lunes, 17 de abril de 2023

Novillada juampedrera de Mayalde para Alcalde, Rojo y Domínguez en una plaza sin veedores. Márquez (sin Moore)

 

Tarde de expectación...

 

José Ramón Márquez

 

Me dice un señor que es que no hay toros en el campo. Joé. En abril no hay toros en el campo. A ver cómo vamos a llegar a octubre en estas condiciones. Será cosa, probablemente, del cambio climático o de la guerra ésa de Ucrania, o del Caudillo, que a estas horas ya todo vale, pero la cosa es que llevamos en Las Ventas cuatro festejos y de los tres a los que uno ha asistido resulta que de las 24 reses anunciadas en la cartelería y contando las sustituciones ocurridas durante la lidia, ya hemos perdido la cuenta de los hierros distintos a los anunciados que nos han ido echando y de los toros a los que les han puesto la etiqueta ésa de «Return to sender». Hoy, mismamente, estaba anunciada una novillada de la juampedrería de los Hermanos Sánchez Herrero que fue rechazada íntegramente por la ciencia veterinaria venteña, aunque rápidamente quedó remendada con otra novillada juampedrera del señor Conde de Mayalde. Los que entran por los que salen.

 
Lo mismo es que, retirado del cometido de la veeduría el cabestrero don Florencio, los «head hunters» de Plaza 1 no han dado aún con la tecla del personaje adecuado para tal fin, o lo mismo es que el hombre al que han puesto no tiene lo que se dice suerte, pero hoy por hoy la cosa del veedor apunta de manera directa hacia el quiosco de la ONCE más próximo a Ventas.


Para enfrentarse a lo que fuera a salir por los chiqueros, tras las ya tradicionales idas y venidas, la parte empresarial ajustó como matadores de la novillada a Mario Alcalde, José Rojo y Carlos Domínguez. A priori la responsabilidad del interés de la tarde reposaba en los hombros de Mario Alcalde, veterano novillero de 31 años de edad al que se ha visto bastante en esta plaza, que llevaba siete temporadas en el dique seco y de quien dicen que está presto a tomar la alternativa.


El primero de los Mayalde, Escultor, número 27, nos llevó por un momento a recordar al escultor Navarro Santafé, autor de la estatua del oso y el madroño de Sol, que recibió el mecenazgo y la amistad del XVII Conde de Mayalde. Breve rememoranza de cosas antiguas, pues la triste realidad del día fue que este Escultor era de un barro tan débil y tan poco consistente que echó por tierra las pretensiones de destacar de Mario Alcalde, que propone un torero inicio en los medios con el cartucho del pescao, la muleta plegada, donde recoge con buen son al novillo en uno, dos muletazos y al tercero… el animalejo ya estaba desplomado en la arena de Las Ventas, que no había manera de ponerle en pie y ahí estuvieron jeringando un rato hasta que consiguieron que el bicho abandonase la posición de la vaca del Portal de Belén y volviera a la cuadripedestación propia de su especie. Breve fue la cosa, porque el animal fallaba estructuralmente y, con su actitud de flan, echó a perder las iniciativas de Mario Alcalde por la derecha y por la izquierda. Por momentos se quiso percibir las ganas del torero de encaminar su trasteo hacia lo ortodoxo, pero la discontinuidad que el animal proponía no era ni mucho menos lo que Alcalde necesitaba.


El segundo Mayalde, castaño como el resto del encierro, era Chorlito II, número 4. Este Chorlito dio pruebas de una debilidad congénita superior incluso a la de su antecesor. El Presidente, señor González González, estuvo remiso a sacar el trapo verde, pero finalmente mandó al reptil al averno acompañado de los bueyes y, corriéndose turno hizo su aparición Jaro, número 28, que es el novillo con el que seguramente habría estado fantaseando José Rojo en la soledad de su habitación, antes de la corrida. He aquí a ese pobre toro tonto como él solo que es una máquina de embestir, que no concibe una mala idea y que pone toda su fuerza y su voluntad en aras de que le toreen con tranquilidad y sin apreturas. Con las idas y venidas por las afueras de ese carretón, Rojo calentó un poco el ambiente, pero la pésima colocación del torero, su falta de tema que explicar, su vulgaridad, hicieron que las gentes se fuesen desentendiendo de su labor. Este novillo es una losa para el extremeño, del que lo más reseñable es que vino a Madrid estupendamente vestido de nazareno y oro, sin esos horrendos cabos blancos que ahora tanto se estilan.


Barrenero, número 34, es el que tocó en suerte a Carlos Domínguez, que más que toro parecía un cochino talaverano. No dio oportunidades a su matador: le recibió con pases cambiados de rodillas muy del gusto del público turista, pero no llegó a convencer ni siquiera un poco al público torista. Lo más reseñable es que al ir a arrastrar al toro salieron las mulas disparadas corriendo sin él, como les pasa tan frecuentemente, que para una sola cosa que tienen que hacer bien los benhures parece ser que no acaban de dar con la tecla.


El segundo de Alcalde fue Chorlito I, número 10, el más interesante de los cinco de Mayalde. Cuando Alcalde cita al toro desde el tercio, el animal se va presto a él desde el burladero del 10, y aquello fue como si te pones en la estación de Puertollano cuando entra el AVE, que el novillo venía a su aire y se llevó por delante a su matador propinándole un fortísimo porrazo. Tras el susto, Alcalde prosiguió su labor en mangas de camisa y, acaso por el golpe, no se enteró de las condiciones del toro, que tenía su picante y su inteligencia y que demandaba bastante claridad de ideas. Acaso el veterano novillero pensó que el reconocimiento de su entrega le serviría para obtener algún galardón, pero el hecho es que el toro se fue haciendo el amo de la situación hasta que Alcalde decidió poner punto final a su vida de cualquier manera. Le pidieron la oreja y el Palco se mantuvo firme. Frente a la bobaliconería del segundo, este cuarto dejó un buen sabor de boca en los que preferimos los toros a las monas.


El sobrero de Villamarta, segundo de José Rojo, también fue un novillo de comportamiento interesante con bastante que torear. Rojo había estado de aquella manera con la tonta del bote, su ocasión se había pasado y con el Villamarta, novillo bastante serio y exigente, anduvo rodeándole hasta que estimó que aquello debía finalizar.


Carlos Domínguez, que a mi me recuerda un poco en sus trazas a Perera, sorteó en segundo lugar a Chorlito III, número 17, al que ciertos aficionados saludaron con palmas, acaso por lo playero que era. De nuevo Domínguez se empeñó en un trasteo sin objetivo, en el que se equivocó netamente respecto de la distancia que el animal demandaba. El hombre fue desgranando su sucesión de pases sin despertar emoción alguna en el graderío, y cuando cobró la estocada que ponía fin al festejo, nadie le echó cuentas.