MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica
Efectivamente, a esa edad de quince años hizo un acto irreverente contra aquella dictadura nacional-católica en su propio Instituto de Granada, “Padre Suárez”, grandioso epónimo de la más liberadora escolástica. Una mañana, cuando se cantaba el “Cara al sol”, como todos los días en el patio, arrojó desde el piso superior un cubo de basura en mitad del acto. Como un conspirador nato había preparado el ataque con un plan verdaderamente escrupuloso, de suerte que, aunque se investigó durante varias semanas la fechoría, nunca se supo quién la había perpetrado. En este plan entró en juego su magnífica destreza física, pues había trepado a las ventanas superiores a través del canalón. Y es que Antonio mantuvo durante gran parte de su vida un físico atlético y flexible, que le permitiría alguna que otra vez escapar de la policía franquista. Sometió desde la juventud a su cuerpo a ejercicios y pruebas del más duro ascetismo, propio de sus antiguos paisanos cartujos, aprendiendo a resistir el hambre, la sed y hasta las necesidades fisiológicas hasta límites insospechados. Durante años le gustó leer en medio de grandes ruidos, a fin de aumentar su capacidad de concentración intelectual. Su resistencia al dolor se hizo proverbial entre sus amigos. Desarrolló toda esta panoplia de ejercicios ascéticos no buscando ser santo, sino para fortalecerse en espera del gran combate por la libertad que iba a desarrollar a lo largo de toda su vida. Verdadero “monje de la libertad” con apariencia de dandy británico, no sintió “nunca” la pasión del miedo, lo que hacía que pudiera actuar siempre fríamente y con cálculo. No soportaba a los gordos cuando su gordura venía provocada por falta de carácter y voluntad. Y a mí me regañó en algunas ocasiones por mi abandono físico.
En medio de las dos generaciones citadas, no participó jamás ni en el oportunismo de la primera, de entre aquellos que habían vencido –los que perdieron marcharon al exilio– ni tampoco participó del oportunismo de la segunda, que protagonizaron la Santa Transición con el deseo de llegar al poder para gozarlo, y no para conquistar la libertad que fundamentase el nuevo régimen político. Todo un siglo el de un país gobernado por untuosos kusarcios. Fue siempre un outsider, un extemporáneo, un inoportuno, y, además, genial. El adolescente Trevijano fue republicano por su cuenta y hacia adentro, en un clima de opresiva dominación; un resistente visceral y sin condiciones con las formidables armas de los libros y su inteligencia. No adscrito a ningún partido de los que perdieron la Guerra Civil, ni al Movimiento Nacional triunfante, ni miembro de ninguno de los colectivos oportunistas que protagonizaron la Transición y “oKupación” del Estado Franquista, Trevijano se mantuvo limpio y desinteresado para realizar la obra de pensamiento político más importante del siglo XX, de la misma altura intelectual y literaria que la de un Diego de Saavedra Fajardo. Aunque el azar moral de sus contemporáneos y las circunstancias históricas redujeron sus posibilidades de un triunfo político, supo, sin embargo, absorber y asimilar ese azar como vida propia, de suerte que ese mal azar de lo español fue lo más auténtico y profundo de Trevijano, de suerte que sin ese azar moral de sus contemporáneos no nos hubiera legado su grandiosa obra política sobre la Democracia.
Lejos de caer en el olvido, Antonio está más presente que nunca, y aquellos artículos que escribiera en las OTRAS RAZONES de LA RAZÓN, en la época en la que esta hazaña ansoniana constituyó la institución más libre e innovadora de la Prensa española, y de la que él era su capitán y líder indiscutible, están más frescos y actuales que nunca, explicando detalladamente la corrupción y podredumbre que nos domina. Los “Pedro Sánchez” son figuras troqueladas en el modelo del político de la Transición y del Consenso, y se repetirán una y otra vez hasta que no se cambie el sistema electoral y se garantice que los tres poderes clásicos del Estado no sean elegidos por el pueblo en elecciones independientes, tal como lo hace la gran Democracia Americana, eligiendo separadamente a sus “public prosecutors”, al Senado y al Congreso, y a sus presidentes.
Es verdad que Antonio fue toda una anomalía respecto a sus contemporáneos, del mismo modo que la Democracia española es una anomalía de la libertad política, aunque esta parodia de Democracia se haya tratado de exportar al extranjero, made in Spain, como dechado santo del paso de una dictadura a una Democracia perfecta, gracias al consenso entre los sucesores del franquismo y los sucesores de las víctimas que defendieron la IIª República. La indignidad personal y el deshonor público como cimentación del gran régimen de Tito Berni, que, obviamente, devenido del anterior no tuvo que disparar ni un solo tiro. Eso sí es verdad. Tito Berni es el hombre del consenso por antonomasia. Nuestros políticos hodiernos, perfectamente representados por Tito Berni, gran Phutatorius canario, andan por el mundo en calzoncillos, pletóricos de unos principios constitucionales que revolotean y bullen en su interior sin mezclarse jamás con su sangre, sin penetrar en su alma ni cristalizar en firmes convicciones. Todos aquí somos muy españoles. Y todavía hay políticos forjados en este lodazal de inmundicias que se escandalizan de la candidatura del venerable viejo Don Ramón Tamames. Desde luego es un hecho que la talla de nuestro ingenio y la profundidad de nuestro juicio están en proporción directa con la longitud y anchura de nuestras necesidades morales…
La socialdemocracia ha levantado una doctrina exhaustiva que diseña con sus normas deónticas el comportamiento de todo hombre desde que nace. A esa doctrina ubicua la llamamos lo políticamente correcto, y como nueva religión sin Dios tiene su calendario, sus efemérides y sus fiestas de guardar, como el Día de la Mujer, que en el franquismo se llamaba Día de la Sección Femenina. Toda esta ritualización de convento cerrado, de hombres-monjes y mujeres-monjas enclaustradas, no podía haberse jamás producido si la Democracia liberal se hubiera defendido de influencias poderosas que la han minado, como los griegos se defendían de aquellas influencias que rompían la participación de la ciudadanía desde un poder igual para cada uno, y que en la defensa de esa libertad política e isonomía instauraron el ostracismo. Las hetaireiai de entonces son hoy los lobbies oscuros que pretenden dirigir el mundo sin representar a los ciudadanos. Y lo conseguirán si no instauramos la Democracia.
Doctor en Filología Clásica
Efectivamente, a esa edad de quince años hizo un acto irreverente contra aquella dictadura nacional-católica en su propio Instituto de Granada, “Padre Suárez”, grandioso epónimo de la más liberadora escolástica. Una mañana, cuando se cantaba el “Cara al sol”, como todos los días en el patio, arrojó desde el piso superior un cubo de basura en mitad del acto. Como un conspirador nato había preparado el ataque con un plan verdaderamente escrupuloso, de suerte que, aunque se investigó durante varias semanas la fechoría, nunca se supo quién la había perpetrado. En este plan entró en juego su magnífica destreza física, pues había trepado a las ventanas superiores a través del canalón. Y es que Antonio mantuvo durante gran parte de su vida un físico atlético y flexible, que le permitiría alguna que otra vez escapar de la policía franquista. Sometió desde la juventud a su cuerpo a ejercicios y pruebas del más duro ascetismo, propio de sus antiguos paisanos cartujos, aprendiendo a resistir el hambre, la sed y hasta las necesidades fisiológicas hasta límites insospechados. Durante años le gustó leer en medio de grandes ruidos, a fin de aumentar su capacidad de concentración intelectual. Su resistencia al dolor se hizo proverbial entre sus amigos. Desarrolló toda esta panoplia de ejercicios ascéticos no buscando ser santo, sino para fortalecerse en espera del gran combate por la libertad que iba a desarrollar a lo largo de toda su vida. Verdadero “monje de la libertad” con apariencia de dandy británico, no sintió “nunca” la pasión del miedo, lo que hacía que pudiera actuar siempre fríamente y con cálculo. No soportaba a los gordos cuando su gordura venía provocada por falta de carácter y voluntad. Y a mí me regañó en algunas ocasiones por mi abandono físico.
En medio de las dos generaciones citadas, no participó jamás ni en el oportunismo de la primera, de entre aquellos que habían vencido –los que perdieron marcharon al exilio– ni tampoco participó del oportunismo de la segunda, que protagonizaron la Santa Transición con el deseo de llegar al poder para gozarlo, y no para conquistar la libertad que fundamentase el nuevo régimen político. Todo un siglo el de un país gobernado por untuosos kusarcios. Fue siempre un outsider, un extemporáneo, un inoportuno, y, además, genial. El adolescente Trevijano fue republicano por su cuenta y hacia adentro, en un clima de opresiva dominación; un resistente visceral y sin condiciones con las formidables armas de los libros y su inteligencia. No adscrito a ningún partido de los que perdieron la Guerra Civil, ni al Movimiento Nacional triunfante, ni miembro de ninguno de los colectivos oportunistas que protagonizaron la Transición y “oKupación” del Estado Franquista, Trevijano se mantuvo limpio y desinteresado para realizar la obra de pensamiento político más importante del siglo XX, de la misma altura intelectual y literaria que la de un Diego de Saavedra Fajardo. Aunque el azar moral de sus contemporáneos y las circunstancias históricas redujeron sus posibilidades de un triunfo político, supo, sin embargo, absorber y asimilar ese azar como vida propia, de suerte que ese mal azar de lo español fue lo más auténtico y profundo de Trevijano, de suerte que sin ese azar moral de sus contemporáneos no nos hubiera legado su grandiosa obra política sobre la Democracia.
Lejos de caer en el olvido, Antonio está más presente que nunca, y aquellos artículos que escribiera en las OTRAS RAZONES de LA RAZÓN, en la época en la que esta hazaña ansoniana constituyó la institución más libre e innovadora de la Prensa española, y de la que él era su capitán y líder indiscutible, están más frescos y actuales que nunca, explicando detalladamente la corrupción y podredumbre que nos domina. Los “Pedro Sánchez” son figuras troqueladas en el modelo del político de la Transición y del Consenso, y se repetirán una y otra vez hasta que no se cambie el sistema electoral y se garantice que los tres poderes clásicos del Estado no sean elegidos por el pueblo en elecciones independientes, tal como lo hace la gran Democracia Americana, eligiendo separadamente a sus “public prosecutors”, al Senado y al Congreso, y a sus presidentes.
Es verdad que Antonio fue toda una anomalía respecto a sus contemporáneos, del mismo modo que la Democracia española es una anomalía de la libertad política, aunque esta parodia de Democracia se haya tratado de exportar al extranjero, made in Spain, como dechado santo del paso de una dictadura a una Democracia perfecta, gracias al consenso entre los sucesores del franquismo y los sucesores de las víctimas que defendieron la IIª República. La indignidad personal y el deshonor público como cimentación del gran régimen de Tito Berni, que, obviamente, devenido del anterior no tuvo que disparar ni un solo tiro. Eso sí es verdad. Tito Berni es el hombre del consenso por antonomasia. Nuestros políticos hodiernos, perfectamente representados por Tito Berni, gran Phutatorius canario, andan por el mundo en calzoncillos, pletóricos de unos principios constitucionales que revolotean y bullen en su interior sin mezclarse jamás con su sangre, sin penetrar en su alma ni cristalizar en firmes convicciones. Todos aquí somos muy españoles. Y todavía hay políticos forjados en este lodazal de inmundicias que se escandalizan de la candidatura del venerable viejo Don Ramón Tamames. Desde luego es un hecho que la talla de nuestro ingenio y la profundidad de nuestro juicio están en proporción directa con la longitud y anchura de nuestras necesidades morales…
La socialdemocracia ha levantado una doctrina exhaustiva que diseña con sus normas deónticas el comportamiento de todo hombre desde que nace. A esa doctrina ubicua la llamamos lo políticamente correcto, y como nueva religión sin Dios tiene su calendario, sus efemérides y sus fiestas de guardar, como el Día de la Mujer, que en el franquismo se llamaba Día de la Sección Femenina. Toda esta ritualización de convento cerrado, de hombres-monjes y mujeres-monjas enclaustradas, no podía haberse jamás producido si la Democracia liberal se hubiera defendido de influencias poderosas que la han minado, como los griegos se defendían de aquellas influencias que rompían la participación de la ciudadanía desde un poder igual para cada uno, y que en la defensa de esa libertad política e isonomía instauraron el ostracismo. Las hetaireiai de entonces son hoy los lobbies oscuros que pretenden dirigir el mundo sin representar a los ciudadanos. Y lo conseguirán si no instauramos la Democracia.