La playa de la Yerbabuena
Entre Barbate y los Caños
La casa del "malo"
Y allá a su frente, Marruecos
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Por la tele ya sólo aguanto el fútbol. Entiéndase por fútbol desde un R. Madrid-Juventus hasta un Ceuta-Melilla, acontecimiento éste último incompresible para todas las personas que me conocen. Incluso para las que dicen que les gusta el fútbol. He perdido interés en el cine; no he visto ni un solo capítulo del “Cuéntame” y escucho hablar de series como si oyera chino. Nada, que tengo tele para ver el fútbol. La familia tiene otra para sus aficiones.
Ayer, y empujado por la voluntad de los conocidos sabedores de mi inclinación por Barbate, vi una “cosa” en la cadena 5 dedicada a un pueblo en el que me siento como en casa. La “cosa”, al parecer es una serie, que pretendiendo desarrollar una trama seria, se la ve el ojinegraje preñado de tópicos que los progres de Madrid aceptan de la buena gente del golfo de Cádiz. Los gaditanos no tienen nada que ver ya con los principios morales de “los señoritos, caca” y “la Iglesia, más caca” institucionalizados de la Transición “p’acá” en procura cinera de la subvención de rigor. El arraigo de esos principios en Barbate es lo que entendí hasta uno de los intermedios que me echó a la cama. Vomitiva la escena de un pobre hombre pidiendo al “señorito malo” ayuda para librar un desahucio. Los pobres, que los hay, de Cádiz, tienen una dignidad que ni sospechan los guionistas de la serie.
El “malo” es un chulo que no da el tipo para el delincuente de alto standing que nos quieren presentar. De un malo así no hay mejicano ni colombiano que se fíe y en una organización criminal no pasaría del ligón que contacta con las ricas de Marbella para introducir la farlopa. El “bueno” es un guapo nacido en la zona -de Vejer concretamente- al que cuando vi llamar treinta veces a los “colegas” por teléfono, (la ingenuidad del argumento y su desarrollo no pasa de un asunto entre coleguitas de siempre) para reorganizar una banda chocolatera, se me quitaron las ganas de continuar mirando la pantalla.
Sale una monja que no tiene cara de monja, ni andares de monja, ni palabras de monja. Sale una monja como con ganas de apuntarse a Podemos y que tuvo un lío de chica con el malo. Es decir, con el chulo al que le hacen pasar por señorito muy influyente en las alturas de la Iglesia representada por un cura repulsivo que no se quita ni en el sol ni en la sombra una sotana preconciliar. ¡Qué tendrá que ver este hombre con el párroco de S. Paulino, que por cierto es de Burgos y estuvo de seminarista con el gran Abilio! Ejerció mucho tiempo en Hontoria de la Cantera, el pueblo del que salieron las piedras de la Catedral. Un día de estos le tengo que contar la mala muerte que tuvieron Jerónimo y su hijo en el cruce de Olmosalbos.
Con todo, lo más torpísimo e increíble es el trato de los picoletos a los que la serie retrata como un grupo de hembras toriondas y un macho padre medio lelo al que dejé con una prostituta de lujo en un hotel de Zahara, supongo. Aparecen adolescentes femeninas, hijas de guardias que beben los vientos por la banda juvenil que tiene pinta de en los siguientes capítulos hacerle la pascua al malo. Con semejante gazpacho -la monja huele a la heroína clave de todo el tinglado- de amoríos tan improbables como imposibles, el director de la serie aprovecha para enseñarnos una geografía, sin duda lo mejor del invento, que a muchos hace lustros que nos tiene atrapados.
Sí. En Barbate hay una economía sumergida en la que flotan pocos, muy pocos jóvenes, a los que la permisividad de las autoridades marroquíes les pone el dinero muy fácil, pero juro que en todos estos años no he visto a nadie por Barbate que se parezca lo más mínimo al Bruno de la cadena 5. La casa en la que vive, sí. La casa la fotografié el año pasado en uno de esos paseos que me doy de vez en cuando por la playa de “los alemanes”. El otro día a mi presi , al que no le pillo sus gustos, no le llamó nada, pero nada nada, la atención.