viernes, 31 de julio de 2009

BECERRADA FEMINISTA


LA CORRESPONDENCIA MILITAR

4 de Junio de 1921

La becerrada benéfica organizada por la Federación Internacional Femenina, a beneficio del trabajo de la mujer, se verificará el próximo lunes, día 6, a las cuatro y media de la tarde, en la plaza de toros de Vista-Alegre.

Las invitaciones pueden recogerse, mediante un pequeño donativo, en el domicilio social: Fomento, 1, duplicado.

La Empresa de Tranvías pone servicio especial, a precios corrientes, desde la Plaza Mayor.

SAN IGNACIO DE LOYOLA

DE JESUITAS

“Si Carlos III es el prototipo de un rey destructor de las esencias monárquicas y fundamentalmente españolas, pese a todos los arcos que levantara en villas y sitios, Federico el Grande, siendo un gran rey, y más aún, el rey que dio a Prusia el poder, fue el rey que desde un liberalismo monárquico coqueteó de espaldas a los fundamentos nacionales con las esencias de la Revolución francesa, igual que Carlos III –continuo recuerdo en mi memoria, desde Alemania– se vencía del lado de todo aquello que por ser extranjerizante equivalía en su tiempo a los actuales morbos del internacionalismo marxista. La expulsión de los jesuitas, que para cualquier pazguato, confusamente anticlerical, es un acto relumbrante de liberalismo plausible, no es sino el triunfo de los jesuitas del otro lado y la decisión de un monarca que comete el mayor atentado de su época contra un exponente fundamental de españolismo. Porque hora es de comprender que sobre toda la insistencia de extranjerización que cae de continuo sobre la Compañía, es más cierto que en los momentos en que todo, hasta el mismo espíritu de la Orden, sufría la influencia de los procedimientos liberales, Azpeitia simbolizaba en lo español la tradición, frente a Azcoitia y sus petimetres Naharros, Altuna y Peñaflorida, cuyo pensamiento y sentimiento hablaba francés. (Quién era Carlos III y a qué secretos compromisos se encontraba amarrado, lo sabían bien los aventureros internacionales de la época, que como el veneciano Jacobo Casanova traían cartas para la corte del rey y sus ministros, extendidas en la logia de Lyon.)”

César González-Ruano
Mi medio siglo se confiesa a medias


“No sé exactamente la fecha, pero era aún en la época de la Dictadura cuando recibí una invitación del Ateneo de Madrid para dar en él un recital de poesía como presentación de mi primer libro: De la vida sencilla. El presidente de la sección de Literatura era Azorín. Le había hablado de mí el padre Miguel de Alarcón, hijo de don Pedro Antonio; jesuita y hombre de exuberante cordialidad y sencillez infantil. Más tarde, en la zona roja, vestido de obrero, se presentó en la Dirección de Seguridad a decir que él era jesuita y venía a que lo detuvieran. Así se salvó, porque lo tomaron por un chiflado.”

José María Pemán
Mis almuerzos con gente importante

LA RISA POLÍTICA

Un asesor político de Montilla afirma que "los tristes" no pueden ganar elecciones:



“La risa es aliada natural de la política del futuro, que es la emocional”

ESPAÑA TIENE 54 PROVINCIAS

La Vanguardia Española
Barcelona. 31 de Julio de 1959

España tiene 54 provincias

Las nuevas provincias son Ifni, Sahara Español, Fernando Poo y África Ecuatorial.

Madrid, 30.- España ha aumentado en cuatro provincias el número de las que contaba hasta ahora y con éstas el total se eleva a cincuenta y cuatro. Las nuevas provincias son las de Ifni y Sahara Español (la capital de ésta El Asuin), en el África Occidental y las dos de Fernando Poo y de Guinea, en que se han convertido los antiguos territorios españoles de África Ecuatorial.- Cifra

EPIGRAMAS DEL CUERNO

A una gaditana encinta

díjole el tío Lagarto:

-Cuando se esarquile el cuarto,

quiero habitarlo, Jacinta.

Y Jacinta, en tono grave,

respondió: -Bien, saleroso;

mañana pondrá mi esposo

en mano de usted la llave.


W. Ayguals de Izco

EL CRIMEN DEL DÍA...


...29 de Octubre de 1857

BARCELONA, 29 de Octubre.- A la hora prefijada fue ayer puesto en capilla, en el vecino pueblo de Ripollet, el desventurado Francisco Vilaró, que hoy, a las doce del día, debe expiar su crimen en afrentoso patíbulo. La circunstancia de ser el reo persona muy conocida y bien relacionada, tanto en el citado pueblo como en los demás del contorno, ha aumentado el natural horror que la aplicación terrible, pero justa, del fallo del Consejo de Guerra debía ocasionar. También el Juan Bordás, que debe presenciar la ejecución, es persona muy conocida.

Según los datos que arroja el proceso, fue él quien, mediante la miserable cantidad de cuarenta duros, indujo a Vilaró a que cometiera el homicidio, y este último, fiel a su infernal promesa, esperó al desgraciado Alcalde Don José Cot, en ocasión en que visitaba sus tierras, y le disparó su escopeta con la mayor resolución y sangre fría y cuando ya la infeliz víctima se había apercibido de su intento.

En virtud de oficio dirigido a los Directores, las respectivas corporaciones, varios hermanos de la congregación de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y de la cofradía de los Desamparados, se constituyeron ayer en Ripollet antes de la hora en que el reo debía ser puesto en capilla, a fin de auxiliarle durante el tiempo que permaneciese en la misma.

Es digno de encomio, y es otra nueva prueba de su ilustrado celo, el edicto que acaba de publicar el ilustre Sr. Alcalde-Corregidor en que se dictan muy acertadas disposiciones relativamente a la venta de leche y arreglo de las lecherías. (Diario)

jueves, 30 de julio de 2009

LA DIVISIÓN AZUL DE ZAPATERO





“No es una cuestión
de lo que Obama puede hacer por nosotros, sino de lo que nosotros podemos hacer por Obama.”


José Luis Rodríguez Zapatero en The New York Times, para justificar el envío a Afganistán de una División Azul equipareble al séquito presidencial de 110 personas en el veraneo de Lanzarote.



Leña a los Budas de Bamiyán


Leña al Corazón de Jesús de Getafe

EL ARCIPRESTE DE EL CORBACHO

http://ecodiario.eleconomista.es




El Ministro de los Cinco Millones de Parados
posa para los retratistas tras una comparecencia ante los medios mientras el presidente de la CEOE ofrece una rueda de prensa sobre la ruptura de las negociaciones con el Gobierno.
Un informador se acerca al ministro para preguntarle por las declaraciones del empresario, pero el jefe de prensa ministerial, "senyor" Manel Fran i Trenchs, metido a Arcipreste de El Corbacho, le sermonea la cartilla progresista al periodista.

-Hemos tenido una rueda de prensa de una hora.
-Ya, pero es que la noticia es ahora mismo.
-No, la noticia no es ahora.
-La noticia es ahora porque el presidente de la CEOE ha hablado hace 10 minutos.
-Pues lo pides antes y lo gestionamos bien (...) voy a quejarme ¿eh?, voy a quejarme porque lo has hecho muy mal. Es más, voy a pedir (sic) quién eres para evitar que vengas a este ministerio en la medida de lo posible.

El ministro y su jefe de prensa, que permanecen en sus puestos, pronto serán los únicos españoles con silla. Sus nombres, Celestino y Manel.


Suena Iguana Tango:

Lo estás haciendo muy bien, muy bien
Lo estás haciendo muy bien, muy bien
Lo estás haciendo muy bien, muy bien
Lo estás haciendo muy bien, muy bien
muy bien.

CONVERSACIÓN CON EUGENIO NOEL

Eugenio Noel. Madrid, 1885 - Barcelona, 1936



“ESPAÑA ESTÁ AGOTADA”



Por Alberto Guillén



Yo vi en la calle un hombre con rizada melena. Parecía un músico de arrabal. Las gentes lo miraban sonriendo. El hombre era gordo, iba con capa y llevaba a su lado una mujer y un niño. Entraron a comprar flores. Al salir, la señora tenía un ramillete de violetas y el niño una sonrisa en sus ojos celestes.

–¿Es usted Eugenio Noel?

–Sí, señor.

–¿Podría verle en alguna parte?

–Sí, señor. No faltaba más. En la Maison Doré, calle de Alcalá.

–Bueno. Gracias. Estaré allí a las once.

No tuve que preguntar. La melena rubia y la frente de Noel son inconfundibles. Estaba en el centro del café. Solo, sin hacer caso a nadie. Bebía cerveza y desdoblaba periódicos. Un periódico, luego otro periódico.

–¿Es usted americano?

–Sí, señor.

Noel sigue desdoblando periódicos. El humo de los cigarros hace denso el ambiente. Cada corrillo es dueño de una mesa y dueño de hacer la autopsia a medio mundo. Se discute, se opina, se vocifera, se dejan caer razones contundentes como manotazos. Todos aquí son “eminentes”. Fuera de cada corrillo el mundo no existe. Cada mesa es un castillo cerrado. Noel me mira con recelo. Entorna los ojos por encima de los periódicos. Tiene cierta languidez femenina en la mirada.

–Yo he leído de usted, señor Noel, un cuento admirable. Se llamaba, si mal no recuerdo, Alma de Santa.

Noel deja los periódicos sobre la mesa y ahora me mira a la cara. No es ya el Noel de los retratos. Es gordo como una abadesa, con los carrillos un poco descolgados y la frente, la gran frente, sucia de sudor y de polvo. Tiene los ojos claros y los cabellos rubios en desorden.

–¿Sí? ¿Usted ha leído Alma de Santa? Es un cuento de juventud, cuando D'Annunzio y los preciosistas triunfaban con sus acrobacias de estilo. Cuando Valle-Inclán también triunfaba con su palabrería tan artística.

–¿No le gusta a usted Valle-Inclán?

–No, señor. Sus libros son muy bonitos, pero muy huecos. Vasos bien cincelados que dan gusto a la vista, pero que no contienen nada.

–¿Pero no cree usted que en Valle-Inclán hay verdaderos atisbos de la raza?

–Sí, algunos, sobre todo de Galicia, su tierra. Pero no es eso la España verdadera. Los personajes de Valle-Inclán se oyen hablar, cuidan de su estilo como muñecos de guiñol, se enmascaran con gestos hermosos, son teatrales como lo somos todos los hombres de ciudad. Es decir, los que hemos perdido la ingenuidad, la virginidad primitiva de la Raza. Esos personajes de Valle-Inclán están fuera de la vida, están en tablado, son para la escena. Por eso Valle-Inclán no quedará. Ya no se le lee. Ya pasó...

Noel está sudoroso. Tiene la frente mojada y de cuando en cuando subraya sus frases pasándose por ella una mano regordeta. En los dedos de la mano no hay anillos como en las de Francés, pero hay luto en las uñas y en las vueltas de la capa hay grasa. También hay grasa en otras prendas. Yo siento en el corazón dolor agudo, algo como una decepción. Y es que, a la verdad, Noel tiene un talento formidable, y aquel cuento Alma Santa está muy bien escrito...

–Que le traigan cerveza. Beba usted algo.

–Gracias. No bebo. ¿Decía usted? –pregunto.

–Decía que las ciudades españolas han perdido su carácter, todas, absolutamente todas. El mismo Toledo no tiene otro mérito que haber inspirado a un espíritu tan complicado coomo el de Barrès. Pero el Toledo que nos pinta Barrès es un Toledo muy suyo. Yo veo otra cosa. Si a mí me leyera Barrès o Anatole France, me reconocerían como lo más grande que hay en España, pero no me leen ni saben que hay un Noel en España. Y es que la literatura actual española da asco. Es una literatura de falsificación y de mercaderes. España no es, no puede ser lo que pintan Francés y Belda. ¡Uf! ¡Qué asco! Y no me indigno por gazmoñería, como usted comprenderá...

–¡Claro está!...

–Es porque nos presentan al extranjero como un pueblo sin personalidad, sin carácter, sin originalidad, como un pueblo de simios que tratan de remedar a todos y pierden lo propio que tienen. Yo trato de hacer otra cosa. Otra cosa muy distinta. En vez de copiar las ciudades me voy a la montaña. Yo he estado desde muy jovencito en la montaña, en plena estepa. Yo descubrí el Guadarrama antes que los deportistas. Yo he conversado con los cabreros y con los pastores para hacer mi obra; con los gañanes y con los arrieros. Yo fui antes que ellos al alma virgen de la raza; yo les mostré el camino.

Noel bebe, excitándose a medida que habla.

–¿De modo que no cree usted en ningún valor español de hoy?

–En ninguno. Absolutamente. Todos están equivocados. Azorín no ha hecho más que acuarelas, sin penetrar en la entraña virgen de la Raza. Baroja es un Montepín, trasladado a los cortijos. El español es observador por excelencia: anda observando a su vecino para criticarlo. Viven de la vida ajena, como las comadres del Arcipreste. Pero es una observación superficial. Pepita Jiménez está bien: La Hermana San Sulpicio es una monada deliciosa; pero qué pequeñitas, qué epidérmicas. Ni Galdós ha hecho la novela española. Desde Cervantes, no hay nada, absolutamente nada. El Cervantes de los Entremeses, del Quijote. Los Entremeses son lo más grande que hay en el mundo. Si Cervantes pestañeara, estaría a mi lado...

–¿En serio, señor Noel?

–Completamente. A mí no se me da nada de las alabanzas como de las censuras. Yo estoy solo. Solo como los leones. No contesto nunca las palizas ni los insultos. El tiempo los convencerá. No me trato con nadie. Además, no leo nada de lo que escriben. Esas novelas de Zamacois, de Francés, para citarle a usted los más respetables de toda esa cáfila de imitadores de Trigo, hiede a zorra, hiede a burdel barato. Para mí no tiene ningún interés saber cómo se acuesta un hombre con una meretriz o con una señorita honesta. Por más que aquello esté complicado con diálogos a lo Julieta y Romeo; con danzas estrambóticas, antes del acto, o con exotismos y perfumes de París. Yo voy a la raza misma, la raza que está virgen e inexplotada en los cortijos y en las sierras, en las majadas y en las crestas. De ahí es únicamente de donde se puede sacar lo característico, lo típico, lo verdaderamente original que podamos presentar a la literatura universal como nuestro. Es la raza lo que yo quiero. Por eso creo que hoy no hay nada más grande que Dostoyevski.

Noel habla en voz baja, casi melodiosa, a pesar de que arruga el entrecejo y le brillan los ojos. Entorna la mirada con cierta coquetería. Hay en él no sé qué aire femenino, muelle, mórbido. No obstante, se cree un león y anda siempre solo. Siempre, menos cuando lleva a su hijo de la mano. Su hijo tiene tres años y Noel lo adora tanto como a su genio.

–Tengo a mi hijo enfermo -dice– y sólo me ocupo de él. Yo sólo vivo para él; él y mis libros.

–¿Cómo se explica usted el atraso de España, señor Noel?

–Muy sencillo. Está agotada. Quiere y no puede, pero no quiere que se lo digan. Pega una puñalada al que tiene esa audacia. Como me la han pegado a mí, como me la seguirán pegando. España está agotada. Lo hemos dado todo a manos llenas como niños botarates. Ya no tenemos nada, ni sangre ni espíritu. España conquistó América no con la espada, que era de lata muchas veces, sino haciendo hijos, muchos hijos. Los frailes decían una misa en la llanura tras de fecundar una hembra. Nuestro espíritu lo han derrochado hasta los golfillos. Si usted ha leído las novelas picarescas...

El camarero, inclinándose:

–¿Traigo más cerveza?

–Sí, con tal de que sea pronto –dice Noel.

–¿Por cuál de sus obras tiene usted más cariño? –pregunto.

–Por mis Aguafuertes ibéricos y mis Vidas de Santos. Aquellos cuentos que usted leyó tenían un cosmopolitismo fácil y muy en moda del que ya me curé. Yo quiero ser racialmente español. Mire usted: una cocota francesa coge una novela de Francés o de Zamacois y la encuentra bien. Esto es lo absurdo...

–¿Y para el teatro no piensa usted trabajar, señor Noel?

–No, no tengo disposiciones. Además, Benavente ha matado el teatro español, con esos diálogos caseros, con esas intriguillas de novicia, con esos adulterios al estilo francés. La noche del sábado es perfecta, técnicamente hablando, pero...

El reloj canta una hora con su voz rítmica. No sé cuál. Nunca se sabe a la hora que será. Hay humo de tabaco y el café hiede a comadrería y a imbecilidad.

–¿Quiere usted, señor Noel, que salgamos a respirar la noche?...




(De La linterna de Diógenes, de Alberto Guillén, en Ave del Paraíso Ediciones- Imagen tomada de http://www.galeriacubarte.cult.cu/)




Caricatura de Valle-Inclán en 1921, año de publicación de La linterna de Diógenes.

PARA LA PANDEMIA




miércoles, 29 de julio de 2009

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO




PROFESOR SAKO

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OREJA PARA MORATINOS...

...POR SU MACHETEO AL TORO HONDUREÑO






GUERRA A LA VENEZOLANA

Por Laureano Márquez


Me puse a fantasear con la idea de cómo sería nuestra situación si, de repente, estuviésemos enfrascados en dos conflictos bélicos simultáneamente: una invasión a Honduras y una guerra con la hermana república. Lo primero que tendríamos que negociar con esta última es que no se interrumpa el intercambio comercial que tanto nos beneficia a ambos.

Tendríamos que tener horarios de batallas y horarios de comercio en la frontera. En las treguas, lógicamente, los soldados venezolanos visitarán Cúcuta para comprar carteras y chaquetas de cuero para sus novias, madres y hermanas.

La demanda de combustibles para los tanques de guerra colombianos propiciaría un mercado negro en el cual nuestra Guardia Nacional, con certeza, tendría activa participación para venderles a los militares colombianos gasolina con sobreprecio.

Claro que, al venderle combustible nuestro a Colombia, comenzará a escasear, como ha sucedido, del lado nuestro, con lo cual nuestros tanques quedarían varados, perdemos la guerra, el Golfo y el Estado Zulia, que pasa a ser colombiano y Carmona su gobernador.

Mientras tanto, nuestra Fuerza Aérea inicia un intenso bombardeo sobre Tegucigalpa y el Palacio de Gobierno de Micheletti. Nuestras tropas invadirían Honduras por Nicaragua y nuestros barcos bloquearían las costas.

Probablemente, por confusión, nuestra Armada tomaría Belice, que nadie sabe que está por ahí y la anexa a Honduras. Superada esta confusión inicial entramos en Honduras y restituimos a Zelaya con sombrero y todo. Tendríamos que disolver inmediatamente el Congreso de Honduras y su Tribunal Supremo.

Interviene la OEA , pero Chaderton dice que ahora sí se justifica el golpe, toma todos los argumentos de las sesiones anteriores y los voltea... Insulza queda convencido de que hay golpes buenos y malos.

Como seguramente todos los funcionarios, dirigentes del PSUV y parlamentarios oficialistas estarán, dando el ejemplo, en la primera línea de fuego, descuidan Caracas y la oposición fascista y golpista aprovecha la situación y da un golpe a Chávez. Éste busca ayuda en Hondu ras y se gasta en un solo día 80 mil dólares en camisas rojas en la devastada Tegucigalpa. Zelaya se arrecha por los gastos y porque el otro quiere estar por encima de él y mandarlo.

Decide expulsarlo del país, pero como las tropas venezolanas están en Honduras, Chávez le da un golpe a Zelaya, lo fusila y se queda como Presidente de Honduras, llama a Micheletti como vicepresidente, rompe relaciones con Venezuela y expulsa a todo su personal diplomático en ese país, mientras afirman que no tolerarán ninguna intervención de potencia extranjera y menos de Venezuela con su chequera de petrodólares.
Chaderton vuelve a la OEA y logra convencer a Insulza de que había que sacar a Zelaya del poder con los argumentos de antes de Micheletti.


(Publicado por http://www.talcualdigital.com, vía Ricardo Bada: "Laureano Márquez percute en la misma cuerda que Ibsen Martínez. Así es que, parafraseando, el himno nacional polaco, podemos cantar que aún no está perdida América Latina: mientras queden sus humoristas hay un chance de salvación para ella. Vale.")

LAICO, PERO SENCILLO


Ángel Gabilondo -¿o es Iñaqui Sáez?-, corazonista,
rector, metafísico y ministro (Imagen tomada de
http://www.noticiasdealava.com/)



En la revista de la UGT:


–Primero, creo que se puede ser ciudadano sin ser religioso, salvo que sea obligatorio ser
religioso para ser ciudadano, pero también creo que se puede ser ciudadano siendo religioso. Pero ya sólo con esta distinción se vería que no se puede identificar sin más una cosa con la otra. Y además ocurre otra cosa: que la libertad religiosa supone también un espacio de elección, de opción, y yo creo que ser ciudadano no es una opción, una decisión, sino que es consustancial en un espacio democrático al hecho mismo de ser hombres en común. Y de ahí se deduciría que, lo de ser ciudadano o no, no es negociable, y lo de ser religioso o no, no es resultado de las opciones religiosas de cada uno. Y por eso, no es que crea que quien está educado religiosamente no pueda ser un buen ciudadano, pero sí creo que se puede ser un buen ciudadano sin tener necesariamente opciones religiosas.



En El Mundo


–Me gustaría ser sencillo.


ROSILLO DE UBRIQUE


LA GACETA, 2 DE OCTUBRE DE 1850

Sevilla, 28 de Septiembre

Acabamos de saber que el famoso bandolero Ramón Rosillo, que durante muchos años fue el terror de la serranía de Ronda, acaba de morir en la misma, donde sin duda le arrastró la mano de la Providencia para que pagase sus delitos con la vida en el mismo país que había sido teatro de ellos. En efecto, noticioso el Teniente Comandante de la guardia civil D. José Piñal de que el citado Rosillo divagaba por las inmediaciones de Ubrique, provincia de Cádiz, se puso en marcha inmediatamente; y después de cuatro días con sus noches, sin más descanso que el preciso para la comida de los hombres y el pienso de los caballos, llegó a la citada villa de Ubrique, donde logró capturar a Rosillo para conducirle a Ronda. A media legua de este último punto intentó fugarse el preso; y viéndose el Oficial conductor obligado a hacerle fuego, Rosillo quedó muerto en el acto, y su cadáver fue conducido a Ronda en una caballería. En virtud de este servicio, el Teniente de la guardia civil Don José Piñal recibió las gracias de todas las Autoridades y del inspector de su arma. Reconocemos que las merece y celebramos esta ocasión de publicarlo. (Del Diario)

MAURO DE MOGARRAZ / SUNDAY'S TALE

Los abuelos de Domingo en la portada de ABC



Calle Virgen del Puig, s/n


José Ramón Márquez y Julio Aparicio en Sunday's Tale





Domingo, en la puerta de Mauro de Mogarraz




EL MEJOR RABO


Por Ignacio Ruiz Quintano


Publicado en ABC, el 14 de Mayo de 2009



Es consigna del zapaterismo cultural que todos los inventos de la Humanidad son cosa de algún moro. Por ejemplo, el rabo de toro, guiso omeya creado por un banderillero de Almanzor que brilló -como brilla ahora Domingo Navarro- en la feria de Majerit. En las calles de aquella Morería reinaban las tres culturas: los moros ponían el rabo de toro (estoqueado en la suerte natural, mirando a la Meca); los judíos, los dientes de ajo; y los cristianos, el hueso de jamón. Resultado: el plato del Santo Patrón. ¿Por qué el rabo y no las orejas? Porque el rabo es el símbolo del conocimiento, y las tres culturas vendían eso, conocimiento. Lo dijo Rodríguez de la Fuente: «Si el ser humano tuviese rabo, sabríamos la disposición anímica de nuestros semejantes por su posición: si lacio, tranquilidad; si erecto, agresividad». Los toretes que suelta Choperita en Madrid son, en general, de rabillo lacio, y cualquier día va a saltar al ruedo otro Miguelín, va a coger al torete por el rabo y se lo va a llevar a Toribio, el de la corbata con la «T» que le regalara mi amigo José Ramón Márquez, y que tiene fama de dar un buen rabo. Cosas de la publicidad. Pero el mejor rabo de Madrid lo da Domingo en Mauro de Mogarraz, reconocido por paladares distintos y distantes, que van del genial Julio Aparicio (padre) a los Morancos, pasando por José Manuel Soto, Pérez de Guzmán, El Oso, Gistau, Juan Lamarca -el hombre que inventó la Seriedad de las Ventas, hoy en decadencia- o Joaquín Moeckel. Guisado por Carmen, el rabo de Domingo (los asiduos decimos Sunday´s Tale, para escamotear las segundas intenciones en la oscuridad de una lengua sabia) supera a todos los demás en abundancia -la abundancia es el lujo en la mesa, decían Cossío y Cañabate-, y desde luego, en nostalgia de sabores, tan importante para los vitalistas de almuerzo. ¡Almuerzo! Otro legado moro (como todo lo que empieza en «al»), y según Pemán, la institución de derecho público más vivaz y expresiva que se conserva en España.



(Mauro de Mogarraz. Madrid. Virgen del Puig, s/n. Teléfono: 605 94 23 24. Abre de 11 a 24 horas de lunes a viernes. Agosto, cerrado.)

TOROS EN NÁPOLES



LA GAZETA ORDINARIA
De Madrid, Martes, 2 de Abril de 1680

Italia.

De Nápoles, a I de Febrero de 1680.

A 17 del pasado fue el Excelentísimo Señor Marqués de los Vélez, nuestro Virrey, en cabalgata solemne, al arrabal de S. Antonio, donde comenzaban los divertimentos de las Carnestolendas. El Electo del Pueblo había hecho prevenir una suntuosísima merienda para la Señora Virreina, y las damas que la acompañaban. El Señor Virrey pasó muchas veces delante de S.E. asistido de más de cien Barones del Reino, que habían concurrido al magnífico Alarde, que se hizo por las Augustas Bodas del rey Nuestro Señor. En continuación de las demostraciones de alborozo, que solicita la misma causa, hubo el Miércoles, día último de Enero, una Fiesta de Toros, dispuesta, y ejecutada puntualmente al vío de España. La dilatada Plaza de Palacio se halló reducida a espacio cuadrado equilateral, y proporcionado al intento. Todo el circuito, que hacía frente al Palacio, y se le juntaba por los lados, era una Galería continua, y cubierta, repartida en muchos aposentos, con sus balcones, acompañados de gradas, para la innumerable multitud, que aspiraba a ver el espectáculo: pues siendo así que en Europa no hay Ciudad de más Pueblo, que esta, se hallaba aumentado con las personas, y séquito de todo el Baronage, o nobleza de las doce Provincias del Reino, convocados para la Fiesta antecedente. La riqueza de los adornos del amplísimo Teatro, para quien sabe lo que es Nápoles, y las abundantísimas telas de oro, plata, y seda, que incesantemente se fabrican, y gastan en ella, queda bastantemente entendida, y son bien pocos los que ignoran, que otra ninguna Ciudad del Mundo la pasa en la generosidad, y magnificencia, con que ejecuta las funciones públicas de regocijo, propias de su atención y amor.
Hubo dos Toreadores de a caballo, y muchos de a pie, y se vieron fuertes continuas, tan diestras, y airosas, que parecían trasladadas de las mayores experiencias de España, en este linaje de combate, al paso, que apenas se diferenciaban los Toros de los más feroces de Guadarrama. Sin embargo no sucedió desgracia que melancolizase la Fiesta: cuya felicidad atribuyeron los afectos acordes de Españoles y Napolitanos, a no poder ella discrepar de las inestimables dichas, que promete el Real casamiento de Su Majestad. De ella gozaron toda la Nobleza, Damas y Caballeros, y todos los Tribunales, cada uno por su antelación: y como la prevención de asientos, fue corta para tanta gente, la hubieron de suplir las casas convecinas, y hasta los cinco Conventos de la Trinidad, Santa Cruz, S. Luis, Espíritu Santo y San Francisco Javier, cuyos tejados, medias naranjas, campanarios y frontispicios, sirvieron oportunamente a tan general, y justificada curiosidad. Sin embargo no bastó el considerable ensanche para tantos, viéndose muchos obligados a irse descontentos por falta de lugar, y otros, temerosos de perderle, dilataron la comida hasta la noche. Duró la función hasta el anochecer, que le sucedió un plausible Sarao en la sala Real de Palacio, comenzando por una Máscara, compuesta de los cuarenta y ocho caballeros, de que se formaron las ocho cuadrillas de la próxima fiesta de las Alcancías: y teniendo S.E. la una de ellas, quiso tomar en la Sala el lugar, que ocupará en la Plaza, el Sr. Marqués de Taracena, su Primo. Danzó S.E. con gracia, y gallardía, no inferior a la gravedad con que en otras ocasiones mantiene la soberanía de su puesto: y prosiguiéndose el Sarao, en varios Bailes de Damas y caballeros remató ya muy tarde, en la danza de el hacha, logrando el gozo, y aplausos merecidos, la hermosura, la gala y la bizarría de los concurrientes. De todo lo cual se procurará dar al público otra más regular, y distinta relación, imposibilitándolo en este correo por la brevedad del tiempo.
De orden de S.E. se continúan las reclutas para los Tercios Napolitanos, que sirven en el Estado de Milán, adonde se han enviado ya muchas municiones de todos géneros, al paso, que la grande actividad del mismo Señor Virrey, y demás Ministros reales se aplican a las disposiciones necesarias, para extirpar los Bandoleros, que infestan algunas Provincias del Reyno.

martes, 28 de julio de 2009

LA PORTERÍA DE LOS GOLES

Jonathan Gorrochotegui se definió como un portero "ágil, astuto, rápido en las salidas".
Diario de Burgos
28 de Julio de 2009
(Jonathan Gorrochotegui es el nuevo portero del Burgos C F)

EPIGRAMAS DEL CUERNO

El día que se casó
con Celedonio, Nemesia,
en el umbral de la iglesia
con un cuerno tropezó.
Al punto le levantó;
téntola Dios o el demonio
por dárselo a Celedonio,
y al soltarle de sus garras
dijo: -Te entrego esas arras
en señal de matrimonio.

J. M. Villergas

EL CRIMEN DEL DÍA...

...7 de Marzo de 1924




CASTILLA
Petición de dos penas de muerte para el autor de un doble asesinato


Burgos, 25.- Hoy ha comenzado la vista de la causa instruida contra Dionisio M.

El procesado, que había contraído matrimonio el 6 de mayo de 1916, marchó a América pocos meses después de la boda a causa de desavenencias conyugales.

En 1923 regresó a su pueblo, intentando reanudar la vida matrimonial, a lo que se negó terminantemente su esposa, Teodora H., que vivía en compañía de sus padres. Dionisio concibió entonces el propósito de matar a su mujer y a su suegra, por creer a ésta inspiradora de la actitud de aquélla, y con este propósito vino a Burgos y compro un cuchillo.

De regreso en el pueblo el día 7 de marzo último, encontró en el portal de su casa a su suegra, Lorenza S., y la preguntó por Teodora. Al salir ésta, Dionisio se abalanzó sobre ella y le infirió cuatro puñaladas, que le causaron la muerte; después mató a su suegra.

El fiscal pide para el procesado dos penas de muerte por los delitos de parricidio y asesinato.




(Publicado en El Imparcial el 19 de septiembre de 1924.
Dionisio fue condenado a dos penas de muerte. Una de ellas se tornó en cadena perpetua al aplicarle el Real Decreto de Amnistía e Indulto General de 4 de julio de 1924. La otra, en aplicación de la Ley de 18 de junio de 1870, que regulaba la Gracia y el Indulto, fue también conmutada por Orden Real el 26 de septiembre de 1925)

UN PRISIONERO EN EL RIFF



América, crónica hispano-americana
Madrid, 8 de noviembre de 1859

Las kabilas de los moros del Riff celebran feria un día de la semana, siendo en general los artículos que en ella se venden, granos, ganados de todas especies, frutas, babuchas, jarques y otras prendas de su vestido. Estas ferias, por lo general, según dice el Sr. Diana en su libro titulado Un prisionero en el Riff, son teatro de los mayores crímenes; porque concurriendo a ellas gentes de distintas kabilas, se encuentran los que se conservan resentimientos particulares y embisten por parte de la sociedad; su venganza está encomendada al pariente o amigo de la víctima, que espera otro día de feria para satisfacerla. Sucede a veces que, por resentimiento de una kabila con otra, el sitio de la feria se convierte en un campo de batalla, y haciendo parapeto de los objetos que llevan a vender, se baten detrás de ellos días enteros. En estas ferias, cuando son de paz, se reúnen los moros principales, y se dan cuenta de lo que entre ellos puede llamarse política, de las noticias que adquieren del campo cristiano, etc. Lo más importante se comunica al pueblo a la voz de pregón.

Los riffeños son supersticiosos hasta lo infinito. Si salen a caza no pueden comer la pieza si queda rematada de un tiro, y sí sólo cuando acaba de morir degollándola. No se miran al espejo, porque creen que el que lo hace no tiene hijos varones. Los riffeños no emplean a sus mujeres en faenas rudas del campo, a pesar de que no las creen iguales a ellos y casi privadas de entrar en el paraíso. El moro que lleva rosario pone ante su nombre la palabra “Escar”, y si, por ejemplo, se llama Maimon, no llevando rosario, desde que lo lleva se nombra Escar Maimon. Por la misma regla, el que va a la Meca antepone al nombre la palabra Herjah. En el Riff hay una plaga de perros, dando ocasión a mil reyertas y muerte entre sus amos, por mordeduras y riñas. No conciben que los cristianos se avengan a tener una sola mujer.

"¿QUÉ NECESIDAD HAY DE MATAR A LA GENTE EN EL PAÍS DE LA GRIPE?"




FERRER Y LOS ESPAÑOLES


Por Julio Camba

9 de Octubre 1919



Ferrer, como se sabe, tenía una estatua en Bruselas. Los alemanes, durante su ocupación de la ciudad, echaron la estatua abajo, y ahora se ha propuesto reerigirla. Algunos periódicos españoles protestan; otros aplauden. Yo creo que los españoles, como tales españoles, no tenemos voto en este asunto. Ferrer era español; pero nosotros no quisimos que siguiera siéndolo, y para conseguirlo lo hemos fusilado. Desde que lo fusilamos, Ferrer dejó de ser uno de los nuestros, y hoy ¿qué nos importa el que su cadáver suscite por ahí simpatías o antipatías? Al fusilarlo, nosotros hemos roto con el señor Ferrer toda solidaridad. ¿Que actualmente Ferrer nos denigra en Bruselas? Pero ¿cómo puede denigrarnos un muerto? Y si un muerto puede denigrarnos, entonces, ¿no habremos cometido una ligereza al matar a Ferrer?

Por mi parte, yo creo que, en efecto, hemos cometido una gran ligereza, un descuido imperdonable. En vano sus enemigos dicen que Ferrer no era un sabio ni un pedagogo. Si se va a fusilar a todos los españoles que no son sabios ni pedagogos, entonces ya puede el Gobierno solicitar un crédito extraordinario para comprar fusiles. Yo no conozco más que un pedagogo, D. Lorenzo Luzuriaga, y francamente, no creo que este querido amigo se divierta mucho cuando llegue a quedarse solo consigo mismo en una España despoblada por los fusilamientos.

No. A Ferrer no se le ha fusilado porque no era un pedagogo ni un sabio. Por lo menos, las obras de la colección Sempere se las había leído, y esto lo ponía en un nivel de cultura muy superior al de los hombres que dispusieron su fusilamiento. Si se fusiló a Ferrer fue, al contrario, porque se le consideraba un sabio y un pedagogo, una especie de Giordano Bruno de la rambla de Canaletas. Esto, además, era lo lógico, y si no lo lógico, lo tradicional. Esto era lo que tenía precedentes. Yo le hice en tiempo oportuno una prudente advertencia al Sr. Maura por medio de un artículo que los ferreristas interpretaron, por cierto, bastante mal.

–Que no se fusile a Ferrer –decía yo–. Ustedes se creen que Ferrer es un genio; pero yo, que lo conozco, les doy mi palabra de que no lo es. Fusilen ustedes al señor Unamuno, que sabe griego; fusilen a don Francisco Giner, fusilen aunque sea al doctor Simarro; pero yo les aseguro que sería una equivocación fusilar a Ferrer...

Nadie atendió mis consejos, y Ferrer fue fusilado. Ahora, muchos españoles se indignan al ver que en el extranjero se le levantan estatuas a Ferrer. «Ferrer no es un apóstol», dicen. Pero Ferrer ya es un apóstol. Todo hombre que muere por una idea es un apóstol, y como los apóstoles estorban mucho a los ministros de la Gobernación, el buen gobernante no debe matar a nadie por sus opiniones ni por sus doctrinas. Así como así, ¿qué necesidad hay de matar a la gente en el país de la viruela y de la gripe?

(Del libro Maneras de ser español, de Luca de Tena Ediciones)

lunes, 27 de julio de 2009

"I'M NOT A YANKEE, YOU KNOW"





HEMINGWAY, ¿espía incompetente del KGB? Eso es lo que afirma un libro basado en los archivos secretos de la era Stalin.






LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO

Por Ignacio Ruiz Quintano

Publicado en 1996

El reportaje se ajustaba al talento de Hemingway como un cigarro a los labios de Lauren Bacall.

Y, sin embargo, Hemingway, la estrella del género estrella, todavía pasa por ser el hombre lobo –un animal sin esperanza– de la Generación Perdida, cuya mascota, por cierto, Gertrude Stein, un auténtico fox-terrier de pelo duro, fue la primera en olerlo: “El éxito de Hemingway –murmuró en París para quien quisiera escucharlo– se debe a que parece moderno y huele a museo al mismo tiempo.” Igual que Enrique VIII. Porque, hoy, Ernest Hemingway es el Enrique VIII del periodismo americano.

Tal para cual, el rey que hizo que Inglaterra dejara de ser una simple isla europea y el reportero que hizo que el periodismo dejara de ser una simple isla literaria. Hombres leales a sus instintos, fueron por la vida como leones rampantes: acaparadores de esposas, cazadores furiosos y lectores voraces, hay una mueca de lujuria que distingue a este par de faunos de barba roja en las copias de las fotografías de Robert Cappa en las cantinas de Madrid y en las copias de los retratos de Hans Holbein en el museo del Louvre.

Del cesaropapismo político del Renacimiento al cesaropapismo periodístico de la Generación Perdida. (Ya en París, allá por los locos años veinte, Hemingway era famoso por dos obsesiones: beber –desde entonces se le atribuye el invento de la frase “Tome una copa”– y sumar años a su edad –exigía que lo llamaran Papa, mote que terminaría designando una bebida habanera, mezcla de ron, pomelo y marrasquino–.) Ambos obraron siempre con arreglo a su propio código ético, y, si la posteridad acepta que un tipo duro de Greenwich legara a Inglaterra una flota, una iglesia nacional y una doctrina del equilibrio europeo, aceptará también que un tipo duro de Chicago haya legado al periodismo el espectáculo, el reporterismo genuinamente americano y la teoría de la autopromoción literaria.

Como reportero, Ernest Hemingway es, “para de una vez decir palabras fatales”, clásico en suma. Irónico destino para un periodista que en su oficio nunca consideró la importancia de llamarse Ernesto . (En inglés, The Importance of Being Earnest, la acolchada comedia de Wilde, es una broma que en español, traducida literalmente, se pierde. Quiere decir “la importancia de ser serio”, y no faltó un sabio que propuso, en vano, que se dijera La importancia de ser Severo, que haría, como en el original, las veces de adjetivo y nombre propio.) Siendo corresponsal en París, Hemingway redactaba despachos plagados de descripciones de personajes y escenarios, obviando la actualidad. A su sustituto, David Rogers, a quien hoy nadie recuerda, no le quedó más remedio que admitir su propio error: “Mi error fue la idea de que se debía hacer un trabajo serio.”

Mas para entender la importancia de Hemingway en el reporterismo, primero hay que entender la importancia del reporterismo en América, donde lo importante no es la historia, sino el modo de obtenerla. Se trata del periodismo-espectáculo, cuyos poderes de fascinación están, más que en la tipografía, en la literatura. La tipografía ayuda a retener al público y a limitar la práctica del zapping, pero la literatura es la encargada de asombrar o de divertir –nunca de convencer, que es vicio europeo– sin demasiados miramientos con la verdad, que ése ya es vicio universal.

Manejando la pluma como si fuera la espada de Gog y Magog, Hemingway hizo posible un periodismo que se lee igual que una novela, y ése ha sido, desde Nueva York hasta San Francisco, el sueño eterno de todos los reporteros nacidos para la gloria que Tom Wolfe registró en una frase única: “El periodismo era el motel donde pasar la noche camino del destino: la Gran Novela.” Un golpe de suerte, una fiebre cerebral como la del oro o la del petróleo que se propagó en América, un fenómeno psicológico que, según Wolfe, debía de figurar en el glosario de Introducción General al Psicoanálisis, por algún sitio entre Narcisismo y Obsesiones Neuróticas.

De pronto, todo el mundo quería ser periodista, aprovechar esa hora de favor que nunca es duradera en los periódicos –permanecer íntegro, pagar el alquiler, acumular experiencias, pulir el estilo–, y un día, sin vacilar, dejar el empleo, mudarse a una cabaña, trabajar día y noche –en la imaginación de los niños, los reporteros sólo trabajan de noche– e iluminar el cielo con el triunfo final, o sea, con La Novela, si bien a los más, y en el mejor de los casos, únicamente los esperaba la más modesta recompensa del periodismo, “que consiste en medio minuto de silencio en la cena del Club de Prensa Extranjera”.

Hemingway tuvo el acierto de hacer del mundo entero su cabaña, y así fue como descubrió que lo más triste del mundo no era la angustia humana, sino que hubiera tantos hombres que no la sintieran. Gracias a eso, mientras lo respetaron las fuerzas, logró huir de los grandes peligros que amenazan a todo artista, y que son el resentimiento y la satisfacción. (“El periodismo –pensaba desde el principio– es sólo bueno para ejercerlo durante un tiempo.”)

A imitación de su padre, que se había suicidado por temor a una enfermedad mortal, Hemingway murió volándose la bóveda craneal con su fusil inglés de dos cañones, y eso que en To Have and Have Not , para ningunear el estupor burgués del suicidio, no se había cansado de elogiar la tradición nativa del Colt y del Smith and Wesson, “esos instrumentos americanos tan fáciles de llevar, de tan seguro efecto, tan indicados para concluir el sueño americano cuando éste se vuelve una pesadilla, sin otro inconveniente que la casquería que tiene que limpiar la familia”. Gertrude Stein, la esfinge tebana de Pennsylvania que le reveló en París el misterio de los toros, siempre había visto en él a un hombre frágil, “un timorato como aquellos hombres de los buques fluviales del Mississippi que describe Mark Twain”. Asomaba julio en Pamplona cuando ocurrió. Tenía sesenta y tantos años y un Premio Nobel de Literatura.

El reportaje era el género que mejor se ajustaba al talento de Hemingway, y Hemingway se hizo reportero persiguiendo ambulancias en el Kansas City Star, con su centenar de reglas de estilo, “las mejores reglas que jamás aprendí sobre el arte de escribir”. Expresiones populares frescas, no lugares comunes. Verbos, no adjetivos. Huyendo de la rancia y pía retórica materna, el perfeccionismo literario acabaría siendo su rasgo característico: “Sólo sangre, huesos y músculos.” Aquello no podía ser otra cosa que un lenguaje nuevo.

Hemingway llegó a París con veintitrés años, y ya se llamaba a sí mismo “el viejo gacetillero”. Se instaló entre los exiliados de la Orilla Izquierda, y allí, a sueldo de un editor canadiense, hacía vida de corresponsal extranjero, y a cuenta de Gertrude Stein, escribía poemas kiplinescos.

Se dice que escribía a máquina, con dos dedos. Después se acostumbró a escribir de pie, con un lápiz en una mano y una copa en la otra. “La prosa -decía– es arquitectura, no decoración de interiores.” Pintaba los hechos y sugería emociones. Lo mismo que Patton, amaba la guerra. Después de todo, los directores aún guardaban sus lágrimas para los corresponsales de guerra.

Pasó la última parte de la primera guerra mundial en el servicio de ambulancias en el frente italiano. En la guerra civil española hizo cuatro visitas al frente: primavera y otoño del 37 y primavera y otoño del 38. (“La guerra civil –anotó– es la mejor guerra para un escritor, la más completa.”) Por pereza, acudió tardíamente a la segunda guerra mundial, y lo hizo empujado por su esposa Martha, periodista de Collier’s, que había conseguido colocarlo en la agencia. De creer a Gertrude Stein, Hemingway había tirado su talento por la borda en 1925: “Tenía capacidad para la emoción, pero se avergonzaba de parecer sensible, escudándose en una brutalidad de chicarrón de Kansas con que daba salida a su timidez enfermiza. Entonces se obsesionó con el sexo y la muerte.” (De una carta remitida a su editor en 1949: “Para celebrar mis cincuenta años, hice el amor tres veces, maté tres palomas seguidas en el club, bebí un cajón de whisky con amigos y miré el océanos en busca de peces gordos toda la tarde.”)

Obsesionado por el pelo corto en las mujeres, aquel oso de barbas coloradas había perseguido con dinamismo de cazador a las “prostitutas de combate” en Madrid, y en La Habana, a las del puerto, mientras narraba cómo una vez había sido prisionero de una siciliana, dueña de un motel, que le había escondido la ropa para obligarlo a fornicar con ella durante una semana.

Es fama que a Hemingway sólo le gustaba beber con mujeres. Por otra parte, podía comer sandwiches de cebolla y tomar whisky en petaca de plata. Un día, Martha Gellhorn, su tercera esposa, periodista capaz de derribar al adversario de tres picotazos –no en vano Hemingway la abandonó por alguien “que me deje a mí ser el escritor en la familia”–, se atrevió a catalogarlo como “el mayor mentiroso después de Münchhausen”. ¿Por qué habría de hacerse ermitaño el diablo al llegar a viejo? Los cubanos aún no han despejado la incógnita de su última frase de despedida en el aeropuerto de La Habana, un año y medio antes de suicidarse: “I’m not a yankee, you know.” Pero es que a Hemingway, el tipo duro salido de Oak Park, suburbio de Chicago, cuando Chicago solamente era el primer centro criminal del mundo, hay que abordarlo en disposición de buscar, no exactitudes, sino maravillas.

(Imágenes vía badhemingway.com, blocs.lescorts.cc/lecturamllongueras/ y www.45-rpm.net/antiguo/hemingway.htm)

MARIPOSAS AMARILLAS

EL ZELAYA DEL OCHO SEGÚN IBSEN MARTÍNEZ


Pocos héroes clásicos se equiparan a Mel Zelaya.

Miro hacia atrás en la historia de nuestra bicentenaria América Latina y, en verdad, salvo Tin Tan en sus mejores momentos –que no todos lo fueron–, no alcanzo a ver a nadie de tan hilarante estatura, no digamos ya moral, sino estatura a secas. Acaso el profesor Jirafales se le acerque, pero Jirafales, aunque sombrerudo como Zelaya, era un apocado; un “vencido la vida”, como diría el gran Eça De Queiroz.

Como hace ya mucho tiempo desistí de hacerme el analista político internacional, me quedo con comentar a mi sabor lo meramente visible, me quedo con la fenomenología de este nuevo tipo de caudillo latinoamericano: el que mata gigantes, como todo heroico caudillo, sólo que Zelaya persevera en tratar de desalojar a los golpistas hondureños matándolos de risa. Y con ellos, al resto del continente.

La imagen de Zelaya a bordo de un todoterreno, acompañado de Nicolás Maduro –como si hacerse acompañar de Maduro fuese garantía de no se sabe bien qué–, rumbo a la frontera hondureña, ni más ni menos que si se tratara del mariscal Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, tocado con un Stetson vaquero, ya prometía sabrosos momento de solaz y esparcimiento desde que la vimos en la televisión satelital.

Que un caudillo desterrado regrese a su tierra natal, al seno de los suyos, es una de las instancias impepinables de todo cantar de gesta, y esto ha sido así desde el Gilgamesh hasta el Mio Cid, pasando por la Canción de Rolando. Cualquier Vladimir Propp lo sabe, cualquier Joseph Campbell te lo explicaría: el héroe debe desatender los hados y emprender un viaje tan valedero como imprudente –un viaje descabellado, como el de Jasón y los argonautas– , bajar a los infiernos y, purificado ya, puesto finalmente en el trance de cruzar el puente colgante que salva el abismo, debe luchar a brazo partido con el adversario que puede llamarse Gorgona o Darth Vader. Sólo así le será dado regresar y, con un poco de suerte, también besar a la chica.

Se entiende que haya versiones del mito, claro. Ahí tiene usted el de Odiseo, por algunos llamado Ulises. Luego de una larga peripecia naval, secuela de la guerra de Troya, Odiseo regresa a su isla natal, sigiloso y disfrazado. No existía CNN en tiempos de la guerra de Troya, pero esto último está muy bien averiguado: Odiseo regresa Ítaca agachadito, calladiiiiito y haciéndose el pendejo, justo a tiempo de sorprender a la bola de rascabuchadores que quisieran llevarse a la dulce Penélope a la cama. Y entonces, con una pequeña ayuda de su hijo, “los quiebra” a todos, uno por uno. A eso llamo yo un regreso. Así ya pueden aparecer los créditos finales de la película.

No hay sino que ver el modo en que este avatar del mito de héroe desterrado que regresa con denuedo a su tierra se deja ver en la llamada Campaña Admirable, empresa militar con la que Bolívar, después de haber dado la cómica al perder la plaza de Puerto Cabello y tras haber entregado a su superior inmediato, el pagapeos Francisco de Miranda, a las fuerzas realistas, tuvo la suficiente vergüenza para juntar un puñado de arrojados e invadir Venezuela desde la Nueva Granada, en 1813. Claro, menos de un año después volvía a dar la cómica cuando Boves le metió nueve ceros a la causa patriota, pero ese no es mi punto esta mañana. Mi punto es que si te dan un golpe y te echan y prometes regresar –como el general MacArthur, a la caída de Corregidor ante los japoneses–, caramba, lo que queda es regresar y poner dos pares de timables en el empeño.

Fidel Castro, personaje que no me simpatiza en absoluto, fue, al menos en esto de los regresos improbables y triunfales, un ejemplo cabal de lo que el “imaginario” de los pueblos espera de un caudillo: regresó en un yate mal equipado, su guerrilla fue acribillada con el agua todavía a la cintura, pero alcanzó a encaramarse en la Sierra Maestra y lo demás es historia.

Pero el Método Zelaya ha derrotado por completo toda prescripción de la mitología del héroe hasta ahora compartida por los expertos. Zelaya regresa, pero no invade; Zelaya viene de frente, por la Carretera Panamericana.

Y he aquí la variante que Zelaya introduce en el mito: el regreso por cuotas, el regreso pasándole por delante al portero. Más que caudillo popular que intenta una invasión en el yate “Granma”, Zelaya enmascara su designio de volver al poder con procederes acaso más astutos, más dignos de Odiseo, “el fecundo en ardides”. Para decirlo todo: con ardides dignos de un tipo que impertérritamente intenta colearse en una parrillada del Club Los Cortijos.

Sólo que, a diferencia de Odiseo o de Castro, a la Zelaya le piden la cédula y se devuelve, según él, porque su vida peligra. Ciertamente, la vida de los caudillos populares, de los caudillos superarrechamente antimperialistas siempre está en peligro: es su segunda naturaleza; su condición esencial.

No se piense, sin embargo, que soy de quienes le mezquinan a Zelaya valor personal. Si hiciese falta una sola muestra del arrojo de Zelaya ella está en dejarse “manayear” por Chávez y sus procónsules.

Quién sabe, a lo mejor su plan funciona. Vencer con las armas de la ladilla. Acampa en la frontera, un discursito por la mañana, otro más tardecito, y cada vez que se acuerda va caminando hasta el alcabala a ver si en una de esas el ejército hondureño se equivoca y lo deja pasar. Vainas más raras han pasado en estas tierras. Mariposas amarillas, por ejemplo.

Y epidemias de insomnio.









(Publicado en http://www.gentiuno.com/articulo.asp?articulo=7899, vía Ricardo Bada )







Mel Zelaya



"ERA UN 18 DE JULIO..."

FEDERICO MARTÍN BAHAMONTES




"Bueno, me metí [en esto del ciclismo] porque yo venía de por el estraperlo, que hay que decir la verdad así de claro, y me encontré con dos amiguetes que iban a correr. Era un 18 de julio e iban a una carrera que se hacía ahí, en la vega, y me animaron a apuntarme. Me dieron un pantalón y una camiseta enorme que se hinchaba como un globo cuando empecé a correr, porque no estaban ajustados, y parecía con ellos un muñeco de esos de Michelín. Llevaba una bicicleta sin cambio y claro, aunque gané la primera carrera, en la segunda ya fui segundo porque en el sprint me ganó uno que sí tenía cambio, y no hubo manera por mucho que apreté, porque mi piñón era más pequeño. Cuando terminé aquellas carreras me bajé a mi casa y como sólo había comido un plátano y un limón, aunque con cáscara y todo, me tragué la comida de mi padre y la de mi tío, que trabajaba en la estación, y no le di tiempo a mi tía a ir a llevársela. No dije, claro, que me la había comido yo, porque en aquellos tiempos las necesidades eran muchas y no me atreví a decirlo. Al año siguiente fui a la Vuelta de Ávila, gané la primera etapa y fui lider y gané también la montaña. Me dieron dos trofeos y 1.700 pesetas, así que yo dije: “Esto es una mina, aquí hay que empezar a cuidarse, cueste lo que cueste”.


En Entorno de actualidad, revista de Cajamadrid
Agosto de 1995




Vía postdelisole.blogspot.com

PUNTERÍA



A Juan Luis Carrasco

–En el Hospital Provincial ingresó, procedente de su pueblo, Villalba del Rey (Cuenca), Blasa Asensio, de treinta y cuatro años, herida de un disparo de arma de fuego hecho por una persona de su familia sobre un burro al que se pretendía matar; ocurriendo la desgracia por haberse desviado la puntería.

EL CRIMEN DEL DÍA...



...28 de Enero de 1847





GACETA DE MADRID

12 de Octubre de 1848

De Arcos nos escriben con fecha del 4 lo siguiente:

Hoy ha sido puesto en capilla a las diez de la mañana para sufrir la última pena en garrote vil el 6 a la misma hora Manuel Ramos, alias Morringa, conocido por Suárez, gitano, natural de Lebrija y vecino de esta ciudad, por haber dado muerte alevosa el 28 de Enero de 1847 a Jacinto Ramírez, natural de esta ciudad, honrado padre de familia.

CIEN AÑOS DE LA SEMANA TRÁGICA





EL ESPECTRO DE FERRER. LO QUE NO SE SABE





Por Julio Camba
17 de Octubre de 1909



Con este artículo voy a comenzar en El Mundo un comentario regular de la actualidad francesa.

–¿Regular nada más?

Yo tengo muy frescos los recuerdos de España y sé que la inquisición española –contra la que acaban de manifestarse en París diez mil franceses– no le ha quitado a ningún madrileño el hábito de hacer chistes. Así es que me imagino el chiste probable, y –como yo estoy en Francia– lo contesto en serio.

–Nada más que regular, porque cuando la actualidad sea como la de ahora, ni podré informar exactamente de ella a los lectores de Madrid ni podré comentarla con un poco de corazón. La Prensa española no tiene libertad para publicar las noticias ni las impresiones de un periodista que se encuentre hoy en París.

Pero yo he dicho que voy a comentar la actualidad francesa, y empiezo con un artículo sobre Ferrer.

–¿Es que Ferrer es una actualidad francesa?

–A lo que parece es una actualidad de todas partes, menos de España. En España todo lo que tenga algún carácter revolucionario ha dejado de ser actualidad. Anoche, cuando los diez mil manifestantes de la plaza Clichy detenían los tranvías, incendiaban los coches, arrancaban los árboles y disparaban sobre la fuerza pública, se les oía decir de vez en cuando:

–Hay que ayudar a nuestros hermanos de España.

Pero a los hermanos de España les tiene sin cuidado la muerte de Ferrer y la inquisición española, y viven como aquel personaje de Dickens según el cual no dejaba de tener cierto mérito el ser un hombre jovial en un pueblo tan triste como el que él habitaba.

¡Las bromas que se han hecho en la Puerta del Sol sobre los revolucionarios de la Puerta del Sol! Hace mucho tiempo que la revolución se viene tomando a broma en España y únicamente Pío Baroja dice de vez en cuando:

–¡Pero si lo verdaderamente divertido sería tomar estas cosas en serio!...

No. Por mucho que hagan los franceses no ayudarán en nada a los españoles, y si quieren guardar alguna esperanza en su conciencia de revolucionarios internacionales, pueden esperar que los españoles les ayuden a ellos algún día. ¡Que yo creo que no les ayudarán!

Pero, ¿por qué el fusilamiento de Ferrer ha conmovido tanto la opinión europea y, sobre todo, la opinión francesa? ¿Qué se les importa del caso a los franceses?

Es que tal vez se hayan indignado, precisamente porque no les importa nada. A este propósito ha dicho Drumont una cosa que, yo no sé si vale por una explicación o por una psicología, pero que no deja de tener gracia:

–La burguesía de París se ha indignado mucho contra el fusilamiento de Ferrer. En cambio ha consentido cochinamente que guillotinasen a Vaillant. ¡Y es que el acto de Vaillant iba contra la política francesa!

El caso es que el proletariado universal se ha conmovido con la muerte de Ferrer y que en la organización de las Sociedades obreras hay medios de hacer sentir esta indignación en España sin necesidad de contar con el concurso de los obreros españoles. Esto es lo verdaderamente importante y lo que no puede evitar ninguna medida de gobierno –ya que el Gobierno español sólo gobierna en España–, y de esto se viene hablando hace mucho.

Todo lo demás no se puede anunciar ni simular, porque depende exclusivamente de un hombre de corazón. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive?

Yo no lo conozco. No le conoce nadie, y esto es lo terrible.


(Del libro Maneras de ser español, de Luca de Tena Ediciones)




EL PUEBLO DE LA TRAGEDIA

UN MAESTRO DE LA CRÓNICA




En El Salado, Colombia, durante tres días de febrero de 2000, los paramilitares se dedicaron a arrancar orejas con cuchillos, a ahorcar a las mujeres, a matar con martillos, disparos, puñales, y a degollar a sus víctimas a ritmo de gaitas y tambores. Alberto Salcedo Ramos, nueve años después, visitó este pueblo, "el pueblo de la masacre". Creo no equivocarme si aseguro que es una de las mejores crónicas de ASR.
Copio el enlace: Favor hacer click en donde dice "Crónicas". Pero también copio el texto, para que sea más legible, después del enlace. (RICARDO BADA)






El Salado


por Alberto Salcedo Ramos

En El Salado, durante tres días de febrero de 2000, los paramilitares se dedicaron a arrancar orejas con cuchillos, a ahorcar a las mujeres, a matar con martillos, disparos, puñales, y a degollar a sus víctimas a ritmo de gaitas y tambores. Alberto Salcedo Ramos, nueve años después, visitó este pueblo, "el pueblo de la masacre".

Sucede que los asesinos —advierto de pronto, mientras camino frente al árbol donde fue colgada una de las 66 víctimas— nos enseñan a punta de plomo el país que no conocemos ni en los libros de texto ni en los catálogos de turismo. Porque, dígame usted, y perdone que sea tan crudo, si no fuera por esa masacre ¿cuántos bogotanos o pastusos sabrían siquiera que en el departamento de Bolívar, en la Costa Caribe de Colombia, hay un pueblo llamado El Salado? Los habitantes de estos sitios pobres y apartados solo son visibles cuando padecen una tragedia. Mueren, luego existen.

José Manuel Montes, mi guía, un campesino rollizo y taciturno que se ha pasado la vida sembrando tabaco, asiente con la cabeza. Cae la tarde del sábado, empieza la sonata de las cigarras. El sol ya se ocultó pero su fogaje permanece concentrado en el aire. Mi acompañante cuenta entonces que en este punto en el que estamos ahora, más o menos aquí, en la mitad de la cancha, los paramilitares torturaron a Eduardo Novoa Alvis, la primera de sus víctimas. Le arrancaron las orejas con un cuchillo de carnicería y después le embutieron la cabeza en un costal. Lo apuñalaron en el vientre, le descerrajaron un tiro de fusil en la nuca. Al final, para celebrar su muerte, hicieron sonar los tambores y gaitas que habían sustraído previamente de la Casa de la Cultura. En los alrededores desolados de este campo de microfútbol apenas hay un par de burros lánguidos que se rascan entre sí las pulgas del espinazo. Sin embargo, es posible imaginar cómo se veían esos espacios aquella mañana del viernes 18 de febrero del año 2000, cuando los indefensos habitantes se encontraban apostados allí por orden de los verdugos.

—Casi toda la gente estaba sentada en ese costado —dice Montes, mientras señala un montículo de arena parda que se encuentra perpendicular a la iglesia, a unos veinte metros de distancia.

Hoy por la mañana, al despuntar el día, Édita Garrido me había mostrado esa misma lomita de tierra. Ella, una aldeana enjuta de tez cetrina, también sobrevivió para echar el cuento. Los paramilitares, dijo, llegaron al pueblo un poco antes de las nueve, disparando en ráfagas y profiriendo insultos. Debajo de su cama, en el piso, donde se hallaba escondida, Édita oyó la algarabía de los bárbaros:

—¡Partida de malparidos: párense firmes, que somos los paracos y vamos a acabar con este pueblo de mierda! —¡Eso les pasa por ser sapos de la guerrilla!

En seguida arrancaron a los pobladores de sus casas y los condujeron como borregos de sacrificio hacia la cancha. Allí —aquí— los obligaron a sentarse en el suelo. En el centro del rectángulo donde normalmente es situado el balón cuando va a empezar el partido, se plantaron tres de los criminales. Uno de ellos blandió un papel en el que estaban anotados los nombres de los lugareños a quienes acusaban de colaborarle a la guerrilla. En la lista, después de Novoa Alvis, seguía Nayibis Osorio. La arrastraron prendida por el pelo desde su casa hasta el templo, acusada de ser amante de un comandante guerrillero. La sometieron al escarnio público, la fusilaron. Y a continuación, en el colmo de la sevicia, le clavaron en la vagina una de esas estacas filosas que utilizan los campesinos para ensartar las hojas de tabaco antes de extenderlas al sol. "¿A quién le toca el turno?", preguntó en tono burlón uno de los asesinos, mientras miraba a los aterrados espectadores. El compañero que manejaba la lista le entregó el dato solicitado: Rosmira Torres Gamarra. Separaron a la señora del grupo, le amarraron al cuello una soga y comenzaron a jalarla de un lado al otro, al tiempo que imitaban los gritos de monte característicos de la arriería de ganado en la región. La ahorcaron en medio de un nuevo estrépito de tambores y gaitas. Luego ametrallaron, sucesivamente, a Pedro Torres Montes, a Marcos Caro Torres, a José Urueta Guzmán y a un burro vagabundo que tuvo la desgracia de asomar su hocico por aquel inesperado recodo del infierno. Uno de los paramilitares amenazó a la muchedumbre: el que llore será desfigurado a tiros. Otro levantó su arma por el aire como una bandera y prometió que no se iría de El Salado sin volarle los sesos a alguien. "Díganme cuál es el que me toca a mí, díganme cuál es el que me toca a mí", repetía, mientras caminaba por entre el gentío con las ínfulas de un guapetón de cine. Hubo más muertes, más humillaciones, más redobles de tambores. Varios tramos de la cancha se encontraban alfombrados por el reguero de cadáveres y órganos tronchados que había dejado la carnicería. Entonces, como al parecer no quedaban más nombres pendientes en la lista, los paramilitares se inventaron un juego de azar perverso para prolongar la pesadilla: pusieron a los habitantes en fila para contarlos en voz alta. La persona a la cual le correspondiera el número 30 —advirtió uno de los verdugos— estiraría la pata. Así mataron a Hermides Cohen Redondo y a Enrique Medina Rico. Después llevaron su crueldad, convertida ya en un divertimento, hasta el extremo más delirante: de una casa sacaron un loro y de otra un gallo de riña, y los echaron a pelear en medio de un círculo frenético. Cuando, finalmente, el gallo descuartizó al loro a punta de picotazos, estalló una tremenda ovación.

Ahora, José Manuel Montes me explica que la mortandad de la cancha era apenas una parte del desastre. El país ha conocido después —gracias a los familiares de las víctimas, a las confesiones de los verdugos y al copioso archivo de la prensa— los pormenores de la masacre. Fue consumada por 300 hombres armados que portaban brazaletes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Los paramilitares comenzaron a acordonar el área desde el miércoles 16 de febrero de 2000. Mientras estrechaban el cerco sobre El Salado, se dedicaron a asesinar a los campesinos que transitaban inermes por las veredas. No los mataban a bala sino a golpes de martillo en la cabeza, para evitar ruidos que alertaran a los desprevenidos habitantes que se encontraban aún en el pueblo. El viernes 18, ya durante la invasión, forzaron las casas que permanecían cerradas y ametrallaron a sus ocupantes. Cometieron abusos sexuales contra varias adolescentes, obligaron a algunas mujeres adultas a bailar desnudas una cumbiamba. Por la noche les ordenaron a los sobrevivientes regresar a sus moradas. Pero eso sí: les exigieron que durmieran con las puertas abiertas si no querían amanecer con la piel agujereada. Entre tanto ellos, los bárbaros, se quedaron montando guardia por las calles: bebieron licor, cantaron, aporrearon otra vez los tambores, hicieron aullar las gaitas. Se marcharon el sábado 19 de febrero, casi a las cinco de la tarde. A esa hora los lugareños corrieron en busca de sus muertos. El panorama con el cual se toparon era lo más horrendo que hubiesen visto jamás: la cancha que con tanto esfuerzo les habían construido a sus hijos cinco años atrás, estaba convertida en una cloaca de matadero público: manchones de sangre seca, enjambres de moscas, atmósfera pestilente. Y, para rematar, los cerdos callejeros les caían a dentelladas a los cadáveres, corrompidos ya por el sol.

—Mi marido —dijo Édita Garrido esta mañana— ayudó a cargar uno de esos cadáveres, y cuando terminó tenía las manos llenas de pellejo podrido.

Le reitero a José Manuel Montes que mi visita se debe a la matazón cometida por los paramilitares. Si no se hubiese presentado ese hecho infame, seguramente yo andaría ahora perdiendo el tiempo frente a las vitrinas de un centro comercial en Bogotá, o extraviado en una siesta indolente. El terrorismo, fíjese usted, hace que algunos de quienes todavía seguimos vivos, pongamos los ojos más allá del mundillo que nos tocó en suerte. Por eso nos conocemos usted y yo. Y aquí vamos juntos, recorriendo a pie los 150 metros que separan la cancha del panteón donde reposan los mártires. Mientras avanzamos, digo que acaso lo peor de estos atropellos es que dejan una marca indeleble en la memoria colectiva. Así, la relación que la psiquis establece entre el lugar afectado y la tragedia es tan indisoluble como la que existe entre la herida y la cicatriz. No nos engañemos: El Salado es "el pueblo de la masacre", así como San Jacinto es el de las hamacas, Tuchín el de los sombreros vueltiaos y Soledad el de las butifarras. Hemos llegado por fin al monumento erigido en honor a las personas acribilladas. En el centro del redondel donde yacen las osamentas, se levanta una enorme cruz de cemento. La pusieron allí como el típico símbolo de la misericordia cristiana, pero en la práctica, como no hay a la entrada de El Salado ningún cartel de bienvenida, esta cruz es la señal que le indica al forastero dónde se encuentra el mojón que demarca el territorio del pueblo. Porque en muchas regiones olvidadas de Colombia, fíjese usted, los límites geográficos no son trazados por la cartografía sino por la barbarie. Al distinguir los nombres labrados en las lápidas con caligrafía primorosa, soy consciente de que camino por entre las tumbas de compatriotas a quienes ya no podré ver vivos. Habitantes de un país terriblemente injusto que sólo reconoce a su gente humilde cuando está enterrada en una fosa.

***

Domingo de rutina en El Salado: Nubia Urueta hierve el café en una hornilla de barro. Vitaliano Cárdenas les echa maíz a las gallinas. Eneida Narváez amasa las arepas del desayuno. Miguel Torres hiende la leña con un hacha. Juan Arias se apresta a sacrificar una novilla. Juan Antonio Ramírez cuelga la angarilla de su burro en una horqueta. Hugo Montes viaja hacia su parcela con un talego de semillas de tabaco. Édita Garrido pela yucas con un cuchillo de punta roma. Eusebia Castro machaca panela con un martillo. Jamilton Cárdenas compra aceite al menudeo en la tienda de David Montes. Y Oswaldo Torres, quien me acompaña en este recorrido matinal, fuma su tercer cigarrillo del día. Los demás lugareños seguramente están dentro de sus moradas haciendo oficios domésticos, o en sus cultivos agrandando los surcos de la tierra. A las ocho de la mañana el sol flamea sobre los techos de las casas. Cualquier visitante desprevenido pensaría que se encuentra en un pueblo donde la gente vive su vida cotidiana de manera normal. Y hasta cierto punto es así. Sin embargo —me advierte Oswaldo Torres— tanto él como sus paisanos saben que, después de la masacre, nada ha vuelto a ser como en el pasado. Antes había más de 6000 habitantes. Ahora, menos de 900. Los que se negaron a regresar, por tristeza o por miedo, dejaron un vacío que todavía duele.

Le digo a Oswaldo Torres que el sobreviviente de una masacre carga su tragedia a cuestas como el camello a la joroba, la lleva consigo adondequiera que va. Lo que se encorva bajo el pesado bulto, en este caso, no es el lomo sino el alma, usted lo sabe mejor que yo. Torres expulsa una bocanada de humo larga y parsimoniosa. Luego admite que, en efecto, hay traumas que perduran. Algunos de ellos atacan a la víctima a través de los sentidos: un olor que permite evocar la desgracia, una imagen que renueva la humillación. Durante mucho tiempo, los habitantes de El Salado esquivaron la música como quien se aparta de un garrotazo. Como vieron agonizar a sus paisanos entre ramalazos de cumbiamba improvisados por los verdugos sentían, quizá, que oír música equivalía a disparar otra vez los fusiles asesinos. Por eso evitaban cualquier actividad que pudiese derivar en fiesta: nada de reuniones sociales en los patios, nada de carreras de caballo. Pero en cierta ocasión, un psicólogo social que escuchó sus testimonios en una terapia de grupo les aconsejó exorcizar el demonio. Resultaba injusto que los tambores y gaitas de los ancestros, símbolos de emancipación y deleite, permanecieran encadenados al terror. Así que esa misma noche bailaron un fandango apoteósico en la cancha de la matanza. Fue como renacer bajo aquel firmamento tachonado de velas prendidas que anunciaban un sol resplandeciente.

En este momento, paradójicamente, el sol se ha escondido. El cielo encapotado amenaza con desgajarse en un aguacero. Torres recuerda que cuando ocurrió la masacre, en febrero de 2000, todos los habitantes se marcharon de El Salado. No se quedaron ni los perros, dice. Pues, bien: él, Torres, fue una de las 120 personas —100 hombres y 20 mujeres— que encabezaron el retorno a su tierra, en noviembre del año 2002. Cuando llegaron —cuenta— El Salado se hallaba extraviado bajo un boscaje de más de dos metros de alto. Uno de los paisanos se encaramó en el tanque elevado del acueducto para precisar dónde quedaba la casa de cada quien. En seguida se entregaron a la causa de rescatar al pueblo de las garras del caos. Un día, tres días, una semana, enfrascados en una lucha primitiva contra el entorno agresivo, como en los tiempos de las cavernas, corte un bejuco por aquí, queme un panal de avispas furiosas por allá, mate una serpiente cascabel por el otro lado. La proliferación de bichos era desesperante.

—Si uno bostezaba —dice Torres— se tragaba un puñado de mosquitos.

Para defenderse de las oleadas de insectos, todos, inclusive los no fumadores, mantenían un tabaco encendido entre los labios. Además, fumigaban el suelo con querosene, armaban fogatas al anochecer.

Dormían apretujados en cinco casas contiguas del Barrio Arriba, pues temían que los bárbaros regresaran. Reunidos —decían— serían menos vulnerables. Su consigna era que quien quisiera matarlos, tendría que matarlos juntos. Tan grande era el miedo en aquellos primeros días del retorno que algunos dormían con los zapatos puestos, listos para correr de madrugada en caso de que fuera necesario. Al principio subsistieron gracias a la caridad de los pueblos vecinos —Canutal, Canutalito, El Carmen de Bolívar y Guaimaral— cuyos moradores les regalaban víveres, frazadas y pesticidas. Cuando terminaron de segar la maraña, cuando quemaron el último montón de ramas secas, se dedicaron a poner en su sitio, otra vez, los elementos perdidos del universo: el caney del patio, el establo, la burra baya, el garabato, la alacena de las hojas de tabaco, el canto del gallo, el ladrido de los perros, los juegos de los niños, los amores furtivos en los callejones oscuros, la ollita tiznada del café, la visita del compadre. Entonces volvieron los sobresaltos: la guerrilla de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) los acusó de ser colaboradores clandestinos de los paramilitares. ¿Habrase visto ironía más grande? ¡Si los masacraron, precisamente, porque se les consideraba compinches de los guerrilleros!

Oswaldo Torres advierte, mientras chupa su eterno cigarrillo, que los problemas de orden público en El Salado se debían al simple hecho de pertenecer geográficamente a los Montes de María, una región agrícola y ganadera disputada durante años por guerrilleros y paramilitares. En los periodos más críticos de la confrontación, los habitantes vivían atrapados entre el fuego cruzado, hicieran lo que hicieran. Y siempre parecían sospechosos aunque no movieran ni un dedo. Ciertamente, algunos paisanos —bajo intimidación o por voluntad propia— le cooperaron a un bando o al otro. Tal circunstancia resultaba inevitable dentro de un conflicto corrompido en el cual los combatientes tomaban como escudo a la población civil. Hugo Montes, un campesino que ni siquiera terminó la educación primaria, me explicó el asunto, anoche, con un brochazo del sentido común que les heredó a sus antepasados indígenas.

—Es que donde hay tanta gente, nunca falta el que mete la pata.

En seguida encogió los hombros, me miró a los ojos y me retó con una pregunta:

—¿Y qué podíamos hacer los demás, compa, qué podíamos hacer?

—Lo único que podíamos hacer —responde Torres ahora— era pagar los platos rotos.

Su respiración es afanosa porque vamos subiendo una senda empinada. De pronto, mira hacia el cielo como si suplicara clemencia, pero en realidad —según me dice, jadeante— está inquieto por un nubarrón que parece a punto de romperse encima de nuestras cabezas. Torres retoma una idea que planteamos al principio de nuestra caminata: en este momento, cualquier visitante desprevenido pensaría que los pobladores de El Salado viven otra vez, venturosamente, su vida diaria. Y hasta cierto punto es así —repite— porque ellos han retornado al terruño que aman. Mal que bien, hoy cuentan con la opción de disfrutar en forma tranquila los actos más entrañables de la cotidianidad, como se percibe en esta calle por la cual avanzamos: una niña escruta el horizonte con su monóculo de juguete, un niño retoza en el piso con sus bolitas de cristal, una muchacha peina a un anciano plácido. Sin embargo, ya nada será tan bueno como en la época de los abuelos, cuando ningún hombre levantaba la mano contra el prójimo, y los seres humanos se morían de puro viejos, acostados en sus camas. La violencia les produjo muchos daños irreparables. Espantó, a punta de bombazos y extorsiones, a las dos grandes empresas que compraban las cosechas de tabaco en la región. Enraizó el pánico, la muerte y la destrucción. Provocó un éxodo pavoroso que dejó el pueblo vaciado, para que lo desmantelaran las alimañas de toda índole. Cuando los habitantes regresaron, casi dos años después de la masacre, descubrieron con sorpresa que la mayor parte de la tierra en la que antes sembraban tenía otros dueños. Ya no había ni maestros ni médicos de planta, y ni siquiera un sacerdote dispuesto a abrir la iglesia cada domingo.

El nubarrón suelta, por fin, una catarata de lluvia que rebota enardecida contra el suelo arenoso.

***

Los dos únicos centros educativos que quedan en el pueblo funcionan en una casa esquinera de paredes descoloridas. Uno es la Escuela Mixta de El Salado, dueña de este inmueble, y otro, el Colegio de Bachillerato Alfredo Vega. Varios chiquillos contentos corretean por el patio esta mañana de lunes. En el primer salón que uno encuentra tras el portón, los niños se aplican a la tarea de elaborar un cuadro sinóptico sobre las bacterias y otro sobre las algas. El número de alumnos ni siquiera sobrepasa el centenar, pero el problema mayor es otro: el bachillerato apenas está aprobado hasta noveno grado. Los estudiantes interesados en cursar los dos grados restantes deben mudarse para El Carmen de Bolívar, lo que demanda unos gastos que no se compadecen con la pobreza de casi todos los pobladores. En consecuencia, muchos jóvenes renuncian a concluir su educación y se convierten en jornaleros como sus padres.

Tal es el caso de María Magdalena Padilla, 20 años, quien a esta hora hierve leche en una olla vetusta. En 2002, cuando se produjo el retorno de los habitantes tras la masacre, María Magdalena fue noticia nacional de primera página. En cierta ocasión, una mujer que debía ausentarse de El Salado dejó a su hija de cinco años bajo la custodia de María Magdalena. Para matar el tiempo, las dos criaturas se pusieron a jugar a las clases: María Magdalena era la maestra. Y la niña más pequeña, la alumna. Una vecina que vio la escena también envió a su hijo chiquito, y luego otra señora le siguió los pasos, y así se alargó la cadena hasta llegar a 38 niños. Como no había escuelas, el divertimento se fue tornando cada vez más serio. En esas apareció una periodista que quedó maravillada con la historia, una periodista que, folclóricamente, le estampilló a la protagonista el mote de "Seño Mayito", dizque porque María Magdalena sonaba demasiado formal. El novelón caló en el alma de los colombianos. A María Magdalena la retrataron al lado del Presidente de la República, la ensalzaron en la radio y en la televisión, la pasearon por las playas de Cartagena y por los cerros de Bogotá. Le concedieron —vaya, vaya— el Premio Portafolio Empresarial, un trofeo que hoy es un trasto inútil arrinconado en su habitación paupérrima. Los industriales le mandaron telegramas, los gobernadores exaltaron su ejemplo. Pero en este momento, María Magdalena se encuentra triste porque, después de todo, no ha podido estudiar para ser profesora, como lo soñó desde la infancia. "No tenemos dinero", dice con resignación. Lejos de los reflectores y las cámaras, no resulta atractiva para los falsos mecenas que la saturaron de promesas en el pasado. Pienso —pero no me atrevo a decírselo a la muchacha— que ahí está pintado nuestro país: nos distraemos con el símbolo para sacarle el cuerpo al problema real, que es la falta de oportunidades para la gente pobre. Les damos alas a los personajes ilusorios como "la Seño Mayito", para después arrancárselas a los seres humanos de carne y hueso como María Magdalena. En el fondo, creamos a estos héroes efímeros, simplemente, porque necesitamos montar una parodia de solidaridad que alivie nuestras conciencias.

Eso sí: los problemas persisten, se agrandan. La vecina de María Magdalena se llama Mayolis Mena Palencia y tiene 23 años. Está sentada, adolorida, en un taburete de cuero. Ayer, después del tremendo aguacero que cayó en El Salado, resbaló en el patio fangoso de la casa y cayó de bruces contra un peñasco. Perdió el bebé de tres meses que tenía en el vientre. Y ahora dice que todavía sangra, pero que en el pueblo, desde los tiempos de la masacre, no hay ni puesto de salud ni médico permanente. Yo la miro en silencio, cierro mi libreta de notas, me despido de ella y me alejo, procurando pisar con cuidado para no patinar en la bajada de la cuesta. Veo las calles barrosas, veo un perro sarnoso, veo una casucha con agujeros de bala en las paredes. Y me digo que los paramilitares y guerrilleros, pese a que son un par de manadas de asesinos, no son los únicos que han atropellado a esta pobre gente.