domingo, 18 de junio de 2017

La de la Cultura. Performance con toros de granja en Madrid, festoneada con la muerte en Francia de Fandiño, corneado por un Ibán


 Morante de la Puebla, repúblico profeso, brinda el toro a Antonio García-Trevijano

José Ramón Márquez

Por fuerza hoy lo del final debe ir al principio. Subíamos por la calle de Alcalá y, llegando a Manuel Becerra, mi acompañante recibe una llamada en su teléfono. Se descompone y se le saltan las lágrimas, le inquiero con un gesto: “A Fandiño acaba de matarle un toro de Ibán en Francia”, me dice. Al final la Cultura era eso, el viejo rito de la vida y de la muerte; no lo de andar marcando posturas con un torete de granja, sino que se te eche encima un toro encastado y te quite el futuro. Estadísticamente es inapelable que la muerte siempre está del lado del toro; lo raro es que pierda la vida el hombre y por eso, cuando tal cosa ocurre, apabulla. Fandiño sacó los pies del tiesto, y acaso otro día hablaremos de qué motivaciones le llevaron a anunciar su Domingo de Ramos en el que se jugó a sí mismo a una carta en una apuesta que acabó perdiendo, cuando vio bien a las claras cómo funciona el tinglado y las nulas oportunidades que tenía de romper la maraña de intereses que atoran el natural fluir de la parte alta del escalafón de los matadores de toros. Fandiño nos metió la ilusión en el cuerpo, la mayor ilusión colectiva en lo que llevamos de siglo XXI, en una corrida irrepetible en la que él solo fue capaz de llenar Las Ventas como hacía muchísimos años que no se veía en un festejo fuera de San Isidro. En el pobre resultado de aquella singularísima tarde perdió Fandiño y perdimos todos los que pensamos que la auténtica cultura del toro es la que se hace jugándose la vida, el físico y el alma frente a toros que no permiten estar “a gusto”. Tengo entre mis libros uno titulado “El día cuatro de agosto de 1947 moría Manolete en la Plaza de Vitoria”, su autor Gregorio de Altube; en ocasiones he fantaseado con Fandiño y la tarde de Resurrección, pensando, al hilo del libro aquél, que Iván Fandiño murió el 25 de marzo de 2015 en la Plaza de Las Ventas. Desde estas páginas se le animó, con la mejor intención, a que cortase su temporada en el año 16 y a que dejase pasar un poco de tiempo para meditar y recomponerse. No hay desdoro en ello. Muchos lo han hecho para retornar con más fuerza. Él o quienes le influían no contemplaron esa posibilidad,  y ahora es ya demasiado tarde para saber qué podría haber pasado. Su deslumbrante e ilusionante irrupción en el panorama taurino en el año 11 es el otro gran recuerdo que hoy, en el día de su fin, se nos viene de Iván Fandiño.

Y ahora se hace difícil escribir porque la primera premisa de la corrida de hoy, titulada artera y ridículamente como “Corrida de la Cultura”, estaba concebida sobre la base de la inexistencia del toro como animal ofensivo, inteligente, memorioso y vigoroso, que de la casta ya ni hablamos. Cuando pensamos en Fandiño corneado por un toro de Baltasar Ibán y comparamos con los seis desgraciados que han salido hoy a Las Ventas y cuyas medias canales ya estarán en algún frigorífico, se ve a la perfección que existe un mundo de diferencia y que aunque el espectáculo se llame de la misma manera, apenas tiene nada que ver. Hoy en Madrid habían comprado una redada de Cuvis, de esos cuvillejos de cuya estirpe fue el impar Idílico, muerto en extrañas circunstancias, el alto, el bajo, el regordete, la sardina, el canijo, el donnadie: un control de alcoholemia a la salida del Fabrik, vamos. Y ahí estuvieron los seis cuvis, correteando y proclamando su supina bobería, su falta de ideas y su necia embestida perruna, con el fin de que sus matadores no pasasen otras fatiguitas que las que se derivan del calor sahariano que caía de manera viscosa sobre la Plaza. Y el mayoral, ya lo hemos dicho más veces, con el video grabando la corrida, para verla con el amo en el Grullo en invierno, en las noches de levante.

Para la cosa de la Cultura, además del insustituible octogenario Gárgoris Dragó, empeñado en vestir con T-Shirt, se trajeron a Morante, Cayetano y Ginés Marín, por lo culturales que son los tres.

Morante es más de la cultura ingenieril, de tipo terraplén. Se empeñó en que había que alisar el ruedo de Las Ventas en el que triunfaron Domingo Ortega y Dominguín y Ordóñez y Camino y Bienvenida y Antoñete y Rincón y Tomás y hasta que no se lo pusieron liso el tío no paró. Ahora está liso y tampoco torea ná de ná, o sea que lo mismo lo siguiente es pedir que le hagan un gua. Se plantó el tío en Las Ventas vestido de lingote de Fort Knox, que no cabía un hilillo de oro más en la chaquetilla, chaquetilla de picador bordada como un manto de la Macarena y, eso sí, con los dos pañuelitos de verdad en los bolsillos, como Lagartijo o Bienvenida, un detallazo. Apretadito de romana anda el de La Puebla, que eso no es obstáculo para el toreo, y con un capotón descomunal que nada tiene que ver con aquella inolvidable servilleta con la que toreaba Curro Romero, al que algunos insensatos tratan de equiparar a Morante. La verdad es que lo de Morante hay que verlo casi desde la óptica de las sectas o de los conversos: sale el primero, él despliega la manta de cama de matrimonio, le pega un lance al coloradito del que el bicho se va y la Plaza se viene arriba y ruge como si ahí, en ese preciso momento y de esa manera se hubiese fundado el toreo por los siglos de los siglos. En esta vida es mejor caer en gracia que ser gracioso, como dijo aquél. Acaso ni merezca la pena reseñar cómo dejó al toro ir suelto al caballo a que no le pegasen y cómo el burel se pegó por su cuenta una tercera entrada al jamelgo. En banderillas, una novedad de Morante: los seis palos son encarnados, acaso como homenaje al 39º Congreso del PSOE, vaya usted a saber. En banderillas Ginés Marín, pésimamente colocado toda la tarde, se cruza con Lili, estorbándole, cuando venía de parear perseguido por el toro, creando una innecesaria situación de riesgo. El inicio de la faena consiste en Araújo llamando al toro con el capote desde el callejón de manera insistente ante la mirada inocente del alguacilillo. No pasa ná. Morante se compone y traza sus medios pases, con la figura que tiene y que tan bien da en las fotos, se pasa al animal lo más lejos posible, abusa de las ventajas usuales y cobra una estocada habilidosa echándose fuera. Era su segundo de condición mucho menos clara que el primero y si con el primero no lo hizo, con el segundo  menos. Y eso que el cuvi era una especie de novillo negro. En los lances de recibo le pega dos verónicas de gran gusto, soltando al toro antes de lo debido, con esa gracia que atesora. Cambiaron el tercio literalmente sin picar al toro y vuelven los peones con las banderillas del 39º Congreso. Comienza su faena por enganchinas, una y otra y otra y otra, que se ve que el toro no colabora, aunque lo que más claro queda es que a Morante lo que le molesta de verdad es el toro, no la arena. Viendo que no hay nada que hacer se demora en la nada por tratar de soliviantar un poco al público, que de broncas también se vive, cosa que consigue. Luego pega un mitin con la espada mientras en el tendido alto y la grada del 5 se produce una auténtica redada de la policía llevándose espectadores, acaso aficionados yihadistas.

Cayetano vino el hombre a dar de sí lo que pudo. La verdad es que cuesta explicar lo mal que está porque ni sabe ni puede estar mejor, y en un honesto rasgo de pundonor pone toda la -poca- carne que atesora en el asador de justificarse. Su primero, el salpicado, era la máquina de embestir. A la distancia que se la pusiera, sin un mal gesto, el bicho iba e iba y Cayetano hacía lo que sabía lo mejor que sabía. El momento mejor de su actuación son cuatro naturales muy denodados, medio quedándose y sin maldita la gracia. Con una estocada habilidosa echándose fuera liquida al salpicado, que se va sin  torear. A su segundo lo recibe con unas verónicas rodilla en tierra à sa façon, de nuevo con ganas de agradar. No puede dar más de sí que eso. Iván García pone las banderillas con majestuosidad y Cayetano está el hombre con una toalla de hotel, que le va más que un capote; con la toalla finalmente le hace el “quite de la toalla” a Alberto Zayas. Brinda a Currovázquez y quiere que salga, pero Curro sabe bien que él, amónido cosmopolita, de paisano no debe salir a la Plaza, así que el brindis se produce en la boca del burladero del 9. Se va al 6, se quita las zapatillas, por el calor, e inicia su faena de rodillas, como aquella vez en Arévalo. La cosa baja de intensidad cuando se pone en pie y se va llevando al toro a los medios donde apura su trasteo cada vez más a menos hasta que deja una estocada contraria quedándose en la cara y un descabello para finalizar su actuación.

Y Ginés Marín… ¡ay Ginés! Es un torerito pinturero al que falta muchísimo. Su primero, toro de granja-escuela, le saca de la Plaza obligándole a tomar el olivo tirando el capote, que de paso diremos que lo de la capa no es ni mucho menos lo más fuerte de Ginés. Cuando pican al toro el hombre se queda a la derecha del picador, como un pasmarote, de espectador sin que nadie le haya dicho que ahí no debe estar. Le importa un bledo. La faena la inicia con una inspirada fantasía andando con la que se saca el toro a los medios, y luego allí la lía a base de lo de cada día, lo del pico, lo del por las afueras, lo de la pata atrás, y el toro venga a repetir y repetir y las gentes bramando como si aquello fuese grande; si hay que estar bien colocado, él no lo estaba; si hay que torear hacia el terreno de adentro, él toreaba hacia afuera; si hay que quedarse dentro en el final del muletazo, él se quedaba fuera, ligando desde la oreja. Las buenas gentes bramaban como si hubiesen visto resucitar a Lagartijo y Ginés dio fiesta al público ansioso de vitorearle. Tres pinchazos y una estocada delantera y desprendida acaban con el torete y hay quienes hasta le aplauden en el arrastre, entre ellos Donsimón el empresario. El sexto es otra cabra que no impone el más mínimo respeto; cuando el bicho se le viene y Ginés resuelve el muletazo con una espaldina de esas de ¡Ay! ya te das cuenta de que no respeta lo más mínimo al toro, lo que pasa es que este sexto no es el tercero el de ir y venir y quedarse él solito colocado, este dice ¡fu! por lo bajinis, pero eso no le interesa a Ginés, que no ha venido al mundo del toreo a resolver ecuaciones, por lo que parece. Para animar un poco le dio las bernardas que no se le pudieron dar a los de Cuadri antes de atizar un bajonazo que hizo que el animal se fuese raudo a chiqueros, para salir bien en el video del mayoral y cantar su mansedumbre de manera patente, antes de recibir dos descabellos con los que se puso el punto final al festejo de la Cultura.

A las nueve y treinta y cinco llegábamos a Manuel Becerra, comentando la corrida…


Morante
Trinidad

 Donsimón, el que no se chupa el dedo