hubiera que poner una nota, como cuando estábamos en aquella deplorable institución llamada “escuela”, ésta sería la del cero, cero idéntico al que nos ponían por no saber los afluentes por la derecha del Danubio. Verdaderamente teníamos expectativas sobre lo de El Pilar, honestamente hay que decirlo y, en esas conversaciones gratísimas de aficionados con un Johny Walker de etiqueta negra y un Partagás Serie D número 4 hemos partido una lanza por esta ganadería, recordando la corrida tan sólida del año 19, la de la cogida de Gonzalo Caballero, corrida seria y dura con muchísimo que torear en la que nada se daba por supuesto. Y hoy, para echarnos encima un jarro de agua de la Fuente de los Geólogos, don Moisés se presenta en los madriles, acaso para no hacer de menos a sus parientes de anteayer, con una corrida de pésima presentación entre los gigantones de seiscientos y pico de kilos y los terciados de quinientos y lo que sea, según la mentirosa báscula de Las Ventas, más falsa que la del tendero de la 13 Rue del Percebe. Con una corrida de una mansedumbre descastada de las que te llevan a pensar en la vaca de Milka, berrenda en morado, un tostón ganadero de primera en la antes llamada «primera Plaza del Mundo», Y mientras hacíamos el ridículo en Madrid contemplando la nada de Fraile, en Vic Fezensac, 23 puyazos a los de Dolores Aguirre, para que se vea que los franceses nos comen por los pies. No es extraño que la afición, la de todos los días, se soliviante ante el timo del que somos víctimas tarde a tarde, con estas birrias de encierros de toreznos de chicha y nabo, débiles y caedizos, con estos TMR (toros de movilidad reducida), ridícula caricatura del toro de lidia, porque sin toro nada es importante.


Para vérselas con esta bazofia que cría don Moisés Fraile contrataron a Diego Urdiales, veinticuatro años de alternativa, Pablo Aguado, seis años de alternativa, y Francisco de Manuel, dos años de alternativa. A priori un cartel de lo más interesante, aunque el, público no lo apreciase tanto como para llenar el coso. Corrida con toreros que han mostrado que tienen la moneda y que, en cualquier momento la pueden cambiar. Este cartel de hoy sería la cara, y la cruz sería el de ayer, tarde de relleno de ir por ir.


Del Faraón del Cidacos ya nada hay que decir, pues tras sus muchos lustros como matador de toros o le quieres o le odias. En su haber, siempre su planta, su saber estar en la Plaza, su añeja imagen de torero que lo mismo podía haberlo sido en el siglo XX o en el XIX, por momentos un grabado de Lagartijo, vestido de sangre de toro y oro, todo torería. Cuando salió el mastodonte de Dulcero, número 100, de 600 kilos según la escala de pesos venteña, 52,8 arrobas para nuestros abuelos, ahí que se fue el Pasmo de Calahorra a dejar un quite por verónicas de mucho peso, que a la postre serían casi lo único que habría en la tarde de toros malograda por el ganado de El Pilar. Por decir algo y para llenar el folio diremos que las verónicas de Urdiales, de enorme plasticidad, las remata con la mano de salida levantadita, tal y como hacen Morante y Rafael de Paula, y que sin embargo estimamos como más puras y ortodoxas las de Antoñete, Curro Vázquez o Julio Robles en las que la mano de salida apunta hacia abajo. En cualquier caso un gran quite, que entusiasma a la parroquia, que a la postre fue de lo mejor de la tarde, y que nos deja abierta la discusión sobre la verónica, único lance donde la verdad del toreo resplandece. A ese quite le responde Pablo Aguado también con verónicas de magnífico trazo, en el mismo registro de Urdiales, muy jaleadas, y luego hay réplica en tono menor de Urdiales por delantales, que están fuera de la esencia taurómaca del egregio lance que debe su nombre a la bendita mujer que tendió al Nazareno un velo para que enjugase su sudor y su sangre.


Prácticamente se puede decir que en este momento se acabó la corrida, y ni siquiera eran las ocho de la tarde, porque lo que vino después ayudado por la blandurria mansedumbre de los discípulos de don Moisés, fue algo así como la nada. Por decir algo señalaremos cómo Urdiales dejó algunos retazos de su indiscutida calidad ante el enorme búfalo de El Pilar, impresionante comparación entre la fragilidad y el tamaño del torero y la mole del bóvido. Un placer ver al riojano andar por la Plaza y, en su contra, hay que decir que alarga de manera innecesaria la faena que a ningún lado lleva. Mata de estocada entera contraria, que manda a las manos de los carniceros las casi 53 arrobas de mansedumbre de El Pilar.


El segundo es una birria al lado del que han arrastrado. La afición clama agriamente a los cielos por lo que le han echado. El toro tiene menos empuje que un lumiago y Aguado le deja unas verónicas de enorme plasticidad, de esas de el arte por el arte. Final de enorme plasticidad, un festín para los fotógrafos. La faena empieza con un aire exquisito pero el birria del toro se acaba antes que un cubito de hielo en el desierto del Gobi, y ahí Aguado se pone terco y plasta alargando lo que ya está más muerto que mi bisabuela en una «faena» de mucha porfía hecha de uno en uno, sin solución de continuidad. Con un metisaca, un aviso y una estocada rinconera echándose fuera acaba con el 3,1416.


Ahora viene el bochinche de las devoluciones, que por manifiesta inconsistencias motriz se expulsa de la plaza a Sonajerillo, número 107, y a Dudeto, número 122, ambos de El Pilar, y se franquea la puerta de los chiqueros a uno del Conde de Mayalde, Chorlito, número 52, que si no fuera por el hierro y la divisa podría pasar perfectamente por uno del Pilar. Otro excremento bovino es lo que presenta a la cátedra el señor conde, blando y caedizo que no estima como interesante el mundo de puyas y caballos y que aprieta hacia adentro en la cosa de las banderillas. Comienza de rodillas su faena Francisco de Manuel hasta que el toro le empitona por el esternón y que gracias a las bolitas ésas del afeitado que les hacen a los toros ahora no hiere al matador, que si el toro llega a estar en puntas, le arranca el corazón de cuajo. Todo el mundo se alegra de que el matador esté ileso y éste prosigue su labor, ya en pie, que es larga y plena de altibajos, sin concepto que la dé sentido y sin argumentos que no sean los de la valentía del madrileño. El toro es un taimado con su peligro o sus intenciones y Francisco de Manuel lo prueba por ambos pitones, y labora a ver si le puede por el izquierdo. Cumplido el tiempo le receta una buena estocada arriba y recibe un aviso. Tras las cucamonas de los benhures de la mula no se consigue que haya un número significativo de pañuelos y la cosa se queda en una aplaudida vuelta al ruedo.


El segundo de Urdiales es una ameba de la que ni pondremos el nombre y que no sirve para nada más que para dar la lata del descaste, el parón (del toro) y su afición a huir de la muleta, como el que busca una marquesina donde cobijarse cuando llueve. Lo liquida de una media lagartijera.

 
Niñito, numero 165, es el segundo de Aguado, un pelmazo de 605 kilos (según la báscula venteña) ayuno de fuerzas y con tendencia a tablas. Un plomazo que consigue que todo el mundo se desentienda de lo que pasa en el ruedo después de las dos series por la derecha, antes de que el bicho se parase como si fuese hecho de granito. Un tostón. Con un pinchazo cuarteando, otro pinchazo y una media cuarteando el toro pasó directamente al negociado de los destazadores.


Y por fin el sexto, que esto parecía que no acababa nunca. Meloso, número 121, de 630 kilos venteños es la segunda baza de Francisco de Manuel ante el que desarrolla su labor basada en el cite con el pico, la ventaja, la falta de colocación y la falta de temple sustanciada en más enganchones de los necesarios. Todo el mundo quería irse, entre la hora y el fresquete, menos Francisco de Manuel que alarga su temario pleno de altibajos sin que ya nadie le eche cuentas. El balance tauricida no es muy halagüeño: estocada hilvanada, estocada tendida quedándose en la cara, aviso, otra igual que la anterior perdiendo la muleta, otra igual delantera y atravesada sin tirar la muleta que el toro escupe en seguida y muchos descabellos hasta que en uno de ellos el verduguillo sale disparado hacia la barrera del 9 donde cae sin herir a nadie. Llevábamos toda la vida deseanddo ver eso.



 

De Manuel


ANDREW MOORE

 





LO DE URDIALES

 


LO DE AGUADO

 


LO DE DE MANUEL

 




FIN