Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Viernes Santo es Silencio.
El universo del cristiano católico, dice Bergamín
(“La callada de Dios”), es eso: revolucionaria música celestial que el
incrédulo no percibe, porque, más allá del silencio eterno de los
espacios infinitos que lo espanta, no siente esa armonía luminosa de la
revolución de los astros, imagen aparente de la callada música del
Universo, que es una respuesta profunda, silenciosa, de Dios.
–Porque hay silencios y silencios.
Silencios de muerte, como el de Hamlet. Silencio de signo negativo. Mortal. Silencio que espanta. (Pascal se
curó de ese espanto por la fe y con el tiempo: del espanto, silencioso,
de los espantos infinitos). Se curó por la fe, por ver lo invisible,
por oír lo inaudito (o como diría el apóstol: por ver con los oídos).
Y silencios de vida, de signo positivo, como el afirmativo de Dios.
Son estos
dos silencios los que polarizan el pensamiento, entre la plenitud del
silencio divino y el vacío silencioso, mortal, de nuestra zozobra
temporal.
Todo esto es música celestial. Inexistente para el indiferente religioso.
En Francia se dijo que el catolicismo era la forma más elegante de la indiferencia religiosa, y Bergamín
se queda con la copla para aplicarla a “la sedicente religión de la
mayoría de los que se manifiestan pública y políticamente como católicos
en España”. Para esos españoles, dice, el catolicismo es la forma más
inelegante de la indiferencia religiosa:
–La
más chabacana y mentirosa o hipócrita, cuando no supersticiosamente
estúpida; el antifaz picaresco de intereses bastardos, por políticos, o
comerciales, con los cuales la propia política o mercadería se corrompe y
corrompe todo lo que le rodea.
Hoy, 14 de abril, no faltarán “indiferentes religiosos” tratando de
mezclar el silencio de los velos morados del Viernes Santo (dolor,
penitencia) con los ruidosos moretones de la “enseña investida por el
sentir del pueblo” que decretó “el alzamiento nacional contra la
tiranía”.