MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN
Doctor en Filología Clásica
Las relaciones diplomáticas de los Estados Alemanes con Pedro el Grande eran también importantes para Leibniz en cuanto que Rusia representaba el paso hacia China, ya que Pedro I había firmado en 1689 en Nertchinsk un tratado con el gran emperador de China Kang-hi. Ya en su ensayo Novissima Sinica, aparece la fascinación de Leibniz por China, en la que a través de los jesuitas quiere fundar una Academia en el gran Imperio de Oriente, no para evangelizar a nadie –pues que a Leibniz le parece presuntuoso evangelizar una cultura de la categoría de la China–, sino para aprender e interpretar el Li de la teología china, que Leibniz identifica con la “razón universal”, y el sistema matemático I Ching, que guarda grandes similitudes con su cálculo binario. Pedro I estaba fascinado con esa República de Sabios de Leibniz que debería asesorar a todos los dirigentes del mundo, y ya con él y su hermano comenzarán a darse grandes intercambios, promovidos por su Gobierno, entre el mundo germánico y Rusia. Rusia y Alemania nacen con la vocación de colaborar juntas en el mundo. Por lo pronto, la mayor parte de las zarinas vendrán de la yeguada real alemana, que diría con plástica expresión Otto von Bismarck. Rusia y Alemania juntas harían todopoderosa a Europa.
Desde la época de Disraeli, profundo sabedor de lo que ocurriría con la colaboración de Rusia de consuno con Alemania –el relegamiento del Reino Unido a una potencia secundaria–, la diplomacia británica se ha empleado a fondo para impedir esta colaboración ruso-alemana, y esta doctrina y argumentación prejuiciosa fueron heredadas punto por punto por los Estados Unidos. Disraeli pintaba a Rusia como un estado oriental con una ventana a Alemania, apareciendo como un monstruo y como un inquietante enigma. Pero Rusia no es más que la expresión política de la más extensa nación europea. La victoria de Poltava, en Ucrania (1709), había señalado, al tener que refugiarse el rey Carlos XII en Turquía, el hundimiento militar de Suecia y la aparición de un nuevo astro en el firmamento de Europa.
El Czar Nicolás I defendió a los Estados alemanes cuando colocado al lado de Federico Guillermo IV obligó a mantener los antiguos límites de la Confederación Alemana, en la cual el primer ministro austríaco Schwarzenberg habría querido incluir los Estados no alemanes de su monarquía.
Alejandro II, quizás el mejor Czar de Rusia, fue quien mayor interés tuvo en la colaboración fraternal entre Alemania y Rusia, y por ello mismo fue el mayor enemigo de lord Beaconsfield. Durante la guerra de los Balcanes Inglaterra y el Vaticano apoyaron a los turcos contra los rusos, que mediante ejércitos de voluntarios apoyaban la liberación de sus hermanos búlgaros. Cuando en 1877 el Czar Alejandro fue a Bulgaria, la caída de Plevna asustó al Papa y al autor de Sybil, porque suponía la aparición de Rusia como gran potencia en los asuntos propiamente europeos. En aquella guerra contra Turquía Alemania apoyó con equipos militares a Rusia. Dostoyévski nos dice que el propio Papa Pío IX brindaba cada vez que Rusia sufría una derrota ante los musulmanes turcos. Cosas del poder temporal de la Iglesia. Pero nos llama desagradablemente la atención la inquina que hacia Rusia tenía todo un Papa, como revela su breve Encíclica Ubi Urbaniano. “…non ci sono parole, Venerabili Fratelli, per riprovare e detestare simile azione (…) il Governo Russo è giunto al punto di affermare il falso (…) si lasciano corromperé dai vizi e degli errori più perniciosi e perciò (…) si degradano míseramente in una vita e in un comportamento licenziosi (…) condanniamo tali funesti sconvolgimenti dello stato cristiano”. La manifiesta pugna de sus dos papeles, Sumo Pontífice de la Iglesia y príncipe de un Estado italiano, obligó al antiguo arzobispo de Espoleto a confundir los dos papeles, agradeciendo el apoyo de la monarquía austríaca, que se oponía a la unidad italiana, con sus duros ataques a Alemania y Rusia. También atizó la hoguera de la Kulturkampf contra la Alemania de Bismarck, si bien supo poner término, al fin, con sabia habilidad su sucesor y camarlengo León XIII, todo un grandísimo Papa.
En la gran novela de Gonchárov, Oblómov, el mejor amigo y protector de su indolente protagonista es un magnífico alemán, Shtolz, que lucha siempre por sacar a su buen amigo de esa especie de inedia espiritual, de inmovilismo, especie de quietismo contemplativo de nuestro Miguel de Molinos, que tanto daño ha hecho algunas veces al pueblo ruso, lento y renuente en realizar sus grandes y benéficas empresas a no ser que se ponga en peligro su propia existencia. Efectivamente, la teología de Miguel de Molinos se adaptaría perfectamente al carácter y cultura de Rusia.
La Revolución Rusa, con Lenin y Trotsky, pactó con Alemania, un año antes de terminar la Iª Guerra Mundial, con argumentos que venían de una pasada y sincera amistad entre los dos pueblos, y no propiamente por la paz. Lenin en su despacho tenía un gran cuadro de Pedro I, del gran pintor Iván Nikitín.
Tras la IIª Guerra Mundial una partecita de Alemania era lacaya de la URSS (para la que fabricaba la línea blanca de la industria, lavadoras, frigoríficos, lavavajillas y televisores), y la parte más grande, lacaya de los EEUU. Cuando Alemania se reunificó dejó de ser lacaya de la URSS, pero ha seguido teniendo un comportamiento lacayuno respecto a los EEUU. Y hoy es evidente que las medidas de castigo económico que impone contra Rusia la OTAN, pilotada por los EEUU, a quien más daño hacen es a Alemania. Y EEUU lo sabe, y en cierto modo lo quiere, a fin de demostrar de modo palmario la situación de lacaya que tiene Alemania ante el Imperio Americano. No obstante, la destinación de Rusia y Alemania a la colaboración fraternal llegará un día a cumplirse. Quizás muy pronto. Leibniz y Trevijano siempre han acertado.
Cuando Vladimir Putin invadió Crimea, reintegrando el territorio a Rusia, como antes de Kruschev, Antonio criticó duramente a Putin por no haber invadido también todo el territorio ucraniano, al este del Dniéper, que consideraba la tierra de la etnia rusa avasallada y diezmada por Kiev. Lo dijo en dos ocasiones en medios audiovisuales.
El papanatismo siempre ha sido el gran problema del carácter ruso, del que se ha aprovechado el occidente europeo, particularmente el Imperio Británico. El papanatismo del imperialismo cristiano-ortodoxo de los zares fue siempre vencido y burlado por la astucia británica. El papanatismo de la ortodoxia marxista, incapaz de ver al hombre tal como es, con la antropología del sentido común y la experiencia de la vida, hundió al imperio soviético. Sólo Putin se ha enfrentado al carácter cándido y fatalmente quietista de Oblómov, el tierno personaje que mejor ha simbolizado las peores faltas del carácter ruso que, por una parte, explican sus rotundos fracasos, y por otro lado, su inquebrantable rectitud de intenciones, tantas veces convertidas en el ludibrio de Occidente.