Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La rusofobia es fobia de perdedores.
–Mitt Romney, que llama a Rusia nuestro “enemigo número uno”, no se da cuenta de que es el siglo XXI –era la opinión oficial de los Demócratas en 2012.
Eso decían con Obama en el poder. Ahora que está Trump, los Demócratas redescubren la rusofobia, un macartismo de garrafón con que el Hamponato Mediático trata de menear el sillón presidencial, con réplica en la UE, cuya política se reduce a ganarse el beso de buenas noches de frau Merkel, y el campeón es… Macron, “le garçon” del acordeón, que si estuviéramos en los 90 hablaríamos de Vaca y Pollo (“Cow & Chicken” de Cartoon Network).
–Ir a la guerra sin Francia es como salir a cazar ciervos sin tu acordeón –dijo en el Golfo el general Schwarzkopf.
Dicen que Macron sacó el otro día su acordeón y cantó (¡con gallos!) unos ko-ko-ro-kos a Putin, que no es ningún Puigdemont, para envidia de España, que suspira por las cosas que podría hacer Mariano, si tuviera algún valor.
España, que siempre ha sido germanófila (cosa que desesperaba a Franco), nunca fue rusófoba, y no por la novela de Cebrián o la leyenda de Ramón Mendoza, sino por Julián Juderías y su “Rusia contemporánea”, 1904, contra la feroz rusofobia francoalemana.
Para un español, Rusia sigue siendo lo mismo que para Churchill, “una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma”, que es lo que nos da miedo, pero la propaganda sale ahora al mercado con una rusofobia de meñique levantado en un velador de Embassy, que queda la mar de UE y que abreva en esas fuentes que Roca Barea repasa con paciencia cisterciense en su “Imperofobia”.
–La frustración imperial de la Ilustración francesa se manifiesta en tres frentes: leyenda negra, rusofobia y antiamericanismo.
Sin imperio que llevarse a la boca, Francia puso su autoestima en su clase intelectual, pagada para afear el de los demás: América es la degeneración, y Rusia, la incompatibilidad con la civilización.
Por eso es tan gracioso Macron.