martes, 18 de abril de 2023

Pluto y su pandilla


Pluto

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Que la justicia americana pida para un ciudadano americano diez años de cárcel (¡de cárcel americana!) por un meme tuitero nos lleva al aviso de Wolin sobre la censura de la protesta popular contra Superpoder, destinada a aislar la resistencia democrática, separar de la sociedad a las voces disonantes y acelerar el proceso de despolitización (resumido, aquí, en el consejo gallego de Franco: “Haga como yo, no se meta en política”). Es el modo de mantener vivo el temor hobbesiano.

 
    –A diferencia del terror nazi, el miedo hobbesiano afecta a una sociedad machacada con la protección y la seguridad. Nada ilustra mejor la manipulación del miedo que las invasiones de la privacidad autorizadas por la ley Patriótica, con el presidente en pose de “rey patriota”, que está “por encima de la política”, en lucha a muerte con terroristas.


    Volvemos a Romain Rolland, que en el fatídico 14 de la Gran Guerra acertó a ver que en “el guiso sin nombre que es hoy la política europea, el dinero es el trozo más grande”.


    –El puño que sostiene la cadena que apresa al cuerpo social es el de Pluto. Pluto y su pandilla.


    Tampoco dice que los que en el 14 se lucran sin pudor gracias a la guerra la quisieran: lo único que quieren (aquí o allá, poco importa) es enriquecerse, y se acomodan con igual facilidad a la guerra como a la paz, todo les viene bien. “No les atribuyamos vastos y tenebrosos planes! ¡No ven tan lejos! Sólo quieren enriquecerse. Los intelectuales, la prensa, los políticos son sus instrumentos”.


    –Los pueblos que se sacrifican mueren por ideas. Pero los que los sacrifican viven por intereses. Y, por consiguiente, los intereses sobreviven a las ideas. Toda guerra prolongada, por muy idealista que fuera en su origen, se convierte en una guerra de negocios.


    Así se explica el contraste entre la confraternización de los soldados en las trincheras y el odio de los intelectuales en los periódicos que saca de quicio a Rolland: “La guerra me parece odiosa, pero más odiosos son los que la cantan sin participar en ella”. Y exhibe una carta de 17 de diciembre de un soldado en la trinchera: “Los deseos de paz son intensos entre nosotros… Los periódicos dicen que es difícil moderar el ardor guerrero de los combatientes. De forma consciente o inconsciente, mienten. No os imagináis cuánto nos indigna esa charlatanería. Hablan de una guerra sagrada, pero no conozco más que una guerra, y es la suma de todo lo inhumano, impío y bestial que hay en el hombre; es un castigo de Dios y una llamada a la contrición para el pueblo que se entrega a ella. Dios envía a los hombres a este infierno para que aprendan a amar el cielo. Pero los entusiastas de la guerra, ¡que vengan! Puede que así aprendan a callarse…”


    La inteligencia, concluye Rolland, no es nada sin el espíritu, el espíritu que es el juez de la razón alucinada, el soldado que, en el Capitolio, recuerda al César triunfante que está calvo.
 

[Martes, 11 de Abril]