Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La política es la ciencia del poder.
¿Cómo andan de ciencia nuestros políticos?
Todos han oído a Rousseau, pero no saben dónde. Dan ganas de comer cerillas.
–Si a mí la policía me pide los papeles, yo no me muevo de allí hasta que me no dicen que me vaya –dice en TV Borja Sémper, ¡abogado!, para diferenciarse de Esperanza Aguirre, que va de liberal.
¡La democracia policial!
¿Qué bachiller no ha oído hablar del criminal rusoniano?
Rousseau distingue entre voluntades particulares y Voluntad General o encarnación de la verdad: por eso en el criminal arrastrado contra su voluntad al cadalso ve a un hombre obligado a ser libre.
Es la concepción autoritaria de la libertad, enriquecida por Hegel, un alemanote que, juzgando blandita la voluntad general de Rousseau, que tampoco se sabe muy bien quién la representa, hace que se encarne en la figura del Estado, mamá (y maná) de todos nuestros políticos. Bertrand Russell lo resumió en su malicioso dicho de que para los hegelianos la verdadera libertad consiste en el derecho de obedecer a la policía (o a los agentes de movilidad, en la estolidez progre).
–¡Bravo por los agentes que persiguieron a Esperanza Aguirre! –grita, atrita, Rosa Montero–. ¡Valen por una oenegé de la justicia para todos!
Hegel… y Borja Sémper, más las dos Rosas, Montero y Díez, la que
en el Parlamento, contra lo de Cataluña, dijo que “la democracia es
cumplir las leyes” (?), mientras su segunda consolidaba la teoría con la
idea de que TVE debe ser “el sostén de la democracia” (?).
Eso de que “la democracia es cumplir las leyes” no sale del Touchard,
sino de la cola de la pescadería, y era para que a la Díez le hubieran
tocado el himno nacional que tanto le gusta, única música, por cierto,
que excita al separatismo rampante, exento de cumplir con el Código
Penal.
Pues hasta Rousseau vería que aquí el Código Penal es para el nacionalista de cardo lo que el Código Vial para el ciclista o el motorista de acera.
[Publicado en Abril de 2014]