El toro iba muerto, pero no dobló, y privó a Ureña de la Puerta Grande
José Ramón Márquez
Hoy, Día 3 del Toro, tocaba Victorino Martín, qué digo Victorino, el Excelentísimo Señor don Victorino Martín Andrés, ganadero de reses de lidia y paleto de Galapagar. A mucha honra, uno de los mejores ganaderos de la historia de la tauromaquia. Una vez más nos quedamos con un palmo de narices si queremos saber qué pasó con la corrida de Victorino, entre las bambalinas con olor a zotal, que desapareció por arte veterinario la corrida que vieron los que fueron de excursión a Las Tiesas a que les den un rule montados en un remolque por entre los toros. Con la de fotografías que se publicaron, desde hace tiempo, de aquellos seis toros. ¿Qué pasó para que las condiciones de Mohíno, Cobrador, Garrochista, Botijero y Mecatero no merecieran ser tomadas en cuenta por el Senatus Populusque Veterinarius en su rama venteña, y que estos, demostrando una firmeza y un rigor severo que, desde luego, no se vio frente a la de Jandilla o la de La Ventana del Puerto, por decir dos al azar, dictaminaron que había que poner fuera de la circulación a esos cinco, con las pintazas que tenían en las fotos. Al final fue Buscaplebes, número 58, lidiado en cuarto lugar, el único que llegó a salir al aire fresco desde las mazmorras de Florito de los primeramente reseñados. Luego dicen que al final se vieron hasta trece toros para aprobar los seis que salieron al ruedo, pero de todo esto nadie da razón, como viene siendo habitual.
Decir Victorino es decir interés, y a las pruebas me remito, que hoy se volvió a colgar ese cartelito que Juli nunca llegó a ver en su San Isidro particular que avisa de que no quedaban localidades a la venta. Lleno total. No defraudó las expectativas lo que mandó Victorino desde Las Tiesas de Santa María, porque si el toro no es fruto de una torifactoría, si se cría un toro que se diferencia de los otros, que posee su propia personalidad, es difícil que el público se dedique a comer pipas de girasol y a bostezar al por mayor. La tarde fue de Pastelero, número 20, el toro de Madrid, cárdeno, puro trapío.
Hace unos días un presidente le sacó el pañuelo azul a un pobrecillo de Jandilla sin que nadie en toda la Plaza se lo demandase, porque sí. Hoy, con bastante gente pidiendo la vuelta para Pastelero, el señor Cano no ha tenido a bien lo de exhibir el moquero azul. Que cada cual ate los cabos que crea convenientes. El resto de la corrida se movió en términos de interés, como mínimo, desde el humillador al parado, desde el que se emplea hasta el que embiste andando. La imprevisibilidad que debe tener el toro de lidia, el toro que no es mona, sino toro, la tuvimos hoy desde el primero hasta el sexto.
Por delante teníamos hoy a Urdiales, acaso para que a Talavante no le tocase romper Plaza. Su primero fue Soberano, número 17, un toro grande, gazapón y bien incómodo. Bernal le pega bien en su primera cita y modera bastante el castigo en la segunda. El toro anda a su albedrío, sin pararse. Se establece entonces, viendo las trazas del bicho, una fecunda discusión sobre si la condición del toro es más apropiada para un encierro por el campo o directamente para las calles. Ante él Diego Urdiales, el Buster Keaton del Cidacos, muestra a las claras que sigue en horas muy bajas en su particular interpretación de La Vida es Sueño en la que él hace de Segismundo, Curro Romero de Clotaldo y el periodista Amón de Basilio. Lo innegable es que Urdiales se amohína o se mustia pasando Somosierra, y mucho me temo que el que quiera verle tendrá que esperar a Bilbao o a San Mateo. En el breve trasteo que le hizo, el toro le arrebató la muleta, la herramienta, con un certero derrote. Sin despeinarse tras un breve pajareo y unos medios o cuartos de pases, se va a por el estoque auténtico y tras cuatro pinchazos y media estocada perpendicular le compra al bicho un billete al Valle de Josafat. El cuarto de la tarde, segundo de su lote es Buscaplebes, número 58, el único resto del naufragio de los seis que se reseñaron en su día, cárdeno claro, al que Manuel Burgos recibe con un marronazo, luego rectificado, que deja huella en la piel del toro. Acude de largo a la segunda vara, que cae trasera y luego Urdiales, que ya ha concebido su plan de que hoy no va a trabajar, no duda en poner al toro por tercera vez al caballo desde bastante más lejos para que, de nuevo, la vara vuelva a caer trasera. La faena de Urdiales comienza recortando al toro, para demostrar que no está interesado en llegar a nada serio con él, dado que desde hace un rato se nota que no le quiere; tras unos pajareos orientados a dejar pasar un poco de tiempo y a hacer ver que el toro no sirve, le receta un pinchazo ante la exasperación del personal.
Talavante, el Camaleón, venía a hacer valer su apuesta de anunciarse con una corrida de respeto, cosa que como figura le honra. Su primero, Murmullo, número 75, fue el toro de menor peso de la tarde. Es un toro al que un aficionado malagueño de postín, amante de la poesía popular no duda en tildar de raspa, acaso acordándose de los versos de El Piyayo: “Las espinas se comen tamié, /que tó es alimento”. El toro es incierto cuando Talavante le saluda al pie del 8, sin acabar de definirse quién manda más, pero cuando el Tala le coge el aire y se lo saca casi hasta los medios con verónicas suaves pero mandonas, puede decirse que se ha hecho con el toro, que cambia de manera espectacular. A partir de ahí el toro ya no vuelve a sacar los pies del tiesto, entregado al pacense. Le pica Miguel Cid, que no guarda parentesco alguno con Manuel El Cid. En la primera vara le pincha donde sea y rectifica para luego pegar con fuerza, el toro acude bien a la segunda vara en la que se recarga el castigo. Espera y se pone áspero en banderillas y llega a la muleta con ganas de embestir. Talavante plantea su faena en el tercio, le busca la distancia y va construyendo su faena, de corte muy televisivo, con la mano izquierda, en la que de pronto surgen sorpresas como un natural espléndido, la segunda tanda por ese pitón baja de intensidad y el Tala se pasa la muleta a la derecha un poco a más, despegadillo. En la tercera serie le roba a Murmullo una arrucina de pura inspiración. Faena correcta, de aprobado raso, en la que si se midiera al torero por su posición no se debería haber pedido la oreja. La verdad es que la faena tiene tres o cuatro momentos aislados bastante buenos, pero nunca llega a levantar vuelo de verdad. Se tira bien y cobra una estocada trasera, tendida y deprendida. El quinto, Pesonero, número 59, es un toro largo y vareado que complica el saludo capotero del Camaleón. Una voz le reprende “¡Que es palante, Talavante”; el toro acude al penco de Muñoz donde se deja pegar sin empujar en la primera entrega y lo mismo en la segunda. No anda muy acertado Trujillo en la brega y a cambio está muy bien Urdiales como director de lidia. Talavante inicia su faena en el 8 y rápidamente se saca al toro hacia el tercio, cuidadosamente, dando la impresión de que no se fía del grandón toro y tras ensayar un par de inicios decide tirar las cartas y acabar su paso por la Feria del Isidro, cosa que hace con media estocada tendida y trasera, luego Trujillo saca el estoque del animal desde dentro del burladero, con gallardía propia de un pueblucho, para que su matador se vuelva a tirar cobrando un pinchazo apuntando abajo, otro pinchazo y una muy habilidosa que queda arriba. No parece que salga Talavante de Madrid con la fuerza que se esperaba, aunque hay que poner en su haber el hecho de ser el único de los de arriba que se las ha querido ver con toros de verdad.
Y Paco Ureña, tercero de la terna. Sorteó en primer lugar a Pastelero, número 20, un toro bonito y fino de gran trapío. El toro de la Feria, hasta ahora. El toro mide a su matador en los lances iniciales y rápidamente canta la condición hostil de su pitón izquierdo y la calidad del derecho. Le pega bien Iturralde en los dos encuentros que tiene con él, acudiendo con alegría al segundo. En banderillas espera y se las hace pasar canutas a los banderilleros. Rápidamente Ureña ve la distancia y el terreno y le receta una gran serie por la derecha que pone a todos de acuerdo, la segunda serie es para el toro, que presenta unas credenciales de mucha importancia de toro encastado y nada bobo, más bien lo contrario, que se va encontrando con la fe de Ureña en su tarea. Cuando se da cuenta de que debe hacer series breves, cuatro y arriba, endereza la faena que llega muy profundamente al tendido por la condición del toro y por la disposición del matador. Acaso hay algún muletazo que no sale limpio, pero la decisión de Ureña por ir al sitio, por llevar toreado al toro, por sobreponerse a las condiciones del mismo hace que eso ni tenga importancia, pues lo que tragó el torero frente a Pastelero es superior a otras consideraciones. Y cuando se pasa la muleta a la izquierda, el pitón malo, y cobra una serie de ¡ay! y luego otra donde ya tira del toro y lo consigue llevar sobreponiéndose a las inclinaciones de Pastelero, mandando mucho sobre su embestida, puede decirse que la obra, el toreo, está completa; sin embargo él alarga innecesariamente la faena cuando ya debería haber matado al animal. En cualquier caso, gran faena del murciano, por supuesto la más auténtica de todas las de la Feria por la importancia de todo lo que ha hecho a un toro, no a una materia artística boba, claudicante y moribunda, por la verdad con que ha estado, por el sitio que ha pisado y por jugársela en el sitio donde la otra opción es el hule de Padrós. Una estocada entera, tendida, tirando la muleta de la que sale huyendo y más descabellos de los prudentes le robaron la que debió ser la Puerta Grande más auténtica de los últimos años. El sexto, Bocacho, número 29, recibe un puyazo en la paletilla y otro trasero de Vicente González, después se organiza el mitin de los banderilleros, vergonzosa demostración de falta de pundonor, de pasadas en falso, de clavar de una en una… Ante este toro Ureña plantea una demostración, una Feria de Muestras del valor que atesora, pero el toro demanda sobre todo distancia y toreo más reposado. Ureña alarga el trasteo, sin motivo y lo mata a la última, pero eso no es importante, porque lo grande de verdad había pasado en el tercero.
Decir Victorino es decir interés, y a las pruebas me remito, que hoy se volvió a colgar ese cartelito que Juli nunca llegó a ver en su San Isidro particular que avisa de que no quedaban localidades a la venta. Lleno total. No defraudó las expectativas lo que mandó Victorino desde Las Tiesas de Santa María, porque si el toro no es fruto de una torifactoría, si se cría un toro que se diferencia de los otros, que posee su propia personalidad, es difícil que el público se dedique a comer pipas de girasol y a bostezar al por mayor. La tarde fue de Pastelero, número 20, el toro de Madrid, cárdeno, puro trapío.
Hace unos días un presidente le sacó el pañuelo azul a un pobrecillo de Jandilla sin que nadie en toda la Plaza se lo demandase, porque sí. Hoy, con bastante gente pidiendo la vuelta para Pastelero, el señor Cano no ha tenido a bien lo de exhibir el moquero azul. Que cada cual ate los cabos que crea convenientes. El resto de la corrida se movió en términos de interés, como mínimo, desde el humillador al parado, desde el que se emplea hasta el que embiste andando. La imprevisibilidad que debe tener el toro de lidia, el toro que no es mona, sino toro, la tuvimos hoy desde el primero hasta el sexto.
Por delante teníamos hoy a Urdiales, acaso para que a Talavante no le tocase romper Plaza. Su primero fue Soberano, número 17, un toro grande, gazapón y bien incómodo. Bernal le pega bien en su primera cita y modera bastante el castigo en la segunda. El toro anda a su albedrío, sin pararse. Se establece entonces, viendo las trazas del bicho, una fecunda discusión sobre si la condición del toro es más apropiada para un encierro por el campo o directamente para las calles. Ante él Diego Urdiales, el Buster Keaton del Cidacos, muestra a las claras que sigue en horas muy bajas en su particular interpretación de La Vida es Sueño en la que él hace de Segismundo, Curro Romero de Clotaldo y el periodista Amón de Basilio. Lo innegable es que Urdiales se amohína o se mustia pasando Somosierra, y mucho me temo que el que quiera verle tendrá que esperar a Bilbao o a San Mateo. En el breve trasteo que le hizo, el toro le arrebató la muleta, la herramienta, con un certero derrote. Sin despeinarse tras un breve pajareo y unos medios o cuartos de pases, se va a por el estoque auténtico y tras cuatro pinchazos y media estocada perpendicular le compra al bicho un billete al Valle de Josafat. El cuarto de la tarde, segundo de su lote es Buscaplebes, número 58, el único resto del naufragio de los seis que se reseñaron en su día, cárdeno claro, al que Manuel Burgos recibe con un marronazo, luego rectificado, que deja huella en la piel del toro. Acude de largo a la segunda vara, que cae trasera y luego Urdiales, que ya ha concebido su plan de que hoy no va a trabajar, no duda en poner al toro por tercera vez al caballo desde bastante más lejos para que, de nuevo, la vara vuelva a caer trasera. La faena de Urdiales comienza recortando al toro, para demostrar que no está interesado en llegar a nada serio con él, dado que desde hace un rato se nota que no le quiere; tras unos pajareos orientados a dejar pasar un poco de tiempo y a hacer ver que el toro no sirve, le receta un pinchazo ante la exasperación del personal.
Talavante, el Camaleón, venía a hacer valer su apuesta de anunciarse con una corrida de respeto, cosa que como figura le honra. Su primero, Murmullo, número 75, fue el toro de menor peso de la tarde. Es un toro al que un aficionado malagueño de postín, amante de la poesía popular no duda en tildar de raspa, acaso acordándose de los versos de El Piyayo: “Las espinas se comen tamié, /que tó es alimento”. El toro es incierto cuando Talavante le saluda al pie del 8, sin acabar de definirse quién manda más, pero cuando el Tala le coge el aire y se lo saca casi hasta los medios con verónicas suaves pero mandonas, puede decirse que se ha hecho con el toro, que cambia de manera espectacular. A partir de ahí el toro ya no vuelve a sacar los pies del tiesto, entregado al pacense. Le pica Miguel Cid, que no guarda parentesco alguno con Manuel El Cid. En la primera vara le pincha donde sea y rectifica para luego pegar con fuerza, el toro acude bien a la segunda vara en la que se recarga el castigo. Espera y se pone áspero en banderillas y llega a la muleta con ganas de embestir. Talavante plantea su faena en el tercio, le busca la distancia y va construyendo su faena, de corte muy televisivo, con la mano izquierda, en la que de pronto surgen sorpresas como un natural espléndido, la segunda tanda por ese pitón baja de intensidad y el Tala se pasa la muleta a la derecha un poco a más, despegadillo. En la tercera serie le roba a Murmullo una arrucina de pura inspiración. Faena correcta, de aprobado raso, en la que si se midiera al torero por su posición no se debería haber pedido la oreja. La verdad es que la faena tiene tres o cuatro momentos aislados bastante buenos, pero nunca llega a levantar vuelo de verdad. Se tira bien y cobra una estocada trasera, tendida y deprendida. El quinto, Pesonero, número 59, es un toro largo y vareado que complica el saludo capotero del Camaleón. Una voz le reprende “¡Que es palante, Talavante”; el toro acude al penco de Muñoz donde se deja pegar sin empujar en la primera entrega y lo mismo en la segunda. No anda muy acertado Trujillo en la brega y a cambio está muy bien Urdiales como director de lidia. Talavante inicia su faena en el 8 y rápidamente se saca al toro hacia el tercio, cuidadosamente, dando la impresión de que no se fía del grandón toro y tras ensayar un par de inicios decide tirar las cartas y acabar su paso por la Feria del Isidro, cosa que hace con media estocada tendida y trasera, luego Trujillo saca el estoque del animal desde dentro del burladero, con gallardía propia de un pueblucho, para que su matador se vuelva a tirar cobrando un pinchazo apuntando abajo, otro pinchazo y una muy habilidosa que queda arriba. No parece que salga Talavante de Madrid con la fuerza que se esperaba, aunque hay que poner en su haber el hecho de ser el único de los de arriba que se las ha querido ver con toros de verdad.
Y Paco Ureña, tercero de la terna. Sorteó en primer lugar a Pastelero, número 20, un toro bonito y fino de gran trapío. El toro de la Feria, hasta ahora. El toro mide a su matador en los lances iniciales y rápidamente canta la condición hostil de su pitón izquierdo y la calidad del derecho. Le pega bien Iturralde en los dos encuentros que tiene con él, acudiendo con alegría al segundo. En banderillas espera y se las hace pasar canutas a los banderilleros. Rápidamente Ureña ve la distancia y el terreno y le receta una gran serie por la derecha que pone a todos de acuerdo, la segunda serie es para el toro, que presenta unas credenciales de mucha importancia de toro encastado y nada bobo, más bien lo contrario, que se va encontrando con la fe de Ureña en su tarea. Cuando se da cuenta de que debe hacer series breves, cuatro y arriba, endereza la faena que llega muy profundamente al tendido por la condición del toro y por la disposición del matador. Acaso hay algún muletazo que no sale limpio, pero la decisión de Ureña por ir al sitio, por llevar toreado al toro, por sobreponerse a las condiciones del mismo hace que eso ni tenga importancia, pues lo que tragó el torero frente a Pastelero es superior a otras consideraciones. Y cuando se pasa la muleta a la izquierda, el pitón malo, y cobra una serie de ¡ay! y luego otra donde ya tira del toro y lo consigue llevar sobreponiéndose a las inclinaciones de Pastelero, mandando mucho sobre su embestida, puede decirse que la obra, el toreo, está completa; sin embargo él alarga innecesariamente la faena cuando ya debería haber matado al animal. En cualquier caso, gran faena del murciano, por supuesto la más auténtica de todas las de la Feria por la importancia de todo lo que ha hecho a un toro, no a una materia artística boba, claudicante y moribunda, por la verdad con que ha estado, por el sitio que ha pisado y por jugársela en el sitio donde la otra opción es el hule de Padrós. Una estocada entera, tendida, tirando la muleta de la que sale huyendo y más descabellos de los prudentes le robaron la que debió ser la Puerta Grande más auténtica de los últimos años. El sexto, Bocacho, número 29, recibe un puyazo en la paletilla y otro trasero de Vicente González, después se organiza el mitin de los banderilleros, vergonzosa demostración de falta de pundonor, de pasadas en falso, de clavar de una en una… Ante este toro Ureña plantea una demostración, una Feria de Muestras del valor que atesora, pero el toro demanda sobre todo distancia y toreo más reposado. Ureña alarga el trasteo, sin motivo y lo mata a la última, pero eso no es importante, porque lo grande de verdad había pasado en el tercero.
En el principio es la cal