LA GAZETA ORDINARIA
De Madrid, Martes, 2 de Abril de 1680
Italia.
De Nápoles, a I de Febrero de 1680.
A 17 del pasado fue el Excelentísimo Señor Marqués de los Vélez, nuestro Virrey, en cabalgata solemne, al arrabal de S. Antonio, donde comenzaban los divertimentos de las Carnestolendas. El Electo del Pueblo había hecho prevenir una suntuosísima merienda para la Señora Virreina, y las damas que la acompañaban. El Señor Virrey pasó muchas veces delante de S.E. asistido de más de cien Barones del Reino, que habían concurrido al magnífico Alarde, que se hizo por las Augustas Bodas del rey Nuestro Señor. En continuación de las demostraciones de alborozo, que solicita la misma causa, hubo el Miércoles, día último de Enero, una Fiesta de Toros, dispuesta, y ejecutada puntualmente al vío de España. La dilatada Plaza de Palacio se halló reducida a espacio cuadrado equilateral, y proporcionado al intento. Todo el circuito, que hacía frente al Palacio, y se le juntaba por los lados, era una Galería continua, y cubierta, repartida en muchos aposentos, con sus balcones, acompañados de gradas, para la innumerable multitud, que aspiraba a ver el espectáculo: pues siendo así que en Europa no hay Ciudad de más Pueblo, que esta, se hallaba aumentado con las personas, y séquito de todo el Baronage, o nobleza de las doce Provincias del Reino, convocados para la Fiesta antecedente. La riqueza de los adornos del amplísimo Teatro, para quien sabe lo que es Nápoles, y las abundantísimas telas de oro, plata, y seda, que incesantemente se fabrican, y gastan en ella, queda bastantemente entendida, y son bien pocos los que ignoran, que otra ninguna Ciudad del Mundo la pasa en la generosidad, y magnificencia, con que ejecuta las funciones públicas de regocijo, propias de su atención y amor.
Hubo dos Toreadores de a caballo, y muchos de a pie, y se vieron fuertes continuas, tan diestras, y airosas, que parecían trasladadas de las mayores experiencias de España, en este linaje de combate, al paso, que apenas se diferenciaban los Toros de los más feroces de Guadarrama. Sin embargo no sucedió desgracia que melancolizase la Fiesta: cuya felicidad atribuyeron los afectos acordes de Españoles y Napolitanos, a no poder ella discrepar de las inestimables dichas, que promete el Real casamiento de Su Majestad. De ella gozaron toda la Nobleza, Damas y Caballeros, y todos los Tribunales, cada uno por su antelación: y como la prevención de asientos, fue corta para tanta gente, la hubieron de suplir las casas convecinas, y hasta los cinco Conventos de la Trinidad, Santa Cruz, S. Luis, Espíritu Santo y San Francisco Javier, cuyos tejados, medias naranjas, campanarios y frontispicios, sirvieron oportunamente a tan general, y justificada curiosidad. Sin embargo no bastó el considerable ensanche para tantos, viéndose muchos obligados a irse descontentos por falta de lugar, y otros, temerosos de perderle, dilataron la comida hasta la noche. Duró la función hasta el anochecer, que le sucedió un plausible Sarao en la sala Real de Palacio, comenzando por una Máscara, compuesta de los cuarenta y ocho caballeros, de que se formaron las ocho cuadrillas de la próxima fiesta de las Alcancías: y teniendo S.E. la una de ellas, quiso tomar en la Sala el lugar, que ocupará en la Plaza, el Sr. Marqués de Taracena, su Primo. Danzó S.E. con gracia, y gallardía, no inferior a la gravedad con que en otras ocasiones mantiene la soberanía de su puesto: y prosiguiéndose el Sarao, en varios Bailes de Damas y caballeros remató ya muy tarde, en la danza de el hacha, logrando el gozo, y aplausos merecidos, la hermosura, la gala y la bizarría de los concurrientes. De todo lo cual se procurará dar al público otra más regular, y distinta relación, imposibilitándolo en este correo por la brevedad del tiempo.
De orden de S.E. se continúan las reclutas para los Tercios Napolitanos, que sirven en el Estado de Milán, adonde se han enviado ya muchas municiones de todos géneros, al paso, que la grande actividad del mismo Señor Virrey, y demás Ministros reales se aplican a las disposiciones necesarias, para extirpar los Bandoleros, que infestan algunas Provincias del Reyno.
De Madrid, Martes, 2 de Abril de 1680
Italia.
De Nápoles, a I de Febrero de 1680.
A 17 del pasado fue el Excelentísimo Señor Marqués de los Vélez, nuestro Virrey, en cabalgata solemne, al arrabal de S. Antonio, donde comenzaban los divertimentos de las Carnestolendas. El Electo del Pueblo había hecho prevenir una suntuosísima merienda para la Señora Virreina, y las damas que la acompañaban. El Señor Virrey pasó muchas veces delante de S.E. asistido de más de cien Barones del Reino, que habían concurrido al magnífico Alarde, que se hizo por las Augustas Bodas del rey Nuestro Señor. En continuación de las demostraciones de alborozo, que solicita la misma causa, hubo el Miércoles, día último de Enero, una Fiesta de Toros, dispuesta, y ejecutada puntualmente al vío de España. La dilatada Plaza de Palacio se halló reducida a espacio cuadrado equilateral, y proporcionado al intento. Todo el circuito, que hacía frente al Palacio, y se le juntaba por los lados, era una Galería continua, y cubierta, repartida en muchos aposentos, con sus balcones, acompañados de gradas, para la innumerable multitud, que aspiraba a ver el espectáculo: pues siendo así que en Europa no hay Ciudad de más Pueblo, que esta, se hallaba aumentado con las personas, y séquito de todo el Baronage, o nobleza de las doce Provincias del Reino, convocados para la Fiesta antecedente. La riqueza de los adornos del amplísimo Teatro, para quien sabe lo que es Nápoles, y las abundantísimas telas de oro, plata, y seda, que incesantemente se fabrican, y gastan en ella, queda bastantemente entendida, y son bien pocos los que ignoran, que otra ninguna Ciudad del Mundo la pasa en la generosidad, y magnificencia, con que ejecuta las funciones públicas de regocijo, propias de su atención y amor.
Hubo dos Toreadores de a caballo, y muchos de a pie, y se vieron fuertes continuas, tan diestras, y airosas, que parecían trasladadas de las mayores experiencias de España, en este linaje de combate, al paso, que apenas se diferenciaban los Toros de los más feroces de Guadarrama. Sin embargo no sucedió desgracia que melancolizase la Fiesta: cuya felicidad atribuyeron los afectos acordes de Españoles y Napolitanos, a no poder ella discrepar de las inestimables dichas, que promete el Real casamiento de Su Majestad. De ella gozaron toda la Nobleza, Damas y Caballeros, y todos los Tribunales, cada uno por su antelación: y como la prevención de asientos, fue corta para tanta gente, la hubieron de suplir las casas convecinas, y hasta los cinco Conventos de la Trinidad, Santa Cruz, S. Luis, Espíritu Santo y San Francisco Javier, cuyos tejados, medias naranjas, campanarios y frontispicios, sirvieron oportunamente a tan general, y justificada curiosidad. Sin embargo no bastó el considerable ensanche para tantos, viéndose muchos obligados a irse descontentos por falta de lugar, y otros, temerosos de perderle, dilataron la comida hasta la noche. Duró la función hasta el anochecer, que le sucedió un plausible Sarao en la sala Real de Palacio, comenzando por una Máscara, compuesta de los cuarenta y ocho caballeros, de que se formaron las ocho cuadrillas de la próxima fiesta de las Alcancías: y teniendo S.E. la una de ellas, quiso tomar en la Sala el lugar, que ocupará en la Plaza, el Sr. Marqués de Taracena, su Primo. Danzó S.E. con gracia, y gallardía, no inferior a la gravedad con que en otras ocasiones mantiene la soberanía de su puesto: y prosiguiéndose el Sarao, en varios Bailes de Damas y caballeros remató ya muy tarde, en la danza de el hacha, logrando el gozo, y aplausos merecidos, la hermosura, la gala y la bizarría de los concurrientes. De todo lo cual se procurará dar al público otra más regular, y distinta relación, imposibilitándolo en este correo por la brevedad del tiempo.
De orden de S.E. se continúan las reclutas para los Tercios Napolitanos, que sirven en el Estado de Milán, adonde se han enviado ya muchas municiones de todos géneros, al paso, que la grande actividad del mismo Señor Virrey, y demás Ministros reales se aplican a las disposiciones necesarias, para extirpar los Bandoleros, que infestan algunas Provincias del Reyno.