Pedro Carlos González Cuevas
Sin duda, la distinción entre izquierda y derecha permanece vigente en el campo político de las sociedades occidentales desarrolladas. España es un buen ejemplo de ello. Negar la distinción equivale, se quiera reconocer o no, a un utópico intento de abolir la política e incluso lo político. Como señala Chantal Mouffe: la negación de la existencia de fronteras entre derecha e izquierda, lejos de constituir un avance en una dirección democrática, es «una forma de comprometer el futuro de la democracia», porque la esencial de ese sistema político es el «pluralismo agonístico». Para algunos, la distinción izquierda/derecha puede ser fundamentada en términos psicoanalíticos: la izquierda representaría el principio de «deseo», es decir, la emancipación, la liberación del individuo, mientras que la derecha equivalía a seguridad y el mantenimiento de las condiciones de conservación, es decir, el principio de «realidad». A veces se olvida, o se ignora, que Sigmund Freud fue, a pesar de su agnosticismo religioso, políticamente un conservador, que no ocultó su admiración por Mussolini.
El filósofo británico Michael Oakeshott define la derecha como una actitud de preferencia de «lo familiar a lo desconocido, lo experimentado a lo no experimentado, el hecho al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo lejano, lo suficiente a lo sobreabundante, lo conveniente a lo perfecto, la risa del presente a la dicha utópica». Para los conservadores, la historia, señala Robert Nisbet, se expresa no en forma lineal, cronológica, sino en la persistencia de estructuras, comunidades, hábitos y prejuicios, generación tras generación.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera