Javier Bilbao
La respuesta es: sí, claro. No quisiera robar más tiempo al lector ante las múltiples obligaciones o entretenimientos que estarán demandando su atención, de manera que podemos dar por concluido este artículo. No obstante, antes de echar la persiana me gustaría añadir un par de consideraciones finales ante un tema tan sugestivo, candente y que promete ser un asunto de discusión crucial en los próximos años. Quizá el debate por excelencia.
Cualquiera que siga la actualidad es consciente de que estamos inmersos en un proceso de desmantelamiento nacional en todos los ámbitos, desde la disgregación interna a la subordinación externa. En lo que se refiere a los símbolos, nos dicen que sancionar las pitadas al himno nacional en los estadios sería contraproducente, al tiempo que se despenalizan la sedición, las injurias al Rey y el ultraje a la bandera. Esta última, de la que siempre nos recuerdan que apenas es un trapo, además ha perdido su preeminencia en edificios públicos en favor de otras foráneas.
Por otra parte, cualquier reivindicación de soberanía en algún sector económico —ya sea producción alimentaria o energética— es sistemáticamente tachada de autarquía; querer proteger la seguridad de la población autóctona o no resignarse a que sea sustituida por otra se tilda de xenofobia...
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