Hughes
Abc
La polémica del taxi es más importante de lo que parece. No es un asunto sectorial ni que afecte solo a los taxistas.
Para empezar, les quiero hacer justicia. Creo que, en la actualidad, el taxista, el “taxismo” español ,está por encima del columnismo español. La sabiduría opinativa del taxista ha mejorado mucho. Escuchan podcast, radio5, radio Clásica, discos de Bill Evans y ya no son tantos los que quedan de rehenes del tostón tertuliano. Es más, el taxi es mejor, más vivible, cuando dentro de él no suena una tertulia. Es un espacio más propenso a que surja la chispa de la conversación libre, mezcla de propensión simpática y voz de la experiencia. Mis únicos diálogos actualmente se producen en el taxi. Yo sólo soy yo cuando hablo en el taxi. El taxismo, digámoslo, se ha liberado bastante del tertulianismo y ha evolucionado. El taxi está en la calle, en la tecnología; el taxi ha visto mucho. Pero no quiero que mis humildes opiniones sean sospechosas de imparcialidad. Aclaro que me resulta un gremio lejano a mi “ser”, a mi “naturaleza” más bien peatonal. Es por ello que mi opinión no es de individuo propenso al taxismo y tampoco de usuario.
Entre Über, Cabify o el taxi está claro que hay un ahorro de centimillos, de un eurillo quizás. Pero a mí eso me parece una perspectiva miope, muy pobre. Hay que superar la óptica del consumidor y elevarse a la del ciudadano. En la lucha del taxi voy con el taxi. En ellos se libra un debate que no afecta al sector, sino a la economía entera. Es una manifestación de la globalización contra un arquetipo castizo. Y también un ejemplo del papel del sector público o regulador. El papel o el despapel. Quien se desentiende del taxi y lo critica no se está dando cuenta de que será el próximo al que van a “uberizar”. El tonto que se ríe del taxista y saca la maquinita para que el über le recoja de oscuro va a ser el siguiente. Para la defensa de este “adelanto” se utilizan palabras importantes. Se habla de “tecnología” o de “liberalismo”. ¡Mentira! La tecnología es la excusa. La tecnología ya está. Se trata de otro modelo de negocio. Es una multinacional haciendo inversiones grandes y colocando a trabajadores por poco dinero y en unas condiciones de enorme debilidad. Es bajar la barrera del mileurismo y saltarse las legislaciones laborales.
El viejo taxista que ahora se jubila no resulta una figura “moderna”. Lo asumo. Puede ser hasta desagradable. Es un ser de pilotaje chulesco, deformado profesionalmente por el uso continuado del volante, cicatero hasta el céntimo y que transmite un hastío infinito no sólo hacia la urbe, sino hacia cualquier forma de vida. Pero, ah, ese viejo taxista es un montón de información. Es un hombre que ha trabajado doce horas diarias durante cuarenta años y que ha podido hacerse una casa en el pueblo al que piensa volver corriendo (“Madrid no lo quiero ni en la tele”) y que también ha dado carreras a sus dos hijos. El nuevo modelo deslocaliza el beneficio, se lo lleva a Los Ángeles, o a Berlín, y coloca a conductores muy mal pagados y con escaso poder de negociación. Ni el autónomo ya, la precariedad.
Luego se habla de liberalismo. Pero el taxi esta regulado. Hay licencias, permisos, controles, límites. Y decisiones discrecionales. Los taxistas no piden la eliminación de las VTC (nombre de enfermedad venérea) sino que cumplan la ley: que esperen en su lugar, que no “apatrullen” la calle, que es el negocio del taxista; también piden que la licencia se ajuste a lo legal, a lo establecido. Que no se aumente por decisión “graciosa” del órgano competente. Es un liberalismo muy raro éste determinado por el legislador y por la autoridad administrativa. Es un liberalismo muy raro el nuestro. Un liberalismo lleno de trabas de la administración. Estatalismo y mercado. ¡Un liberalismo chino al que caminamos!
La globalización parece rubia y alta, pero tiene también un rostro chino. El argumento “liberal” resulta poco consistente. Los precios son más bajos ahora por una política agresiva de romper el mercado. El poder que tendrán después les permitirá subir las tarifas (tarifas que el taxista tiene fijadas). Se habla de “monopolio del taxi”, ¿pero no será mayor el monopolio posterior de estas compañías? ¿No es más significativo y temible el monopolio y la importancia de las grades empresas tecnológicas? Por un lado está la permisividad de la administración. Por otro, la insolidaridad y el despiste del usuario. Estamos atrapados en el encanto del “low cost”. Pero la ganancia como consumidores la sufriremos luego como productores. También hay algo de falsa ilusión en el usuario. La tecnología parece darnos un poder. El taxi lo vemos llegar, parece que lo controlamos al “monitorizarlo”, pero eso no es, en sí mismo, un mejor servicio. En el taxi se libra una batalla superior y la libran tres. Es importante lo que hace y no hace la administración, lo que permite. Con el taxi la gente se ha podido ir ganando la vida. Con lo que viene ahora está por verse. Será más barato (aseguran), más liberal y tecnológico, pero parece una nueva forma de precariedad. Con esa cosa cómica de que adopte encima la servil forma del chófer trajeado.
Lo vamos a conseguir. Vamos a vivir la una vida “low cost”, pero chóferes de negro nos abrirán la puerta hacia el McDonalds.