El arroz de un Bullit de Peix en Cala Vadella
La otra versión del Abrazo genovés
Hughes
Abc
Cuando se habla de la Transición se utiliza un plural característico: el plural democrático. Si es el Rey el que habla, parece que sustituye el mayestático por ese plural democrático. Es un nosotros que atraviesa las generaciones y se refuerza sentimentalmente. El “nosotros-Transición” difiere un poco del normal. Es especialmente vibrante, solemne, con las resonancias y lo bruñido de lo que es historia y también leyenda. Es un nosotros multigeneracional, un poco mágico. Y es un plural inaccesible. Es un plural dado, incluyente pero blindado.
En su discurso de hoy en las Cortes, Ana Pastor dijo algo extraordinario: “Nuestra democracia se fundó democráticamente”. Eso es fascinante. Es la celebración del punto tautológico, autorreferencial de la Transición. La Nación no aparece. El momento legitimador, el origen es el abrazo: la reconciliación, el consenso. El consenso como elemento fundacional de nuestra historia. El Abrazo de Genovés es nuestro general a caballo. El consenso en Excálibur. Así que el discurso de la Transición cambia poco. Está oneguizado crónicamente, y algunos episodios y elementos suenan demasiado oficiales, inverosímiles, con una excesiva confianza argumental en el amor al prójimo, la renuncia, y la proverbial “altura de miras”. A mi juicio (modesto e insignificante), es una visión tan embellecida y acrítica que levanta las suspicacias de lo demodé, de lo que sólo se acepta como kitsch. No incorpora cinismo ni ciencia, es todo amor, bondad oneguiana, quejío de cantautor, tono Victoria Prego, y un sistema de creencias inmediato y reversible tan ensalzado que podría considerarse “suarismo metafísico”.
Queda ese potente y muy vivo plural democrático que se irá ensanchando en el tiempo sobre la futura mitificación de una casta hispana orientalizada por el harakiri japonés y el consenso chino. Porque el suarismo metafísico como sistema de creencias es (según el oneguismo) un poco oriental. Eso sí, se nota una mínima evolución en esta celebración de los 40 años de las primeras elecciones. La necesaria actualización. El franquismo aparece nombrado como dictadura, lo que extrema la necesidad higiénica, profiláctica, de abrir una zanja de renuncia mística entre franquismo y transición: aquí aparece el nosotros democrático de las biografías automáticas (título para una novela que no escribiré: Las Biografías Automáticas).
El caso es que se hace eso, y además no se invita a Don Juan Carlos. Es una saga monárquica extraña que sucede con ausencia del sucedido. La borbónica es una sucesión algo friccionada.
El caso es que la ausencia del Rey Emérito es extraña e irregular y respalda la idea de la vuelta de tuerca narrativa: una nueva carga mítica sobre los hechos que olvida al actor fundamental, o que lo tiene presente, pero ya no en presencia. Esto es como ir a celebrar La Escopeta Nacional y no llamar a Berlanga. Es decir, que a Juan Carlos I lo hacen relato. Lo cuentan. Lo recuentan (su presencia emitiría átomos invisibles, reverberaciones de memoria). Nos recuentan o nos recontamos, en todos los sentidos.
Acabando. Yo me quedo con ese plural democrático, el “nos” no mayestático, porque en boca del Rey el plural de majestad se hace de pronto plural de consenso y transición. Pero ojo, que la Transición es un plural poderoso que tiene la virtud de lo no terminado, de lo que no acaba. Ahí sigue la tía: mírala, mírala, viendo pasar el tiempo. Ya surgen imitaciones de Suárez, de Ónegas, de Felipes. Un revival muy logrado. Pero sobre todo tiene algo ese plural que opera sobre el inmediato progenitor. Ese figurado “matar al padre” de todo madurar generacional se ha demostrado que vuelve a funcionar. Ese paso adelante. La Transición es un mecanismo histórico-edípico parece que activo.