sábado, 8 de abril de 2023

Una teoría general de la colaboración

 

Curtis Yarvin


Curtis Yarvin


Todo tiene que ver con el poder. Todo tiene que tener un bando. Todo el mundo sabe qué lado debe elegir. Elíjalo y será un colaborador. Rechácelo y será un disidente.

Tampoco es que estas etiquetas quieran significar que los disidentes siempre tienen razón y los colaboradores siempre se equivocan. Ni mucho menos.

A veces el poder está bien, y a veces está mal. Siempre y en todas partes, el poder define y es definido por lo que uno debe pensar, hacer y decir si quiere prosperar. Esta es la única forma segura de saber si es usted un disidente o un colaborador.

¿Está usted o no en el bando del poder? Si sus acciones fueran completamente egoístas, si fuera un sociópata totalmente egocéntrico, si su único objetivo fuera salir adelante y causar buena impresión, ¿qué fingiría creer? ¿Qué palabras, qué ideas saldrían de su boca? ¿Y a qué boletín se suscribiría? Ese bando es el bando del poder.


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En este primer capítulo, explicaremos la naturaleza y la situación de nuestro régimen actual —con especial énfasis en por qué está roto, no tiene arreglo y no merece ni su lealtad ni su odio— y cómo no ser ni un colaborador ni un disidente.

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El estado total ya no se contenta con el acatamiento físico. Exige seguridad emocional. Al poder no sólo se le obedece. El poder debe ser amado. Y esta vuelta al Estado total, nuestra forma de gobierno más antigua, hace que el régimen moderno, a pesar de todos sus juguetes y transistores, resulte sorprendentemente bárbaro.

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Pero cuando el poder tiene nuestros emolumentos y nuestro acatamiento, ¿por qué necesita nuestra pleitesía? ¿Por qué tiene que molestarnos tanto, por la mera baratija del amor?

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Porque se siente inseguro. El poder siempre se siente inseguro. Todo el mundo quiere el poder, así que tiene motivos para sentirse inseguro. Y cuanto peor actúa, más inseguro se siente el poder, porque cuanto más inseguro es, más pleitesía debe exigir. (Por supuesto, no hay conspiración; esto es evolución histórica, no diseño inteligente).

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La mendacidad sistemática y el mal gobierno son comorbilidades comunes. Cuanto más cerca de la muerte se siente un régimen, necesariamente peor es su comportamiento. Cuanto peor es su comportamiento, más se acerca a la muerte —y más debe esforzarse por parecer bueno. Y todo régimen, para casi todo el mundo, parece absolutamente inmortal hasta el día de su muerte.

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La mayor parte del mal lo causa el poder exento de responsabilidad. La mayor parte de los gobiernos modernos ya son en su mayoría irresponsables, pero un Estado al margen del Estado es profunda, inherente, existencial y absolutamente irresponsable. Su seguridad laboral hace que Luis XIV parezca un empleado de la perrera a tiempo parcial.

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El poder es divertido; el poder es una carga. Con el tiempo, la diversión disminuye y la carga aumenta. Un día, el régimen cae pacíficamente, incluso con alegría, tan pronto como tenga otro régimen al que rendirse. Y diseñar ese régimen no implica disidencia ni voluntariado.

 

Leer en La Gaceta de la Iberosfera