domingo, 9 de abril de 2023

Remembranzas trevijanistas L



Martín-Miguel Rubio Esteban

Doctor en Filología Clásica
   
La Batalla de Bajmut, en ruso Artiómovsk, puede suponer una victoria –o derrota– tan decisiva para cualquiera de las partes contrincantes que implicaría casi el fin de esta terrible guerra. Cerca de 100.000 soldados ucranianos defienden la posición, y los atacantes rusos posiblemente sean más. A Napoleón no le gustaban nada las batallas victoriosas que no destruyen al ejército enemigo por completo. “No sirve de nada una victoria que engendra otra batalla contra los mismos enemigos”. La estrategia del mando ruso ha podido ser la misma que la de Napoleón; hacer que el enemigo concentre todos sus refuerzos y reservas en un punto, y allí machacarlo sin piedad. Ese punto es Bajmut, pero puede ocurrir que el armamento que la OTAN está entregando al ya exhausto ejército ucraniano haga imposible la total victoria rusa. “Hago mis planes con los sueños de mis soldados dormidos”, también decía Napoleón. Con la Guerra de Ucrania volvemos a una guerra de posiciones, como la de la Primera Guerra Mundial, y a sus variegados tipos de fortificación, consignados con un rico y variegado léxico, como glacis, cortinas, hornabeques, murallas, terraplenes, revellines, fosos, zanjas, intervalla, zapas, blindas, gaviones, trincheras, empalizadas, medias-lunas, búnkeres, y muchos más vocablos. Trevijano sostenía que las concepciones urbanísticas que nacieron después de la Revolución Francesa respondieron a necesidades militares para defender a los distintos gobiernos de las revoluciones de la plebe. Así, el París de Haussmann, con centro de gravedad en el arco de la estrella, posibilita con unas pocas baterías arrasar y batir a cualquier manifestación popular que se acerque con malas intenciones a cualquier centro de poder del Estado francés. Y como decía Eugenio D´Ors el Estado francés radica en tres o cuatro cuadras de la ciudad de París.

Ya hemos dicho que cuando en 2014 Vladímir Putin reconquistó Crimea, a cuya costa meridional buscaban los viejos rusos la salud cuando la tenían quebrada, Trevijano criticó duramente en su televisión a Putin por no haber aprovechado la ocasión para reconquistar también el Donbass del Don Apacible, así como otras zonas de raigambre rusa. Criticó su debilidad, temor y escasa visión militar, pues estaba seguro de que un segundo ataque costaría más a Rusia, dado que se prepararía para él Ucrania. De vivir hoy Trevijano, es evidente que apoyaría las razones que le asisten a Rusia en el presente conflicto.

Sólo a los amigos verdaderos enseñaba Antonio García-Trevijano los objetos más amados que poblaban su casa de Somosaguas. Sólo se la enseñaba a los amigos de corazón porque ello significaba mostrar su propia alma desnuda. La casa de Antonio era la materialización de su alma delicada. En todos los objetos de la casa (muebles de época, cuadros de grandes pintores, estatuas de Dalí y otros grandes, plantas fragorosas, libros difíciles de conseguir y de delicadísima encuadernación, objetos de alta decoración, etc.) estaba algo de Antonio. Quien viva en su casa hoy sigue viviendo de un modo intangible con Antonio. Entre aquellos muebles de tan diversas épocas, aquellos cuadros de grandes pintores del Renacimiento, aquellas preciosas menudencias, pero que les recordaban a Francine y a Antonio algún momento feliz y memorable, se respiraba el hálito de una vida cálida y buena que hablaba a la mente y al sentimiento estético. En realidad la casa de Antonio se dividía en dos partes, aquella en la que él y su esposa Francine, la preciosa modelo de Balenciaga, hacían su vida corriente, y aquella otra en la que, distribuida en cinco grandes salones, Antonio iba colocando sus preciosas adquisiciones. Sólo vi una vez a Francine, aunque hablé con ella algunas veces por teléfono, y me impresionó su elegancia, alegría interior y mirada inteligente. Llevaba una gran pamela blanca y un precioso vestido azul marino. Me preguntó cariñosa por mis hijos, mirándome con ojos de aterciopelada suavidad. Coincidía con su marido sobre su idea del sabio; “sabio es aquél que hace felices a aquellos con los que vive”. Y Antonio siempre estuvo al servicio de la felicidad de su mujer y de sus hijos, y también de los amigos. Creo que Francine fue un dechado de sencillez, fuerza y naturalidad, enemiga por completo de la artificiosa afectación de la gente rica. Sus existencias se habían fundido en un solo cauce. Todo era paz y armonía entre ellos. Antonio compartía con Francine todo cuanto pensaba, y a ella todo le interesaba, porque le interesaba a él. En la época en la que Francine todavía se encontraba bien noté que el ajetreo social apenas le interesaba y tenía prisa por regresar a su preciosa casa, a los cuidados de la vida doméstica, a la lectura y al reposo en medio de la belleza que había levantado su marido.

Sus únicas preocupaciones domésticas, como a casi todos nos ocurre, vinieron por los hijos. Pablo, el hijo mayor, no tuvo suerte con su primera mujer, y ello ocasionó mucho sufrimiento a los padres. El divorcio fue traumático, y Antonio llegó a sentir verdadero miedo de que le pasara algo a su hijo, al que dedicó su libro Frente a la gran mentira (1996), y sus miedos me los comunicó a mí en una llamada telefónica, que Antonio usó para liberarse de sus pensamientos. La Dedicatoria que le hace a Pablo en esta gran obra nos dice mucho del alma de su hijo: “Los vástagos de la rebeldía padecen una suerte de severa incomprensión de lo público, que los empuja a buscar su camino en la dulce independencia de lo privado. Así devuelven a sus padres el tesoro de la vida íntima”. Lo saludé un día en el Ateneo, en el que su padre iba a pronunciar una conferencia. Me pareció encantadoramente afable. Por lo que respecta a su hijo Juan Diego, gran maestro en el arte ecuestre afincado en Portugal, le dedicó su gran obra de historia del arte: Ateísmo estético, arte del siglo XX. De la modernidad al modernismo ( 2007 ). E independientemente de las circunstancias que rodearon las relaciones con sus hijos los últimos dos años de la vida de Antonio, fue siempre un padre amantísimo, entregado al bienestar de sus dos hijos varones.

Creo que ya hemos dicho que Antonio García-Trevijano no acaba de encajar bien en el marco de su época. Sin duda muestra un carácter único, aunque sea tan radicalmente español que no podría haber sido otra cosa. Quizás pueda alcanzar esta “anomalía” alguna claridad planteándola con la perspectiva o teoría de las generaciones, concebida por Julián Marías. Trevijano (1927) se encuentra entre la generación de jóvenes que protagonizaron la Guerra Civil, como José María de Areilza (1909), Santiago Carrillo (1915), Dionisio Ridruejo (1912), Antonio Tovar (1911), José Antonio Girón de Velasco (1911), Fernando Claudín (1913), Manuel Azcárate (1916), Mariano Navarro Rubio (1913), Joaquín Ruiz Giménez (1913), Marcelino Camacho (1918), y aquella otra que protagonizó la Transición: Juan Carlos I (1938), Suárez (1932), Antonio Garrigues (1934), Felipe González (1942), Alfonso Guerra (1940), Julio Anguita (1941), Marcelino Oreja (1935), Fernando Abril Martorell (1936), Rafael Arias-Salgado (1942) o Francisco Fernández Ordóñez (1930). Aunque su edad lo mantuvo casi en el limbo durante la Guerra Civil, sin embargo, ya a los quince años tuvo clara conciencia de que vivía bajo una dictadura terrible que debía combatir.