Valle de Esteban
Belmonte, transfigurándose, cambiando de estatura, de silueta, hasta de color, se borró a sí mismo. Nunca vi más arte puro, más valentía natural, más dominio, más estética. No hubo oropel, relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreaba para nadie, me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá.
Gregorio Corrochano