lunes, 29 de mayo de 2023

La ley de sucesión


Mel Gibson en Gallipoli

 

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    El desastre de Manchester reabre en el banquillo del Real Madrid la ley de sucesión: si Ancelotti resucitó a Guardiola, dejándose menear por un equipo de moñas, lo suyo sería apelar a Mourinho, que ha conducido a la Roma a una final europea contra el Sevilla, con quien, en menos de lo que tarda en persignarse un cura loco, ese casting de Scorsese que es la dirigencia del fútbol español ha tenido la deferencia de facilitarle el mínimo descanso, cosa que se negó a hacer con el Real Madrid (“porque las televisiones”) cuando se le solaparon la final de Copa y la semifinal de Champions.


    Cuando el poder es grande, la sucesión es violenta, como se nos enseña en la leyenda de la rama dorada, sobre el rito que da sentido a toda regla de sucesión no democrática. Un poema de Virgilio que inspira un cuadro de Turner que inspira un libro de Frazer, padre de la antropología.


    Una ley regulaba la sucesión en el bosquecillo sagrado de Nemi, en las cercanías de Roma (Calvo de Cabra negaba toda subvención a Itálica porque los romanos eran fascistas), donde merodeaba sin descanso el sacerdote, sabedor de que, más pronto que tarde, sería asesinado por alguien deseoso de sucederlo en el cargo de Rex Nemorensis. Estos sacerdotes perecían siempre por la espada de sus sucesores, y sus vidas estaban ligadas a un árbol especial de la floresta, puesto que ellos permanecían libres de ataques mientras este árbol no sufriera daño: en el Real Madrid (¡y sólo en el Real Madrid!), el árbol de la rama dorada es la Champions. En palabras de Mourinho:


    –Ningún equipo es invencible; todos pierden, pero cuando pierde el Real Madrid todos se alegran, porque es el mejor.


    Pocas alegrías carpetovetónicas tan grandes se han visto últimamente como la desatada en media España por la derrota del Real Madrid en Manchester: el pesar por el bien ajeno es nuestra esencia constitucional, y la decimoquinta Champions era una posibilidad inaceptable para la cultura autonómica, que es una cultura de voletío de corral. Ancelotti la tuvo en su mano, pero decidió rizar el rizo de intentar ganarla, como en el himno castizo, que es el bueno, con una banda de veteranos y noveles, sólo que los noveles eran pocos, y los veteranos, muy mayores, y con las vacas sagradas del Madrid hizo Guardiola las mejores hamburguesas, como recomendara Abbie Hoffman, padre de los “yippies” (no confundir con los “yuppies”). Volviendo a Mourinho, mejor intérprete del madridismo en esta hora mala:


    –Los únicos equipos que no sufren son esos equipos excepcionales que tienen en el banquillo jugadores de cuarenta o setenta millones de euros. En el City entraron Álvarez, Foden y Mahrez. Nosotros perdemos cuatro o cinco jugadores y sufrimos. En Roma el que entra es porque le toca. Invertimos siete millones en el mercado y estamos en la final. Es extraordinario lo que hicimos.


    En el banquillo del City se sentaba, en efecto, todo el presupuesto del Atlético, para que vayamos haciéndonos una idea de la industria del fútbol del futuro, con lo que bien podemos decir que en Manchester la causa del vencedor fue grata a los dioses, que trabajan para Catar, pero la del vencido, a Catón, que para quienes no estén muy por la Historia (pienso en ese concursante de TV que descartaba de no sé qué a Lina Morgan “por estadounidense”) vendría a ser como el Mourinho de la “Farsalia”. La caída del Madrid, que tuvo mucho de suicidio, tiene felices a la España petonera y a la España culé, que presume de triplete con Messi en Catar, con Guardiola en Manchester y con Xavi en “ese país pequeño de ahí arriba” que ha ganado el Campeonato de Palanca a ritmo de Ormaechea (1-0, 0-1), lejos de los records (goles y puntos) de Mourinho, obtenidos ante el Mejor Equipo de la Historia. Si será transversal el Real Madrid que en la celebración popular de ese campeonato en Barcelona el grito callejero de los cabestros fue “Vinicius muérete”.


    Vinicius, por cierto, improvisó en el Etihad la escena que resume el antes y el después de Ancelotti, víctima del tiempo, en esta etapa madridista, cuando, desesperado, lo abordó en la banda en demanda de instrucciones, sin recibir respuesta. Vinicius fue ahí el Frank (Mel Gibson), el que más corría, de Peter Weir en “Gallípoli”, pidiendo en plena masacre explicaciones al anonadado coronel.


    –¿Qué son tus piernas? Muelles de acero, ¿Y qué van a hacer? Llevarme a toda velocidad, ¿A qué velocidad puedes correr? A la de un leopardo, ¿Y a qué velocidad vas a correr? A la de un leopardo.


    En Manchester, Gallípoli absurda del Madrid, se cometió una injusticia (Rudiger) y un error: con el centro del campo más potente del momento (Valverde, Tchouaméni y Camavinga), jugaron los veteranos de Normandía, que convirtieron al City en el Brasil del 82. Ahora sonará Xabi Alonso, pero Mourinho lo ha batido en la Europa League.

 

Abbie Hoffman

 

DOS DELANTEROS


    Benzemá y Lewandowski son dos buenos delanteros que, deslizándose hacia la cuarentena, sólo dan ya para pelear el Pichichi del Campeonato de Palanca, como han acreditado esta temporada. Aplazar la jubilación es una tentación que sólo beneficia al ministro del ramo, el covachuelista Escrivá. En alta competición aportan poco, y encima taponan el relevo. Pero la cultura “boomer” tiene tal poder que en el Real Madrid constituiría un éxito no renovar a Hazard.