PEPE CAMPOS
Madrid (Las Ventas). Sábado 20 de mayo de 2023. Décimo festejo de la Feria de San Isidro. Corrida de rejones. Lleno.
Toros mochos (desmochados). Cuatro de Carmen Lorenzo y El Capea (2º, 3º, 4º y 6º). Toreables. Algunos lucieron crotales. Dos de Los Espartales (1º y 5º), de poco celo y cómodos. Todos maquinales.
Rejoneadores: Diego Ventura, 25 años de alternativa, chaquetilla marrón oscuro. Leonardo Hernández, 17 años de alternativa, chaquetilla verde oscuro. Duarte Fernandes, confirmaba alternativa tomada en 2021, chaquetilla azul oscuro. Diego Ventura salió por la Puerta Grande.
Escribía el tratadista Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo, en su normativa de toreo ecuestre, Advertencias o preceptos del torear con rejón, lanza, espada y jáculos, en 1651, que «el fundamento principal del torear era el conocimiento del toro, pues de él dependía el obrar del caballero toreador». Desde ese lejano planteamiento de la primitiva esencialidad del toreo, para que los rejoneadores pudieran librarse de las acometidas de los toros de aquella época —que no estaban seleccionados—, de embestidas inciertas, hasta lo que observamos hoy en día en las plazas de toros en las corridas de rejones, con toros desmochados, borregos y previsibles, en su comportamiento, se podría decir que existe un abismo que nos llevaría de lo azaroso —en aquél ayer— a lo maquinal —lo robótico— que define al mundo actual que habitamos.
Sabemos por los tratados del toreo caballeresco —hemos leído y deducido— que aquellos toros del siglo XVII eran más bien imprevisibles y la ciencia para poder superarles y lidiarles —colocarles rejones— tenía que ajustarse a normas muy razonadas que pretendían ser científicas. Así lo dictaron aquellos caballeros que torearon y escribieron, dando reglas para que en las lidias se amoldara lo selvático —el toro y sus arremetidas— a lo más claro —el dictado del toreador mediante su juicio—. Añadía el toreador Cárdenas que sin tal «conocimiento» existía el «riesgo de muchos desaires». Ahora bien, si avanzamos hacia lo que sucede hoy en los cosos donde se celebra el rejoneo —andado el tiempo y analizando—, todo ha cambiado, como una ley natural progresista que nos llevaría de la dificultad a la facilidad. Para ello sólo ha hecho falta sustituir la contingencia por lo seguro. De ahí que las vacilantes y peligrosas embestidas de los astados —de antaño— se han transformado, por arte temporal y artesano, en dóciles, manejables y «maquinales» —hogaño—. Y por el camino incluso ha variado «la presentación» de los pitones.
Nos tememos que esa transformación que ha experimentado el toro bravo en el rejoneo, viene a ser la misma que ha permutado en la manifestación y la sabiduría del público; que en aquellos tiempos era «principal» en sus reacciones y vaticinios, recio, mientras actualmente es «accesoria» —no principal— en sus motivos o exposiciones de ánimo, de discernimiento y de veredicto. Pensamos que en el transcurso del tiempo entraba en liza, de lo taurino, el embarazo —y la maestría como antídoto— para salir de situaciones arriesgadas; porque en esto estaba basado el juego del toro. Por eso, antiguamente, la intención y la necesidad de que el astado fuera entendido. Y en el hoy, un entretenimiento previsto, esperado, por haber sido fabricado el animal para el éxito del espectáculo. Los toros de la sangre Murube que en la actualidad se destinan a los encierros con rejones, han desembocado en una previsibilidad «conveniente», para que los toreadores contemporáneos puedan poner en escena todo su bagaje caballista, florido, hermoseado, sí, pero, digamos huero de ciencia y contenido. Lo «tangencial». Con el permiso del público. De un aficionado «poco principal».
Si nos atenemos a lo sucedido ayer tarde, tenemos que destacar, para comenzar, dos aspectos. Primero que el caballero Duarte Fernandes confirmó la alternativa —su primer paseíllo en Madrid— de manos de Diego Ventura. Segundo, que éste toreador montó, por última vez, ante el cuarto toro de la tarde, a su caballo «Nazarí», un equino lusitano, castaño, de enorme sabiduría rejoneadora y larga trayectoria en los cosos taurinos. Habría que precisar que la actuación de Diego Ventura fue muy diferente a la exhibida en la corrida mixta de hace pocas fechas en Las Ventas. En aquella ocasión se fundamentó en que «el toro le peinara la cola a algunos de sus caballos, al ser llevados los astados en cercanías de las grupas»; mientras ayer se podría decir que quiso conectar con el respetable para conseguir los máximos trofeos en correspondencia biunívoca.
Diego Ventura, a su primer toro —el segundo del festejo—, aparte de exhibir en banderillas cierto repertorio para que el toro —terciado y templado—, «le peinara un poco la cola a su equino Fabuloso», vimos que clavó con ciertos desajustes, con rejón de castigo trasero, banderillas caídas, y rosas traserísimas. Mató montando al equino Guadiana, creemos que de rejón trasero y eficacísimo. El público se volvió loco en la petición y el presidente, de manera ligera y apresurada, concedió dos orejas. En el cuarto toro de la tarde, de nombre Andarín, de 590 Kgrs, de poco trapío, lo recibió en toriles con la garrocha, montando a Generoso, y una vez fijado, llevándole por detrás del palo del largo trebejo, sacó al citado Nazarí, con el que puso tres banderillas, desde lejos, caídas, y llevó al toro al anca. Un final de ciclo y de vida. Después, con Bronce, hizo que piafara y redondeó con una pirueta, en banderillas clavadas por delante del estribo. Mató con Guadiana en rejón trasero y bajo. De nuevo los presentes pidieron las orejas, pero en esta ocasión el presidente se resistió a conceder la segunda y fue tremendamente abroncado por ello. Ventura paseó la oreja llevando a Nazarí a su lado, como homenaje.
Leonardo Hernández, en su primer toro, lució al caballo Despacito, y puso un rejón de castigo lejano y trasero. Al clavar banderillas —caídas— con Enamorado y Sol, el toro tocó a sus caballos. Mató con Capote, con cierta impericia. En el quinto, un toro algo manso que se recondujo hacia la docilidad, utilizó a su caballo Giraldillo para poner un rejón de castigo desde lejos. Montando a Calimocho puso banderillas, caídas y traseras, en lejanías, normalmente, por delante del estribo. Para obtener el triunfo, y animar el cotarro, Hernández abría los brazos, todo lo largos que eran, mientras emprendía una carrera desaforada a lomos de Calimocho. Puso rosas al violín con Xarope, y mató con Despacito, de pinchazo trasero, y cuatro descabellos.
Duarte Fernandes, en el toro con el confirmó alternativa, quiso ir de frente hacia el astado y al quiebro, pero no pudo colocar bien las banderillas montando a Quiebro. Mató con Vino, de pinchazo y pinchazo caído. En el último toro de la tarde, clavó en ciertos pasajes mejor las banderillas, con Artista, un bello equino azteca. Mató clavando medio rejón con Iceberg, más seis descabellos, escuchando dos avisos.
Fue curioso escuchar a lo largo del festejo, en mis cercanías, en el tendido, comentarios de esta guisa: «hoy sí tenemos puerta grande»; «le corta las orejas seguro —por Ventura—»; «por lo menos hay puerta grande», etc. Debemos terminar mencionando que mientras toreaba Nazarí, se escuchó un cante en los tendidos del cuatro, suponemos que sería en su honor. Hubo, pues, de todo.
FIN