Hughes
Quique Peinado, periodista y conciencia crítica, causó ayer cierto revuelo por haber declarado que «ser rojeras le ha cerrado muchas puertas». Lo dijo en la SER —de modo que pudo ser en un programa llamado así, SER rojeras— y al locutor Aimar Bretos. El cambio de España está en haber pasado de la voz de Bobby Deglané, cantarina y alegre, a la voz de Bretos, aterciopelada y sensible, que lo oyes en un taxi y parece que te habla a ti directo al pinganillo. Es una voz de programa de radio nocturna que se hace diurna, voz muy personal, voz de guardia psicológica, incorporando la radio toda sus posibilidades sensitivas. No es una radio que habla, es una radio que además te escucha. Las palabras susurrantes del locutor son también escuchantes.
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Los hombres y mujeres de Prisa pagan un alto precio por ser los progresistas oficiales (qué culpa tendrán ellos si la oficialidad los eligió); salen en los exámenes del Selectivo, dan nombre a las estaciones de tren y se llevan los premios y las páginas de los suplementos de la —digamos— competencia, pero no podremos decir que España ha alcanzado la normalidad hasta que no protagonicen también los anuncios con total naturalidad. Ya está bien de represalias, de techos de cristal. Levantarse, echarse unos cereales Chocapic en el café y ver allí, en la caja, el rostro (lo cigomático) de Quique Peinado será por fin una España moderna. Hasta entonces, queda seguir avanzando.
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