ARNAUD IMATZ
De Carlos V se dice que cuando sus tropas vencieron en Wittemberg (1517), algunos de sus consejeros le incitaron a exhumar y entregar a la hoguera los restos de Luther que estaba en la capilla del castillo de dicha ciudad. Magnánimo, el emperador se limitó a contestar «Ha encontrado su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos». Pero el respeto por el lugar de descanso de los muertos y el deseo de reconciliación y fraternización ya no parecen estar a la orden del día. La última vuelta de tuerca en el asunto del Valle de los Caídos, con la exhumación de los restos de José Antonio Primo de Rivera, finalmente decidida por su familia ante la presión de las autoridades y para evitar la profanación de la sepultura por manos extranjeras, es una nueva llamativa demostración de ello. El error, para muchas personas de buena voluntad, ha sido persistir en la espera de acciones sublimes cuando la fuente de lo sublime se ha secado. ¿Pero por qué tanta hostilidad, resentimiento y odio contra «José Antonio»? ¿Quién era realmente el fundador de la Falange?
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