lunes, 10 de abril de 2023

Crisis de entrenador

 

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    El cambio climático trajo el cuarto césped de la temporada al Bernabéu, uno por cada gol del Madrid al Valladolid antes del descanso de un partido inexistente, como la competición en España. Para completar la performance (¡arbitrariedad del VAR y comentaristas insufribles!) faltaba Hazard, y apareció, con pitos, Hazard. La distancia oficial entre el primero y el segundo de nuestro fútbol es tan grande que se hace ridícula, como corresponde a una época moral y políticamente ridícula que nos deja sin fútbol.


    –El fútbol se ha convertido en un negocio, pero si sólo es negocio, en diez años ya nadie lo seguirá, porque tal vez la gente encuentre cosas más interesantes– ha dicho Maurizio Sarri.


    La crisis del entrenador es la crisis de la autoridad, un fenómeno social con mal arreglo. Es decir, otra “crisis del espíritu”, como la denunciada por Valéry hace un siglo. Parafraseando su tesis, podemos decir que también el fútbol (una civilización, después de todo) es mortal.


    Los clubes quisieron solucionar la crisis del viejo entrenador autoritario tirando de dialogantes entrenadores jóvenes. En apoyo de sus decisiones, los presidentes contaban con un pez gordo, nada menos que Bacon, Lord Canciller de Inglaterra y padre del empirismo científico, cuya hipótesis partía de que los antiguos no podían ser invocados como autoridad porque los modernos “sabemos más que ellos”. Fue la era de los Lillos, para quienes cometer errores en el trabajo venía a ser un derecho humano. Pero ¿cómo establecer la autoridad en una empresa de iguales, según la nueva manera de concebir un equipo de fútbol? Había nacido la figura del antihéroe.


    –No sabía estudiar, pero me gustaba ese estilo de vida –confesaba en el 99 Bill Murray, el genio de la marmota–. Podías vestirte como te pareciera. Para ir al colegio yo llevaba un pijama y una cazadora. La universidad fue terrible. No me hice con ella en absoluto, pero me sacó de casa.


    La universidad y el fútbol ya no eran vistos por los jóvenes como una oportunidad para salir de pobres, sino como la mejor ocasión para salir de casa, y así hemos llegado al fútbol que en España representa mejor que nada el Combinado Autonómico, ahora con un seleccionador-funcionario que en Escocia trató de combinar la melancolía de la madurez treintañona con la alegría de la juventud veinteañera.


    Pero en los clubes los entrenadores jóvenes duran lo mismo, o menos, que duraban los entrenadores viejos, y encima los directivos se     quedan sin pretextos para echarlos. El último, Julian Nagelsmann, despedido del Bayern con  “guerra civil” en el vestuario.


    Podemos dividir hoy a los entrenadores en entrenadores que hacen correr y entrenadores que dejan andar. Los primeros son los predilectos de los jugadores que empiezan, pero los segundos son los predilectos de los jugadores que acaban. Yo crecí viendo a mi equipo en manos de José Antonio Naya, con el que corría hasta el portero, y de José María Negrillo, el gran valedor en España de Merkel, “Míster Látigo”, al que había conocido en la emigración a Alemania cantada por Juanito Valderrama. En el Burgos, Negrillo alineaba a Juan Gómez Juanito de “11”, unos años antes de que Cruyff “inventara” los extremos a pierna cambiada.


    Hablando de Juanito y de Vinicius, se oye que Vinicius habría rechazado el “7”, mítico dorsal de Amancio, Juanito y Cristiano, no se sabe si por superstición o por pereza de tener que cargar con un número últimamente “abanquillado” en las espaldas de Hazard, y antes en las de Mariano.


    A mí me gusta el “7” porque es mi número mágico en la vida. Me lo estropeó enterarme de que también era el número mágico de Hitler, lo que llevó al periodista Penella de Silva, ídolo de Pla, a titular “El número 7” su alegato antihitleriano. Y el filósofo Sloterdijk refiere el caso del piloto de veintidós años de la Escuadrilla Siete Vidas (bombas tripuladas llamadas “flores de cerezo”), que antes de perder la vida en febrero del 45 dejó escrito en un “haiku” esto: “¡Ojalá pudiéramos caer / como la flor de los cerezos en primavera / de manera tan pura y radiante!” Para compensar, tenemos las siete vidas pasadas de Patton (cazador de mamuts, hoplita griego, soldado de Alejandro en Tiro, Aníbal, legionario de Julio César, caballero inglés de los Cien Años y mariscal napoleónico). El número, en fin, imprime carácter.


    Números aparte, la lotería para Vinicius sería que Ancelotti asumiera el cargo de seleccionador de Brasil. Camba rechazó el sillón de la Academia por    que él lo que necesitaba era un piso. Que rechace, pues, Vinicius un número, si él lo que necesita para su cometa es hilo.



Max Merkel, Míster Látigo


LA BRECHA SALARIAL


    Dando por buenos los salarios de los entrenadores “top” aireados por la prensa, resulta curioso que el que más, Simeone, y el que menos, Xavi, se encuentren en España, siendo la cantidad que percibe el que menos diez veces menor que la cantidad que percibe el que más, cuando el que menos lidera las competiciones nacionales con un margen de puntos ligueros equivalente a la diferencia en millones salariales que los separa. En el país más igualitarista de Europa, fruto de la proverbial envidia nacional, la brecha salarial Xavi-Simeone es un asunto de Estado.