Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En una discusión de culturas nacionales, Jean Palette me recuerda que el deporte francés por excelencia es el rugby, no el fútbol, que sería, y esto lo digo yo, el deporte de los pobres (“la banlieue!”), que, por cierto, son muchos, razón por la cual la Francia futbolera es exportadora y ganadora: de hecho, la única “grandeur” de Macron, ese divertido gallo Claudio de frau Merkel para los recados de la UE.
“France Football”, la revista del “Balón de Oro”, ha elaborado una guía Michelin de los himnos balompédicos, y en su Top-10 figuran el Sevilla y el Barcelona, pero no el Real Madrid, el equipo con más rapsodas y probablemente con más himnos del mundo.
Liverpool (“You’ll never walk alone”), Casablanca (“Toujours on va gagner”), Panathinaikos (“Horto Magiko”), Sevilla (Himno del Centenario), Newcastle (“Don’t take me home”), Besiktas (“Ooh Ssh!”), Boca Juniors (“Dale Cavese”), West Ham (“Forever blowing bubbles”) y Barcelona (“Canto del Barça”, de Manuel Valls, el crítico musical del periódico global, no el ex primer ministro francés, hijo del pintor Xavier Valls, pintado por el columnismo “engagé” de Madrid como liberador republicano de París, aunque en realidad no llegó a Francia hasta 1949).
¿Y el Madrid?
–Usted, Pemán, que hace versos, ¿por qué no hace una letra a la Marcha Real? –dijo un día Franco al director de la Academia, que todavía no había sido despedido.
El general pensaba en el agobio que a la hora de los brindis pasó un almirante español en unas maniobras en el Japón cuando, sin letra que cantar, se arrancó, seguido por la tropa, con el “Corazón Santo, Tú reinarás”. Franco ignoraba que Pemán ya había escrito, a petición de Primo de Rivera, una letra (con su pedrea o tamborileo de acentos agudos: seguir, azul, caminar, sol…), “pero no se logró que lo cantaran más que unas cuantas escuelas primarias y algunos conservatorios”.
–Los himnos no se componen, mi general. Nacen y se consolidan en un ambiente irracionalista. Tienen que llevar sobre sí una carga de tradición y de inconsciencia. La Marsellesa no surgió de las barricadas, sino de las provincias, y es la música de un “Tamtum ergo” aligerada de compás.
Los españoles habían ido a defender Cuba henchidos de patriotismo verbalista y filarmónico al compás de la marcha “Cádiz”, de Chueca (“¡Vámonos a Cuba ya!”), cuando Cánovas llamaba “Mr. Sastre” a Mr. Taylor, ministro de los Estados Unidos en Madrid, anticipo de las habaneras de Burgos y Cano (“La Habana es Cádiz con más negritos; Cádiz, la Habana con más salero”).
En Madrid, la Movida Gay ha hecho himno suyo el “A quién le importa” no de Alaska, como se creen los del karaoke callejero, sino de Carlos Berlanga. Aunque, si Yoko Ono viene de quedarse judicialmente con la autoría de “Imagine”, eximiendo de semejante cursilería a John Lennon (¡el Yon Lenos del alcalde-granuja Tierno!), tampoco sería sorprendente que Alaska consiguiera quedarse babuchamente (esto es, por la babucha) con la autoría de “A quién le importa”, eximiendo a Carlos Berlanga de algunas rimas (“Me mantendré / Firme en mis convicciones / Reportare mis posiciones”) que harían sonrojarse al mismísimo Sabina.
Quien en menos palabras resumió la importancia de un himno fue Woddy Allen al decir que, si escuchaba a Wagner, le entraban ganas de invadir Polonia.
No es ninguna broma que el Madrid acometa este año la conquista de su Copa Número 13 (12+1) sin ninguno de sus himnos (ni siquiera el de las mocitas madrileñas, nacido, como Zinedine Zidane, en una servilleta, en este caso del restaurante “La Rana Verde” de Aranjuez) en el Top-10 del mundo.
OPERACIÓN DUNNARUMMA
Todo indica que Donnarumma (otro Gianluigi, como Buffon) es el “puertas” que quiere el Madrid, el Donald Tusk del club de Florentino Pérez. (Tusk es el “puertas” del club de frau Merkel, la UE, un metrosexual polaco a quien nadie ha votado, pero que contesta las preguntas de los periodistas con estrofas de “Imagine”, el himno tonto –ya se puede decir– de Yoko Ono.) Lo mejor de Donnarumma, quien debería contestar las preguntas de los periodistas con estrofas de “Un Albero di Trenta Piani”, es que, por su edad, podría hacérsele un contrato de veinte años, como sugiere Berlusconi, su patrono. Una alineación que empiece por Dunnarumma y termine por Mbappé es imprescindible para plantar cara anímicamente a la superstición de la Copa Número 13.