Dalí en el mercado hippy de San Carlos (Ibiza)
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
A la España que viene le faltaba Dalí (“yo soy el único que es genio y santo”), y ya está aquí: acaba de ser convocado por una jueza (¡la justicia poética!) que ordena la exhumación de su cadáver para resolver por el ADN una demanda de paternidad.
La demandante no lo hace por dinero:
–Sólo quiero ver una sonrisa en mi madre.
Adiós, pues, a la cadera mitocondrial de Gala, “principio y fin de todas las cosas”.
Si la Transición fue cubista (¡El “Guernica”! ¡El “Guernica”!), la Plurinación será daliniana, como vimos ayer en la fiesta de “las sexualidades no heteronormativas, orgullosas de la disidencia con el modelo binario impuesto por el capitalismo patriarcal que otorga privilegios al hombre heterosexual, para someter al resto”, según el daliniano manifiesto del anarco-sindicalismo ibérico.
–Defendemos una disidencia orgullosa, autogestionada, horizontal, anticapitalista, antirracista y transfeminista; salimos a la calle como bolleras, maricas, latines, trans, intersex, negres, queer, arrománticas, asexuales, viciosas, bisexuales, alorrománticas, gordes, sordas, pansexuales, poliamorosas, moras, trabajadoras sexuales, diversas funcionales y como todas aquellas personas que con nuestra existencia cuestionamos la heteronorma.
El indio Guillén dice que España, además de negra, es lívida, porque todos sus pintores (“Todos místicos, todos atormentados, lúgubres todos”) tienen la obsesión del más allá, pero Dalí sigue chapoteando en el lodo primordial del más acá: en 1957 (cuatro años después de Watson y Crick), “el gran masturbador” pinta “El paisaje de la mariposa”, con su ADN.
–Dios no juega a los dados, escribió Einstein mucho antes de la escalera del ADN, cuyos peldaños recorren los ángeles en el sueño de Jacob que yo tuve –dice Dalí en su dedicatoria a Severo Ochoa–; estos ángeles simbolizan los mensajeros del código genético.
Dalí no era científico; es que los acontecimientos guiaban su imaginación, y ahora el ADN le hace un caballito.