Patrón, suplente en Sevilla (donde hubiera perdido el rabo),
titular en Madrid
Por moranteras
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Las Ventas están heridas, eso yo creo que ya nadie es capaz de ponerlo en duda. Hay por ahí, diseminados por toda la Plaza una serie de montaraces que se empeñan, nos empeñamos, en sostener los viejos blasones del prestigio basado en la seriedad, del respeto a la propia Plaza, pero la lucha es titánica y desigual. Le pasó a Sevilla, donde deben quedar media docena de espectadores cabales, anegada en gentes que se van del AVE a los toros y de ahí a la Feria sin solución de continuidad en el tour operator de echar el rato, y ahora Madrid se mira en Sevilla para acabar con lo que queda de seriedad en la Plaza, de exigencia, de prestigio. Han compuesto una Feria de Abril en el San Isidro de nuestras entretelas, han regalado entradas, han subvencionado los cubalibres, han acotado zonas de la Plaza para dedicarlas a que la gente se ponga tibia a gintónic, han llenado el templo de mercachifles y aquí ni hay ni se le espera a alguien que les eche fuera para que la Plaza deje de ser cueva de bandidos y recupere su seriedad, su señorío y su coña marinera.
Hoy le correspondió su tajo en la labor de derribo a quien ocupó de manera indigna el Palco Presidencial, don Eutimio Carracedo, y a sus talochas veterinarios don Francisco Javier Fernández, don Juan Antonio García y doña Julia Guerrero, que dejaron pasar una indigna novillada como corrida de toros, un encierro indecente e impropio de Madrid con ese infame toro de recuelo llamado Patrón, número 35, sobrero para Morante en Sevilla el 25 de abril y hoy primero de la tarde en Madrid. Hace unas semanas, los toros de Los Maños no pasaron la exigente vara de medir veterinaria de Madrid porque por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas, y resulta que entre ayer y hoy nos han metido seis cucarachas por el tralará de agárrate y no te menees.
Para esta segunda de Feria acartelaron a Morante de la Puebla, Emilio de Justo y Tomás Rufo con sus cuadrillas de las cuales siempre nos gusta resaltar al Lili, ese amuleto que acompaña a Morante, que hace que en el sorteo le toque el toro de Sevilla y que tiene tal comunión con su maestro que si el uno está mal, el otro está aún peor. Lo primero que se hizo tras romperse el paseíllo fue darle una atronadora ovación a Emilio de Justo, que retornaba a Madrid un año después de la cogida en su “corrida de expectación” en la que acabamos viendo a Álvaro de Lacalle matar cinco toros.
Salió el famoso 35, de tan fácil rima, y ahí comenzó la rechifla de la cátedra protestando al gato y exigiendo toro. Allá que se fue el de La Puebla, que ahora lleva un capote con vueltas verde manzana, y la cosa se fue pasando entre ¡miau! y ¡toro! Pareó Lili con su característico estilo del que acaba de dar un tirón a un bolso y rápidamente llegó Morante, que en esta ocasión no sabemos cuál vestido de Gallito imitaba, pero que iba vestido de gris muy elegantemente. Como apunta el aficionado X. el particular homenaje de Morante al de Gelves de esta tarde consistió en usar siempre el estoque de verdad, detalle de lidia antigua muy de agradecer. El conjunto de su labor fue un echar un ratillo en su primero, apenas tres minutos, y lo mismo con el cuarto, apenas dos minutos. La diferencia entre ambas obras estriba en que en la del segundo la forma de entrar a matar es aún más deleznable que en el primero. No nos engañemos: la mercadotecnia morantista, en su afán por nimbarle de genialidad y excesos, se relame con estos altibajos que le llevan de la cola que cortó en Sevilla hace poquito a este mitin de Las Ventas. Esto les sirve para acrecentar su leyenda. Ya hemos dicho en reiteradas ocasiones acerca de este torero que en esta vida es preferible caer en gracia que ser gracioso.
El primero de Emilio de Justo tenía 38 kilos menos que el precedente y otro aire en su comportamiento. Emilio de Justo, que tiene bien calada a Las Ventas, hizo ese inicio por bajo que aquí tanto gusta sacándose el toro hacia afuera de las rayas no del todo limpiamente, pero las gentes estaban con él. Faenita de altibajos en la que está por debajo del toro, que tenía su telita que cortar, acelerado y a menos. Si la faena a Zambullido, número 1, fuese un hotel, le daríamos la categoría de Turista Superior.
Y luego Tomás Rufo, que se las ve con Cuarenta y Tres, número 30, una sardina colorada con la que se entendió a la perfección el tiempo que estuvo de rodillas, pues ahí parece que se equilibraban más las alturas del toro y del torero. Luego, con la izquierda Rufo dio algunos pases estimables y muy jaleados, redondeando mucho al toro, que es una de las señas de identidad del toledano, y otros más vulgares y desairados cuando el toro no seguía con docilidad el engaño. Da la impresión de que Rufo está llamado a crecer mucho, porque tiene unas maneras muy suyas y que conectan estupendamente con los tendidos, a condición de que sus enemigos sean bastante tontos y dóciles.
Tras el mitin con el estoque de Morante en el cuarto, abandono con harto pesar la Plaza y en ese momento cedo los trastos a Pepe Campos que es quien a continuación remata el relato, para hablarnos de la Puerta Grande y de la vuelta al ruedo a un toro.
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Hablar de que hoy en las plazas de toros observamos una nueva tauromaquia, viene a ser como aludir a algo totalmente evidente. De pronto, entrado el siglo XXI, nos encontramos con que en el mundo de los toros existe algo «instalado», «sobrevenido», «funcional» —porque funciona y es una realidad—, y que no sabemos entender del todo, pero que ahí está. ¿En qué consiste? En una novedosa manera de torear, por parte de los toreros, y en un moderno modo de entender el toreo, en lo relativo al juicio que sobre el torear poseen los advenedizos asistentes a los festejos taurinos. Por lo tanto, se perciben en distintos apartados temáticos cambios de actitudes, de comportamientos y de entendimientos. Nada tiene que ver lo que se ve hoy en los ruedos, con lo que no hace mucho todavía se conservaba del toreo clásico que se fue creando a lo largo de décadas —en los dos últimos siglos— y que ayudó a que el arte de la tauromaquia se elevara como una de las artes más bellas.
Si nos introducimos en la cuestión explicativa podríamos resaltar, en primer lugar, que a las corridas de toros asiste un nuevo tipo de público, que es fundamentalmente bullanguero, y por encima de todo bebedor durante el festejo —de combinados en vasos de plástico—, de incansable sed, infinita, que ansía el corte de orejas de los toros como un colofón del éxito del evento. Aquí, más de un lector dirá que este tipo de público siempre ha existido. Puede que sea cierto, una parte de razón existe, pero ahora este novedoso respetable viene a ser como un personaje grupal extralimitado, dipsómano —podríamos sentenciar— por su relación con la voracidad de triunfo que espera, que necesita y que se lanza a conseguir, mediante el vocerío de sus olés futbolísticos en medio de la faena del torero y por la agitación de sus pañuelos blancos —en su mayoría servilletas de papel, de restaurante de menú— a la muerte del toro.
En segundo lugar, es notoria la presencia en los cosos, tras abrirles los toriles, de manidos toros que hasta el momento en que el matador no tiene la muleta en la mano pasan desapercibidos. Astados que no son puestos al caballo ni quitados del mismo, ni toreados con el capote, y que se tragan en las lidias, como trámite, una sucesión de lanzazos traseros en sus lomos y una retahíla de banderillas caídas, y esturreadas, en sus espinazos. Pero, que, una vez ha tomado el matador la muleta, «reviven» —como Nosferatu— con el imán que detenta el engaño que esconde el percal encarnado. Y se ponen a embestir sin fuerza pero con tesón, empeñados en perseguir la «gran tela —enorme—» que el torero les muestra en forma de arco y que les llevará por las afueras de aquella vertical que les llama y les guía, hacia terrenos abiertos para que vean panorama y tomen aire. Así, una y otra vez, sin vigor y con cejo. A modo de manual de resistencia política.
En tercer lugar, dentro de estos apartados, nos las vemos, nos situamos, ante el torero, artífice de la obra de la actual tauromaquia, que persigue dar pases, uno y otro y otro más, en trenzado, sin límite ni fin, sin comienzo de faena ni final de la misma. Un sinfín conceptual basado en lejanías —con el pico de la muleta—, desapegos —estimables distancias entre toro y torero—, retrasos y escondimientos en los pases —la pierna de salida del matador atrás—, y sumas y cantidades —a modo chino, cuanto más pases mejor—. Un moderno matador de toros que tiene prisa en llegar al momento de la estocada y que para ello se salta las lecciones básicas de la torería —para qué—, de la medida y del ritmo. De la introducción y del desenlace. Y llegado ese instante toma la espada de verdad para cuadrar laboriosamente al toro y no reparar en la suerte contraria o la natural, porque el toro no vislumbró ninguna bravura en varas, y ni tiene siquiera querencias marcadas, pues es el «no toro». Al que matará probablemente introduciéndole el acero en un lugar bajo —con esa ventaja— respecto a la cruz.
La nueva tauromaquia la escenificó con creces, ayer jueves, Tomás Rufo en el sexto toro, mediante mucho destoreo destemplado a un toro insulso. Al que mató de dos pinchazos en la suerte contraria y media estocada, caída, atravesada y tendida. Mientras, en el quinto toro, en la tarde de ayer, Emilio de Justo, hizo méritos para ser considerado sumo intérprete de esa tauromaquia contemporánea que se consume a diario en las plazas de toros, y ya presente —por lo que llevamos de feria— en Madrid —donde quedaba el último baluarte de lo clásico—. Si el miércoles El Juli, obró neotoreo, ayer, Emilio de Justo batalló al toro con los mimbres de la nueva tauromaquia. Toreó deprisa, veloz, a todo trapo, despegado y con compás pelín retrasado. Algún buen pase dio, pero recodarlo es como inquirir o insistir o rebuscar, en una labor ardua de la memoria. Emilio de Justo se midió al toro moderno ideal, anteriormente descrito: nada antes de la muleta, todo tras la muleta —un deseo desenfrenado de perseguir un trapo—. Faltó, en la labor de Emilio de Justo, cadencia y modulación, torería y lo añejo, etc. Mató de una estocada baja en la suerte natural que no mereció las dos orejas con las que el presidente de la corrida premió la petición de parte del público.
Los aficionados de Madrid protestaron con fuerza la salida por la puerta grande de Emilio de Justo, sobre todo, por esa colocación improcedente de la espada. También se protestó la incomprensible vuelta al ruedo con la que fue premiado ese quinto toro. Un toro excelente para el torero, pero que no había realizado ninguna pelea en el caballo. Era un toro preparado para el toreo moderno, del cual vimos raciones copiosas. Los aficionados de Las Ventas al final del festejo pidieron la dimisión del presidente.
El neotoro de Madrid
ANDREW MOORE
¡Jesús, José y María!
LO DE MORANTE
LO DE JUSTO
De Justo apepitado
Y esto ¿qué?
Orejillas de la Tía Javiera
LO DE RUFO
FIN