viernes, 19 de mayo de 2023

Muerte perezosa y larga


 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La humillación es parte de la domesticación, y Bildu mete en sus listas electorales a “siete asesinos de Eta”, tal que los siete sabios de Grecia. Aunque en España con los asesinos etarras pasa un poco como con los malversadores socialistas, que no malversan para ellos, sino para los demás. Los asesinos etarras no asesinaron por ellos, sino por la Causa. Y las listas electorales no se concibieron para representar, sino para integrar (Leibholz). Siete asesinos integrados, pues. ¿Importa su pasado? Lo que funge de oposición viene de darle la llave de oro de Madrid al colombiano Petro, y pasa de conflictos. La despolitización de la sociedad española (“haga como yo, no se meta en política”) hace el resto.


    –El conflicto es el corazón mismo de una sociedad abierta y libre –anota Alinsky en los 60–. Si uno deseara componer la banda sonora de la democracia, el tema dominante sería la armonía de la disonancia.


    La política, o es conflicto, o no es política, pero Alinsky observó, ¡en América!, que “conflicto” era “fea palabra” a ojos de la opinión pública, fruto, para él, de dos influencias culturales: una, la retórica religiosa de “poner la otra mejilla” (ecos, aquí, de Jean Cau), clave en el apoyo al “establishment”, algo que ni el propio diablo “se hubiera atrevido a hacer”; y otra, más subversiva e insidiosa, la higiénica moral de la clase media, que hizo del conflicto algo negativo e indeseable.


    –El consenso es una tecla clave: uno no debe ofender al prójimo.


    Mas todas las nuevas ideas surgen del conflicto, y de ahí que la clase media, por su despolitización (aversión al conflicto), se sienta “más abatida y perdida que los pobres”. Por caminos muy diferentes, cúmplese la profecía de Marx según la cual, cuando la producción esté “firmemente concentrada”, “el poder público perderá su carácter político”.


    –¿Por qué resulta tentadora una democracia sin ciudadanos? –se preguntaba Wolin en 2008. Y veía un indicio en las palabras de un colaborador de Bush: “Ni siquiera el presidente es omnipotente. Ojalá lo fuera. Suele decir que la vida sería mucho más fácil si fuera una dictadura”.


    El mundo se abre a la “politización sin política” del nacionalsocialismo, que “suprimía la libre discusión, desalentaba la difusión de política alternativa y frenaba toda expansión de conflictos”. Pero la discusión, en España, se reduce a “¡hay que ver qué cosas hace Sánchez!”. El problema era Suárez, y lo echaron “de golpe”. El problema era González, y lo echó la Aepi (un “sindicato del crimen”, según Cebrián). El problema era Aznar, y lo atropellaron los trenes. El problema era Rajoy, y lo “mocionó” el Judicial. ¿Por qué Sánchez se carga la agricultura? Seguramente por la misma regla de tres que González se cargó la industria, es decir, órdenes europeas.


    España cifra hoy todo su futuro en el verso lánguido de Lope citado por Villalón (y aprovechado por Bergamín): “Muerte perezosa y larga…”
 

[Viernes, 12 de Mayo]