miércoles, 17 de mayo de 2023

Voces disidentes en Hollywood y… ¿el fin de la hegemonía progresista?


 Gina Carano – Sesión de fotos para
 The Daily Wire Marzo 2021

 

Javier Bilbao

 

Hace unos días Disney mostró un adelanto de su próxima película animada, Wish tendrá por título, y estará protagonizada como era previsible por una princesa (nada que objetar, aquí las tradiciones se respetan), pero… con aspecto de Beyoncé y pelo afro que vive en un reino situado en la Península Ibérica durante la ocupación musulmana; eh, un momento, aquí nuestro sentido arácnido ante la propaganda anglo-progre nos pone en alerta ¿Entonces los cristianos que protagonizaron la Reconquista, conformando España en el proceso, serán los malos de la película? Es pronto para decirlo con la información disponible, aunque quien acostumbra a ponerse en lo peor difícilmente acaba decepcionándose. Nos responderán que de una superproducción animada tampoco cabe esperar rigor histórico, pero ya nos conformaríamos con que siquiera en su lugar solo hubiera fantasía y no propaganda…   

Sobre el improbable aspecto de la princesa y demás personajes que vemos en el teaser no deja de ser otra proyección provinciana de la demografía de California a cualquier época y lugar del mundo. Algo que como hemos podido ver estos días ha causado disgusto en Egipto con una producción de Netflix donde, contra toda evidencia histórica, aparece retratada una Cleopatra negra. Lo mismo está sucediendo, una vez más, con la última versión de La Sirenita. Una y otra vez se repiten desde hace unos años esta misma clase de polémicas ¿Por qué? No es difícil adivinar el patrón que siguen y hay quien les ha puesto nombre: fan-baiting. Consiste en realizar un remake o adaptación de una historia real o ficticia —siempre ya conocida previamente— a la que se cambia el sexo, raza u orientación sexual de sus protagonistas de una manera deliberada y poniendo énfasis en esa diferencia con el fin de provocar a la audiencia. A continuación, el estudio selecciona aquellas respuestas en redes sociales menos presentables con el fin de armar un relato que difundirá en los medios: «mirad qué barbaridades nos han dicho, esto demuestra por qué es necesario educar al público con producciones como la nuestra». Profecía autocumplida y chantaje moral por el que público y crítica aplauden tales producciones o pasan a ser malas personas.

La plantilla se ha repetido con más o menos fortuna en múltiples ocasiones y a veces con plena desvergüenza, como en La mujer rey, cuya actriz protagonista en el estreno argumentó que si no era un éxito se estaría enviando el mensaje de que las mujeres negras no pueden liderar la taquilla. No lo fue y tampoco resultó nominada a los Óscar. Su directora tuvo claro el culpable: el racismo. Veamos otro ejemplo: la versión femenina de Cazafantasmas...

 

[...]

Si algo nos ha mostrado el caso Weinstein, con su vertiginoso salto de la unánime adulación cortesana a ser repudiado como un leproso medieval, es que en aquella industria impera el aforismo de Alfonso Guerra: «el que se mueva no sale en la foto». Frente a la tan denostada caza de brujas anticomunista de los años 50, pública, explícita e institucional (y por tanto, en cierto sentido, más justa), que en la práctica dañó muy pocas carreras —algunos guionistas simplemente tuvieron que firmar con otro nombre— la ley del silencio imperante en los últimos años ha desbrozado el terreno cualquier planteamiento conservador o simplemente crítico de una manera mucho más subrepticia. Con el escarnio añadido sobre algunos afectados de verse acusados de paranoicos por denunciar su situación. Son muy pocas las figuras públicas con una posición lo suficientemente afianzada para poder hablar sin miedo a las consecuencias. Los casos más frecuentes han sido los de quienes ya estaban parcial o totalmente retirados y, por lo tanto, tenían menos temor a las puertas que se cerraban ante ellos.

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera