Dolores Aguirre a derechas
José Ramón Márquez
Hoy tocaba la Señora, exactamente la hija de la Señora, que también es Señora, y ganadera. Ganadería de doña Dolores Aguirre Ybarra, segunda entrega del toro que está para crear problemas, para ser cambiante o imprevisible, del toro que te hace por sí mismo ir a la Plaza. Bueno, el toro que hace ir a los que hace ir, porque la entrada de hoy en Las Ventas era harto pobretona, la verdad sea dicha.
Los que saben de los corraleos y de las interioridades cuentan que hubo movimiento con el ganado que vino a Ventas desde el Castillo de las Guardas, que finalmente fueron rechazados tres y que hubo alguno de los aprobados que precisó de la ayuda de la ciencia veterinaria para apoyar su permanencia en la lista y así poder dar la corrida entera. De todas estas cosas te enteras por dimes y diretes, porque la opacidad en todo el tinglado es total: todo lo relacionado con los reconocimientos, que a fin de cuentas no es otra cosa que un mero acto administrativo, se encuentra oculto tras un muro de secreto, cuando no de misterio. Con lo fácil que sería poner un papel en el desolladero diciendo cuántos animales se han reconocido en total, cuáles son las causas para la exclusión de los que se han quedado fuera y cuáles son las señas de los que han sido aprobados: transparencia, ahora que tanto se estila eso. En los toros, de igual manera que en los asuntos financieros, se siguen contando las cosas en pesetas, casi todo sigue en los mismos modos de cuando aquel famoso Casiano era el empresario de la Plaza Vieja.
Decíamos pobre entrada en los tendidos, los de pago para entendernos, las gradas, las andanadas, los palcos, pero hay ese tendido del gañote que es la interminable hilera de burladeros del callejón que siempre presentan un envidiable lleno, que sería motivo de una tesis de psicología social el investigar la afición del español a entrar gratis en los toros. Bueno, ya que en dichos burladeros de convite no se ve al Empresario, a Donsimón, que lo mismo está en la Guayana francesa, nunca nos fallan Currovázquez, enamorado del cosmopolitismo y del bel canto como Faustino y ese zascandil permanentemente colado que es el Gárgoris Dragó, de quien alguien me contó que una vez le vio adquirir una entrada en la Plaza antigua de Burgos, la de los Vadillos, la que demolieron en el 67.
Hoy informaba el programa oficial, en uno de esos jocosos textos con que rellenan las páginas, de que el encaste de Atanasio-Conde de la Corte “son toros que obedecen muy bien a los toques, que embisten con nobleza y con suavidad y que por todo ello este encaste sigue siendo codiciado”. Y es verdad, porque muchos aficionados ni se imaginan la pelea a brazo partido que han tenido que mantener los apoderados de Rafaelillo, de Alberto Lamelas y de Gómez del Pilar con los de Morante, Roca Rey y Sebastián Castella, para que los primeros se pudiesen quedar con la corrida de Dolores Aguirre, que la lucha fue titánica según cuentan los que presenciaron las negociaciones.
De lo que vino de Sevilla aprobaron para la lidia seis galanes con un promedio de 547 kilos, serios y de respeto, alguno algo zancudo como puede ser normal en esta vacada, negros, que ya va siendo hora de que vuelva el toro negro, de serias cabezas y de variedad de comportamientos, algunos más mansos y otros más bravos, con casta, presencia y cuajo acorde a la Plaza Monumental. El más intratable, por su condición mansa, fue el primero, Guindoso, número 22; en los antípodas estuvo el tercero, Burgalito, número 12, que atesoraba en su interior una embestida vibrante, a años luz de las embestidas tontorronas que vemos por ahí y que incluso han valido vueltas al ruedo a un toro en Madrid (la ordenó el presidente sin una sola petición), no hace tantos días. Como es natural hoy hemos vuelto a ver currar a los de la vara de detener aplicando más veces de las deseables unas técnicas más propias del matachín de un macelo que de las que enaltecieron la estirpe de Charpa y los Calderones.
El primero de la tarde, Guindoso, correspondió a Rafaelillo, torero de veinte años de alternativa, harto conocido en Madrid y, en general, en el paisaje del toro que no es mona. Es éste uno de los toros más enrevesados de la tarde, por su mansedumbre. En seguida enseña su querencia hacia tablas. En su primer encuentro con Agustín Collado recibe un castigo realmente fuerte y en su segunda acometida al penco, que el toro va cuando él quiere y no cuando le citan, recibe otra buena ración de ricino de puya. En banderillas se va hacia los adentros y echa la cara arriba en los embroques. Esto no es cosa que debiera importar mucho a Rafaelillo, que mientras sus peones andaban con las cuitas de los rehiletes, él estaba lavándose la cara dentro del callejón. El encuentro final de Guindoso vs. Rafaelillo es un combate de boxeo, donde Guindoso pone los cabezazos, los testerazos violentos, las miradas que petrifican y las embestidas con toda la intención y Rafaelillo pone las piernas, el instinto de salvar la vida y los tres estaquilladores que le rompió Guindoso en sus derrotes. Se libró de él con una habilidosa estocada arriba echándose fuera y un descabello y ocho más por cuenta de Pascual Mellinas.
El segundo, Burgalés II, número 36, fue para Alberto Lamelas, que venía de matar Dolores Aguirre en Francia. Inició Burgalés II su vida pública bajo el signo del silbido, que hubo quienes no gustaron de su aspecto largo y suelto. Tampoco debió ser del gusto del hermano de Fundi, David Prados, porque le atacó con la pica en la zona de la paletilla, hiriendo a modo, y aunque luego rectificó, esperó al segundo encuentro para clavar de nuevo en el mismo sitio y ya ni se molestó en la rectificación. El caso es que mientras Prados abandonaba el escenario de su fechoría, la sangre chorreaba abundante por la mano de Burgalés II. Inicia su trasteo Lamelas con poca fe, sobre la derecha. En la segunda serie se queda en el sitio y enhebra dos redondos muy buenos para en seguida caer en la duda y abandonar el sitio de torear. La impresión es la de que el toro, que mira y se entera, se ha hecho con el torero, le ha tomado la horma. Con una estocada aguantando, de buena ejecución, que cae algo delantera y desprendida y dos golpes de verduguillo manda a Burgalés II al cielo de las morcillas.
El tercero es Burgalito, número 12, al que Gómez del Pilar recibe con buenas verónicas ganando el terreno al toro hasta los medios donde, como hacían aquellos grandes enanitos toreros, remata la serie soltando el capote con ambas manos en la misma cara del toro. A lomos del jamelgo guateado hace su aparición Pepe Aguado. Viene con dos ideas bien interiorizadas: clavar en la paletilla y pegar en la primera vara y clavar en la paletilla y no pegar en la segunda vara. Acabada su misión, se retira con la habitual pompa. En banderillas Burgalito es pronto y no pone en riesgo ni a Carretero ni al polifacético Dieguito Valladar. Brinda Gómez a El Chano y se apresta a aprovechar las buenas condiciones del Dolores Aguirre iniciando el trasteo por moderninas (pico, fueracacho, etc.) y haciendo suspirar a los que tenemos unos años por cómo ganaría ese trasteo si se decidiese a ir al sitio de torear. El hombre va desarrollando su toreo de poco encaje y menos atractivo y de vez en cuando el toro se da solito un par de muletazos, que entusiasman a los que entusiasman, estando bastante por debajo de las posibilidades del toro. Es Burgalito toro para un triunfo de peso, en el que Gómez del Pilar alarga la faena a falta de otros argumentos. Una estocada rinconera echa abajo a Burgalito y el señor del tinte saca el trozo de sábana. ¡Allá penas!
El cuarto, Caracorta, número 10, el de menos cuajo de los seis, trae el retorno de Rafaelillo. Toma al caballo de Esquivel por delante, levantándole y derribándole, se emplea en la segunda vara y Esquivel dosifica el castigo. En banderillas acosa a José Mora y cuando el peón toma el olivo, el toro intenta seguir tras él, siendo frenado por la barrera. El toro no regala nada, porque ya desde la primera serie se ve vencedor sobre el del trapo. El animal tiene tendencia hacia adentro y Rafaelillo va planteando ante él sucesivos inicios de faena, en una faena hecha de un permanente volver a empezar, que nunca se eleva. Acaso la suerte de Rafaelillo en este toro es que tras el largo trasteo el animal se haya acabado rajando, eso le permite acabar su actuación con un atragantón y después con una estocada trasera echándose fuera. Mellinas levanta al toro con el verduguillo.
El quinto lugar correspondió a Burgalés I, número 21, un toro con trapío, esto es en el tipo de su encaste, que embiste con todo el cuerpo, rabo incluido, cuando Lamelas le plantea sus lances de recibo. La cosa del semoviente se sustancia en los cuatro puyazos, uno bien bajo, que recibe el toro de Antonio Prieto, así como sin quererlo. Es pronto en banderillas y Juan Navazo deja un segundo par de gran ejecución y reunión. Nos pone Lamelas la miel en los labios con una buena tanda por la derecha y luego, a lo largo de la larga faena, nos va echando retazos de lo bueno junto a dudas e indecisiones. Mata de estocada aguantando en la que se queda en la cara saliendo trompicado y sin clavar y de una buena estocada aguantando, puesta arriba. El toro nos engañó: pensábamos que moriría en los medios y cantó la gallina saliendo en busca del confort de las tablas. Nunca abrió la boca.
El sexto, Clavijero, número 29, es muy serio, largo y veleto. Un tío. Gómez pretende la porta gayola, pero el animal ni le mira. El Patilla no se consigue hacer con los mandos del penco y anda por allí a lo que el arre quiera, bastante tiene con no caer y por eso pica donde cae, con salero. En banderillas Clavijero espera y echa la cara arriba, muy bien bregado por Carretero y eficazmente pareado por Dieguito. Gómez del Pilar lo quiere en el 7 y allí acude para en seguida llevárselo al 10, él sabrá por qué. Al toro le cuesta arrancar al muletazo, pero cuando lo hace su embestida es vigorosa y vibrante. Gómez del Pilar se queda por las afueras y no acaba de ver la faena: tres series y un espadazo antes de que el animal se apague y en cambio prolonga el trasteo cuando el toro adquiriendo el toro la condición de marmolillo. El matador termina su actuación con cuatro pinchazos y un descabello sin haber clavado estoque alguno, como ya va siendo moda.
Día 2 del toro. Corrida muy interesante la de la Señora, para mentes despiertas, para ver rápidamente el toro, para plantear trasteos cortos y eficaces, para dar veinte pases y no los setenta que todos incomprensiblemente buscan, para salir desde el principio con el estoque real.
Hoy tocaba la Señora, exactamente la hija de la Señora, que también es Señora, y ganadera. Ganadería de doña Dolores Aguirre Ybarra, segunda entrega del toro que está para crear problemas, para ser cambiante o imprevisible, del toro que te hace por sí mismo ir a la Plaza. Bueno, el toro que hace ir a los que hace ir, porque la entrada de hoy en Las Ventas era harto pobretona, la verdad sea dicha.
Los que saben de los corraleos y de las interioridades cuentan que hubo movimiento con el ganado que vino a Ventas desde el Castillo de las Guardas, que finalmente fueron rechazados tres y que hubo alguno de los aprobados que precisó de la ayuda de la ciencia veterinaria para apoyar su permanencia en la lista y así poder dar la corrida entera. De todas estas cosas te enteras por dimes y diretes, porque la opacidad en todo el tinglado es total: todo lo relacionado con los reconocimientos, que a fin de cuentas no es otra cosa que un mero acto administrativo, se encuentra oculto tras un muro de secreto, cuando no de misterio. Con lo fácil que sería poner un papel en el desolladero diciendo cuántos animales se han reconocido en total, cuáles son las causas para la exclusión de los que se han quedado fuera y cuáles son las señas de los que han sido aprobados: transparencia, ahora que tanto se estila eso. En los toros, de igual manera que en los asuntos financieros, se siguen contando las cosas en pesetas, casi todo sigue en los mismos modos de cuando aquel famoso Casiano era el empresario de la Plaza Vieja.
Decíamos pobre entrada en los tendidos, los de pago para entendernos, las gradas, las andanadas, los palcos, pero hay ese tendido del gañote que es la interminable hilera de burladeros del callejón que siempre presentan un envidiable lleno, que sería motivo de una tesis de psicología social el investigar la afición del español a entrar gratis en los toros. Bueno, ya que en dichos burladeros de convite no se ve al Empresario, a Donsimón, que lo mismo está en la Guayana francesa, nunca nos fallan Currovázquez, enamorado del cosmopolitismo y del bel canto como Faustino y ese zascandil permanentemente colado que es el Gárgoris Dragó, de quien alguien me contó que una vez le vio adquirir una entrada en la Plaza antigua de Burgos, la de los Vadillos, la que demolieron en el 67.
Hoy informaba el programa oficial, en uno de esos jocosos textos con que rellenan las páginas, de que el encaste de Atanasio-Conde de la Corte “son toros que obedecen muy bien a los toques, que embisten con nobleza y con suavidad y que por todo ello este encaste sigue siendo codiciado”. Y es verdad, porque muchos aficionados ni se imaginan la pelea a brazo partido que han tenido que mantener los apoderados de Rafaelillo, de Alberto Lamelas y de Gómez del Pilar con los de Morante, Roca Rey y Sebastián Castella, para que los primeros se pudiesen quedar con la corrida de Dolores Aguirre, que la lucha fue titánica según cuentan los que presenciaron las negociaciones.
De lo que vino de Sevilla aprobaron para la lidia seis galanes con un promedio de 547 kilos, serios y de respeto, alguno algo zancudo como puede ser normal en esta vacada, negros, que ya va siendo hora de que vuelva el toro negro, de serias cabezas y de variedad de comportamientos, algunos más mansos y otros más bravos, con casta, presencia y cuajo acorde a la Plaza Monumental. El más intratable, por su condición mansa, fue el primero, Guindoso, número 22; en los antípodas estuvo el tercero, Burgalito, número 12, que atesoraba en su interior una embestida vibrante, a años luz de las embestidas tontorronas que vemos por ahí y que incluso han valido vueltas al ruedo a un toro en Madrid (la ordenó el presidente sin una sola petición), no hace tantos días. Como es natural hoy hemos vuelto a ver currar a los de la vara de detener aplicando más veces de las deseables unas técnicas más propias del matachín de un macelo que de las que enaltecieron la estirpe de Charpa y los Calderones.
El primero de la tarde, Guindoso, correspondió a Rafaelillo, torero de veinte años de alternativa, harto conocido en Madrid y, en general, en el paisaje del toro que no es mona. Es éste uno de los toros más enrevesados de la tarde, por su mansedumbre. En seguida enseña su querencia hacia tablas. En su primer encuentro con Agustín Collado recibe un castigo realmente fuerte y en su segunda acometida al penco, que el toro va cuando él quiere y no cuando le citan, recibe otra buena ración de ricino de puya. En banderillas se va hacia los adentros y echa la cara arriba en los embroques. Esto no es cosa que debiera importar mucho a Rafaelillo, que mientras sus peones andaban con las cuitas de los rehiletes, él estaba lavándose la cara dentro del callejón. El encuentro final de Guindoso vs. Rafaelillo es un combate de boxeo, donde Guindoso pone los cabezazos, los testerazos violentos, las miradas que petrifican y las embestidas con toda la intención y Rafaelillo pone las piernas, el instinto de salvar la vida y los tres estaquilladores que le rompió Guindoso en sus derrotes. Se libró de él con una habilidosa estocada arriba echándose fuera y un descabello y ocho más por cuenta de Pascual Mellinas.
El segundo, Burgalés II, número 36, fue para Alberto Lamelas, que venía de matar Dolores Aguirre en Francia. Inició Burgalés II su vida pública bajo el signo del silbido, que hubo quienes no gustaron de su aspecto largo y suelto. Tampoco debió ser del gusto del hermano de Fundi, David Prados, porque le atacó con la pica en la zona de la paletilla, hiriendo a modo, y aunque luego rectificó, esperó al segundo encuentro para clavar de nuevo en el mismo sitio y ya ni se molestó en la rectificación. El caso es que mientras Prados abandonaba el escenario de su fechoría, la sangre chorreaba abundante por la mano de Burgalés II. Inicia su trasteo Lamelas con poca fe, sobre la derecha. En la segunda serie se queda en el sitio y enhebra dos redondos muy buenos para en seguida caer en la duda y abandonar el sitio de torear. La impresión es la de que el toro, que mira y se entera, se ha hecho con el torero, le ha tomado la horma. Con una estocada aguantando, de buena ejecución, que cae algo delantera y desprendida y dos golpes de verduguillo manda a Burgalés II al cielo de las morcillas.
El tercero es Burgalito, número 12, al que Gómez del Pilar recibe con buenas verónicas ganando el terreno al toro hasta los medios donde, como hacían aquellos grandes enanitos toreros, remata la serie soltando el capote con ambas manos en la misma cara del toro. A lomos del jamelgo guateado hace su aparición Pepe Aguado. Viene con dos ideas bien interiorizadas: clavar en la paletilla y pegar en la primera vara y clavar en la paletilla y no pegar en la segunda vara. Acabada su misión, se retira con la habitual pompa. En banderillas Burgalito es pronto y no pone en riesgo ni a Carretero ni al polifacético Dieguito Valladar. Brinda Gómez a El Chano y se apresta a aprovechar las buenas condiciones del Dolores Aguirre iniciando el trasteo por moderninas (pico, fueracacho, etc.) y haciendo suspirar a los que tenemos unos años por cómo ganaría ese trasteo si se decidiese a ir al sitio de torear. El hombre va desarrollando su toreo de poco encaje y menos atractivo y de vez en cuando el toro se da solito un par de muletazos, que entusiasman a los que entusiasman, estando bastante por debajo de las posibilidades del toro. Es Burgalito toro para un triunfo de peso, en el que Gómez del Pilar alarga la faena a falta de otros argumentos. Una estocada rinconera echa abajo a Burgalito y el señor del tinte saca el trozo de sábana. ¡Allá penas!
El cuarto, Caracorta, número 10, el de menos cuajo de los seis, trae el retorno de Rafaelillo. Toma al caballo de Esquivel por delante, levantándole y derribándole, se emplea en la segunda vara y Esquivel dosifica el castigo. En banderillas acosa a José Mora y cuando el peón toma el olivo, el toro intenta seguir tras él, siendo frenado por la barrera. El toro no regala nada, porque ya desde la primera serie se ve vencedor sobre el del trapo. El animal tiene tendencia hacia adentro y Rafaelillo va planteando ante él sucesivos inicios de faena, en una faena hecha de un permanente volver a empezar, que nunca se eleva. Acaso la suerte de Rafaelillo en este toro es que tras el largo trasteo el animal se haya acabado rajando, eso le permite acabar su actuación con un atragantón y después con una estocada trasera echándose fuera. Mellinas levanta al toro con el verduguillo.
El quinto lugar correspondió a Burgalés I, número 21, un toro con trapío, esto es en el tipo de su encaste, que embiste con todo el cuerpo, rabo incluido, cuando Lamelas le plantea sus lances de recibo. La cosa del semoviente se sustancia en los cuatro puyazos, uno bien bajo, que recibe el toro de Antonio Prieto, así como sin quererlo. Es pronto en banderillas y Juan Navazo deja un segundo par de gran ejecución y reunión. Nos pone Lamelas la miel en los labios con una buena tanda por la derecha y luego, a lo largo de la larga faena, nos va echando retazos de lo bueno junto a dudas e indecisiones. Mata de estocada aguantando en la que se queda en la cara saliendo trompicado y sin clavar y de una buena estocada aguantando, puesta arriba. El toro nos engañó: pensábamos que moriría en los medios y cantó la gallina saliendo en busca del confort de las tablas. Nunca abrió la boca.
El sexto, Clavijero, número 29, es muy serio, largo y veleto. Un tío. Gómez pretende la porta gayola, pero el animal ni le mira. El Patilla no se consigue hacer con los mandos del penco y anda por allí a lo que el arre quiera, bastante tiene con no caer y por eso pica donde cae, con salero. En banderillas Clavijero espera y echa la cara arriba, muy bien bregado por Carretero y eficazmente pareado por Dieguito. Gómez del Pilar lo quiere en el 7 y allí acude para en seguida llevárselo al 10, él sabrá por qué. Al toro le cuesta arrancar al muletazo, pero cuando lo hace su embestida es vigorosa y vibrante. Gómez del Pilar se queda por las afueras y no acaba de ver la faena: tres series y un espadazo antes de que el animal se apague y en cambio prolonga el trasteo cuando el toro adquiriendo el toro la condición de marmolillo. El matador termina su actuación con cuatro pinchazos y un descabello sin haber clavado estoque alguno, como ya va siendo moda.
Día 2 del toro. Corrida muy interesante la de la Señora, para mentes despiertas, para ver rápidamente el toro, para plantear trasteos cortos y eficaces, para dar veinte pases y no los setenta que todos incomprensiblemente buscan, para salir desde el principio con el estoque real.
Dolores Aguirre a izquierdas
Esperanza Aguirre al centro
Guernica de Picasso
Guernica de Borja-Villel
Una oreja a la gallega como la que el presidente
y los benhures de la mula obsequiaron a Gómez del Pilar