Javier Bilbao
Una de las mayores perplejidades que afronta cualquiera que siga con cierto interés la actualidad está en la naturaleza volátil de aquello que se etiqueta en los medios como «conspiranoia» o «bulo». Lo que ayer era una teoría de la conspiración que compartía escenario con el Yeti y los ovnis nazis con base lunar, hoy pasa a redimirse como hecho cierto, pacientemente explicado por los mismos periodistas y opinadores sensatísimos que antes lo desdeñaban como el mayor disparate. Como las palabras se definen por su uso, podríamos decir que el adjetivo «terraplanista» debería tener en el diccionario como primera acepción «toda aquella posición políticamente inconveniente». Hemos visto unos cuantos ejemplos en diversos ámbitos y en un espacio de tiempo sorprendentemente breve, siendo el más reciente esta misma semana con la constatación por Elon Musk en una entrevista con Tucker Carlson de todo lo que llevaba desgranando desde que adquirió la compañía: la ya innegable censura política y el férreo control por parte de agencias de inteligencia gubernamentales a los que esta red ha estado sometida desde sus inicios (y seguirá estándolo, cabe temer). Toca ya quitarse el gorrito de plata. Unos meses atrás Zuckerberg confesaba también que Facebook censuró durante la campaña electoral de 2020, a petición del FBI, informaciones comprometedoras sobre Hunter Biden que sólo eran teorías de la conspiración y fake news… y luego resultaron ser ciertas.
Con tales antecedentes, habría que tentarse mucho la ropa antes de menospreciar los estudios que viene publicando el investigador Robert Epstein en torno a la manipulación a la que está sometiendo a sus usuarios otro gigante tecnológico, Google, y la definición que da de esta compañía: «La mayor máquina de control mental jamás inventada». No es paranoia cuando te persiguen, como suele decirse, ni cuando realmente un poder de escala global intenta controlar lo que piensas. Veamos cómo.
Empecemos presentando al protagonista. Fascinado por la informática...
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