lunes, 1 de mayo de 2023

Novillada del domingo. En plenitud de olas


Cuatro orejas y rabo

Bonifacio


Pepe Campos

Plaza de toros de Las Ventas. Novillada. Domingo 30 de abril de 2023. Menos de un cuarto de entrada.

Seis novillos de Gabriel Rojas (procedencia Carlos Núñez), que dieron juego y cumplieron en el caballo. Muy bien presentados. Bien armados, en especial el primero y el sexto. El primero largo y ofensivo. Exhibieron flojera en los remos, suplida con cierto fondo de casta. Primero, tercero, quinto y sexto fueron aplaudidos en el arrastre. Se aplaudió al mayoral de la ganadería al terminar el festejo.

Terna: Sergio Felipe, de Alcadozo (Albacete), 31 años, de fucsia y oro, con cabos blancos; silencio y silencio. Villita, de Toledo, 22 años, de beis y oro, con cabos blancos; silencio y silencio. Miguel Zazo, de Las Ventas con Peña Aguilera (Toledo), 22 años, de rosa y oro, con cabos blancos; silencio y silencio.

Una ola de triunfalismo recorre el mundo taurino conocido, que propicia corte de orejas e incluso rabos por doquier. Por lo que se ve, y se oye, es un fenómeno incansable y que va a más. Que se extiende como una oleada (no sé si tiene algo que ver el cambio climático y las olas de calor que se asegura padecemos). Para que se  produzca esta ola triunfalista taurina que estamos sintiendo y viviendo ha sido, está siendo necesario la eliminación del verdadero carácter del toro bravo, auténtica esencia del espectáculo de los toros desde el origen de los tiempos. Nos hallamos a un paso de vincularnos con corridas de toros donde los animales obedecerán a los engaños de los toreros sin ninguna oposición, sin ninguna resistencia, sin ni siquiera miradas —ni fieras, ni amorosas—, sin propósitos de ningún tipo por parte de los astados; sólo un ansia constante —en estos animales— de embestir al ralentí, para que en ello quede, incluso, eliminado el propio temple, clave del toreo cuando se requería y demandaba ese «parar, templar, mandar y cargar la suerte», que pensábamos era la base del clasicismo de lo táurico.


A pesar de lo comentado anteriormente, parece que la plaza de toros de Madrid sigue ajena a esa moda de «la ola triunfalista», ya que en su ruedo no aparece de una vez por todas ese toro bonancible y supremo colaborador del torero. Ayer lo experimentamos, pues se corrieron novillos que —aunque mostraron cierta flojedad— no se dejaron domeñar al gusto de los coletas, que no era otro que torear por fuera, sin ceñimiento y utilizando el pico. No se dejaron someter esos astados, no porque fueran peligrosos, sino simplemente porque sacaron a relucir algunos gramos de casta y, por tanto, requerían que los engaños de su matadores mandaran en sus voluntades. Unos consentimientos de los animales que exigía que fueran llevados por la jurisdicción preceptiva que requiere cada lance y cada pase. Desde la distancia adecuada entre toro y matador y a través de la cercanía del cuerpo del torero. Para ser conducidos hacía atrás de esa figura del matador —ayer, de novillos—, en donde continuar con el siguiente lance o pase. Y así sucesivamente. Pero esto no se vio, ni sucedió. De tal modo la ola de los triunfos, ayer, quedó en singular marejada, posiblemente porque la materia prima, el toro —los novillos—, no quisieron «ayudar» y, entonces, los toreros, para obtener el éxito deseado, habrían tenido que emplearse, con mayores conocimientos, capacidades y ánimos. Y no lo hicieron.


De los tres novilleros ninguno destacó. Prácticamente no mostraron un mediano manejo del capote, ni ninguna capacidad en las lidias. Podríamos señalar que ante una ausencia total del uso de los capotes, Villita hizo dos quites, en el primer novillo de la tarde pudo completar una verónica, y en el cuarto, ensayó chicuelinas. El novillero más veterano, Sergio Felipe, tuvo que medirse con dos novillos que embistieron. Ante ellos toreó muy de perfil, por fuera, en línea, con la particularidad de que al final de los muletazos cuando había que bajarle la mano a los novillos, les dejaba la muleta a media altura, con la única posibilidad para los astados de topar con el engaño y deslucir cada uno de los pases. Su primer novillo manifestó una embestida más larga y pesaba más, por ello, y por la falta de mando, la faena se alargó con demasiadas tandas. Su segundo novillo mostró un buen pitón izquierdo, con embestida algo más corta, y, puede que, por eso, los pases que le plantearon salieran más descompuestos y desde un mayor desapego. Largas labores de Felipe, en las que escuchó sendos avisos. Mató a su primero en la suerte natural, de estocada tendida y dos descabellos. Al cuarto le recetó dos pinchazos en la suerte contraria, en el segundo soltando el estoque, para finalmente pasaportarlo de un bajonazo.


Villita, toreó muy despegado, por fuera y con consumado pico. Su primer novillo —el segundo— expuso falta de fuerzas y perdió en numerosas ocasiones las manos. Villita, no paró de vocear al novillo, lo toreó por las afueras, alejado del animal. A la hora de matar, en la suerte natural, acometió dos pinchazos, el segundo bajo, más una estocada baja que hizo guardia; para en último término acabar con el novillo de otro pinchazo bajo y un descabello. Escuchó un aviso. A su segundo novillo —el quinto—, de embestida algo tontorrona, también lo voceó, y lo toreó por fuera, con pico y despegado, lo que propició la destemplanza en el respetable que también voceó, aquí y allá, seguramente para no decir nada bueno sobre lo que sucedía. Villita, tardó una eternidad en cuadrar al novillo, al que mató en la suerte natural de una estocada contraria, atravesada y tendida, que se desprendió como el rayo; a ello le sucedió una rueda excesiva de peones, más tres descabellos. Sonaron dos avisos.


Miguel Zazo, lidió un primer novillo, algo flojo, al que le sentó a la perfección una vara en su sitio —el morrillo—, lo que puede que hiciera que se viniera arriba y con armonía —el piquero, Ramiro Flores—; en la segunda vara el novillo derribó al caballo, mientras recibía una vara trasera. La faena no fue tal, pues no tuvo estructura ni mando, mientras el novillo pedía templanza por ambos pitones. En la suerte de matar, en la natural, Zazo le recetó al novillo de Gabriel Rojas —de nombre «Educado»— un pinchazo, una estocada baja y dos descabellos. Escuchó un aviso. El último novillo de la tarde, cobró de lo lindo en las dos varas, colocadas la primera en el morrillo, pero tapándole la salida, y la segunda trasera, con metisaca. En la faena de muleta nos dimos cuenta de lo grande que era el trapo de Zazo, de lo largo que era el pico y de lo deslavazada que fue la faena, planteada por fuera y despegada, mientras el novillo embestía. Fue finiquitado, con aviso incluido, de pinchazo en la suerte contraria y feo bajonazo en la suerte natural.


Nada que reseñar de las lidias de los peones, ni en capotes, ni en banderillas —aunque saludó, en el quinto, el peón Raúl Caricol—. Hemos comentado que dos varas fueron al morrillo. Tal vez, si todo se hubiera cuidado más, y con esmero, la novillada habría lucido más, con otros resultados.