Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo llaman Barrio de las Letras, y es famoso porque, si te despistas y caes en él con el coche, un ojo de pez te graba la matrícula y vas al desolladero de las multas, que es la industria municipal por antonomasia.
Las calles del Barrio de las Letras están como las letras: empobrecidas y sucias. En la calle de Huertas, colgado de un andamio, un cartón anuncia: «Arte único. Entren y vean. La tumba de Cervantes». De «Charvanta», dicen los guiris. Pero lo que de Cervantes da hoy dinero no es su tumba, que a saber dónde estará; ni siquiera sus libros, que a saber quién los leerá; lo que de Cervantes da dinero es un Instituto creado con el pretexto de defender al español allí donde no está prohibido, que es en el extranjero. ¿Qué hacían los Lindo en el Instituto Cervantes de Nueva York, defendiendo a un idioma al que nadie atacaba allí, con lo bien que hubieran estado de guardeses del testamento de Cervantes en las Trinitarias de Madrid?
Casi se puede decir que los españoles grandes viajan más de muertos que de vivos: Cervantes, Cortés, Lorca, Velázquez… En busca de los huesos de Velázquez levantó Villapalos, que es decir Gallardón, medio Madrid, sin éxito. A su ejemplo, vino luego Gibson con su escuadrón de zapadores y un plano del tesoro lorquiano. Y nada. Porque está visto que en España desaparecer es quitarse de en medio para siempre. En Chamartín, por ejemplo, desaparecen ahora las ruedas de los coches, y la imaginación popular habla de un «destripador de ruedas»: no digo yo que no se trate de alguna neurosis producida por la brasa que los domingos nos pega Lobato con los neumáticos de Alonso. Y pomos, también estarían desapareciendo. Vas a tu casa y no tienes pomo para abrir la puerta porque algún chatarrero lo ha afanado. Primero fueron los cables de la luz, por el cobre, y ahora son los pomos de la puerta, por la aleación. ¿Han leído ustedes «Herreros y alquimistas» de Mircea Eliade? Pues eso.
[Publicado en Abril de 2011]