Francisco Javier Gómez Izquierdo
Porfiaba antier un servidor por los días de las votaciones a comienzos de la Transición y un quinto tuvo que corregir la decrepitud de mi memoria, recordándome que no pude votar la Constitución porque en 1978 sólo teníamos 19 años. Tengo contado que con 18 ya era un “productor” con nómina y que una ingenuidad beatífica guiaba los actos de toda mi cuadrilla. Juanjo me llevó a una casa de La Quinta donde un tipo con barbas aleccionaba a Julián y su mujer, primeros militantes de un Movimiento Comunista principalmente obrero y reacio a las componendas de Carrillo y la Pasionaria, en el arte de la subversión, con los que amontoné octavillas en el salón de un piso de las Mil Viviendas. Nos sentíamos conspiradores dispuestos a acabar con el Capitalismo criminal y aquel guirigay que regábamos con abundante clarete al atardecer se ve que me ha tenido confundido hasta este mismo año, convencido de una contumacia en el voto que al pasar lista me revela que lo que no pudo ser no pudo ser y además es imposible. ¡A cuántos habré dicho que voté la Constitución confundiendo, con los años, mis octavillas en los buzones con el voto en la urna!
Juraría que fui de mucho votar, más atraído por el propósito de cambiar el mundo que por la novedad en España, pero, ordenando mis recuerdos, quiero pensar que, correctamente, sólo pude hacerlo entre el 78 y el 86, y si descontamos el 82 por andar de cantinero en Salgüero, donde no estaba censado, y creo que el 86 por estar provisionalmente de funcionario en Madrid, donde tampoco, sólo quedan las elecciones a alcalde y a la Junta de las que no recuerdo nada. Me suena entrar en el Rodríguez de Valcárcel, pero no estoy seguro. De lo que no me cabe duda es de que me quité del vicio a partir del 86 por múltiples y descorazonadores motivos. Entre los más importantes, la infinidad de macarras que han vivido, viven y vivirán de prostituir la democracia, dicho sea con el respeto debido por todos aquellos que el “asunto” nos pilló trabajando y trabajando seguimos.
El que uno ya esté “gagá” no quita para que me haya parado a pensar sobre aquella mayoría de edad, 21 años, de las primeras elecciones en las que podíamos trabajar, pero no votar, y la que las nuevas tendencias “¿democráticas?” reclaman, proponiendo votar a las “criaturas” de 16 años a las que se prohíbe trabajar. Democracia, dicen.
Dicho queda, en desagravio propio por mantenerme en el error alrededor de 25 años. No. No voté la Constitución.
Dicho queda, en desagravio propio por mantenerme en el error alrededor de 25 años. No. No voté la Constitución.