Hughes
En la rueda de prensa de Laporta había cuatro bultos como cuatro Copas de Europa que eran sólo las cuatro cajas de documentos (o de cualquier cosa) que el compliance había colocado allí. Del relato a la posesión y de la posesión al compliance, la salida que encontró Jan para intentar sacar la pelota jugada. Si hay una sociedad en el mundo que no necesita gastar un duro en compliance es el Barcelona, que ante el cumplimiento normativo tuvo siempre el privilegio de la flexibilidad.
El resto de argumentos ya los conocíamos: el Madrid y la persecución al més que un club, pereza cósmica. Décadas se pasaron con el penalti de Guruceta cuando del franquismo salieron, muerto El Condecoradísimo, como el club más rico de España a larga distancia del segundo.
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En una reciente entrevista al periodista Iván Vargas (Jotdown) Benito Floro habló de aquella experiencia. ¿Celino Gracia Redondo? (el árbitro). «Ni lo nombres. ¿Tú viste el partido?». Floro fue víctima (título que el Barça quiere en propiedad) del acaso arbitral (acaso) y de la prensa madrileña, que lo ridiculizó por completo. Debió ganar aquella Liga y continuar, pero se tuvo que ir del Madrid y de España, quemado y sin cartel. «No quise reventar mi vida. Ver cosas tan evidentes como lo que pasó en Tenerife, con aquellos dos goles clarísimos…». Con su cansancio ceniciento emigró, mientras aquí se imponía el Relato cruyffista.
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Junto con los restaurantes dalinianos y la ironía despectiva, la posesión (el estilo) fue un supremacismo deportivo que acompañó al pujolismo y asumió la España autonómica desde el 92 hasta el final del procés. Ese discurso de victimismo triunfal (algo único, capaz de proporcionar todas las emociones posibles junto al primor estético) salía de Barcelona y era validado por los medios en Madrid, y ay de quien quisiera matizarlo…
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Si Pujol está fuera de la cárcel, los golpistas indultados y su delito despenalizado, ya serían ganas de ir contra Cataluña que el Barça pagara por Negreira.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera